Las sillas se amontonan. Son bajas, de tiras rosas, verdes o azules cuadriculadas. En la fila también se ven algunas carpas tipo iglú. Son chiquitas pero sirven para cuidarse del frío, hay termos con agua para el mate y el café. Los primeros en llegar a la puerta de la Iglesia de San Cayetano, en el barrio de Liniers, lo hicieron el viernes, dos días antes del tradicional siete de agosto, la fecha en la que se celebra al patrono del Pan y del Trabajo. Como siempre, sus fieles dicen presente.
En el día previo hubo más de cuatro cuadras de colas que, ya en la mañana del domingo, se extendió hasta las diez. Con frío, pero con ganas y con pedidos múltiples la fila se empezó a mover. En medio de una situación económica que apremia a los sectores más humildes, la fe los movilizó. El fin de semana que incluyó, además, una movilización a Plaza de Mayo contó con la llegada de los fieles que, después de dos años sin poder ingresar al santuario, se reunió en las puertas de la iglesia del santo más popular entre los fieles argentinos: el protector del pan y el trabajo.
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Una de las tantas personas que esperó en la fila desde el sábado temprano es Juana. Tiene 63 años. Cada siete de agosto se acerca a las puertas de la Iglesia de San Cayetano. Es un ritual que realiza desde hace cuatro décadas. Lo hace con sol, con frío, sola, acompañada y con lluvia. Lo dice con orgullo. Ahora está rodeada de amigas, en total son más de 50 personas que llegaron hasta Liniers, todos juntos. “Es una forma de reencontrarse también. Hace dos años que no venimos”, rememora a El Destape. Está contenta de ver a sus compañeras una vez más.
“Nosotros peregrinamos pidiendo y agradeciendo. Que nunca nos falten las cosas para nuestros hijos. Pero agradecemos más que nada”, dice Juana mientras se limpia las manos con un repasador. Está vestida con un saco color mostaza. Ella fue la encargada de hacer más de seis pollos asados. Lo hizo en la vereda. Carbón al piso, parilla encima -al estilo de una obra- y de ahí a repartir comida para todo el grupo. Está acostumbrada. Juana, además, es la encargada de ollas populares en su barrio en Dock Sud.
La víspera del día de San Cayetano transcurre como solía pasar previo a la llegada del COVID-19. Todavía hay barbijos aunque se pueden contar con los dedos de una mano. La distancia social se transformó en un recuerdo del pasado. Ahora hay abrazos, miradas cómplices, mates, rondas y saludos con besos. La reunión de los feligreses con banderas y espigas de trigo tiene un sabor especial: es un reencuentro para “familias” que no se veían desde 2019.
Entre las "familias" está el caso de los "Peregrinos de San Cayetano" que, en realidad, es un grupo de amigos de varias localidades del Conurbano Bonaerense. “Somos más de 15 familias que venimos, pero todos formamos una”, le cuenta Carlos a este medio. Está sentado en una silla de playa frente a una mesa. Son doce hombres que se pusieron a hacer locro desde las cinco de la tarde. Tienen ollas de 100 litros repletas de verduras. Abajo, con madera, hacen el fuego. “Esto lo vamos a regalar, a la noche hace frío. Y vamos a repartir para todos”, cuenta uno de los tantos. “Venimos para agradecer, como siempre. Por suerte todos tenemos trabajo, pero igual hay que estar para ver a toda la familia que hace un tiempo que no nos veíamos. Pero acá estamos”, suma.
Pasan las horas y el momento de ingreso a la Iglesia se acerca. Lo más común es ver a personas de, aproximadamente, 30 años en adelante. Las “juventudes”, por lo menos en la víspera, no aparecen. “Quizás acá no vienen, pero siempre están”, cuenta Verónica que llegó desde González Catán con su mamá. Ella trabaja en un barrio junto con la capilla Santa Teresita. “Nosotros en tiempo de pandemia generamos un comedor y estuvimos de lunes a lunes. Bancando en los barrios y los chicos se prendían. Hay que escucharlos”.
Entre música, guitarras y acordeones, la fila en San Cayetano volvió a tener su color propio. Como todos los años previo a la pandemia, el pedido se reafirmó frente al santuario: "Agradecemos, pero también queremos trabajo".