Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el ataque cerebral (ACV o stroke, según su denominación en inglés) es la segunda causa de muerte y la primera de discapacidad en adultos. En el país, según un informe presentado en junio de este año en la Cámara de Diputados de la Nación (https://www4.hcdn.gob.ar/archivos/observatorio-ocal/informes/Informe_ACV.pdf), se producen 120.000 anuales, cifra que equivale a alrededor de uno cada 4 minutos. De ellos, 40.000 personas quedan con alguna discapacidad. El 90% de los factores que aumentan el riesgo de padecerlo son modificables (hipertensión arterial, diabetes, colesterol elevado, ingesta de alcohol, tabaco, baja actividad física). Entre otros, figura el estrés, un dato relevante en momentos como los actuales.
De acuerdo con Luciano Sposato, especialista argentino en ACV, profesor de Neurología y jefe del Programa de Stroke de la Universidad de Western Ontario, en Canadá, hay diversos estudios que avalan estos datos. Uno de ellos es el EstEPA, que investigó la prevalencia, incidencia y mortalidad de este cuadro en la localidad de General Villegas, en Buenos Aires (https://www.ahajournals.org/doi/10.1161/circ.146.suppl_1.10248). Otro, el Interstroke, registro mundial de eventos cerebrovasculares.
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Lisandro Olmos, especialista en rehabilitación neurológica, explica que “Aunque el estrés es una reacción normal a los desafíos que nos plantea la vida diaria, en ciertas situaciones la presión que ejercen las extensas jornadas laborales y la inestabilidad económica implican una exigencia mayor de lo que podemos tolerar. Cuando el cerebro percibe una amenaza, envía una señal para que el organismo libere cortisol, una hormona que eleva el ritmo cardíaco y aumenta la presión arterial; esta última [la hipertensión] es precisamente la principal causa de ACV”.
Este ocurre cuando por una obstrucción o la rotura de un vaso se detiene el flujo sanguíneo a parte del cerebro. En esas circunstancias, la falta de oxígeno y glucosa daña el tejido. Las lesiones pueden ser duraderas, resultar en discapacidad a largo plazo o incluso provocar la muerte.
Según explica Olmos, “Un trabajo publicado en The Lancet (https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(16)30506-2/fulltext) identificó los diez factores de riesgo asociados con el 90 % de las causas de ACV. El estrés puede promover muchos de ellos, como la mencionada hipertensión, pero también depresión, alimentación de mala calidad, tabaquismo, menos tiempo para la actividad física y hasta abuso de alcohol”.
El neurólogo también destaca que en 2021, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicaron un estudio que concluyó que aquellos que trabajan 55 horas o más por semana tienen un riesgo 35% mayor de presentar un accidente cerebrovascular y 17% mayor de fallecer respecto de los que gozan de una jornada laboral de 35 a 40 horas semanales.
Para la Organización Mundial de ACV (WSO, según sus siglas en inglés), la depresión y el estrés casi duplican el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular, especialmente en adultos de mediana edad y mayores. Y entre ellos, al menos un 60 % sufren secuelas que requieren rehabilitación. Lo importante es realizarla cuanto antes, ya que en los primeros tres a seis meses la neuroplasticidad está en su punto máximo.
Para atender a la recuperación de estos pacientes, Olmos y Oscar Alzua, dos especialistas con amplia experiencia, fundaron en Luján RehabCenter, una institución que pretende ser de avanzada. “Tanto Alzua como yo quisimos crear algo superador en varios sentidos, pero en especial, incorporando tecnología que es única en el país –cuenta Olmos–. Por ejemplo, un equipo que ofrece soporte parcial del peso para el tratamiento de la marcha, dispositivos de estimulación eléctrica funcional de múltiples canales, balance de equilibrio para pacientes que se encuentran en esa transición tan difícil que es el momento en el que empiezan a caminar y hay que lograr que consoliden la marcha, pero sin caerse…”
Según este especialista, hoy se sabe que la recuperación depende de dos factores principales: la intensidad del tratamiento y la precocidad con que se realiza. La tecnología provee una herramienta para que el trabajo se haga de forma más exhaustiva que cuando depende únicamente de los profesionales.
El centro fue posible gracias a la inversión privada y se encuentra sobre el predio que ocupaba el ex-Hotel Howard Johnson de esa ciudad. Hasta ahora, brinda sus servicios a través de convenios con prepagas y obras sociales específicos para cada paciente.
“Armamos un gimnasio que es el más grande de la Argentina con equipamiento de última generación. Por ejemplo, un ‘loop’ de marcha, que es un equipo fabricado en Bilbao, España, de soporte parcial, con rieles en forma de óvalo colocados en el techo, y que les permite a los pacientes caminar sujetos por un arnés y así evitar el riesgo de caídas. El equipo RT 300 [una bicicleta fija con un equipo de electroestimulación integrado que combina la asistencia, la estimulación eléctrica o la eventual resistencia al ejercicio] también es único. Está provisto de múltiples canales de estimulación eléctrica funcional que permiten trabajar de manera sincronizada: mientras se relajan los músculos agonistas [los que tienen más incidencia en la producción de un movimiento], se estimulan los antagonistas [los que realizan la acción opuesta]. Por eso, el equipo Xcite, para el entrenamiento funcional de los miembros superiores e inferiores, se puede utilizar aún en carencia o en ausencia completa de fuerza muscular y eso acorta los tiempos de recuperación”.
Aunque no se puede estimar una tasa de éxito global en la recuperación, porque cada caso es diferente, lo que sí se constata es que la tecnología acorta los tiempos. “Pacientes que antes tardaban 7,8 o 9 meses en volver a caminar, ahora pueden lograrlo en cinco o seis –subraya Alzua–. Se ahorra tiempo, dinero y esfuerzo, tanto del paciente como de la familia y de los financiadores. Es una diferencia muy importante. Además, alcanzan mejor calidad de marcha. Por ejemplo, el equilibrio es difícil de reeducar (interviene la percepción del propio cuerpo, el área vestibular del oído, la visión). Para eso, tenemos un equipo que hace mediciones cuantitativas y cualitativas de cuál es el estado del paciente y qué es lo que tiene que entrenar; diseña tratamientos a medida y brinda posibilidades que antes no existían. Si usted sufre una lesión parcial de médula, dentro de siete, ocho meses puede llegar a ser lo que se denomina un ‘deambulador comunitario’, a veces con un bastón, a veces con andador.... La pregunta que recibíamos era porqué tardaba tanto. Y la respuesta es que mientras el sistema nervioso se va recuperando, los músculos y articulaciones se deterioran. Es similar a lo que ocurre si uno deja un auto sin uso durante tres meses: las gomas se desinflan, la batería se descarga. Estos equipos permiten trabajar con los miembros y mantenerlos viables para cuando la médula vuelva a funcionar. Tuvimos casos de personas que cuando vinieron a rehabilitación con equipamiento especial, vieron una mejora que antes no habían logrado”.
El ACV es la principal causa de discapacidad, sobre todo en adultos mayores, pero en los menores de cuarenta ese lugar lo ocupa el trauma de cráneo causado por accidentes viales y deportivos. “Además –agrega Olmos–, hay que sumar un nuevo factor que puede hacer necesaria la rehabilitación: al haber aumentado la expectativa de vida, muchas personas que deben pasar largo tiempo en el hospital egresan severamente debilitados. Es lo que denominamos polineuropatía y miopatía del paciente crítico. Necesitan un reacondicionamiento físico, porque están literalmente tetrapléjicos o parapléjicos. Tienen que volver a fortalecer sus músculos y a entrenar la marcha”.
Alzua destaca que para utilizar esta tecnología se requiere un entrenamiento especial. Y subraya que dentro de 20 o 30 años “no van a alcanzar las manos de los profesionales para atender a las personas ancianas. El equipamiento ayuda a desarrollar programas más intensivos y que cada especialista multiplique su capacidad de trabajo”.Dado que ambos son docentes del posgrado de rehabilitación neurológica de la Universidad Barceló, tanto Olmos como Alzua esperan también poder utilizar estos nuevos equipos en protocolos de investigación. “Muchos de ellos solo fueron ensayados en pequeña escala –explica–; nuestra idea es probar sus beneficios en mayor cantidad de casos. Más allá de la actividad terapéutica, queremos hacer docencia e investigación”.