Con más de 60 años, compraron un avión monomotor y viajaron por todo el mundo en 127 días: "Nos lanzamos a la aventura"

Esta pareja de marplatenses voló durante 270 horas y recorrieron 35.000 millas este año. Inclusive, lograron cruzar por Rusia en medio de la guerra con Ucrania. "Nos dimos cuenta que teníamos más tiempo para nosotros y a la vez que el metro de la vida se nos estaba acortando", subrayaron.

08 de diciembre, 2023 | 00.05

Claudio y Betina son ingenieros, están casados hace 33 años y son padres de seis hijas. Este año sus vidas tuvieron un giro inesperado que los llevó a emprender una travesía que duraría cuatro meses. “A esta edad nos dimos cuenta que teníamos más tiempo para nosotros y a la vez que el metro de la vida se nos estaba acortando. Es por eso que nos lanzamos a hacer esta aventura”. La historia de la pareja que no solo consiguió el objetivo de dar la vuelta al mundo sino que también se convirtió en la segunda del país en hacerlo arriba de un avión monomotor.

Claudio Robetto y Betina Raimondi se conocieron en diciembre de 1989 en Mar del Plata. La conexión que tuvieron fue tan genuina que a los cuatro meses decidieron casarse y comenzar a convivir. Su historia se asemejaría a un electrocardiograma. Durante toda su vida se reconocieron esencialmente impulsivos a la hora de tomar decisiones. En consiguiente, tuvieron miles de altibajos pero de los cuales siempre han podido salir adelante y reinventarse. Gracias a ello también se animaron a probar cosas nuevas a tal punto que, Claudio con 68 años y Betina con 59, exploraron el mundo de una forma bastante peculiar: a bordo de un avión monomotor Mooney M20J, modelo 1978. Fueron 124 días, 270 horas de vuelo y unas 35.000 millas recorridas. Una aventura que ellos mismos aseguran que volverían a repetir una y mil veces más.

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Se conocieron en Mar del Plata, donde viven actualmente, y de donde Claudio es oriundo. Betina era de la ciudad de La Plata pero fue de vacaciones a un hotel que atendía la familia del futuro marido. Luego del encuentro no se volvieron a separar. En abril de 1990 se casaron y al poco tiempo se embarcaron en la aventura de agrandar la familia. Seis mujeres: Josefina, Martina, Valentina, Delfina, Carolina y Justina. “Cuando nacieron mis hijas mi prioridad fue el trabajo y la familia. La aviación pasó a segundo plano”, comenzó diciendo Claudio.

El marplatense actualmente trabaja en San José de Balcarce, una ciudad serrana, agrícola, ganadera y forestal​ cabecera del partido homónimo, al sudeste de la provincia de Buenos Aires. Allí tiene un molino en el que fabrican harina sin gluten. “A pesar de que hay que remarla, es un sector que está creciendo así que eso ayuda bastante”, comentó el ingeniero. No obstante, el camino para llegar a donde está hoy no fue nada fácil: “Yo me recibí de ingeniero metalúrgico y siempre tuve el afán de emprender. No me gusta ser empleado y depender de otros. Lamentablemente abrí varias empresas y al tiempo las tuve que cerrar porque me fundía. Sin embargo, pude reinventarme en otras áreas y seguir trabajando de lo que a mí me gusta”.

Aunque Claudio puso toda su energía en el trabajo como ingeniero, la vocación de estar en el aire seguía muy presente. “Hasta los 34 años, momento en el que conocí a Betina, volaba mucho; iba a los clubes todos los fines de semana porque yo no tenía la opción de comprarme un avión”, señaló el hombre. No obstante, su afición por los aviones comenzó desde mucho más pequeño. Su padre, José Pino Robetto, fue piloto en la Segunda Guerra Mundial al servicio de Italia. Con 28 años emigró a Argentina con un contrato de 2 años para entrenar a pilotos de la Fuerza Aérea Argentina. A los pocos meses conoció a la mamá de Claudio, se casaron y tuvieron cuatro hijos. “Yo volaba de chiquito con él pero nunca como piloto. No le gustaba la idea de que yo manejase un avión por el riesgo que éste conllevaba”, mencionó Claudio.

Debido a este obstáculo, Claudio realizó cursos de aviación a escondidas. “En vez de gastar la plata en boliches lo hacía en vuelos”, confesó. El muchacho, en aquel entonces, hizo un montón de malabares para que su padre no se enterase de dicha situación. La suerte no estuvo de su lado. Sin embargo, la reacción de su padre lo sorprendió. José se enojó, pero no porque Claudio había elegido hacer a escondidas lo que tanto le apasionaba, sino más bien porque podría haber sido él mismo quien le hubiera enseñado el arte de volar.

Después de unos años, más precisamente en 1984, José Pino Robetto falleció y Claudio tomó la iniciativa de terminar el curso de aviación. Su objetivo era claro: comprarse su primer avión y continuar con el legado de su padre pero desde otro lugar. Él quería conocer el mundo. “A esta edad uno empieza a tener más tiempo porque el trabajo es estable, la carga horaria es más reducida, la atención de la familia es menor porque las chicas ya están grandes; tenes más tiempo físico. A la vez, el tiempo vital se va acortando”, dijo Claudio haciendo referencia a que no podía esperar a cumplir 80 años para cumplir su sueño.

El 2014 fue su año: se le presentó una oportunidad que sería el puntapié para la gran aventura que viviría junto a su esposa en el 2023. “Tuve una empresa de cultivos en Uruguay que duró tres años. No me quedó otra alternativa que cerrarla, pero como me quedaron algunos activos allá pude generar unos ahorros y proponerle a Betina comprar un avión”, señaló.

Luego de investigar acerca de aviones, se decidieron por uno de origen estadounidense fabricado en 1974.  “Era de tela, con un asiento adelante y otro atrás; tenía poca autonomía y la velocidad era muy baja”, detalló Claudio. A pesar de ello, había algo que les decía que ese era el avión indicado. En fin, lo compraron a distancia y lo trajeron de Estados Unidos en un vuelo de dos meses.  “A partir de ese momento nos dedicamos a hacer turismo por Argentina y países limítrofes. La elección de nuestras vacaciones estaba pura y exclusivamente condicionada a que el destino tuviese una pista de aterrizaje ya que íbamos a viajar por nuestros propios medios. Gracias a ello, conocimos Uruguay, cruzamos dos veces la Cordillera de los Andes y visitamos provincias como Ushuaia y Salta”, recordó. 

Claudio y Betina crearon un blog para ir volcando toda la información y anécdotas de los viajes; y fue por este medio que una pareja se interesó por uno de sus escritos y los contactaron para que les contasen un poco más de sus aventuras. Ellos eran Alex Gronberger y Martina Kist, un argentino y una holandesa, que tenían en mente un mismo objetivo pero a los que solo les faltaba un aliento de confianza. Les pidieron tanto a Claudio como a Betina que se acercasen a Santa Teresita para conocerse y conversar un poco acerca de ello. “Cuando nos encontramos, nos dijeron que querían dar la vuelta al mundo pero que tenían algunas dudas. Yo les dije que no solo lo podían hacer sino que también lo tenían que hacer. E inmediatamente dije que nosotros también teníamos que hacerlo”, contó Claudio con euforia.   

Desde aquel día, las dos parejas quedaron en contacto y de vez en cuando se hablaban para ver cómo avanzaba la planificación de sus respectivos viajes. En 2021, Alex y Martina se convirtieron en los primeros en dar la vuelta al mundo. Claudio y Betina, en ese entonces, estaban terminando de ahorrar para comprarse su segundo avión y concretar el viaje tan esperado. En mayo de 2022 ya tenían el nuevo vehículo en sus manos. Era usado así que le agregaron unos navegadores más modernos y lo dejaron listo para la aventura. “En ese momento dijimos que el 2023 iba a ser el año en el que nosotros daríamos la vuelta al mundo”, recordó el ingeniero.

El recorrido que tenía pensado hacer la pareja marplatense involucraba el Ártico. Sin embargo, la tarea no era fácil porque había una ventana de tiempo para pasar por allí. Desde mayo hasta mediados de agosto se consideraba seguro ya que después el avión podía sufrir engelamiento. Es por ello que Claudio planeó el viaje para el 15 de mayo. Finalmente comenzó la travesía el 21 del mismo mes. “Antes de salir hacia un destino estás en contacto con el servicio de tránsito. Después de presentar el plan de vuelo te subís al avión y te comunicas en una frecuencia con el permiso de tránsito. Luego hablas con personal de desplazamiento de tierra, ellos te dirigen hacia la cabecera de la pista. Cuando llegas allí, te piden que te conectes con la torre de control ya que son los que autorizan los despegues y los aterrizajes; y la historia no termina ahí porque, cada determinado lapso de tiempo, te tenes que ir contactando con los controles de área hasta llegar al destino”, describió el hombre.

Fue realmente una aventura. Cada tramo que hacían era prueba y error. “Empezamos haciendo viajes más cortos y luego más largos. Intentábamos salir de cada lugar bien temprano. Solo en una ocasión aterricé en Campo Grande, Brasil, ya de noche. Fue mi primer viaje nocturno y lo disfruté mucho”, comenzó relatando Claudio.  “Después de un tiempo ya estábamos cancheros. Además el avión es viejo pero tiene piloto automático. Entonces, en el mientras tanto, veíamos el mapa y estábamos atentos a las comunicaciones. También había algunos momentos de relajación donde escuchábamos música, rezábamos el rosario, comíamos; básicamente teníamos tiempo para todo”, siguió diciendo.

La pareja volaba alrededor de los 8 mil pies. El cruce de Groenlandia lo hicieron a 13 mil pies sin complicaciones. No obstante, de vez en cuando, agarraban el oxímetro para medirse la saturación de oxígeno en sangre. No se alarmaron en ningún momento pero el cuerpo les empezó a pasar factura. Muchas veces llegaban cansados por lo que tenían que extender la estadía en algún sitio. “Hacíamos todo sobre la marcha ya que no sabíamos a qué hora llegábamos a cada destino. A veces aterrizábamos a la noche y al otro día volvíamos a salir. Pero cuando veíamos que el cuerpo nos pedía un descanso, nos quedábamos en la ciudad por dos o tres días”, confesó.

Cuando llegaron a España, un programa de televisión les hizo una nota dejando entrever que la pareja argentina estaba dando la vuelta al mundo. Claudio no quería defraudarlos pero era consciente que tenía una tarea complicada por delante ya que para lograr ese objetivo tenía que encontrar un camino que evitase pasar por Ucrania y Rusia. “Yo quería dar la vuelta a toda costa porque para mi era todo un logro. Ya habíamos viajado durante muchas horas por arriba del agua, nos chocamos con auroras, tormentas y principios de engelamientos; ya habíamos pasado por todo”, dijo el hombre. A raíz de esto, se puso a buscar alternativas de recorrido porque no le daba la autonomía del avión. Es por ello que, en un momento, se puso en contacto con su amigo Alex: “Me dijo que se comunicó con el handler ruso que lo ayudó en su viaje y le dijo que si nosotros teníamos el pasaporte argentino y los papeles al día no íbamos a tener ningún problema aunque el espacio aéreo está prohibido para los de Occidente”.

Cuando despegaron de San Petersburgo a Kazán -es decir, del este al oeste de Rusia-  el plan de vuelo les decía que cruzasen por arriba de Moscú. Claudio no quería tomar esa ruta por el peligro que esta tenía pero no les quedó alternativa. A las dos horas de viaje el GPS se quedó sin señal. “Yo no sabía dónde estaba ni hacia dónde ir. Lo único que me tranquilizaba era que teníamos 8 o 9 horas de autonomía”, enfatizó. Rápidamente Claudio se puso en contacto radial con el controlador de vuelo del espacio aéreo para que lo guiase hasta que Betina solucionase el problema del GPS. Pasaban los minutos y no volvía. Finalmente, y gracias a un operador, los argentinos aterrizaron en suelo ruso. Y el GPS volvió a funcionar “Claramente tuve mucho miedo en ese momento pero después, charlando con varias personas, me enteré que los rusos inhiben la señal para que los drones o los misiles no lleguen a la capital”, comentó. Como si eso fuese poco, la pareja -ya de vuelta en Argentina- se enteró que unos días más tarde de su llegada a Rusia, el aeropuerto Pskov -lugar por el que ellos entraron- fue bombardeado.

Sin embargo, el viaje ya estaba hecho. Claudio y Betina ya estaban en su casa de Mar del Plata hablando con la familia y amigos de esos 127 días, las 270 horas de vuelo y los 60 mil kilómetros recorridos. “De este viaje me llevo mucha satisfacción personal porque me propuse algo y lo pude llevar a cabo. Es más, cuando pasamos por Italia decidimos visitar el pueblo de mi padre. Tuve un momento para ir al cementerio donde están sus restos y le dije ¡papá estoy dando la vuelta al mundo!”, comentó Claudio con un dejo de emoción. Esta experiencia también fue una prueba de convivencia para la pareja y una ocasión para reafirmar el amor que se tienen hace tantos años. “Estar cuatro meses con tu pareja tiene lo suyo pero lo sorteamos muy bien”, admitió.

A pesar de que el matrimonio tiene muchas ganas de repetir el viaje, también tiene el deseo de escribir un libro en el que se puedan plasmar todas las vivencias y anécdotas. Con esto podemos afirmar que la historia de este dúo argentino la podría haber escrito Julio Verne el siglo pasado. Aunque no fue así, los marplatenses dejan en lo más alto las dos grandes aspiraciones del escritor francés: la exploración del mundo y el progreso tecnológico.

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