Milei y la política de la crueldad: el caso de una nena detenida por robar pinturitas

La política de la crueldad hoy la vemos institucionalizada en cada una de las medidas que ha puesto en marcha el gobierno nacional. Esta semana detuvieron a una nena de 13 años, en medio de un amplio operativo policial, por robar marcadores y pinturitas en la ciudad de General Pico. 

24 de febrero, 2024 | 19.00

Desde hace un tiempo, previo a la aparición pública del fenómeno que hoy encarna Javier Milei, la sociedad argentina se encuentra atravesando un lento pero profundo proceso de transformación de sus valores, instituciones y relaciones sociales. Podemos hablar de una suerte de implosión, de explosión interna, producto de años de un Estado deficiente y la puesta en marcha de múltiples dispositivos políticos y socioculturales universales de transmisión simbólica de la violencia y la crueldad. Si hay una característica de estos tiempos, que sobresale en relación a décadas anteriores y al mismo tiempo lamentablemente nos acerca a los momentos más oscuros de nuestra historia, es el predominio fáctico y simbólico de la política de la crueldad.

La política de la crueldad hoy la vemos institucionalizada en cada una de las medidas que ha puesto en marcha el gobierno nacional: la falta de entrega de alimentos a más de 20 mil comedores y merenderos de todo el país; el cese en la entrega de medicamentos y la suspensión de tratamientos vitales para pacientes con enfermedades graves, crónicas y urgentes; la motosierra que mayoritariamente afecta las partidas para jubilados, el pago de haberes previsionales y los recursos del PAMI; el recorte de prestaciones (medicamentos, traslados, diálisis, oxígeno, profesionales, enfermería domiciliaria, insumos, etc.) para personas con discapacidad de las provincias; etc.  

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Las cifras ilustran una política de la crueldad, ya no por omisión o como producto de hechos de corrupción estatal, sino por decisión gubernamental explícita con el fin de acatar los mandatos del FMI y sobrecumplir con las metas que recaen directamente sobre la población más vulnerable. Esta semana se conoció que según el Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) la pobreza en Argentina llegó en enero de 2024 al 57,4%, mientras que  la población indigente habría pasado del 14,2% en diciembre al 15% en enero. Se trata del nivel más alto de la serie, desde 2002. Lo paradójico es que en la opinión pública el hecho de que el ajuste y el sufrimiento de las personas sea producto de una búsqueda política pareciera darle legitimidad y razonabilidad al plan de hambre y muerte social.

Pero también la crueldad se percibe como “mood” de época, como cultura hegemónica, como matriz de comprensión histórica, cuando somos testigos sin escandalizarnos de la detención de una nena de 13 años, en medio de un amplio operativo policial, por robar marcadores y pinturitas en la ciudad de General Pico, en La Pampa; el llamado de una ministra a conformar una larga fila de más de 20 cuadras de hambre a la intemperie y abajo del sol, que luego decidió ignorar; o escuchamos por ejemplo al Jefe de gobierno porteño Jorge Macri decir que las personas en situación de calle "Revuelven mal la basura, desordenan".

No casualmente esta misma semana en España el diputado del partido local de ultra derecha Vox, José María Sánchez García, dio un discurso en la Cámara Baja, en este sentido paradigmático, ya que hizo una defensa del nazismo en los términos antes planteados, explicando que en realidad hacían bien contra el mal implícito en el comunismo: "El nazismo era una ideología odiosa, pero una ideología que creía en aquello que postulaba, de una forma totalmente inadmisible, pero la ideología comunista pretende perseverar en esa aplicación del mal hasta sus últimas consecuencias, lo que lleva consigo dar muerte a sus semejantes". Como si la crueldad planificada, racionalizada, que apunta en teoría contra un enemigo construido, fuera legítima o socialmente aceptable.

Para ver el funcionamiento del dispositivo tenemos la calle, que es el mejor termómetro social posible. No hace falta más que escuchar los relatos y testimonios de miles de argentinos y argentinas que todos los días salen a la calle, padecen las decisiones del gobierno de Javier Milei, reciben los aumentos, limitan gran parte de sus gastos, sufren el hambre y el abandono, y sin embargo justifican las medidas y su realidad entendiendo que se trata de un castigo para los otros, para lo que han sabido denominar la “casta”, para quienes encarnan el sujeto del “recorte”, los pecadores, los argentinos del mal, los responsables de la fiesta que estábamos viviendo.  

La cuerda de transmisión está en pleno funcionamiento: el sistema, el Estado, las instituciones producen las condiciones de desamparo y fragmentación social, necesarias para reproducir la crueldad. Los medios y las redes garantizan la reproducción simbólica a través de la penetración y capilaridad que conecta a los sistemas con los territorios. El éxito del dispositivo radica en lograr que los receptores de la crueldad,  los objetos del hostigamiento, de estas políticas de producción de modelos humanos, perpetúan esas prácticas, las naturalicen, las justifiquen, reproduzcan prácticas violentas y crueles, y se vuelvan los protagonistas. En un sistema hiper individualista que solo pondera la propiedad privada, el lujo y el consumo, ante la pérdida de un poder de compra real, de la posibilidad de ascenso social, o herramientas para transformar las condiciones de la vida, a los sujetos se les brinda una opción más barata y cómplice del sistema zombie: el poder de ejercer crueldad, sufrimiento y humillación, sobre los otros.

Si bien son discursos que nacieron desde los grandes medios del sistema y los think tanks que los reproducen de forma articulada, la tecnología de poder que los hace posibles ha permeado hondo y la transmisión es tan fuerte que hoy habita la subjetividad. Los pedagogos del punitivismo y la venganza social explícita han instrumentalizado el sufrimiento de millones de seres humanos por “causas justas”, un sacrificio divino, incluso aunque fuere contrario a las garantías constitucionales y los valores democráticos de nuestra nación.

Eric Sadin representa esta situación como una forma de aislamiento mutuo de los individuos, una dinámica continua entre el caos que provoca incertidumbre personal y la disolución de las estructuras sociales de referencia. Además el escritor identifica la ebullición de las redes sociales como una formidable caja de resonancia de la dimensión social de los rencores, que parecieran responder a las pasiones de la época: el resentimiento y la ira. El mecanismo de la violencia volcada al exterior, al actuar como desahogo, hace que las personas se sientan más protagonistas de su vida.

La encarnación de estas políticas de la crueldad las vemos en los niveles de violencia social cada vez más aceptables, el aumento de los discursos violentos y de odio en las redes, los métodos represivos y el accionar violento de las fuerzas de seguridad, la práctica indiscriminada de linchamientos y escraches, y sobre todo en el pedido explícito, en el goce de parte de la población por el sufrimiento ajeno.  El consenso se conforma ya no alrededor modelos de inclusión social o proyectos populares, sino en base a esta idea participativa y activa de humillar a un otro, eliminarlo, castigarlo, como forma de supervivencia. La celebración de la deshumanización discursiva y verbal, que luego termina en acciones violentas y demenciales como fue el intento de asesinato a la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner, es una forma de violación de derechos humanos manipulada desde los dispositivos socioculturales. Y el silencio y la complicidad de los sectores siempre beneficiados que gozan de protección económica, mediática y política evidencian que no se trata de un error de la matrix, sino parte fundamental del plan.

La crueldad como forma de vinculo contra un otro no es un descuido azaroso o un hecho fortuito de la naturaleza humana, es producto de una política que lo ampare y requiere de dispositivos socioculturales que habiliten permanentemente una disposición agresiva instintiva, y el pasaje del lazo social, de la ternura a la crueldad. En el discurso social, el foco no está puesto en problematizar o contener la crueldad, sino potenciarla y canalizarla con fines políticos. La crueldad asoma como aspecto posible de una personalidad deseable y una acción política coordinadas.

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Fabiana Solano

Mi nombre es Fabiana Solano y tengo 34 años. Soy socióloga egresada de la UBA y casi Magister en Comunicación y Cultura (UBA). Digo ‘casi’ porque me falta entregar la bendita/maldita Tesis, situación que trato de estirar con elegancia. Nunca me sentí del todo cómoda con los caminos que me ofrecía el mundo estrictamente académico. Por eso estudié periodismo, y la convergencia de ambas disciplinas me dio algunas herramientas para analizar, transmitir, y explicar la crisis del 2001 en 180 caracteres. Me especializo en culturas y prácticas sociales, desde la perspectiva teórica de los Estudios Culturales. Afortunadamente tengo otras pasiones. Me considero una melómana millennial que aprovecha los beneficios de las múltiples plataformas de streaming pero si tiene que elegir prefiere el ritual del vinilo. Tengo un especial vínculo con el rock británico (siempre Team Beatles, antes de que me pregunten), que se remonta a mis primeros recuerdos sonoros, cuando en mi casa los domingos se escuchaba “Magical Mistery Tour” o “Let It Be”. Además soy arquera del equipo de Futsal Femenino de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), rol que me define mejor y más genuinamente que todo lo que desarrollé hasta acá. Por supuesto que la política ocupa gran parte de mi vida y mis pensamientos. Por eso para mi info de WhatsApp elegí una frase que pedí prestada al gran pensador contemporáneo Álvaro García Linera: “Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino”.