Un grupo de investigadoras e investigadores bonaerenses confirmó la presencia y la expansión en la Provincia de tres mutaciones génicas en mosquitos de la especie Aedes aegypti, que indican que su capacidad de resistencia a los insecticidas tradicionales va en aumento.
Tener ese dato comprobado científicamente es indispensable para las futuras políticas de control del insecto que transmite el dengue (entre otras enfermedades), las cuales además deberían contemplar otro tipo de productos o estrategias con los cuales tratarlo, ya que la resistencia puede continuar expandiéndose.
Esta investigación fue llevada a cabo por un equipo interdisciplinario de científicas y científicos pertenecientes al Laboratorio de Neurobiología de Insectos (CENEXA-CREG-UNLP- CONICET), el Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas (INIFTA, CONICET-UNLP) y el Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores (CEPAVE,CONICET-UNLP-asociado a la CIC).
El estudio fue financiado por la convocatoria Ideas Proyecto de la Comisión de Investigaciones Científicas (CICPBA) y también por un proyecto Salud Investiga -que hasta 2023 otorgaba el Ministerio de Salud de la Nación- en el cual intervinieron la Dirección de Epidemiología del Ministerio de Salud de la Provincia y el Centro Nacional de Diagnóstico e Investigación en Endemo – Epidemias (CENDIE-ANLIS-Malbrán).
Un primer objetivo: saber si hay resistencia y en dónde
Para dimensionar la relevancia de la investigación en estrategias para combatir el dengue, cabe señalar que actualmente representa la principal arbovirosis de la región de las Américas. Y en Argentina, los picos altos de contagios se han venido acelerando: antes se producían cada cinco o seis años, pero los más recientes ocurrieron con una diferencia de apenas tres, en 2020 y 2023.
“La Organización Mundial de la Salud recomienda que todas las campañas de control tienen que tener en cuenta la situación de resistencia del mosquito para el diseño racional de las políticas públicas”, afirma bióloga y Doctora en Neurociencias, Sheila Ons, directora del Laboratorio de Neurobiología de Insectos y también de este proyecto de investigación.
El primer objetivo del trabajo fue saber si en la Provincia había resistencia a insecticidas, para lo cual realizaron estudios genéticos. “Esos trabajos nos permitieron descubrir que sí, que hay resistencia a insecticidas, expandida en el territorio de la Provincia, sobre todo en el área metropolitana de Buenos Aires (AMBA)”, detalló.
Para llegar a esa conclusión, hubo varios pasos previos. “Se colocaron ovitrampas, que son trampas para huevos, en 16 municipios de la Provincia, distribuidas en el AMBA y en Pergamino”, explicó Ons. Se recolectaron un total de 22.123 huevos, que se enviaron una parte al CENDIE y otra al CEPAVE, donde los hicieron crecer hasta tener los adultos.
“Una vez crecidos, nos dieron el material y tomamos 30 adultos por cada uno de estos municipios y extrajimos el ADN de cada uno”, indicó. Luego, con una técnica basada en PCR, buscaron unas mutaciones génicas específicas.
“Se sabe a nivel mundial que hay mutaciones génicas que al Aedes aegypti, en un gen particular, le causan resistencia al insecticida. Entonces la pregunta era: ¿están esas mutaciones presentes en la Provincia de Buenos Aires y en Argentina?”, preguntó Ons, que ya tenía la respuesta: “Encontramos que sí”.
La especialista recordó que ya habían hecho un trabajo parecido, con mosquitos recolectados antes de la pandemia, previo a los brotes de 2020 y 2023. En aquel momento no habían detectado las tres mutaciones génicas en la Provincia, sino solamente una. “Es decir, encontramos que la resistencia es mayor que la que era hace unos años. Incluso, además de buscar las dos mutaciones que se suelen investigar, fuimos a buscar una tercera, que es menos estudiada pero que también existe y también la encontramos”, remarcó.
“Además hicimos una correlación entre los casos de dengue cada 10.000 habitantes que hubo en el brote de 2023 y el porcentaje de la mutación doble. Lo que vimos es que cuanto más se fumigó, más creció el porcentaje de resistencia. Esto nos da un indicio de que existe una correlación. No quiere decir que sea una causalidad, pero sí que hay correlación. Si bien es esperable que sea así, tenemos un dato que lo demuestra”, amplió.
Un mapa para la prevención
Todos los insectos tienen mecanismos para poder adaptarse a los tóxicos que están en el ambiente, incluidos los insecticidas. Por esa razón, el mosquito que transmite el dengue ha desarrollado resistencia a los productos que se utilizan para las fumigaciones. La importancia de esta investigación es que ahora la Provincia puede contar con un mapa para saber qué estrategia emplear dependiendo de cuánta resistencia exista en cada región.
“Con los datos obtenidos podríamos construir una especie de semáforo. Estos datos de resistencia irían encendiendo las luces rojas, amarillas o verdes. A cada luz le debería corresponder un tipo de manejo distinto de la plaga. Verde serían zonas donde la resistencia es bastante incipiente o no se detecta”, ejemplificó, sobre un caso donde el efecto del insecticida aún sería completamente efectivo. El rojo, sería todo lo contrario, los lugares donde la resistencia está expandida y, por lo tanto, la estrategia de combate del mosquito debiera ajustarse.
“Sin embargo, se trata de una propuesta que ha sido hecha para otros territorios y podemos tomar como ejemplo. Es importante que la comunidad científica y las autoridades de salud trabajemos en conjunto para elaborar las mejores propuestas basadas en evidencia para nuestro territorio”, remarcó.
Un segundo objetivo: buscar alternativas
Como se ve, el uso de los insecticidas tradicionales para fumigar tiene varios problemas. Por un lado el alto impacto ambiental: no son suficientemente biodegradables, se acumulan en los ecosistemas y además afectan a especies benéficas, como las abejas u otras que son enemigas naturales de plagas.
Pero además, propician el surgimiento de poblaciones de Aedes aegypti que se vuelven más resistentes, entonces cada vez se necesitan dosis más altas del producto (y más contaminantes) para conseguir los mismos efectos. Hacen falta alternativas.
Por esa razón, el proyecto tuvo un segundo objetivo: “nuestra investigación también abarca la búsqueda de nuevos mecanismos insecticidas, que reemplacen o complementen a los que están actualmente en uso”.
“Buscamos nuevas moléculas insecticidas, con mayor compatibilidad ambiental y que tengan mejores capacidades para sortear los mecanismos de resistencia de la especie. Para eso nos basamos en lo que se llaman mecanismos de silenciamiento génico y además utilizamos nanotecnología, de manera de nanopartículas, para mejorar la eficacia en que le llegan estos nuevos insecticidas al mosquito”, apuntó.
Estos nuevos sistemas basados en biotecnología y nanotecnología continúan en etapas de experimentación: “hace falta mucho más trabajo de investigación, que no se termina con esta etapa del proyecto, si no que acaba de empezar”, aseguró la investigadora.
Por David Barresi. Con información de la Agencia de Noticias Científicas