Nunca Más: 6 testimonios de personas que fueron secuestradas en la dictadura

El juicio a las juntas militares de la dictadura cívico-militar en Argentina fue una total revelación del horror. Los testimonios fueron inolvidables visiones de las torturas y las vejaciones a las que fueron sometidos miles de argentinos. Te contamos algunos de los más impactantes. 

20 de septiembre, 2023 | 12.35

El 22 de abril de 1985 marcó un hito crucial en la historia de Argentina. Ese día comenzó el juicio a las Juntas Militares de la dictadura cívico-militar que gobernó el país entre 1976 y 1983. Este proceso judicial no solo buscaba impartir justicia, sino también sacar a la luz los horrores ocultos detrás del régimen militar.

Los testimonios de las víctimas de la dictadura, escuchados en el juicio y reproducidos por los medios de comunicación, expusieron ante gran parte de la sociedad lo que muchos habían ignorado o preferido no saber: el espeluznante plan sistemático de represión ilegal, tortura y desaparición de personas llevado a cabo por la dictadura.

En su campaña electoral de 1983, Raúl Alfonsín había prometido que los dictadores serían juzgados. Cumpliendo con esta promesa, en la primera semana de su mandato, estableció que el juicio a los responsables de las violaciones a los derechos humanos sería llevado a cabo por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, con la instancia de apelación en la Cámara Federal de la Capital.

Sin embargo, lograr esto requirió una ardua negociación en el Congreso y enfrentó la oposición de algunos diputados y senadores que justificaban la represión de la dictadura. En septiembre de 1984, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas anunció que no emitiría sentencia en la causa que se había iniciado en diciembre de 1983. En consecuencia, la Cámara Federal asumió el control del juicio y exigió al Consejo Supremo que le entregara las miles de fojas del expediente.

Los testimonios 

A continuación, te mostraremos seis testimonios escalofriantes sobre víctimas que declararon en el juicio a las juntas militares y que sufrieron la represión de la dictadura cívico-militar.

Parir en un auto, esposada

Adriana Calvo de Laborde, licenciada en Física, fue la primera en declarar en el juicio y su testimonio fue estremecedor. Contó que fue secuestrada el 4 de febrero de 1977 en su casa de Tolosa, en las afueras de La Plata, y que pasó por varios Centros Clandestinos de Detención y Tortura del llamado Circuito Camps hasta terminar en El Pozo de Banfield.

Estaba embarazada y el 15 de abril empezó con el trabajo de parto. Tuvo a su hija en el piso de un auto, encapuchada y con las manos atadas: “Mi trabajo de parto comenzó alrededor de las 7 de la noche, supongo era de tardecita ya, era mi tercer hijo, ya sabía que iba a nacer muy rápido. Las demás comenzaron a llamar nuevamente al cabo de guardia. Después de muchas horas, yo ya estaba prácticamente con contracciones de parto, llegó un auto, un patrullero, me subieron al auto y salimos. Adelante iban dos personas de civil, el auto era un patrullero, yo lo vi y detrás iba una mujer que yo entiendo se trataba de Lucrecia, por la descripción que me habían hecho de ella las chicas: era una mujer de flequillo, de pelo muy negro, de pelo muy lacio y ojos muy grandes. Iba detrás en el asiento, ella iba sentada junto a una ventanilla, yo iba acostada en el auto, ya no daba más (…)”

“Yo iba acostada en el auto, vendada, los ojos vendados y con las manos atadas atrás. Me dediqué, absolutamente todo el tiempo que duró el viaje, a decirles que yo me iba en libertad, que ellos me habían dicho que me largaban, que me llevaran a un hospital. Ellos me dijeron que me llevaban a un hospital, me decían que sí, me decían sí a todo, me insultaban, les decía que estaba por nacer mi criatura, que no podía aguantar más, que pararan, que no era mi primer hijo, yo sabía que estaba por nacer. Lucrecia no hacía nada, el que manejaba y el que lo acompañaba se reía, me decía que era lo mismo, que igual me iban a matar, iban a matar al chico, qué me importaba. Por fin, yo no sé ni cómo alcancé a sacarme la ropa interior para que naciera, realmente no lo recuerdo. Les grité, íbamos a toda velocidad por la ruta que une La Plata con Buenos Aires, y yo les grité ‘ya nace, no aguanto más’, y efectivamente nació, nació mi beba. Lucrecia gritaba ‘ya nació’ (…)”

“Mi beba nació bien, era muy chiquita, quedó colgando del cordón, se cayó del asiento, estaba en el piso, yo les pedía por favor que me la alcancen, que me la dejen tener conmigo... no me la alcanzaban, Lucrecia le pidió un trapo al de adelante, que cortó un trapo sucio y con eso ataron el cordón, y seguimos camino. Habían pasado tres minutos, mi beba lloraba, yo seguía con las manos atrás, seguía con los ojos tapados, no me la querían dar, señor presidente, ese día hice la promesa de que si mi beba vivía y yo vivía iba a luchar todo el resto de mis días porque se hiciera justicia”, contó.

La picana y la máquina de coser

Graciela Trotta fue secuestrada en un café de Palermo delante de decenas de personas y trasladada al CCDT El Banco. Ahí fue torturada para que revelara el paradero de su marido. En su testimonio denunció, además de las torturas, el del robo de bienes a los desaparecidos: “Estaba tomando un café en la calle Canning y Santa Fe y de pronto, vienen al lugar en dos coches varias personas que me agarran fuertemente de las manos y me esposan y me llevan a puntapiés diciendo que estaba drogada, porque yo gritaba que me estaban secuestrando y gritaba mi nombre y apellido. Me llevan a un coche, ponen la sirena y tardan más o menos media hora hasta llegar a un lugar que después supe que se llamaba El Banco, en la autopista Ricchieri y Camino de Cintura. Tengo un embarazo de tres meses de gestación, entonces me amenazan constantemente con una sevillana, un tal Colores (N del A.: se refiere al represor Antonio del Cerro)”.

“Me llevan a una sala donde me dicen que voy a conocer a una persona que seguramente me va a hacer hablar, porque querían saber dónde vivía y con quién vivía. Entonces esta persona dice no conocerme, yo tampoco la conozco, por lo cual soy bastante golpeada y me ponen en una mesa, me atan y, bueno, proceden a darme lo que ellos llaman máquina. Luego de pasar un rato que para mí fue bastante largo, me levanto porque ya no soportaba más el dolor, y les digo donde vive mi marido, con mi hijo, que tenía dos años de edad. Vamos hasta la casa, con un amplio operativo, la rodean, hacen salir a mi marido con el nene y al nene lo dejan abandonado en el medio de la calle. Roban todo, absolutamente todo, al punto que ese señor Colores que le nombré anteriormente me pregunta cómo se maneja la máquina coser porque su mujer no sabía usarla, porque se le enredaban los hilos”, relató.

Testimonios en el Juicio a las Juntas

“El Profesor del ERP”

Ricardo Ovando era profesor universitario cuando lo secuestraron. Fue "blanqueado” a disposición del Poder Ejecutivo. Su testimonio asentó que los dictadores no sólo prohibieron libros “sospechosos”, como el texto de Física “La Cuba electrolítica” al confundir el objeto con el país caribeño, sino que también los llevó a secuestrar y torturar en base a esos “errores”.

“Yo estuve preso durante dos años y medio sin que se me haya informado jamás la causa de mi detención. Ahí lo conocí al coronel (Carlos) Bulacio. Le dije: ‘Coronel, yo por desgracia o por suerte, no sé, pero he nacido sin miedo, pero tengo una madre de 93 años que se está dejando morir por mi situación. Tengo mujer, tengo hijos, ustedes tienen todo a la fuerza, el derecho se llama fuerza, la ley se llama fuerza, la justicia se llama fuerza… En consecuencia, ¿por qué no me hacen un proceso, me condenan, me fusilan? Acúsenme de lo que a ustedes se les ocurra, yo le garantizo a usted que me voy a declarar culpable desde la muerte del sargento Cabral para adelante’. Entonces me dijo que les habían dicho que yo era profesor del ERP (N. del A.: Ejército Revolucionario del Pueblo) y yo era profesor de una materia que se llamaba ERSA (N. del A.: Estudio de la Realidad social Argentina)”, declaró.

“Ustedes tienen que estar muertos”

Ana María Mohamed fue secuestrada en Córdoba y trasladada al CCDT La Perla. Estaba detenida-desaparecida allí hasta que en octubre de 1977 la llevaron a la sede del Comando del Tercer Cuerpo de Ejército, a cargo de Luciano Benjamín Menéndez (a) “Cachorro”. Allí le informaron que sería sometida a un consejo de guerra: “En 1977, octubre aproximadamente, me trasladan al Tercer Cuerpo y me dicen tres nombres. Yo hasta la fecha no sabía nada, y bueno, yo elijo el más fácil, Romero, y me dicen ‘bueno, ese va a ser tu defensor porque estás en consejo de guerra’".

"En el consejo, en el que estuve encapuchada todo el tiempo, me dicen que no estaba claro de qué me iban a acusar y el que era mi defensor, Romero, en un momento me llevó al costado, me puso una pistola en la cabeza y me dijo: ‘Acá tenés que declarar todo, porque si no yo no te voy a poder defender’. Al final me toman declaración de si yo había participado de un homicidio. Pasan unos meses y en enero del 78, cuando yo ya estaba en la cárcel, me llaman a las oficinas y se presenta un militar y me dice que el consejo de guerra anterior se disolvió y que me van a hacer uno nuevo. Después me dice: ‘Yo voy a ser tu defensor, pero te voy a aclarar aquí que para mí vos y todos ustedes tienen que estar muertos, todos bajo tierra’”, relató.

Muerte en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada)

Carlos Muñoz estuvo en la Escuela de Mecánica de la Armada en febrero de 1979, cuando le preguntaron si sabía falsificar documentos. Tras aceptar, descubrió que había un archivo microfilmado de cada uno de los detenidos y de su destino final: “Yo aparte de trabajar en la falsificación tuve acceso al archivo. Se microfilmaban todos los casos de la gente detenida. O sea, cada detenido que llegaba a la ESMA se le abría una carpeta, con el número de caso. Esa carpeta contenía todos los antecedentes y todas las descripciones, todo lo que el secuestrado había escrito y finalmente había una sentencia. Había una hoja donde se abría el caso, decía adónde había sido secuestrado, a qué organización o a qué grupo político pertenecía, quiénes habían participado del operativo de secuestro, en qué época y, finalmente, la sentencia. La sentencia se sintetizaba en una T o en una L. La T significaba el traslado y la L la libertad. Yo tuve acceso a esos microfilms en octubre o noviembre del año '79 y pude ver la dimensión de la matanza que había dentro de la ESMA, porque había aproximadamente 5.000 casos y las L que representaban la libertad eran realmente muy, muy pocas”, explicó ante los jueces.

No necesitó aclarar que la T de “traslado” significaba en realidad la muerte.

Nunca Más

La valentía de Víctor Basterra

Víctor Basterra declaró el 22 de julio de 1985, exactamente al cumplirse dos meses del inicio del Juico a las Juntas. En su testimonio contó que lo habían destinado a sacar fotografías para falsificar documentos. Arriesgando su vida diariamente, comenzó a hacer copias de las fotos de cada uno de los represores a los que les falsificaban los documentos, para despues llevarlos a su casa y dejarlos ahí cuando lo llevaban a visitar a su familia. Esto permitió identificarlos. Además, declaró: 

-¿En qué condiciones estaba? ¿Atado, engrillado? – le preguntó uno de los jueces.

-El estado en que uno se encontraba en esos momentos era con una capucha puesta en la cabeza, esposado y con grilletes en las piernas. Eso era permanente, para sentarse había que llamar al guardia, si lo permitía. Yo recuerdo que tenía mucha sed y hacía mucho frio, y le pedí al guardia que me trajera agua, por favor, y el guardia dijo: “¿Así que vos querés agua?”, y me tiró un jarro de agua encima de las ropas. Era permanente un trato así, denigratorio y violento - respondió.