Inteligencia Artificial: ¿Una agenda en debate o una disputa de intereses?

20 de mayo, 2023 | 00.05

La semana pasada muchos medios de comunicación internacionales se hicieron eco de un debate, organizado por la revista francesa Le Point, entre el Jefe de Investigación de Meta, Yann LeCun y el historiador Yuval Noah Harari, sobre la Inteligencia Artificial (IA).

Desde hace un tiempo, el tema pica en punta en la agenda pública. Las recientes muestras de los niveles de desarrollo que han alcanzado ciertas herramientas tecnológicas han despertado las reacciones más diversas. El tema no es para nada menor, puesto que la IA es una de las dimensiones centrales de la denominada cuarta revolución industrial, que, a nuestro entender, da sustento estructural a un cambio de fase en el capitalismo mundial, a la manera de lo que sucedió a inicios de la década del 70 del siglo pasado, con la progresiva extensión social de las TIC´s.

El debate se dio justo en el momento que salió a la luz una campaña promovida por el tanque de pensamiento The Future of Life que, con la firma de figuras notables de este capitalismo 4.0, propuso ralentizar el desarrollo de las herramientas de la IA, al menos durante 6 meses.

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La discusión entre Harari y LeCun, parado en este debate, trajo a primer plano dos posiciones claras respecto del avance de la inteligencia Artificial, ordenadas bajo las dudas sobre el impacto que podría tener a nivel social, y cómo podría procesar la humanidad el desarrollo extremo de dichas herramientas.

¿Pueden los sistemas de IA desarrollar conciencia? ¿Pueden imitar la capacidad de producir conocimiento de las mentes humanas? ¿Qué impacto tendrá esto en la civilización y sus modos de organizarse? ¿Cómo afectará a la democracia y el mundo del trabajo? ¿Cuáles son los límites éticos? ¿De qué manera amenaza esto la existencia humana?

Para Lecun, quien promueve que no hay que escandalizarse, es necesario dar rienda suelta a tales desarrollos y permitir, incluso, en el caso de herramientas como el Chat GTP, que el código de los mismos sea abierto. Esto impediría, a su juicio, malograr la democracia, tal como vaticina Harari.

Pero, ¿qué va pasar cuando tales dispositivos lleguen a un nivel de desarrollo que puedan desplegar comportamientos parecidos a los que se impulsan desde los sentimientos y la conciencia? Este fue uno de los puntos del debate, en el que se encendieron las alarmas sobre la puesta en peligro de la propia esencia humana.

La gente no debería sentirse amenazada. De la misma manera que tu coche es más potente que tú, imagina un futuro en el que todo el mundo tenga a su disposición un equipo de máquinas inteligentes que les haga más eficientes, productivos o creativos. Por eso creo que traerá un nuevo Renacimiento, básicamente una nueva Ilustración”, afirmó Lecún, quien también reconoció la necesidad de una legislación que garantice un efecto positivo en la sociedad.

Del otro lado, Harari denuncia que con el desarrollo desenfrenado de la IA la humanidad se dirige a un destino fatal. En el mismo, las máquinas se fusionarán con las personas o las sustituirán y podrán no solo desarrollar conciencia, sino hackear el código universal del lenguaje humano, incluso llevar al extremo el proceso creativo, llegando tomar decisiones y a producir saberes y formas de conocer que faciliten la manipulación de las opiniones de la gente, sacudiendo las bases de las democracias y allanando el camino para las derivas hacia sistemas totalitarios o totalitarismos digitales.

Para Harari, la humanidad se encuentra amenazada por su propia creación, tal como le sucedió al Dr. Frankenstein, por atreverse a quitarle a los dioses la potestad de crear vida.

En el otro extremo LeCun, piensa que la confiabilidad y la seguridad de los productos de la IA se resolverá a partir del trabajo colaborativo que millones de personas ejercen sobre dichos sistemas, de manera similar a lo que ocurre en Wikipedia. “Creo que la analogía correcta de ese mundo es Wikipedia. La gente confía en Wikipedia. Hay una gran cantidad de trabajo editorial que se dedica a tratar de mantener esas opiniones bajo control. Así que hay una manera de hacerlo éticamente, y lo que acabamos teniendo es algo como Wikipedia, que fue inventada por millones de personas. Y lo que eso significa es que los sistemas de IA del futuro básicamente tendrán que ser creados por miles de millones de personas trabajando juntas”. Según LeCun, la seguridad de la IA radicará en que la tecnología no sea propiedad de una sola empresa.

Pero, vale preguntarnos, ¿Qué hay más allá de la mirada apocalíptica de Harari y el exceso de optimismo de LeCun?¿Qué significa este debate? ¿Por qué nos preguntamos sobre la seguridad para la humanidad de los avances tecnológicos? ¿Qué interés mueve a aquellas voces que lo alimentan?

Agreguemos algunos condimentos. La revista Le Point, un semanario de derecha liberal francés es propiedad de François Pinault, en el sexto lugar de las riquezas más abultadas de Francia. Harari, es propagador de las ideas del globalismo desde la academia israelí. Fue formado en Oxford, estuvo en boca de Barak Obama. Fue recomendado por Bill Gates y vetado en Rusia, y emergió como uno de los intelectuales oficiales del Foro de Davos, para explicar el peligro que significa que “los gobiernos” tengan a disposición, mediante el avance tecnológico, la posibilidad de hackear la humanidad.

“Imagine lo que podría pasar si la persona que fue pirateada fuera el presidente de un país o el jefe de una corte suprema”, dijo en Davos en 2020, frente a la cúpula del poder económico global. También integró la lista de los más de 30 mil pensadores que firmaron la campaña de The Future of Life, junto a Elon Musk, fundador de Tesla y SpaceX y segundo en el ranking de la “lista mundial de multimillonarios de Forbes” y miembro del tanque de pensamiento que promoviò la campaña, además de Sam Altman, director de OpenAI; Steve Wozniak, cofundador de Apple,y otras personalidades de la industria tecnológica.

En síntesis, el pedido de ralentizar el avance de esta tecnología, hasta que la humanidad pueda decodificar de qué se trata, se parece más a una disputa entre dos fracciones del capitalismo globalizado por frenar, momentáneamente, la carrera “armamentista” de la inteligencia artificial. Nos parece poco creíble que en el Foro de Davos haya una preocupación genuina por el destino de la humanidad.

Dos semanas antes de firmar la carta de The Future of Life, Elon Musk, cofundador y luego desertor del proyecto de Open AI, la empresa que lanzó Chat GPT, emprendió TruthGPT, una empresa dedicada al desarrollo de inteligencia artificial. Desde Microsoft, asociado desde 2019 con Open AI, Bill Gates desestimó los propósitos de la carta: “No creo que pedirle a un grupo en particular que haga una pausa resuelva los desafíos”.

Más lejos en la línea de partida, pero con empeño, Meta, la empresa de Mark Zuckerberg donde LeCun investiga, dirige ahora sus esfuerzos hacia el desarrollo de herramientas de IA, para mejorar sus servicios, luego de una tormenta financiera que le produjo cierto fracaso en el desarrollo de su tan anunciado metaverso.

En síntesis, el interés detrás del debate parece ser, en definitiva, una discusión sobre quién liderará este nuevo mercado tecnológico

Para reinaugurar el debate

Lo que Harari se demora en decir y LeCun defiende como un beneficio, es que tanto la ciencia como la tecnología emanan del trabajo humano, vivo, lo único que tiene capacidad de agregar valor. Es de ahí de donde los propietarios de los medios, extraen ganancias.

La cuarta revolución industrial, así como lo hizo en su momento las otras, ha puesto a disposición nuevos medios para la producción de las riquezas sociales, acaparadas, luego, en pocas manos.

En esta era de la digitalización donde los ser humanos nos desenvolvemos en la vida cotidiana mediados por herramientas provenientes de las nuevas tecnologías, asistimos a una suerte de desvanecimiento de los límites de las jornadas laborales tal como las conocíamos, en las que el capital delimitaba el tiempo en el que extraía ganancias del trabajo ajeno, poniendo en Salario sólo una parte (el trabajo “necesario”).

Tal como lo afirma sin pruritos LeCun, existen hoy herramientas tecnológicas que se desarrollan a partir de la información que genera la interacción de millones de personas con aplicaciones y en el mismo uso de ciertos instrumentos. El intelecto general, la potencia creativa de la humanidad, se encuentra hoy al servicio de estos desarrollos, mientras que su aprovechamiento, o la disponibilidad de las riquezas generadas, se acumula en porciones muy pequeñas de la población. La propia idea de “inteligencia artificial”, en la primera persona del singular, enmascara un proceso social de producción de conocimientos que se sintetizan en nuevos desarrollos tecnológicos y productivos.

Tal como lo expresó recientemente Lucas Aguilera, en su artículo “Sobre el fetiche de la IA; Apuntes críticos al relato de la Tecnosociedad de Yuval Harari”, visualizamos que “el peligro entonces, si es que pretendemos hablar de posibles riesgos para la humanidad, no se encuentra en el desarrollo de estas tecnologías en sí, sino en el hecho de que las mismas son implementadas por un sector extremadamente reducido de la sociedad para explotar a las grandes masas trabajadoras. La Nueva Aristocracia Financiera y Tecnológica oculta, en su praxis, su objetivo principal: concentrar las riquezas, subsumiendo al humano a ser la cosa perpetua, un “no-ser” eterno”.

Quizás la pregunta correcta, que podría inaugurar otros debates para este tema, es quiénes son los dueños genuinos de estos desarrollos. Algo que podría conectarse con un argumento de Harari: depende de las manos que tomen control de estas herramientas. Pero agregamos: la disponibilidad social de las mismas, con fines no privativos, podría no sólo reducir los tiempos de producción de las riquezas, aumentando las mismas. Podría pensarse, también, un futuro, por fuera de los fantasmas distópicos, donde las mayorías sociales puedan gozar de mejores condiciones de vida. Una humanidad que libera su tiempo para ponerlo al servicio del desarrollo colectivo, no para aumentar los márgenes de explotación del hombre y la mujer, por el propio hombre.