No tenemos miedo

21 de junio, 2024 | 14.57

“No tenemos miedo, no tenemos miedo (…) quiero que mi país/ sea feliz/ en amor y libertad”, cantaba Jairo en el cierre del acto de campaña de Raúl Alfonsín al final del año 1982, cuando tantas heridas estaban abiertas, cuando era imprescindible aventurarse fuera de los años de silencio, lejos del terrorismo de estado, junto a quienes todavía eran los chicos de Malvinas. Eran las últimas horas de la dictadura y se necesitaba coraje y esperanza. Ahora, a 40 años de distancia esa canción de María Elena Walsh, Venceremos, vuelve a sonar en la memoria llamada desde el presente, es una vibración colectiva.

“¿Miedo de qué? De que algo que creímos superado se pueda repetir. Tengo miedo. Pero no puedo dar la espalda y seguir como si nada. (…) No pienso defraudarme al menos. Por eso aparezco en público con cara de piedra. Y lloro en soledad”, dice el fragmento de la “reflexión de madrugada de una de las personas detenidas y liberadas” después de la violenta represión y judicialización que facilitó la aprobación de la ley bases. La carta, publicada en el portal de Correpi, responde a la demanda de familiares y amigos a esta persona para que se resguarde. Y también contesta de manera rebelde a la intención manifiesta de eliminar la protesta social que empezó casi al mismo tiempo que este gobierno pero que después del 12 de junio quiso ir por más: no alcanzaba con la represión y las personas heridas, había que encontrar demonios a los que castigar de manera ejemplar, terroristas, sediciosos; a la cárcel. El fiscal Carlos Stornelli cumplió el guion a la perfección, la jueza María Romilda Servini despegó lo más que pudo (o quiso) sus dedos de ese barro. De las 33 personas detenidas arbitrariamente, 28 fueron liberadas por falta de mérito. Quedan 5 en prisión, aunque todas deberían estar en libertad y con su “legajo de persona de bien limpio”, como pidió Ramona Tolaba, trabajadora de casas particulares, en una conmovedora entrevista que le hizo Ari Lijalad en El Destape Radio.

Contra la amenaza del juego de pinzas de represión y criminalización, hubo reflejos rápidos, tanto de la gente que, encuadrada o no en espacios políticos formales, desafió el miedo y volvió a la calle a hacer vigilia por las personas detenidas; como de algunos y algunas dirigentes y organismos de Derechos Humanos. El tejido político que armaron estos últimos días la legisladora de la Ciudad, Victoria Montenegro (UxP) y Myriam Bregman, que dejó su banca como diputada entre aplausos por la rotación que practica el FIT, es ese lado brillante de la luna en medio de la oscuridad política. El resultado de ese “teje” fueron las 65 mil firmas que entregaron el jueves pasado en el juzgado de Servini, con sus dos rúbricas junto a la de Taty Almeida en primer término y apoyadas por una amplia transversalidad de referentes políticos, sindicales, artísticos, académicos, periodísticos. Y siguen las firmas.

 “Estos días demostraron que podemos hacer cosas muy fuertes, muy poderosas, estas firmas que agrupan a un amplio espacio donde tenemos firmas no sólo de todo el arco de la izquierda, de Unión por la Patria, también legisladores radicales que más allá de sus conducciones firmaron, hasta hay un concejal de Cambiemos. Entonces creo –dice Bregman-- que todo eso lo pudimos agrupar porque tenemos una causa puntual que es enfrentar la criminalización y la represión y el giro autoritario de Milei.”

“Hay una gravedad que tenemos que identificar muy bien. Hay límites que se rompieron, tienen que salir todos en libertad y además tenemos que seguir porque no se puede instalar que estar en contra de este gobierno, tener una identidad política es subversivo. Porque también nos enfrentamos al ciberpatrullaje de Bullrich, no podemos permitir que se persiga a la gente por un tuit y eso ya lo vimos. Hay que ir por el juicio político a Stornelli -insiste Montenegro, quien al día siguiente de la represión hizo un indignado discurso en la legislatura de la Ciudad-, trabajar en forma conjunta para hacer la denuncia frente a organismos internacionales”.

Aunque fueron y son muchos los organismos históricos de defensa de los Derechos Humanos que participan en las defensas de quienes estuvieron y están detenidos, hay otra mujer que es necesario nombrar: María del Carmen Verdú, referente de Correpi, quien desde la masacre de Budge, en 1987, viene denunciando y acompañando no sólo de manera jurídica a las víctimas y familiares de la violencia institucional. “Para alguno de los aniversarios de Correpi, un señor muy viejito, familiar de una de las víctimas, dijo que nuestra organización es ‘como un parto en una funeraria’, me quedó grabado. Porque, aunque trabajamos con familiares que están en duelo, no vamos a dejar que nuestros nombres queden asociados a la tristeza. Tenemos que militar con alegría, como dijo (Julius) Fuciuk”, señala Verdú. Y aunque es difícil encontrar la alegría en estos tiempos políticos, que la Plaza de Mayo se haya llenado el martes después de una conferencia de prensa en el SERPAJ en la que participaron desde Gabriel Katopodis a Nicolás del Caño, Paula Penacca o Celeste Murillo -por dar sólo unos poquísimos nombres para dar cuenta de la transversalidad-, es para festejar. Para esa conferencia de prensa se ocupó toda la cuadra con asistentes espontáneos. Y al final de la concentración del martes, 11 personas más habían sido liberadas.

Un estado de excepción

Mientras el presidente Javier Milei y su hermana siguen acumulando millas en viajes por el mundo, las personas que fueron detenidas al voleo al final de la movilización del 12 de junio siguen compartiendo sus testimonios desafiando al miedo y al insomnio que la mayoría relata. Se les pregunta en distintos medios de comunicación si volverían a ir a una marcha como si pusieran el termómetro en los efectos disciplinadores de la represión y la criminalización. Como si en esas subjetividades ahora golpeadas por el maltrato y el hostigamiento estuviera la respuesta y no en la intensa movilización de estos días que dejó muy dañada la estrategia de Patricia Bullrich y el fiscal Carlos Stornelli.

Camila Juárez, estudiante de sociología de la Usam, se enoja con esa pregunta, porque no debería ser en su primera persona la respuesta, más cuando sus hijos de 8 y 11 lo único que quieren es tenerla cerca todo el tiempo. Pero no duda en dar testimonio, en poner la cara todas las veces que sea necesario. Y lo que dice da cuenta de ese estado de excepción en el que se vive hoy en Argentina, algo que podría llamarse posdemocracia. “En el penal de Ezeiza nos interrogaron infinitas veces, siempre lo mismo, a qué organización pertenecíamos, por qué tiramos piedras… pero lo peor fue cuando nos llevaron a las siete (mujeres que estaban en el mismo pabellón, llamado en la cárcel “salita rosa”) a un aula que tenía escrito en el pizarrón ‘ahora piden por sus hijos politiqueras vende humo’, y de ahí, de a una, nos llevaban a otro espacio donde había como 20 personas entre varones y mujeres, algunas con chalecos antibalas, otras con ambo blanco que se hacían las buenitas. Como si estuviéramos en un examen, sentada delante de toda esa gente para contestar las mismas preguntas sin abogadas, sin referencia de quien preguntaba”, cuenta Camila a El Destape. Una práctica que no es legal en un proceso penal pero habilitada por el pase a la órbita del ministerio de Seguridad -antes dependía de Justicia- del Servicio Penitenciario Federal, que tiene su propia área de inteligencia ¿Qué tipo de información querrá la ministra de esos interrogatorios irregulares?

Camila fue liberada el martes, Verdú se enerva porque a la prensa se le notificó antes que a las defensas sobre este hecho y hasta el escrito de Servini llegó primero a periodistas que a abogados o abogadas. “Un absurdo más”, se queja, en esta causa irregular que arrancó con un pedido de la fiscalía de delitos como atentar contra la democracia y que aun cuando se redujeron a resistencia a la autoridad e intimidación pública, al menos en cuatro casos de los cinco que quedaron procesados, “no podemos hablar de que estas personas hayan intimidado a nadie, en todo caso intimidó un operativo totalmente salvaje y desmedido”.

Entre quienes quedaron bajo proceso se cuenta David Sica, un hombre en situación de calle. “¿Qué dice Sica en su declaración? Que cuando hay marchas siempre se acerca a Congreso porque sabe que algo le van a dar para comer. Algo totalmente coherente, siempre va a haber alguien que le dé medio sándwich. Que cuando empezaron los gases más fuertes decidió irse a la Iglesia de San Expedito donde reparten comida y ropa, y ahí es cuando no lo dejan pasar, forcejea con un policía y lo detienen. A eso le llaman intimidación pública”, señala Verdú.

“Tengo hasta mensajes de Taty Almeida”, se emociona Camila Juárez sobre la respuesta social y política a los hostigamientos que sufrió y da cuenta en esa frase de la importancia que tienen las Madres de Plaza de Mayo como faro de lucha en este territorio. Victoria Montenegro cuenta, también, que cuando Ramona Tolaba la vio y la reconoció como nieta recuperada en el grupo de organismos de Derechos Humanos que fue a visitar a las que estuvieron presas hasta el martes, corrió a abrazarla. “Tenía miedo de que se olvidaran de mí porque yo siempre voy sola con mi banderita argentina”, le dijo, “y eso te da una idea de lo que significa la lucha histórica por los Derechos Humanos para este pueblo”, dice Montenegro.

“Yo pienso en Norita, qué falta nos hace. Pero lo que le gustaría es que sigamos adelante, enfrentando los temores que otros quieren infundir. Ese es su mejor ejemplo, pelear en los tiempos difíciles, porque para los fáciles, ya hay un montón”, agrega Bregman.

Ese tema de María Elena Walsh que cantaba Jairo sobre el fin de la dictadura se llama Venceremos, está en el álbum Como la cigarra (1972), título de esa otra canción que es abrazo y aliento para tiempos tenebrosos como estos. Y es el que se cantó el jueves al cierre de la ronda de las Madres, que ya son tan poquitas. La ronda estuvo llena esta semana, una muestra más de que el plan del infundir terror a ser detenido o detenida, la amenaza de entrar en los laberintos de la criminalización y no poder salir, de perder un ojo o el aire en los pulmones no se va a cumplir tan fácil y que la protesta sigue siendo también espacio de convivencia afectiva; una escuela política en la que se intercambian saberes, fuerza, resistencia.