Miguel Bru fue detenido e ingresado a la Comisaría 9.ª de La Plata el 17 de agosto de 1993 a las 19. Allí fue torturado hasta su muerte por efectivos de la Policía Bonaerense y sacado sin vida por la puerta de atrás. Pasaron 30 años, un juicio histórico y más de 40 rastrillajes en busca de sus restos, uno de ellos se realizó hace apenas un mes. La pregunta de su familiares y amigos, aún sin respuesta, sigue siendo la misma: ¿Dónde está Miguel? “Cada aniversario pienso, bueno, me duele como el primer día, pero estos 30 me afectaron más. No estamos pidiendo nombres nuevos, la investigación está cerrada. Estamos buscando a Miguel, es lo que único que nos interesa”, afirmó en diálogo con el Destape Web Rosa Schoenfeld, madre de estudiantes de periodismo desaparecido.
Pese a que cuatro policías fueron condenados por el crimen -los testigos en el juicio mencionaron que participaron entre cinco y seis personas- el único que continúa en prisión se niega a brindar precisiones sobre los restos de Miguel. Incluso la familia de uno de los primeros desaparecidos en democracia en más de una oportunidad propuso a la Justicia una conmutación de pena para el ex policía Justo López -condenado a perpetua- a cambio de información, pero la respuesta del recluso siempre fue el silencio. En este contexto, la Provincia de Buenos Aires el año pasado elevó a cinco millones de pesos la recompensa para toda persona, que bajo identidad reservada, aporte información fehaciente para encontrar su cuerpo.
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El último dato que llegó a la fiscalía N.º 3 de La Plata fue el que llevó a hacer un rastrillaje en una casa en la que vivió Walter Abrigo, el otro condenado a perpetua por el crimen -falleció en la cárcel en 2003-, pero los resultados fueron negativos. “No se encontró nada. El georradar detectó movimientos de tierra porque un pozo ciego había sido rellenado y el fiscal Gonzalo Petit Bosnic, a cargo de la causa, ordenó que se rastrille toda la propiedad”, indicó Rosa.
“Insisto y voy a insistir mientras viva, no fueron Walter Abrigo y Justo López los únicos que esa noche torturaron y desaparecieron a Miguel. Los testigos hablan de 5 a 6 personas. Fueron reconocidos ellos como el servicio de calle de la novena, a los otros se los llamó los anónimos. Nadie los nombró, no fueron reconocidos. Por qué no colaboran y cobran, ya que hay una recompensa, si nadie sabe que estuvieron ellos”, machacó Schoenfeld.
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"A mi me gustaría que vayan a la fiscalía y pregunten ahí cómo nos manejamos nosotros. Les van a decir que, cada vez que hubo una declaración con reserva de identidad, hicimos lo mismo: no preguntamos quién era. Nadie. A nosotros no nos interesa quién es”; subrayó e insistió: “Y parece raro, pero tampoco me interesaría que fuera alguno de ellos, inclusive López. Que digan dónde está Miguel”.
En el juicio, que concluyó en mayo de 1999, Walter Abrigo y Justo López, los miembros del servicio de calle de la 9.ª que durante meses hostigaron a Miguel, fueron condenados a perpetua por los delitos de tortura seguida de muerte, privación ilegal de la libertad y falta de cumplimiento de los deberes de funcionario público. Mientras que el entonces comisario Juan Domingo Ojeda y el oficial Ramón Cerecetto fueron condenados a dos años de prisión e inhabilitación de seis y cuatro años para ejercer cargos públicos, respectivamente, por encubrimiento.
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“Cuando recién los detienen, sobre López dije: ‘si mató, tiene que estar preso’. Pero después dije.’de qué sirve que esté preso’. Que colabore con la Justicia y sea beneficiado con una excarcelación extraordinaria, O algo, no sé cómo se maneja eso, pero que tenga un beneficio” insistió Rosa, que aún no comprende el silencio del expolicía. El ex sargento de la Policía Bonaerense solicitó la prisión domiciliaria por supuestos problemas de salud, pero lo fue denegada.
“Que colabore con la Justicia, que diga dónde está Miguel, esto no lo va a perjudicar. Eso es lo que parecería que este sujeto no entiende. No estamos buscando nuevos responsables, no nos interesa”, reiteró Rosa y remarcó: “Es el único que está preso. Sabe mejor que nadie que no fue él solo”.
El juicio histórico
Miguel llevaba meses soportando el hostigamiento de los agentes de la 9.ª. Todo comenzó por una allanamiento ilegal que hicieron en la casa tomada en la que él y un grupo de amigos habitaban en la calle 69, entre 1 y 115, que a las vez hacía de sala de ensayo de su banda de punk..
La primera vez ingresaron por una denuncia de ruidos molestos, pero con una violencia inusitada y sin una orden. Y el segundo, por un supuesto robo a un kiosco, que nunca fue probado. El joven de 23 años no soportó la situación y enfrentó el atropello. “Pendejo de mierda, no te metas con nosotros porque te vamos a hacer boleta”; recuerdan sus amigos que le dijo “El Negro” López en una oportunidad. Pero ellos no sabían que Miguel denunció a los efectivos, lo que le trajo nuevas consecuencias: constantes acosos y amenazas.
Un mes más tarde, Rosa cuenta con memoria fotográfica la última vez que vio a su hijo mayor. Era domingo, 15 de agosto, Miguel había comido y pasado la noche allí. “Estaba sucio, con un poncho, y pantalones todos rotos como los que él usaba, y me dijo que como ahí no había garrafa tenía que hacer fuego para calentar el agua”, cuenta su madre. Ella le tiró esas prendas y le dio ropa de su hermano, luego le pidió que se quede a almorzar, pero él le dijo que tenía que irse porque se juntaba con unos amigos. Por ese entonces les estaba cuidando la casa de sus amigos Lorena y Santiago en Bavio, una localidad camino a Magdalena.
De hecho, había invitado a su novia Carolina, a quien conoció en la Escuela Superior de Periodismo (hoy Facultad) de la Universidad Nacional de La Plata, a que vaya a pasar unos días con él. La muchacha llegó de Mar del Plata, ya que había ido a pasar allí las vacaciones de invierno, pero en la vivienda solo encontró las últimas brasas de una fogata.
Pasaron los días y la preocupación empezó a crecer. Algunos de sus amigos fueron a la casa de Bavio y recorrieron los alrededores. Fue así que encontraron su bicicleta y ropa cerca del río. Tiempo después se dieron cuenta de que habían sido plantados.
Luego, su familia comenzó un largo periplo para hacer la denuncia por su desaparición. Fueron de comisaría en comisaría hasta que en la seccional de Villa Argüello, donde trabajaba su padre, Néstor Bru, le hicieron “el favor”. En ese entonces, no le pasaba por la cabeza que sus colegas eran responsable del crimen de su hijo. “Después de que terminó el juicio, empecé a entender lo que debía estar pasando él: lo dejaron muy solo y protegieron a los que hicieron esto. Además, no podía renunciar porque en ese momento era el único sostén económico de la casa”, afirmó Rosa sobre su marido, quien falleció en enero del año pasado.
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La causa cayó en manos del juez Amilcar Vara, recordado por su declaración “sin cuerpo no hay delito”, y por decirle a Rosa: “Sospecho que se ha ido con alguna chica a Brasil”. Además, registros periodísticos de ese entonces le atribuyen haber dicho “Mirá lo que parece en esta foto, seguro que era homosexual y drogadicto”, luego de ver una de las imágenes que circulaban por las calles de La Plata.
Tras dos años y medio, consiguieron apartarlo de la causa. El juez fue destituido por un juicio político en el que se comprobó que en 27 causas había alguna participación policial a las que brindó algún tipo de encubrimiento o protección. Pero en ese momento, los responsables ya sabían como actuar. “López, según su exmujer, era cuadrado como una baldosa, pero aprendió bien lo que decía Vara: ‘Si no hay cuerpo, no hay delito’”. De hecho, el juicio estuvo cerca de naufragar por eso.
La clave fue el registro de la comisaría y el complejo estudio con rayo láser realizado en el instituto Balseiro que comprobó que había sido adulterado. Cerecetto había sido el encargado de borrar el nombre de Miguel Bru y reemplazarlo por el de José Luis Fernández. También fueron cruciales los testimonios de otros de los detenidos en la comisaría aquella trágica noche. Uno de ellos, de apellido Suazo, fue muerto tiempo después, tras recuperar la libertad en un presunto enfrentamiento con la policía. Su hermana, la trabajadora sexual Celia Giménez, se convirtió una voz clave en el esclarecimiento de los hechos Fue así que al final del juicio oral, el tribunal condenó a los cuatro policías involucrados y marcó un hito: fue primer caso con condenas a prisión perpetua sin el cuerpo de la víctima.
Tras el juicio, cada 17 de agosto, Rosa, su familia, los amigos de Miguel Bru y la comunidad educativa de la facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata realizan una vigilia en la puesta de la comisaría 9.ª. de La Plata. Comienza a las 19, la hora en la que ingresaron a Miguel y termina a las 2, la hora en la que lo sacaron sin vida.
“No me va a alcanzar la vida para agradecerle a Dios que Miguel eligió la querida Escuela de periodismo, que tiene los amigos que tiene, porque aquellos chicos comenzaron la lucha”, sostuvo Rosa en la previa a una nueva vigilia. “Fueron y son los que bancaron, los que nos acompañaron, nos enseñaron y me toleraron”; remarcó, pues le costó semana entender que los policías que supuestamente buscaban a su hijo eran los mismos que lo habían asesinado. Al punto tal, que una noche la esperaron en la puerta de su casa y le dijeron que necesitaban un abogado y que iban a ir a la APDH hacer la denuncia. “Gracias a Dios esos chicos nunca bajaron los brazos, son los que llevan adelante la Asociación Miguel Bru, son los que sostienen a la familia. Son los primeros que llamé cuando Néstor se descompensó. Estaba en el Hospital y fueron los primeros en llegar”, remarcó.
Los amigos de Miguel
Todos los que conocieron a Miguel coinciden en algo: era una persona excelente y amaba a los perros. De hecho, Dago y Magui, sus mascotas, lo acompañaban hasta en las aulas de la Escuela de Periodismo. “Era muy solidario, muy fresco, con desparpajo, muy buena persona. Extremadamente solidario, tanto que llamaba la atención: más de una vez llevó gente de la calle a dormir o a comer a su casa”, recuerda Jorge Jaunarena, amigo de Miguel Bru y miembros directivos de la Asociación Civil.
En la misma línea, Alberto Mendoza Padilla, otro de sus amigos, señala: “Nosotros nos dimos cuenta cuando él desapareció la gran cantidad de gente que se acercó diciendo que eran amigos. Lo vieron una o dos veces, pero ya se consideraban amigos. Era una persona excepcional y no lo digo porque ya no está”.
Ambos lo conocieron en los pasillos de la hoy Facultad de Periodismo. De hecho, Alberto, que por ese entonces militaba en una agrupación de izquierda, le explicó algunas cosas básicas cuando Miguel se acercó porque estaba interesado en inscribirse: “Tenía un jean roto como los que se usan ahora, las clásicas zapatillas Topper blancas con algunos agujeros, una remera de los Sex Pistols, el pañuelito enroscado como se usaba en esa época y una campera de gamuza un poco rota”.
“Después lo conocí en las peñas, en el campeonato de futbol interno”, recuerda y destaca que era muy hincha de Boca, tanto que de vez en cuando le pedía plata a sus amigos de River para ir a la Bombonera. Fue en ese torneo en donde muchos comenzaron a enterarse de que Miguel había desaparecido.
Otra de sus grandes pasiones era la música, y su banda Chempes 69. “Chempes” significa “luchador” en sueco, lengua que conocía uno de los integrantes -hijo de desaparecidos- luego de vivir un tiempo como exiliado en ese país. También era la forma en el que los nórdicos llamaban a Kempes, el exgoleador de la Selección argentina. Y el número era por la calle de la casa que ocuparon. Fue a través de la música que manifestaba su fuerte compromiso social y político.“Era su lugar de expresión: en contra de las leyes del indulto, los genocidas sueltos, de la democracia que no nos daba las respuesta que estábamos buscando”, resalta Jorge.
Fueron ellos, y otros tantos amigos, los que acompañaron a Rosa y a su familia en la lucha por justicia. “Estos tipos no previeron que Miguel, además de ser un pibe pobre, bueno y generoso, era estudiante de la Universidad Pública. Entonces esa enorme movilización que distinguió a la Universidad Pública, especialmente la Facultad de Periodismo -una de las cinco cerradas por la dictadura”, destaca Jaunarena y agrega: “Eso colaboró, entre todos, y Rosas, laburando mucho el discurso, pudimos llegarle a distintos sectores de la sociedad y las marchas eran realmente multitudinarias”.
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“30 años son mucho. La figura del desaparecido es terrible porque es un hueco que nunca logras llenar. Es la lucha que llevamos adelante y que mantiene en pie a Rosa: encontrar el cuerpo de Miguel”, resalta Mendoza y destaca la meta que se pusieron como asociación civil: “luchar para que todos los casos de violencia institucional no queden en nada, es difícil, pero es uno de los objetivos que nos pusimos”.
“Lamentablemente el papá falleció sin encontrar a su hijo y eso también es muy doloroso”, dice con la voz quebrada y subraya: “Vamos a seguir luchando hasta encontrar a Miguel”. Por lo pronto, este jueves, estarán en una nueva vigilia levantando la bandera que hace 30 años pregunta: ¿Dónde está Miguel Bru?