“Tengo la palabra en la punta de la lengua”. “¡Me olvidé de mandar un mail!”, ¿qué venía a buscar?”. Desde que comenzó la pandemia cada vez más personas tienen pequeños olvidos en la vida cotidiana. Aunque esta situación es muy reciente y aún está sucediendo, lo cierto es el estrés, la ansiedad, la ruptura de los hábitos cotidianos y la falta de socialización a largo plazo predisponen a tener alteraciones en la memoria.
¿Qué le pasa al cerebro, por qué reacciona de este modo? El punto clave es el estrés, que es una reacción fisiológica. Ante un ataque de cualquier índole –en este caso, un virus desconocido hipercontagioso que puede ser grave o letal- el organismo se prepara para afrontarlo con un mecanismo de lucha y defensa en el que entran en juego sustancias como la adrenalina. A esto se le llama estrés agudo. El cuerpo forma como una coraza, una suerte de protección en el que el dolor se siente poco o nada y le permite seguir adelante. En el ser humano esta forma aguda dura aproximadamente tres meses. De hecho, los profesionales de la salud mental cuentan que durante ese lapso desde el inicio de la cuarentena hubo poco ruido psiquiátrico. “Pasado ese tiempo empieza a subir otra sustancia, el cortisol, que también es una hormona de defensa, pero de estrés crónico. Esa hormona afecta, entre otras cuestiones, la función mnésica, la de la memoria, por eso ahora sí se está viendo mucho ruido psiquiátrico”, explica el Dr. Luis Ignacio Brusco, director del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la UBA.
Una persona afectada por estrés crónico que no tiene una enfermedad neurológica como alzheimer puede manifestar trastornos de ansiedad. “La ansiedad y la depresión producen trastornos de la memoria declarativa –acordarse conscientemente de algo-, porque alteran la atención o trastornos en la memoria de trabajo o memoria online. El estrés hace que por un lado estés desatento y por otro que esa función mnésica de memoria inmediata se vea afectada. En las personas sanas sin patologías previas lo más probable es que esto se revierta en cuanto la ansiedad disminuya. En cambio, si es un adulto mayor quien manifiesta estos síntomas, es importante descartar que el estrés crónico producto de la pandemia haya desencadenado un trastorno cognitivo”, avisa el Dr. Brusco.
Cambio de hábitos y menos vida social
Somos, por naturaleza, seres gregarios. Hemos construido urbes como ninguna otra especie. Una regla de la neurobiología evolutiva dice que cuanto más cortezas intelectuales tenemos, más gregarios somos. Por lo tanto el confinamiento, o como ahora, la merma importante de vida social, impacta negativamente en la mente. La psicobióloga Daisy Fancourt, de University College London, está investigando cómo se sienten las personas en el Reino Unido durante la pandemia. Por lo pronto pudo observar que los niveles de ansiedad alcanzaron su punto máximo cuando comenzó el confinamiento y, aunque gradualmente se fueron reduciendo, los niveles promedio se mantuvieron más altos que antes de la aparición del coronavirus, especialmente en las personas jóvenes, que viven solas, tienen hijos, son de bajos ingresos o están en áreas urbanas.
La tecnología nos salvó del aislamiento, permitió que sigamos en contacto, que nos viéramos y charláramos, todas cuestiones fundamentales para anclar recuerdos y mantener los afectos. Es lo mejor que nos pudo pasar bajo estas circunstancias, pero en algo nos afecta. “Es muy diferente la percepción intersubjetiva presencial que la del zoom. Se necesita al otro presencial, olerlo, verlo en 3 D, ver su movimiento facial en vivo y en directo. El impacto psicosocial es muy diferente porque por pantalla no se prende la neurona espejo; cuando ves cantar se te mueven neuronas de la laringe, si ves un partido de tenis se te mueven neuronas del motor, si no es presencial, no pasa”, explica el director del departamento de Salud Mental de la UBA.
Que fluya
¿Cómo podemos recuperar esos destellos de memoria perdida? “Tiene que haber fluidez, reposo cerebral, mantener en piloto automático el cerebro en forma consciente. La meditación y el yoga son uno de los pocos procesos neurológicos que se sabe que hacen reposar al cerebro y producen plasticidad neuronal. El ejercicio aeróbico es el otro. Hacer tareas cotidianas que no sean exigentes como regar el pasto, realizar cosas por placer y caminar son dos procesos centrales para que el cerebro funcione correctamente. Cuando uno entra en estrés permanente la fluidez se agota”, afirma el Dr. Brusco. “Y obviamente sostener la cuestión empática psicosocial, conceptos importantísimos para mantener la plasticidad neuronal, mucho más que hacer crucigramas sobreexigidos”.
Ante todo, Brusco aconseja caminar en el verde durante el día. “El sol inhibe la melatonina, que es la hormona del sueño y eso hace que a la noche uno duerma correctamente. El ritmo del sueño es muy importante para que la memoria funcione. Hemos pasado el invierno encerrados, por eso la gente duerme mal y se disparó la venta de medicamentos hipnóticos y melatonina. Además, no debemos olvidar que somos seres caminantes. Las sociedades han avanzado muchísimo pero nuestro cerebro sigue siendo el mismo. Tenemos 300 mil años en el mundo, de los cuales durante 290 mil años fuimos nómades y apenas 10 mil, sedentarios. En promedio caminábamos de 6000 a diez mil pasos días en llanuras y selvas cuando éramos nómades. Por lo tanto no caminar es gravísimo para el ser humano, produce cambios en el síndrome metabólico, hipertensión, cambios de colesterol, falta de estímulos y aumento de peso, entre muchas otras cosas, y trastornos psicólogicos”.
Verde, fluidez y bajar la tensión. Ya vendrán tiempos mejores. Como dijo Lepera en la voz del gran Carlos Gardel: Y aunque el olvido que todo destruye,/haya matado mi vieja ilusión,/guardo escondida una esperanza humilde/que es toda la fortuna de mi corazón.