A 23 años del asesinato de Natalia Melmann, el grito de su familia: "Queremos el esclarecimiento total de la causa”

La familia Melmann libró una batalla legal de 23 años que aún sigue su curso. En la casa en la que alguna vez fueron felices y familión de seis, recuerdan a Natalia sonriente y aseguran que van por el quinto efectivo de la Bonaerense involucrado en su abuso grupal y crimen.

04 de febrero, 2024 | 00.05

Si algo ha caracterizado a la familia Melmann, en estos largos 23 años, es la persistencia. Tras la condena a prisión perpetua a Ricardo Panadero el año pasado (el cuarto policía y tras 22 años de impunidad), se propusieron ir por el quinto efectivo involucrado en el femicidio -de quien la Justicia guarda un registro de ADN desde el año 2001-, pero ese tampoco ha resultado un camino sencillo. Más de dos décadas después y en las vísperas de una nueva marcha por las calles de Miramar, renuevan la exigencia de justicia.

El 4 de febrero de 2001 Miramar se vio conmocionada ante la aparición del cuerpo sin vida de Natalia Melmann (15) en el Vivero Dunícola, un bosque en el sur de la ciudad. Había desaparecido unos días antes en inmediaciones de un boliche de la costa. Por el crimen fueron condenados a reclusión perpetua los policías bonaerenses Ricardo Suárez, Oscar Echenique, Ricardo Anselmini y el citado Ricardo Panadero. Además, Gustavo “el Gallo” Fernández, un delincuente cercano a los uniformados, también fue a prisión por ser el entregador de la adolescente. Los policías la secuestraron en una camioneta y la llevaron a una vivienda del barrio Copacabana donde la sometieron a una violación grupal y a torturas. Finalmente, la ahorcaron con un cordón de su propia zapatilla y descartaron su cuerpo en el vivero a la espera de que la descomposición natural borrara las pruebas que los involucraban. 

Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

Los pedidos constantes de salidas transitorias y de libertad de los detenidos -rechazadas por la Justicia varias veces-, son espadas de Damocles sobre los Melmann. En el pasado, los policías buscaron amedrentarlos: estacionaban autos en las inmediaciones de su casa, los seguían en la calle y hasta les colgaron un perro muerto en el patio.

También están amenazados de muerte por los familiares de los asesinos de Natalia. Apenas a dos cuadras de la casa de Laura Calampuca, la mamá de Natalia, viven los Echenique, uno de los clanes temidos del barrio Los Pinares de Miramar. En la plaza que está a unas pocas cuadras, uno de los ocho hijos del expolicía Oscar Echenique le puso el dedo índice en la sien, simulando un revólver, al nieto de Laura. Tiempo después, terminó en la cárcel por matar a un joven en una fiesta.

La lucha de Gustavo y Laura para que se haga justicia tuvo momentos dramáticos, sobre todo porque los responsables del crimen de su hija llegaron al primer juicio -en 2002- en libertad y amenazando a los testigos, un año y medio después del hecho. Gustavo Melmann recuerda que durante la extracción de sangre, que se hizo en el Complejo Policial Juan Vucetich de Mar del Plata, “en determinado momento se fueron el Fiscal y mi abogado, y yo quedo sólo con Ricardo Suárez y su defensor. Él se estaba arremangando la camisa y observé que a las mangas les hacía los mismos dobleces que tenían los pantalones de Natalia el día que encontraron el cuerpo en el Vivero Dunícola, cuatro días después de la desaparición. Sus pantalones estaban prolijamente doblados, yo en ese momento pensé ¡qué maníaco!”.

El padre de Natalia no podía despegar sus ojos de las mangas de la camisa del policía, que se sintió descubierto. Suárez miró a los ojos a Melmann y le lanzó una frase que podría helarle la sangre a cualquiera: "los platos más ricos se comen fríos, cuando salga de la cárcel te mato".

 Las huellas de Natalia en Miramar

Laura Calampuca bucea en los recuerdos de su hija, guardados en cajas que ahora están en el piso de su cuarto. La habitación es sencilla, un ropero y una cama de una plaza junto a la ventana que da al jardín con la foto de Natalia pegada en la cabecera, sobre el respaldo de madera. Aunque se vea cansada y se queje de los achaques (tengo de todo, empezando por la diabetes, dirá), aunque sus ojos estén hinchados como los de un boxeador de tanto llorar, continúa revisando papeles con ímpetu. Saca recortes de diarios, afiches de los primeros días cuando la tragedia todavía no era tragedia sino esperanza en la búsqueda, documentos de la burocracia judicial, hasta que da con una foto tamaño carta: es una imagen en la que a Nati -como la sigue llamando- se la ve sonriente, vestida de negro, parada en la vereda. Ella misma hizo esa foto que ahora acaricia con suavidad y está dedicada por su hija: “Ma, te amo”, se lee en el margen derecho. Recuerda que a Natalia le gustaba la destreza, y que ese día hacía piruetas contra un pino que tuvieron que cortar después de un temporal, por miedo a que cayera sobre la casa en la que hoy se respira una tristeza de plomo.

A la construcción austera le hicieron algunas refacciones para que fuera más cómoda. Laura corre una máquina de cortar pasto e invita a pasar, el interior está en penumbra. Es la casa en la que alguna vez fueron felices y familión de seis. Hoy la habita ella sola. Sus tres hijos se fueron a otras ciudades y Gustavo también. No dejan de insistirle para que también se mude. Sin embargo, Laura resiste. Dice que “no podría vivir lejos del lugar donde está Nati”. No les tiene miedo. Con su presencia en las calles de Miramar, pretende que cuando la vean también vean a Natalia. Cada vez que se va de la Ciudad, le escribe notas “porque si no, siento que la abandono”, se aflige.

Nahuel tenía 17 años cuando el grupo de policías secuestró, violó y mató a su hermana. Sin cesar en la lucha contra el tedioso aparato judicial, a veces también se refugia en los recuerdos de días más felices: imágenes de la infancia, en la playa, en un parque, donde se los ve a los cuatro hermanos, Natalia, Nicolás, Lucía y a él, sonrientes y despreocupados.

“Hubo muchas trabas que no dejaron avanzar la investigación del quinto ADN. La fiscal Florencia Salas inició una solicitud para tomar alrededor de cien muestras pero el Juez de Instrucción Daniel De Marco la rechazo. Ella apeló a esta resolución y ahora estamos esperando. Como este episodio, ocurrieron muchos otros a lo largo de los años”, sostiene Nahuel.

La familia Melmann libró una batalla legal que le demandó mucho esfuerzo para que la causa del quinto ADN e incluso la de Ricardo Panadero, condenado recién el año pasado, no prescribieran. Nahuel Melmann considera que el acceso a la justicia les es negado: “Al sostener la investigación abierta no se nos permite plantear la falta de acceso a la justicia en instancias internacionales, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos u otros organismos internacionales que podrían intervenir y forzar a la Justicia Bonaerense a avanzar. Esperamos que la Fiscal pueda resolver su solicitud y sus inquietudes y avanzar en la toma de muestras e intentar dar con el perfil genético y el portador de ese perfil. Incluso con ese resultado, se necesitaría nutrir la investigación de algunos otros elementos para poder ganar un juicio en un debate oral. Nosotros queremos que la causa tenga un esclarecimiento total, pero es complejo avanzar cuando media la violencia institucional y es el propio Estado el causante de los delitos.”