Diego, el elegido del potrero

25 de noviembre, 2020 | 20.58

En aquellos atardeceres sudorosos y polvorientos de fines de los años cincuenta en el barrio de Haedo, ninguno de nosotros conocía a Diego. Pero creo firmemente que nuestra ilusión futbolera de gloria lo estaba fabricando. Estaba la pasión, el deseo, la idea de que la pelota era un objeto artístico, que la belleza habitaba ese extraño arte del toque y de la gambeta.

Hoy creo que los millones de pibes (y de pibas, que también las había para disgusto de los modales represivos de la época) que fatigábamos los potreros hasta que la luz del sol se apagaba lo inventamos a Diego. Nuestro deseo de belleza y de gloria creó el lugar que el elegido ocupó.

Ya éramos grandecitos cuando Maradona empezó a apilar rivales y a deleitar tribunas en La Paternal. Personalmente puedo decir a mi favor que yo lo reconocí. Cuando lo vi pisar la pelota me di cuenta que era él. Que nuestros sueños de gloria se hacían realidad. Y me encantaba verlo jugar. Iba a ver a Argentinos Juniors contra cualquier rival. Y después lo vi en la selección nacional. Era la magia del potrero convertida en arte superior. En comprensión total del juego. En disfrute del futbol como un arte, como una fuente de belleza sencilla y directa.

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Después vino el dolor de que quedara afuera del mundial en nuestro país. Decisión que se hace más incomprensible cuanto más se la quiere explicar. Pero el destino era fatal como la flecha. Diego tenía sino de gloria y voluntad de trabajo para alcanzarla. En 1986 la promesa de los pibes del potrero se hizo realidad mundial: Maradona alcanzó el trono global en nombre de todos los caras sucias que lo habían fabricado en sus sueños. Sus batallas más duras vinieron después. Diego decidió no olvidarse de su origen. Decidió vivir para los suyos. Optó por la incorrección, por la rebelión. Las almas bellas del periodismo y la política usufructuaron su fragilidad, que es la fragilidad de todo lo que existe multiplicada por la enorme personalidad del artista, para convertirla en objeto del juicio moral facilongo que prescinde de todo análisis y que, sobre todo, prescinde de toda compasión. La grandeza de su arte fue utilizada para dañar su condición de fragilidad que es común a la de todos los mortales. Valgan estos momentos de homenaje para sugerir un acto de reflexión de muchos que hoy lo lloran profesionalmente. No se trata de embellecer a Diego que se ha ido de entre nosotros, sino de reconocer y afrontar los daños que la “corrección moral” del tribunal mediático ha causado en la persona que hoy homenajeamos. Sea el dolor y el recogimiento por la muerte del artista, del ídolo, del orgullo del país en el mundo, una ocasión para reflexionar sobre el terrible poder de la mentira y de la operación políticamente interesada sobre nuestra vida en común.

Los pibes del potrero de los tiempos lejanos no admitimos que en el epitafio de nuestro máximo artista se escriban pudorosas frases sobre las “limitaciones morales” de Diego. Nos pronunciamos a favor del arte, de la solidaridad, de la lealtad y en contra del juicio moral hecho desde la comodidad de quien se sitúa en el lugar fácil del poder y de la corrección política.

Los pibes del potrero saludamos a nuestro máximo exponente y lo festejamos sin los pruritos de los moralistas. Diego Maradona fue y es para nosotros un faro que ilumina. Que nos enseña el toque, la gambeta y la pegada de gol, tanto como la fidelidad a nuestro origen, como el amor a nuestra gente, como el disfrute de esos hermosos artes que son el futbol, la lealtad y la amistad.