La crueldad es una droga que vende el poder

19 de septiembre, 2024 | 11.54

“Me quise comprar un alfajor y no pude, ni eso puedo pagar”, se quejó un jubilado delante de un micrófono mientras la represión asediaba a sus espaldas y otros cuerpos castigados como el suyo se enfrentaban a los escudos transparentes de la Policía Federal. “Hace un año llevé a mi nieta al teatro, le compré un helado a la salida; ahora no puedo ni tomarme el colectivo para ir a visitarla”, dijo otro hombre en el mismo escenario: el Congreso de fondo, las banderas que intentan avanzar, los ojos llorosos de quienes protestan, las fuerzas de seguridad pertrechadas como si estuvieran en una guerra. Sólo están ahí para proteger la libre circulación de vehículos sobre el asfalto, dice el Protocolo (que no es ley) de Patricia Bullrich.

En poquísimas palabras, estos dos jubilados pintaron historias de lo que implica sostener sobre sus espaldas el peso del ajuste. Y quedan titilando en la memoria, traen otras imágenes: el frasco de caramelos en la casa de la abuela, los mimos gastronómicos a la hora de la merienda, por ejemplo. Esas imágenes son más intensas incluso que la represión porque dan cuenta de una escasez que se lleva mucho más que cosas, incluso más que alimentos. Se lleva formas de la vida cotidiana, expresiones de cariño o de placer, un rato compartido entre generaciones. Eso es lo que se roba el ajuste más grande de la historia. Pero se festeja.

Salió la combi de Casa Militar, hubo quien mostró modelito con escote para la velada en la capilla de la Quinta Presidencial de Olivos, Javier Milei se dio el gusto de cenar con los 87 héroes que le permitieron meter la mano directamente en el bolsillo de jubilados y jubiladas, robarle el frasco de caramelos a la abuela. Entre las fotos oficiales que se compartieron, hubo esmero en mostrar el momento del pago del simbólico precio de 20 mil pesos. Beltrán Benedit, el organizador de la visita a los genocidas y parte de la planificación para lograr su salida de la cárcel, aparece en primer plano, tarjeta de débito en mano. ¿A quién le guiña un ojo la Secretaría de Comunicación de Manuel Adorni, ahora ascendido a ministro? ¿A los genocidas que hicieron de la tortura, la desaparición y el exterminio política de Estado?

“¿Qué tiene que ver comer un asado con la falta de empatía?, insistió más de una vez Adorni para evitar contestar la pregunta del periodista Fabián Waldman, sobre, justamente, la falta de empatía que implica celebrar que se bloqueó la posibilidad de reparar un poco la licuación de las jubilaciones. “No termino de entender el paralelismo entre comer un asado que pagamos todos y un jubilado”. Claro, quien vive con 300 mil pesos por mes, difícilmente tenga algo que ver con un asado. Salvo que su vida precaria habilitó la mesa compartida por los garantes de la crueldad.

En la puerta de la Quinta Presidencial de Olivos hubo también jubilados y jubiladas que dijeron que no habían comido esa noche mientras adentro se hablaba de formar un scrum -formación del juego de rubgy que implica no pocos golpes para luchar por la pelota en forma de guinda- que le permitiera a Milei seguir vetando leyes, como la del financiamiento universitario. Veto sustentado sobre discursos insistentes sobre “la oligarquía universitaria” -Victoria Villarruel-, “la casta son los científicos e intelectuales” -Javier Milei en el Foro de Madrid Río de la Plata, y otros. Vetar una ley que permita a muchos y muchas diseñar futuros a través del acceso a estudios superiores, el logro que se prometió en la cena de los héroes.

Ni futuro, ni presente ni memoria; esa es la propuesta de este gobierno, y para aguantarla, ofrece el show de la crueldad. Que no es solamente hacer daño sino que implica gozar sobre el daño perpetrado como si fuera medicina para calmar los propios dolores. Tomar lágrimas de zurdo, jactarse de medidas de gobierno que lastiman a muchos sectores de la población -jubilades, pero también trabajadores y trabajadoras que ya no pueden pagar el transporte, que apenas llegan a pagar las cuentas, que tienen tanto miedo a enfermarse como a tener que resignar una comida-, festejar las imágenes de la represión en redes como si fueran “domadas”… La crueldad es una droga que se inocula desde el poder, se vende barata y si bien no es un calmante funciona como anestesia. En el reino que propone Milei, donde todo es competencia e individualismo, que a otro le vaya peor parece resultar una (paupérrima) victoria.

Sin embargo, algo parece haberse quebrado en esta lógica. El contraste que tan bien grafica el meme que muestra a una anciana mirando dentro de un tacho de basura y la mesa de Olivos con el texto: “Jubilados comiendo de la basura, basuras comiendo de los jubilados”, parece difícil de digerir para las mayorías. Milei empieza a caer en encuestas distantes, como la Giacobbe o Zuban Córdoba, y a la vez las pantallas no respondieron a su presentación en un Congreso vacío de legisladores y legisladoras pero lleno de barras bravas que vitoreaban incluso su promesa de ajuste sin fin. ¿Será que la crueldad como espectáculo encontró su límite? O tal vez haya imágenes más conmovedoras que las de beber lágrimas de zurdo, por ejemplo la de quien lucha por dignidad pero también por sentir el calor de la mano de su nieta en la suya mientras van juntes a tomar un helado.