María Franco, la panadería que hace huevos de Pascua de hasta 40 kilos en Boedo

Es un tradicional negocio familiar del barrio porteño de Boedo que año a año supera el tamaño de los huevos de Pascua que elaboran. Este año, superaron su propio récord: el más grande pesa 40 kilos.

08 de abril, 2023 | 00.05

Son las 9 de la noche y Giselle lleva más de 12 horas armando y decorando huevos de Pascua. Está cansada, pero lo hace con la alegría y la pasión que le genera trabajar con chocolate. La panadería “María Franco”, se convirtió en un clásico que se especializa en hacer huevos de Pascua ‘gigantes’ y este año batió su propio récord: por primera vez elaboraron uno de 40 kilos. “El año pasado habíamos hecho uno de 25 kilos y este año nos superamos”, asegura orgullosa Giselle, la dueña y repostera del local.

Giselle habla parada al lado de 25 huevos de tres kilos cada uno: “La verdad es que no hay mucho de estos en el mercado”. Estos tamaños, combinados con la buena calidad del chocolate, hace que todas las Semanas Santas se formen largas filas en la calle alrededor del negocio. El secreto, dice, es trabajar con amor y aprender a comprar buenas materias primas, rodeándose de un buen equipo de proveedores.

Los comienzos

Las hermanas Giselle y Celeste Franco tenían dieciocho y diecisiete años respectivamente cuando su padre, que por entonces trabajaba en el rubro textil, quebró. Corría el año 2001, y las chicas, curiosas y emprendedoras, pensaron que el negocio podría brindarles la ayuda necesaria para que ambas pudieran ir a la universidad. Giselle, a estudiar biología y Celeste, contabilidad y administración de empresas. Como María Celeste y María Giselle tienen en común el primer nombre, al local lo llamaron “María Franco”. Así fue como la panadería, ubicada en avenida Boedo 2063, abrió sus puertas en julio de 2001, en plena crisis económica.

El negocio comenzó siendo un despacho de pan: “Al principio no elaborábamos nada, era tan chiquito que parecía un kiosko y la gente nos pedía cigarrillos”, recuerda Giselle entre risas. A los pocos meses fueron incorporando ‘sanguchitos’ de miga y productos de catering, pero nada de elaboración propia. De a poco fueron creciendo y eso les permitió comprar el local de al lado. Hasta que en 2003 se les ocurrió incursionar en los huevos de Pascua artesanales. “Empezamos y al poco tiempo nos desbordó. Fue a fuerza de horas, horas y horas de trabajo y sacrificio”, asegura. El negocio cobró fama y la demanda siguió creciendo, lo que hizo que Giselle tuviera que elegir entre la carrera de biología y la cocina. El chocolate y la familiar pudieron más.

“Con el correr de los años aprendimos a laburar mejor, a desafiarnos, fuimos creciendo y empezamos a analizar qué faltaba en el mercado para poder aportarlo nosotras”, describe la repostera, en diálogo con El Destape.

Negocio familiar, historia familiar

No solo las hermanas trabajan en el local. Ana, la mamá de las chicas, se encarga de la atención al público; y en los primeros años también trabajaron los abuelos, Nieves y Rafael, que hoy tienen, ambos, 94 años. Nieves colaboraba con los postres y las tortas y Rafael, a quien todos conocen como “Felito”, hasta hace no mucho continuaba atendiendo a los clientes.

En 2021, hace todavía muy poco, falleció Celeste, con tan solo 37 años de edad. Esto significó un golpe muy duro para Giselle y para toda la familia. Históricamente, todos los sábados previos a las Pascuas, en “María Franco” se realizaban talleres gratuitos para que los chicos pudieran hacer, decorar y llevarse su propio huevo de pascua. “Este año estoy muy desbordada de trabajo y no sé si voy a llegar. El año pasado fue el primer taller sin mi hermana y me costó mucho, no pude casi participar. No éramos solo hermanas, éramos socias, amigas, todo. Nos podíamos matar, pero el amor que nos teníamos era de mucha admiración mutua”, dice emocionada Giselle.

A pocos metros del local, la familia tiene un café cultural que es administrado por el padre de Giselle y que lleva el nombre de Celeste.

El legado de la abuela

Giselle reconoce que heredó la pasión por la cocina de su abuela Nieves, que era decoradora de tortas. “Cuando yo tenía 11 años le pedía a ella que me enseñara. Así que la observaba y practicaba los movimientos que ella hacía con la manga. Me enseñaba como le enseñaban a ella, era la maestra más exigente que podía tener”, recuerda.

Ese legado persiste hasta hoy, ya que los huevos de Pascua de “María Franco” no se destacan solo por los tamaños y la calidad del chocolate, sino también por las delicadas decoraciones hechas a mano.

“Me apasiona trabajar con chocolate, lo disfruto muchísimo. A veces no me doy cuenta y de golpe son las 9 de la noche y sigo trabajando. Hacemos de todo con chocolate”, detalla.

Las Pascuas se empiezan a preparar en septiembre

La preparación para las Pascuas comienza en septiembre, cuando Giselle negocia los precios con los proveedores y encarga los papeles impresos. “Este año aumentamos un 100 %, es decir que estamos por debajo de la inflación. Planificar la compra con tanto tiempo me permite moverme en ese margen”, detalla Giselle. Es que otra marca registrada del negocio es el buen precio: los huevos más económicos se venden a 210 pesos.

Este año, los más vendidos son los huevos de un kilo y medio, que equivalen aproximadamente a 600 gramos de chocolate y tienen un valor de 9600 pesos. “Nunca vendimos tantos de esos como este año. Son huevos familiares. Hoy en cualquier supermercado tienen un huevo marca Ferrero Rocher que sale 5 mil y pico de pesos y que no llega a los 250 gramos. Si tenés que llevar para toda la familia es mejor llevarte este grande y compartirlo porque rinde más y los pibes se quedan maravillados. Si llevas varios chiquititos terminas gastando más”, explica.

En “María Franco” trabajan, además del chocolate común, que puede ser de leche, blanco o semiamargo, una línea premium con chocolate belga. Los rellenos de los huevos de Pascua varían según el tamaño y la línea. “Los huevos tan grandes no se pueden llenar mucho porque se vuelven muy pesados y eso se vuelve riesgoso”, detalla la repostera.

Con respecto a los huevos ‘gigantes’, Giselle aclara que tienen un público muy específico y se venden más de lo que se piensa: “Se los llevan para bingos, empresas o sindicatos”.  Detrás del mostrador Ana agrega que el año pasado vino un famoso, cuyo nombre no puede revelar, y se llevó nueve.

“La gente nos conoce porque ya llevamos muchos años y nos convertimos en la tradición familiar. Eso me llena de orgullo”, concluye Giselle.