“Las despedidas son esos dolores dulces”, es una de las frases que marcan a fuego a la militancia ricotera y hubiera sido un buen lema para simbolizar el último show de Patricio Rey y sus redonditos de ricota, en el caso de haber sabido que hace exactamente 20 años iban a dar su función final. El 4 de agosto de 2001 en el estadio Chateau Carreras de Córdoba, actualmente denominado Mario Kempes, Los Redondos dieron un histórico show que puso fin a 25 años de un fenómeno socio-cultural sin precedentes al ritmo del rocanrol.
Unas 45.000 personas que viajaron desde todos los puntos cardinales del país presenciaron aquel concierto; se trató de la última vez que la dupla Indio Solari-Skay Beilinson compartió un escenario. Se despidieron ante una multitud que copó el predio, logrando un récord de convocatoria, por encima de Madonna (44 mil), Soda Stereo (43 mil) y Paul McCartney (42 mil). Nadie imaginó que se había terminado el camino de la banda más popular de la historia de la música nacional. Lo que comenzó como un colectivo multiartístico de vida comunitaria en la ciudad de La Plata, continuó en Buenos Aires y terminó en el fenómeno de masas más grande y convocante del rock argentino.
Lo cierto es que no estaba planificado para ser el último de la banda, ninguno de los presentes supo que se trataba del último show. Para el 8 de diciembre, estaba programado un concierto en el club Unión de Santa Fe, que se suspendió luego del desencuentro definitivo entre el Indio, Skay y la Negra Poli, manager de la banda.
Los Redondos no tenían demasiadas locaciones disponibles para tocar tras los incidentes ocurridos en el estadio de River durante abril del 2000. A mediados de julio, La Negra selló un acuerdo con el intendente Germán Kammerath y se confirmó el concierto.
En Córdoba, las entradas se vendieron en Disquerías Edén a 22 pesos el Campo y 25 pesos la Platea. Junto con la entrada venía un póster de regalo diseñado por el artista plástico Rocambole, quien ilustró varios de los discos de la banda.
“Yo fui al último show de Los Redondos”
Claudia es muchas cosas, pero antes que nada ricotera de pura cepa. Para ella, Los Redondos representan su adolescencia, el compartir, el conocer el país y el disfrutar de una pasión con personas que encontraban en las travesías patricias una expresión de libertad, el simple deseo de pasarla bien.
Hace 20 años, salía con tres amigas y un amigo en una camioneta desde la localidad de San Martín, provincia de Buenos Aires. Sin embargo, el viaje de ida arrancó el mismo día en que se anunció la fecha del show, el cual se apresó de su ilusión por una nueva “misa”. Mientras tanto, la vuelta contó con un parate para dormir dentro del auto a orillas del lago San Roque, desayunar en una estación de servicio y regresar definitivamente a tierras bonaerenses.
“Entramos a primera hora de la tarde-noche, en medio de un tumulto. Fue un show tranquilo, sin problemas con la Policía. La banda estuvo muy bien y el Indio estaba un poco irascible con que le tiren cosas al escenario. Después de Jijiji salimos del campo pensando que el show había terminado, pero volvimos cuando escuchamos que siguió con un Ángel para tu soledad”, relató Claudia a El Destape. El concierto empezó a las 19:10 con Unos Pocos Peligros Sensatos y terminó efectivamente con Un Ángel Para Tu Soledad (21:30), que sonó con todas las luces del estadio encendidas. Curiosamente, fue de las pocas veces que no terminó con la canción del disco Oktubre, caracterizada como el “pogo más grande del mundo”.
La iniciación de Claudia en la pasión redonda nació con el viaje de egresados a Bariloche, cuando era una estudiante de secundario. Diez días ininterrumpidos escuchando a la banda por la insistencia de chicos de un colegio de Caseros bastaron para que su cabeza haga “un click”, como ella lo definió. En 1992 fue a ver a Los Redondos por primera vez en el Centro Municipal de Exposiciones de la Ciudad. De allí en más no paró: Mar del Plata, Huracán, Racing, River, entre tantos otros conciertos.
“Es un privilegio haber ido al último show, creo que lo merezco por todas las cosas lindas que pasé viajando y por otras no tanto, como las corridas, balas de goma, gases, o palazos de la Policía. Igualmente, ni loca pensé que era el último show”, se mostró orgullosa. El final de la banda, allá por diciembre de 2001, coincidió con el estallido social del país y el exilio de Claudia en México. Como no podía pasar de otra manera, su regreso también estuvo ligada a la figura de Solari.
“Me fui por cinco años hasta el 2006. En 2005 me sonó el teléfono y eran mis amigas desde el Estadio Único de La Plata, donde el Indio volvió a los escenarios en su versión solista. Me hicieron escuchar la última canción del concierto. Desde que volví, lo seguí en todos los shows que hizo, menos el de Villa María en 2008 porque me coincidió con un casamiento familiar”, contó Claudia.
Los violadores, Pablo Echarri y una muerte lamentable
La banda se alojó en la Hostería Hipucampus de Carlos Paz. Salió a las 17 y producto de un embotellamiento llegó pasadas las 18. Cuenta la leyenda que Solari se tuvo que asomar para pedirle a la seguridad que los dejen pasar y que ingresaron al predio en una ambulancia que fue vista por todo el público, incluidos el actor Pablo Echarri (visto por la propia Claudia) y la cantante Soledad Pastorutti.
Los Redondos se encargaron de la producción del show y se asociaron al productor santafesino Arturo Iturraspe. Si bien la organización fue ordenada, hubo un fallecido (Jorge Felippi -31 años-) producto de una caída desde la tribuna al foso. El operativo de seguridad para el concierto contó con 2.500 efectivos policiales, el triple de un clásico entre Talleres-Belgrano.
En total, tocaron 25 temas en dos horas y con tres intervalos. La puesta en escena estuvo a cargo de Rocambole y el sonido de consola a cargo del ingeniero Eduardo Herrera, quien había participado activamente en Momo Sampler, último disco de la banda.
Luego de las primeras canciones, el Indio agradeció a un médico: “Quisiera agradecer al doctor Guillermo, quien, Decadrón mediante permitió que estuviera aquí”.
“¿Qué te creés boludo? No somos Los Violadores. Vení al camerino a tirarme cosas”, reclamó tras ver una botella que voló. “En esta me van a tener que ayudar”, antes de tocar Juguetes Perdidos.
Con el estadio repleto, a minutos de show, afuera quedaron cerca de 200 personas sin entradas. Para intentar prevenir los desmanes que ocurrieron en River, dejaron pasar a esta barra que entró por la popular con un bombo. Para el concierto, Rocambole hizo una puesta especial en la estética que había elaborado para Momo Sampler. Por las pantallas de ambos costados del escenario se proyectaron dichas imágenes.
En los días previos al show, la Plaza de la Intendencia, el Parque San Martín y hasta el barrio Chateau tuvieron campamentos con púbicos de diferentes lugares.
Córdoba 2001, una charla con el Indio y una firma para los quince
Luis es biólogo, trabaja en un laboratorio y vive en la localidad de González Catán. Sin embargo, hace 20 años, estaba en otro momento de su vida. En ese entonces, trabajaba de reportero gráfico para la revista de las Madres de Plaza de Mayo.
Por haberse enfocado en sus estudios y en guardias laborales de largas horas, se le hacía muy difícil asistir a los shows de Los Redondos, a pesar de ser fanático de la banda. Para agosto de 2001, su esposa se encontraba embarazada y dudaba mucho en ir en medio de tantos compromisos. Afortunadamente, un amigo, Nicolás, lo convenció para ir a lo que luego sería recordado como el último concierto.
“Fuimos con Nico en auto, desde Catán. Llegamos a las cuatro de la mañana a Córdoba capital... era impresionante, el movimiento era una locura para cualquier ciudad. El público ricotero siempre es ruidoso. No se sabía nada de nada lo que iba a pasar, nadie lo sabía. No había posibilidad, todo el mundo esperaba más shows”, contó Luis sobre aquellas primeras sensaciones al arribar a la provincia.
Por supuesto que Luis llevó su cámara para tomar algunas fotografías en su rol de reportero para las Madres, aunque no pudo ingresar con ella adentro del predio. “Estuve en la platea, pero también bajé a campo porque nos encontramos con un compañero de la universidad. El recital fue impresionante, Momo Sampler sonaba excelente, sonaban en vivo como en un CD”, rememoró Luis. Respecto al valor de haber asistido a la última función, expresó: “Siempre le agradecí a Nico haber ido a ese show, aunque pensaba que la separación era algo momentáneo, que iban a volver. Todo el mundo creo que pensó lo mismo. Cuando ellos empezaron a hacer carrera cada uno por su lado, ahí me cayó la ficha”. Aun así, de ninguna manera ese recital iba a ser la última gran conexión entre su vida y Patricio Rey.
Resulta que Luis es a la vez amigo de un bioquímico que trabaja en el centro de salud donde el Indio se realiza sus estudios médicos. Hace cinco años, pactó un encuentro secreto con Solari a través de las gestiones de su amigo Alfredo, a la salida de las instalaciones del lugar.
Con una botella de Jack Daniels en la mano, Luis esperó a su ídolo para intercambiar algunas palabras y sacarse una foto de recuerdo. Al parecer, cualquier persona allegada a Alfredo era de mucha confianza para el Indio, porque se quedó hablando con Luis durante media hora.
“Sólo le conté a mi familia del encuentro porque si no se podía descontrolar todo. Él me hablaba y yo no le respondía, estábamos en la vereda, no te lo puedo explicar. Estás con un tipo inalcanzable, hablando más de media hora. En un momento se acerca un muchacho con un cigarro y nos pidió fuego. Indio le ofreció, el pibe se lo quedó mirando, pero nunca terminó de descifrar que se trataba de él. Fue muy divertida la situación”, recordó Luis sobre aquel cruce. Esa misma noche, Solari firmó una foto de Camila, la hija de Luis, que por esas fechas cumplía sus 15. Ella, por supuesto, ricotera como su papá y exultante con su regalo.
“No va a haber otro Patricio Rey. La movida que provoca genera algo de confraternidad entre los que vamos por un solo motivo: escuchar de nuevo las canciones que nos conmueven, la voz del Indio, la poesía, el poder de descripción son como pinturas. Hay algo muy grande que no se puede describir, que no tiene precio. ¡He caminado siete kilómetros en la entrada a Olavarría, y no haría lo mismo por nada del mundo! No tiene una explicación científica, Solari es Maradona”, concluyó efusivo Luis. Sobreviviente del último rocanrol del país
Aquel sábado invernal del 2001, Los Redondos se despidieron, sin saberlo, con su formación clásica: Carlos ¨El Indio¨ Solario, en voz; Skay Beilinson, en guitarra; Walter Sidotti, en batería; Sergio Dawi, en saxo, Semilla Buciarelli, en bajo y Hernán Aramberri en batería y samplers.