Tiene 68 años, es biólogo y recorre el norte argentino a pie y en bote para visibilizar nuestra biodiversidad: "Me mueven las ganas"

Recorriendo montañas, humedales, ríos y grandes llanuras, la travesía abarca 6 provincias, 10 ecorregiones, casi 3000 kilómetros y más de 100 días. Lo acompaña un grupo que va rotando, cuya gente se va sumando según las necesidades del camino.

19 de julio, 2024 | 00.04

El biólogo Alejandro Brown, presidente de la ONG Pro Yungas, que trabaja para la conservación del ambiente y el desarrollo sustentable, encabeza Travesía Capricornio, un recorrido en canoa y a pie por el Norte Grande Argentino. El nombre es en honor al paralelo que pasa por esa línea perpendicular que marca el camino entre Jujuy y Misiones. Uno de los objetivos es conocer la región y sus habitantes, con el fin de contribuir a visibilizar estos territorios, sus problemáticas, su gente, sus producciones y su naturaleza. La actividad es desarrollada a través del Proyecto Impacto Verde y financiado por la Unión Europea.

Comenzó en la Puna Jujeña el 5 de mayo y pretende llegar hasta las cataratas de Iguazú a fines de agosto. Recorriendo montañas, humedales, ríos, grandes llanuras, la travesía abarca 6 provincias, 10 ecorregiones,  casi 3000 kilómetros y más de 100 días. Alejandro se propuso cruzar Jujuy, Salta, Formosa, Chaco, Corrientes y Misiones caminando, en canoa, a caballo,  depende el suelo y las características del ambiente. Acampan, duermen al aire libre o en refugios, buscan dar visibilidad a la realidad del Norte Grande Argentino, que es según él la región que abarca la mayor diversidad ambiental, cultural y productiva del país. En diálogo con El Destape cuenta los detalles de la travesía, cuándo empezó su afán aventurero y por qué a los 68 años decide irse más de 100 días de su casa para vivir una experiencia digna de un libro de aventuras. Un recorrido que pudo emprender, en parte, con tres de sus cuatro hijas que se turnaron de a tandas para acompañarlo. 

La travesía

Alejandro Brown es oriundo de Raleigh, provincia de Buenos Aires. Sin embargo, el Norte Grande es su casa desde que tiene 11 años. Estudió en La Plata, y hace 35 años se mudó a Tucumán, una decisión que tomó para estar más cerca de la selva, que era su objeto de estudio. Hoy tiene su casa en una zona suburbana que bordea la Yunga Tucumana: “Vivo en ese borde, ahí disfruto mi pequeña diversidad con la cual convivo y con la cual intento coexistir, porque creo que gran desafío de la humanidad es aprender a coexistir con la naturaleza”, cuenta, mientras relata sobre su casa de la que partió hace más de 70 días, de fondo se puede escuchar un fuego. En invierno atardece temprano y el fuego es una manta cuando empieza a bajar suave la temperatura.

Actualmente la travesía ya los llevó a Corrientes, acampan en el “típico bosquete correntino”, los días vienen siendo amables, están en una etapa a pie por la ruta y por el bosque. Esto detallado se puede encontrar en su diario de viajes: todas las noches, el biólogo completa su cuaderno con anécdotas, nombres, detalles de los lugares por los que pasó, situaciones extraordinarias como cuando atravesaron la extensión del Bermejo entre Salta, Chaco y Formosa, casi 30 días conociendo muy de cerca los caprichos del río, los pantanos, el frío húmedo, la búsqueda constante de lugares firmes para acampar y el contacto directo con los pocos habitantes de la zona, que de vez en cuando salen a cazar. Alejandro lo vive como un momento de reflexión y de bajar esa información que vivió durante el día.



La idea de realizar una travesía de estas magnitudes surgió el año pasado, cuando desde Pro Yungas cayeron en la cuenta que cumplian 25 años. La ONG todos los años realiza travesías aunque mas cortas de una o dos semanas. Se trata de viajes inspirados en los naturalistas de antaño,adentrándose en la naturaleza y conociendo a las personas que viven en cada territorio. Para estos 25 años pretendían realizar algo más grande, que represente a la organización, a sus integrantes y que les permita dar a conocer y visibilizar el Norte Grande y todas sus riquezas. Es por eso que decidieron llevar adelante la Travesía Capricornio.  “Nosotros entendemos que los humanos usamos los recursos naturales, y en ese uso surge la conservación de los mismos”, dice Alejandro y plantea que desde ProYungas consideran que las actividades productivas no son antagónicas de conservar el ambiente, sino parte activa, es por eso que buscan  mostrar el  Norte Grande desde lo ambiental, lo social y lo productivo.

La caminata

Es una travesía planificada con un esfuerzo físico importante. A sus 68 años lo siente, sin embargo se sorprendió gratamente de la respuesta de su cuerpo, algo que le dio fuerza para seguir adelante y soñar con más proyectos. La decisión de hacerlo a pie y en bote, tiene que ver con generar otro vínculo con la naturaleza y con los habitantes del lugar. “Cuando te ven llegar así se predisponen de otra manera. Hay personas con las que venimos trabajando hace muchos años, pero nunca nos habíamos juntado a comer un asado, como por ejemplo me pasó con dirigentes Pilagá, una etnia que vive asociada al bañado la Estrella en Formosa”.

Alejandro conoce a las familias de esa zona hace 15 años, trabajan juntos, sin embargo nunca se había tomado el tiempo de compartir más allá del trabajo. Pasaron un día en la orilla del río Bermejo, el tiempo de la caminata, la contemplación del paisaje, la escucha de los sonidos de cada lugar en el que acampan o los olores que van cambiando a medida que avanzan, todos esos tiempos más lentos que les propone la naturaleza le permite conocer los lugares desde diferentes sintonías. Alejandro es reflexivo y también nostálgico. Cuando se acababa el trayecto por el río Bermejo, tras un mes de navegación, esa mañana recordó una canción de Atahualpa Yupanqui, cantautor, poeta y escritor argentino: 

Tú que puedes, vuélvete

Me dijo el río llorando

Los cerros que tanto quieres

allá te están esperando
 

'¿Y si empezamos de vuelta?', le pregunté a mis compañeros esa mañana”, cuenta risueño.  Para el biólogo hay magia en la repetición de la rutina que se genera en el viaje, además de las características de cada paisaje. En la travesía cumplió 68 años, para él la preparación física se la fue dando la vida, la experiencia y las travesías. Reconoce que a su edad debe tener ciertos recaudos, sin embargo va tranquilo y manteniendo los cuidados necesarios en relación a las distancias, a los kilómetros que deben hacer por día.

Hay muchas circunstancias inesperadas cuando uno está expuesto a los imprevistos de la naturaleza: un viento fuerte en la madrugada que los obligó a cambiar un campamento, un bote que se hundió en una crecida de río. Cada lugar tiene su particularidad, la zona fluvial hace que uno esté mojado la mayor parte del día, en las montañas de Jujuy el sol los castigó en muchos tramos, la falta de aire en la altura de los 4200 metros, son algunos de los contratiempos que uno enfrenta en este tipo de aventuras. A pesar de ello, Alejandro asegura que siente agrado y satisfacción y que son propios de estar en vínculo directo con la naturaleza: “El camino me va sorprendiendo en cada tramo, el montañoso pensé que era la parte más difícil de la travesía, pero cuando llegamos a la zona fluvial se complicó mucho más”, recuerda. Muchas veces se topa con la pregunta incisiva de pobladores o de conocidos que va encontrando en el camino que le preguntan “¿Por qué hacés esto?”. A esa pregunta, el biólogo suele responder:  “Porque me mueven las ganas”. Cuando lo dice, lo dice con la vitalidad de quien disfruta de lo que hace. El grupo va rotando, suelen ser un plantel fijo de 4 personas y se van sumando según las necesidades del camino. También hay otros que trabajan en la comunicación y actualización de información en las redes sociales y en la web.



A pesar de las diversidades del paisaje y los ecosistemas, suelen mantener una rutina que Alejandro enumera, ya añorando algunos tramos del recorrido:  despertarse temprano a la mañana, escuchar las charatas o los monos aulladores, desayunar, desarmar el campamento, cargar los botes o las mochilas, a las cuatro de la tarde empezar a buscar un lugar lindo para acampar, encender un fuego, contemplar el atardecer. 

El biólogo insiste en que muchas veces conocemos más la zona del Norte Grande por sus problemáticas que por su biodiversidad, en ese sentido augura que “una parte del futuro del país se va a dirimir en esta zona”. Su afirmación se debe a la capacidad de estos ecosistemas de fijar carbono y de la armonía entre la producción y la naturaleza que se está generando en la zona. Por ejemplo, el Bermejo alimenta 700 mil hectáreas, es un río zigzagueante. Alejandro lo compara con una culebra que zigzaguea para desprenderse si la querés agarrar: “En ese andar zigzagueante, va generando enormes superficies, cientos de miles de hectáreas de playas nuevas cada año que se coloniza por un árbol llamado bobo, con crecimiento muy rápido, todo ese crecimiento fija carbono, pero a su vez el río vuelve a envolver todo eso con el limo, la arcilla , la arena, lo deposita y lo sepulta”. Para él, toda esta dinámica fluvial del Bermejo podría representar una bomba de captación de carbono muy importante. 

El viaje como vocación

Alejandro dice que tiene vocación de viajero, además es biólogo y encuentra en el contacto pleno con la naturaleza un compromiso con el medio ambiente, aprendizaje que comenzó desde muy pequeño. Empezó cuando, por la muerte de su padre, se refugió en sus libros para atravesar ese duelo. Tenía solo 11 años y su papá le había dejado una biblioteca llena de libros de aventura: hombres que dan la vuelta al mundo en veleros, escalan montañas, navíos en altamar, entre otros, ficciones y documentales. Mientras devoraba los libros y se mantenía a salvo del mundo, cuando cumplió 13 su mamá lo mando solo para Corrientes, a ver a unos familiares lejanos. Ahí fue cuando comenzó a viajar: “Mi madre sintió que tenía que fortalecer mi independencia y mi rol de ganarme la vida, entonces conocí muy temprano formas de viajar, caminos muy agrestes hace 50 ños y  tuve un contacto muy fuerte con la naturaleza”, recuerda sobre ese momento de su vida que lo marcó para siempre. Según Alejandro, en los libros de su padre aprendió que las utopías son oportunidades para descubrir, para vivir y para pensar cosas diferentes. Años más tarde decide estudiar en la Universidad de La Plata, y su relación con la naturaleza lo fue llevando por otros caminos, investigación, becas, dirigir becarios, buscar recursos económicos, planificar proyectos.

El espíritu aventurero que lo acompaña desde niño es una de las razones por las que su esposa y sus cuatro hijas no se sorprendieron cuando les contó de la aventura. “Me miraron como quien escucha algo que ya sabía que iba a escuchar en algún momento. Hubo aceptación, aunque algo de resignación”, cuenta. Alejandro sospecha que cuando vieron que pudo sortear los primeros percances del viaje, se dieron cuenta que no era mi despedida de la vida: “No lo sé, pero creo que vieron que había una capacidad de salir adelante y eso les dio tranquilidad”.

De todas formas, tres de sus cuatro hijas lo acompañaron durante el recorrido. Lucía lo acompañó en una semana larga de casi 10 días de montañas jujeñas, Avelina en la parte fluvial del río Bermejo y Brenda en los Esteros correntinos. “Todo este tiempo me sentí muy cuidado y acompañado por mis hijas también, también pasó un sobrino y una hermana”, suena agradecido y orgulloso por ese aporte y la posibilidad de compartir la travesía con su familia. “Creo que pudieron entender de primera mano qué me moviliza, porque quiero hacer estas cosas. Estar acá es una forma de valorarlo, bancarse 30 días arriba de un bote, acampar todos los días, son experiencias espectaculares y únicas”. 

Considera que este viaje en particular le dio la posibilidad de encontrarse con muchos aspectos de sí mismo, también le está dando tiempo para pensar, reflexionar, compartir con otros. Se dio cuenta que durante muchos años pasó por los lugares a las apuradas, sin mirar con detenimiento. Hoy, estar de travesía le permite observarse: “Tengo casi 70, sé que es la etapa final de mi vida, y sin embargo me di cuenta en esos meses, por todo lo que estoy caminando y haciendo, que me queda mucho camino por recorrer”, reconoce.

Las fotos de la travesía son cortesía de la antropóloga y fotoperiodista Jose Nico, que acompañó un tramo del trayecto sobre el río Bermejo.