Durante la reciente pandemia que convulsionó el planeta más de tres años, se escuchó con insistencia que los chicos no se infectaban con el SARS-CoV-2 y que no transmitían la enfermedad. Ambas afirmaciones fueron desmentidas por numerosos estudios, pero bastaron para que se difundiera la idea de que no era necesario vacunarlos. Sin embargo, un trabajo realizado por científicos de las Universidades Nacionales de Córdoba, Rosario y Hurlingham, y de la Universidad de San Pablo, Brasil (The Impact of COVID-19 Childhood and Adolescent Vaccination on Mortality in Argentina, DOI: 10.1016/j.vaccine.2024.06.005) demuestra que entre 2020 y 2022, la mortalidad por Covid-19 en chicos y adolescentes vacunados con al menos dos dosis se redujo hasta 18 veces en comparación con la población no vacunada. El trabajo acaba de publicarse en la revista Vaccine con la firma de Rodrigo Quiroga, Sofía Gastellu, Braian Fernández, Romina Ottaviani, Johanna Romina Zuccoli, Pablo Daniel Vallecorsa, Jorge Aliaga y Lorena Barberia.
“Lo que hicimos fue un análisis estadístico a partir de información recopilada de muchas fuentes diferentes; algunas de ellas, públicas y disponibles en la página de datos abiertos del Ministerio de Salud de Nación y otras que obtuvimos a través de pedidos de acceso a la información pública; entre ellas, datos críticos como el estado de vacunación de los niños fallecidos en la Argentina –explica Quiroga, doctor en bioquímica, docente en bioinformática de la Universidad Nacional de Córdoba e investigador del Conicet–. Nos hicimos varias preguntas. La primera fue sobre el impacto de la pandemia en la población pediátrica. Vimos que durante el período analizado murieron por Covid 384 chicos; casi la mitad sin comorbilidades reportadas. Después, nos preguntamos cómo se compara ese número con los de otras enfermedades, y analizamos todas las causas de muertes por enfermedades infecciosas en niños para el período 2015-2022. Covid fue la tercera de 2020 a 2022 y la primera durante 2021. Luego analizamos cómo había incidido la vacunación en esas tasas de mortalidad, y calculamos mes a mes cómo fue variando el tamaño de las poblaciones de niños no vacunados y vacunados con una o más dosis para cada uno de los grupos analizados, de 0 a 2, de 3 a 11 y de 12 a 17 años. Ahí, lo que vimos es que, primero, en la población de 0 a 2 años prácticamente no hubo vacunación, la adopción de las vacunas rondó el 1%, mientras que en la población de 3 a 17 hubo mucha más. Así, pudimos ir calculando cuántos fallecidos había en cada uno de esos grupos y eso nos permitió estimar que durante 2022 fallecieron por Covid aproximadamente uno de cada 30.000 niños no vacunados, mientras que para los vacunados con dos o más dosis fallecieron uno de cada 400.000. Otra cosa que hicimos fue comparar la mortalidad por Covid durante 2020 a 2022 con la que produjeron otras enfermedades contra las cuales ya existen vacunas incorporadas al calendario y ver qué sucedía antes de la incorporación de la vacuna. Y lo que observamos es que la mortalidad por COVID es alrededor de unas diez veces mayor que la de la mayoría de esas enfermedades. A manera de conclusión, viendo que la vacunación reduce significativamente la mortalidad, que la mortalidad por Covid es una de las principales causas de muerte por enfermedades infecciosas en la niñez, y que las muertes que produce son más que las atribuíbles a otras enfermedades contra las cuales los vacunamos, sugerimos que quizás deberían revisarse las políticas públicas de no recomendar la vacunación universal contra Covid en niños, como indica la Organización Mundial de la Salud. Hay evidencia suficiente”.
Junto con Chile y Cuba, la Argentina fue uno de los pocos países que inició la vacunación contra Covid-19 muy temprano, y los resultados muestran que fue una buena decisión. Se autorizó para adolescentes de 12 años o más en agosto de 2021 y en octubre de ese año para los de tres años o más. Sin embargo, los de 6 meses a 2 años sólo recibieron un régimen de dos dosis a partir de julio de 2022.
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“En comparación con las poblaciones no vacunadas, observamos una reducción de 8 a 15 veces en las tasas de mortalidad acumuladas para las poblaciones pediátricas que recibieron una o más dosis, y una reducción de 16 a 18 veces para las vacunadas con dos o más dosis –escriben los investigadores–. El análisis histórico muestra que para las enfermedades para las cuales la vacunación es ahora obligatoria en muchos países, la mortalidad antes de la implementación de la vacuna fue menor que las muertes por Covid-19 durante 2020-2022”.
Y más adelante enfatizan: “Hasta donde sabemos, este estudio es el primero en mostrar que incluso en países con bajas tasas de mortalidad infantil, la carga de la Covid-19 para menores de 3 años podría seguir siendo alta si no se implementa un programa universal de vacunación infantil, especialmente si se compara con la mortalidad histórica previa a la vacunación por otras enfermedades prevenibles con vacunas”.
Para Carlota Russ, infectóloga de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), “durante mucho tiempo circuló la idea de que no era necesario vacunar a los chicos y estos trabajos ponen en evidencia que eso no es cierto. La SAP recomienda fuertemente que se instrumente la incorporación de la vacuna contra Covid en el calendario nacional como una necesidad. Este estudio ofrece argumentos que respaldan lo que pensamos hace rato”.
Algo similar expresa la última acta de la Comisión Nacional de Inmunizaciones (Conain), disponible en la web del Ministerio de Salud de la Nación. “Incluso sugerimos revisar la aplicación de la vacuna contra la influenza que ahora se aplica solamente hasta los dos años y nuestra propuesta es elevar esa edad –agrega Angela Gentile, jefa de Epidemiología del Hospital de Niños e integrante de ese organismo asesor–. Coincido totalmente en que los chicos no estuvieron en agenda al comienzo de esta pandemia, pero se enfermaban. El trabajo es excelente y va a ayudar a tomar decisiones, porque son datos propios. Hay que entender que Covid es una enfermedad inmunoprevenible y las vacunas están para ser usadas. En este momento, hay disponibilidad; tenemos que trabajar mucho para instalar la vacunación pediátrica”.
“La publicación de este estudio es una gran noticia por varias razones –coincide Leda Guzzi, miembro de la Sociedad Argentina de Infectologia (SADI) y de la International Aids Society–. En primer lugar, porque analiza datos recolectados en el país y eso tiene gran importancia a la hora de tomar decisiones de salud pública. Sigue colocando a nuestro país en un lugar muy relevante en la producción de contenido científico de altísimo valor. El trabajo evalúa el impacto que tuvo la vacunación de las infancias y adolescencias contra el virus SARS-CoV-2 en relación con la mortalidad de niños, niñas y adolescentes, y demuestra que la vacunación se asoció con una significativa reducción en la mortalidad en los grupos vacunados tanto en aquellos con factores de riesgo como en los sanos. El impacto de la vacunación contra Covid es muy superior en términos de muertes evitables comparado con el de vacunas para otras infecciones. En suma, este trabajo demuestra que Covid-19 es una enfermedad inmunoprevenible también en la infancia y en la adolescencia, y a partir de estos resultados debería considerarse la incorporación de la vacuna al calendario”.
Daniela Hozbor, doctora en bioquímica, docente de la Universidad Nacional de La Plata e investigadora del Conicet, también destaca que "Al principio costó mucho difundir los beneficios de la vacunación para la población pediátrica. Este trabajo aporta evidencia que muestra que en los grupos donde hubo mayor cobertura, la mortalidad causada por la Covid- 19 disminuyó significativamente. Es evidencia contrastable; están todos los datos a disposición para hacer evaluaciones. Creo que va a contribuir a dar confianza".
Pero el paper va más allá de la mortalidad y deja algunas preguntas sin respuesta; por ejemplo, cuál es la influencia de la vacunación en las secuelas o el Covid prolongado. “Como madre de una niña de alto riesgo, pienso que una de las cuestiones más difíciles en este momento es explicarles a las familias que los niños y las niñas pueden morir de Covid y que esta enfermedad puede causar secuelas que no tienen nada que ver con lo respiratorio –destaca Sofía Gastellu, investigadora en Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nacional de Rosario, y coautora del proyecto–. No la consideran como lo que es, una enfermedad multisistémica. Cuando digo que mi hija desarrolló epilepsia por Covid, muchos médicos me lo discuten, pero sí, tiene secuelas neurológicas muy graves, entonces sería interesante poder hacer pedidos de acceso a la información para ver si los casos pediátricos reportados no fallecidos tienen luego seguimiento por comorbilidades que antes no tenían”.
Precisamente, una de las limitaciones del trabajo es el número reducido de casos y muertes reportados en el grupo de 0 a 2 años. “Se necesitan más estudios para comprender los impactos de la infección por SARS-CoV-2 en la salud de niños y adolescentes, incluida su hospitalización, un marcador de enfermedad grave –escriben–. Hay investigaciones que sugieren que los niños que desarrollan Covid-19 también tienen más probabilidades de padecer otras afecciones de salud graves, como amigdalitis estreptocócica, y enfermedades autoinmunes y cardiovasculares. Un trabajo en casi 800.000 menores de 18 años encontró que aquellos con Covid-19 tenían más probabilidades de desarrollar coágulos sanguíneos, problemas cardíacos, diabetes e insuficiencia renal (…) Además, la evidencia emergente sugiere que el SARS-CoV-2 puede tener efectos duraderos en casi todos los sistemas del organismo durante semanas, meses y posiblemente años después de la infección”.
De acuerdo con Lorena Barberia, profesora de Ciencias Políticas, especialista en evaluación de políticas públicas de la Universidad de São Paulo, y autora correspondiente del trabajo, “Mirando hacia el futuro, y especialmente cuando estamos hablando de discutir temas tan complicados como COVID persistente, estos chicos son el grupo que más tiempo va a vivir las consecuencias de lo que hicimos y hay que estudiarlos mejor para entender lo que les está pasando. Y también hay que reconocer cómo la fragilidad de la información impidió dar una respuesta más eficaz. Tenemos que trabajar sobre la desinformación, los miedos, pero sin mejores datos, más transparentes y públicos, vamos a seguir siendo muy vulnerables. Si queremos estar mejor preparados, tenemos que empezar a pensar en fortalecer los sistemas de información para tomar mejores decisiones como gestores, como padres y como médicos”.
Tanto el código como los datos utilizados están a disposición de quienes quieran revisarlos en repositorios públicos. Desde allí se pueden descargar para repetir el análisis completo, incluso la generación de figuras y gráficos publicados en el trabajo.
“El caso de la Argentina es único porque vacunamos muy pronto y muy bien a la población pediátrica, pero cuando llegó la vacuna de los seis meses eso disminuyó –concluye Gastellu–. Tenemos un triste grupo de control, esos niños que tenían la vacuna disponible pero no la pudieron recibir y siguieron falleciendo. Ojalá este aporte sirva para redoblar el esfuerzo. Unamos voluntades para que las vacunas lleguen a los bracitos de las criaturas”.