En un video del sitio de Tiktok del diario Público -de España-, la escritora y periodista feminista Cristina Fallarás lanza un mensaje desesperado: “Los fascistas se reúnen en Madrid… Hay que frenarlos, vienen con el presidente de Argentina, Javier Milei, a la cabeza, después de que acabaran de quemar vivas a cuatro lesbianas en un ataque de odio. Toda la ultraderecha de Europa se reúne, hay que frenarlos…” Fallarás es enfática como lo fue Irene Montero, la ex ministra de Igualdad de España, en abril pasado, cuando estuvo en Buenos Aires: “El gobierno de Milei es el laboratorio de una violencia más explícita contra el pueblo, de recorte de derechos, y una guerra abierta contra los feminismos y la población LGBTIQ+ a los que señala como enemigos”.
En el país ibérico, ahí donde sigue su gira política -y no de Estado- el presidente de la Nación, lo ven, clarísimo. También en otras partes de Europa donde las derechas van copiando el mismo método de elegir a las conquistas feministas y LGBTIQ+, y a las personas que encarnan estas identidades, como sujetos culpables de la crisis de capitalismo neoliberal que ya no puede cumplir ningún sueño para las clases populares. Migrantes, pueblos originarios, personas racializadas también son una amenaza que alienta el racismo y la xenofobia arraigados en la sociedad occidental.
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Milei lo entiende bien y arremete: los feminismos son un robo al estado -palabras más, palabras menos, lo dijo en Davos-, los famosos “lobbys gays” quieren destruir la humanidad evitando la reproducción humana -de ahí la preocupación que comparte con su amigo Elon Musk por la tasa de natalidad. Tu enemigo, parece decirle al pueblo más precarizado, no es la concentración cada vez más alta y en menos manos de las riquezas, es la lesbiana del cuarto de al lado, es el marica “invertido” -Nicolás Márquez dixit-, es la ESI en las escuelas, los trans y las travestis que tienen cupo laboral, las jubiladas que fueron amas de casa y no aportaron. La “guerra de los géneros” enfrenta a pobres contra pobres. El poder financiero sigue intacto, el extractivismo, intacto; el desfinaciamiento a la educación pública, negociándose por abajo.
Esta “guerra de los géneros”, como le dicen en España, la “batalla cultural”, según los libertarios aquí, se cobró el 6 de mayo a la madrugada, víctimas concretas, de carne y hueso, con historias propias. Quemadas vivas, quemadas hasta la muerte en un atentado de lesboodio que mató a tres y dejó a una de ellas con heridas en las manos y la cara. El odio no es sólo un discurso, el odio mata. Pero el gobierno no muestra piedad ni moderación en su discurso.
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Al día siguiente de la muerte de Andrea Amarante, la última fallecida de la masacre lesbicida de Barracas, Manuel Adorni, vocero presidencial, tuvo que contestar a una pregunta sobre este hecho. Habló de “episodio”, dio sus condolencias a familiares que ni siquiera habían aparecido para reclamar por un entierro digno para las fallecidas y perdió doce oportunidades de decir la palabra “lesbiana”, que es la identidad que concentra el núcleo duro de la saña -y la efectividad letal- con la que se destruyó, literalmente, el cuerpo, la existencia y la red afectiva de cuatro lesbianas.
Unas horas después de las gambetas verbales de Adorni, el presidente Javier Milei opinó también sobre la masacre de Barracas: “No amigo… decir la verdad no es generar odio. Que vos odies es otra cosa. Coherenciapor favor” (el error tipográfico corresponde al presidente). La publicación en la red Instagram, no menciona ningún hecho, no tiene texto explicativo, como es su estilo ¿pero alguien sinceramente puede decir que estaba hablando de otra cosa que no fuera la relación (indirecta) entre los discursos de odio y la materialización de un crimen de odio? Que Milei desmiente, claro.
Patricia Bullrich, la ministra de seguridad, también intervino a su modo en la batalla cultural que se jugó sobre los cuerpos aniquilados de tres lesbianas pobres. “Se les acabó la luna de miel a las asesinas de Lucio Dupuy”, anunció para decir que la pareja de lesbianas condenadas por matar al hijo de una de ellas ya no estará presa en el mismo penal. Un hecho horrendo, que duda cabe, una excepción a la regla del maltrato infantil -tampoco hay dudas de esto- que sirvió y sirve -basta mirar las redes sociales- para derramar el estigma de asesinas para todas las lesbianas, para todas las feministas. El gesto de Bullrich es como tirar carroña a los trolls hambrientos y coordinados de las redes, los que acosan periodistas y mienten sobre la falta de cobertura de este hecho o de, por ejemplo, el femicidio de Cecilia Strzyzowski, o lloran por “los niños del Chaco” que nunca vieron.
Bullrich, al mismo tiempo, presentó un proyecto para “facilitar” el uso y la tenencia de armas, ¿una promesa de libertad para femicidas y bandas de narcotraficantes? Seguramente es mucho interpretar, pero que el riesgo para las mujeres que sufren violencia por razones de género es mayor cuando los agresores tienen el aval para usar armas lo dice, por ejemplo, Amnistía Internacional en este artículo.
El gobierno libertario no se privó de nada, se le impuso en la agenda un crimen de odio y siguió alentando al odio. Buscó, con medias lenguas y desvíos, aislar este hecho de su implicancia social, del desguace de las políticas públicas antidiscriminatorias, de la eliminación del Inadi y la desarticulación del ex Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad. Insistió en la validez de la homo-lesbo-transfobia como discurso aglutinante de sus sectores más extremos.
El dolor se organiza
Ya pasaron poco más de diez días de la masacre lesbicida de Barracas. Nombrar es necesario. Se trata de un hecho fuera de escala sobre el que hubo que insistir para que sea tenido en cuenta por los medios de comunicación dominantes en tanto crimen de odio, un agravante que existe en el código penal, cuando el daño se ha hecho por la orientación sexual o identidad de género de la víctima.
Fuentes del juzgado que entiende en la causa, a cargo de Edmundo Rabbione, dicen que está descartada la posibilidad de declarar inimputable a José Fernando Barrientos, que está bastante claro que actuó con premeditación y alevosía. El fuego, su marca indeleble, la capacidad de dañar hasta la deshumanización, la eficacia para infringir dolor podrían ser parte de esa calificación: “alevosía”. El perpetrador sigue detenido en el Hospital Alvear, de urgencias psiquiátricas, pero no necesita siquiera medicación, solo se recupera del intento de suicidio -con una sierra pequeña sobre el cuello- que realizó el mismo día en que el hotel familiar de Barracas se llenó de gritos y terror.
Finalmente, un familiar de Pamela Cobbas, la primera fallecida, la de la sonrisa gigante e ingenua que aparece en las redes junto a sus amigas, en una marcha del Orgullo o admirando una moto, apareció para reclamar su cuerpo. Por Roxana y por Andrea, no hay familiares que se hayan presentado. A ellas, a todas, las cuidan y las van a despedir las compañeras y compañeres que se reunieron desde la primera mañana en que una vecina del barrio intentó sin éxito decir la palabra “lesbiana” para referirse a las atacadas, hasta que alguien fuera de cámara -en la pantalla de Crónica- se lo tuvo que dictar. Son más de 700 activistas que ya han organizado una concentración en Congreso, una marcha en el barrio y un duelo colectivo frente al hotel; una colecta para los sepelios y para asistir a la única sobreviviente, Sofía Cortes Riglos, todavía internada en el Hospital del Quemado pero sin riesgo de vida.
De todo el mundo han llegado las muestras de dolor y también de solidaridad. En forma de dinero, pero también de comunicar la noticia como el hecho de extrema crueldad que es. Mientras, en nuestro país, chocó un tren en plena ciudad de Buenos Aires, las personas en situación de calle se levantan de la vereda como basura y se las acusa de delincuentes, un pabellón del Hospital Psiquiátrico para Mujeres se incendia y 60 de ellas perdieron todo lo que tenían. La falta de mantenimiento, la extrema precariedad de la vida a la que condena el gobierno libertario vuelve descartable no sólo a la Obra Pública, también a las personas que la necesitan. Los comedores populares también son demonizados como delincuentes.
Estos hechos están conectados con el lesbicidio de Barracas. Las mujeres que compartían habitación eran pobres además de lesbianas. Sofía y Andrea habían vivido el año pasado en un parador del gobierno de la Ciudad en la calle Uspallata, habían sido violentadas por el responsable, hicieron una denuncia en la justicia de la Ciudad. El único eco de esa denuncia fue que las echaran del parador. También habían pedido un amparo habitacional en la Defensoría del barrio de La Boca. No tuvieron respuesta, o no pudieron dar con ellas por su misma situación de calle.
El odio mata, directa o indirectamente. Una política de la crueldad también mata, hambrea, descarta. Pero no mata igual, mata a las personas pobres, a las más vulnerables, a las que se encuentran peleando el día a día en una fricción constante por el hacinamiento, el precio del transporte, la falta de comida, el extremo cansancio. Ahí, la famosa batalla cultural puede cobrarse como se cobró la vida de tres lesbianas. Es necesario decirlo y escucharlo. Como decía el canto que recorrió las calles de Barracas el lunes pasado: Señor, señora, no sea indiferente, se mata a lesbianas en la cara de la gente. Como dice Cristina Fallarás en su video: los fascistas se están juntando, hay que frenarlos.