Pablo Buchbinder, luego de llevar 40 años practicando escalada, decidió hacer el ascenso más codiciado y temerario por todos los amantes del montañismo. El 2 de abril de este año dejó su hogar, y el 7 de abril -ya en tierra nepalí- comenzó la caminata hacia su anhelo más preciado: pisar la cima del Everest. Su valentía, convicción y garra fueron las claves que le permitieron sortear miles de obstáculos y sobrellevar la pérdida de cercanos para lograr así su objetivo.
Nació el 28 de junio de 1961 en la localidad de Mar del Plata, más conocida como la “Ciudad Feliz”. Hasta los 24 años de edad dedicó su vida al mar. Practicó deportes como surf y buceo, y también estudió oceanografía. “Yo soy especialista en geofísica marina, todo lo relacionado al fondo marino o a la erosión de costas. Tiene más que ver con la superficie terrestre que con el agua”, dijo Pablo Buchbinder para explicar su posterior atracción por la montaña. Es que en la universidad, el hombre se hizo amigo de unos chicos que hacían en simultáneo un curso en el Centro de Escaladores Marplatenses. “Suena raro porque no hay montañas pero si hay sierras”, señaló el hombre, quien al tiempo se inscribió y comenzó a escalar. “De golpe íbamos a la cantera del puerto, a Balcarce, a Tandil; también al sur del país como Bariloche y el Bolsón. Y no sé cómo un día paré en Mendoza por un amigo, intenté subir al Cerro Tolosa -una montaña difícil- y lo logré”.
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Pablo, ya confiado por su performance en la altura, decidió en el verano de 1989 subir el nivel de exigencia, y probar el ascenso al Cerro Aconcagua, caracterizado por ser el más alto de todo el continente americano. Fue un éxito ya que llegó al final del recorrido lleno de felicidad y confiado en que podía dar más. Y fue así como el hombre siguió escalando y desafiándose a sí mismo año tras año.
Sin embargo, en el 2006 la vida le puso un parate. “Tuve un accidente en el que me hice pelota. Caí al vacío y me fracturé”, confesó el marplatense, quien estuvo en cama por meses, y posteriormente con trabajos de rehabilitación para recuperar todo lo perdido. “Pero a mí eso no me jugó en contra, sino que me potenció. Yo a partir de ahí dije que iba a aprovechar cada minuto ya que la vida me había dado otra oportunidad”, sostuvo. Con tres hijos con título universitario y sus respectivas vidas encaradas, Pablo se mudó a Chile y se puso a sí mismo en la primera línea de su lista de prioridades ya que entendía que era momento de ir tras sus sueños.
En el mundo hay miles de montañas que se caracterizan por sus volúmenes, pendientes, picos y texturas. Pero en el planeta solo existen 14 cimas que superan los míticos 8.000 metros respecto al nivel del mar. Y Pablo, quien se destaca por ser una persona aventurera, arriesgada y valiente, decidió escalarlas. “Yo fui en 2019 a la montaña Gasherbrum II pero no hice cumbre. Estaba con cuatro amigos; tres hombres y una mujer. Pero después de permanecer dos meses allí, y casi a punto de llegar al final del recorrido, uno de ellos tuvo un accidente -se fracturó una pierna- y yo bajé con él”, comentó. Asimismo, el argentino confesó que no hubiese llegado a la cima ese año ya que intuía que le faltaba un poco de experiencia: “No lo quería hacer con oxígeno, y es por eso que sentía que no estaba cien por ciento preparado”.
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En el año 2022 volvió a viajar a Asia para conocer la montaña Manaslu. “Me fue de maravilla pero hubo una tormenta a metros de llegar a la cumbre, y yo antes de tener problemas decidí bajar. No quería sufrir las consecuencias de los fuertes vientos y terminar con congelamiento”. Pablo Buchbinder se encontraba a tan solo 600 metros de completar la misión pero se me escapó de las manos. “Podíamos volver a intentarlo al día siguiente pero yo noté que se me habían enfriado un poco los pies. Y cuando uno toma un poco de frío, y empieza a sentir esa sensibilidad en el cuerpo, lo ideal no es seguir exponiéndote porque se potencia tu riesgo de congelación; y creo que no vale la pena no perder las extremidades”, expresó.
El hombre oriundo de Mar del Plata siempre tuvo la convicción de que el aprendizaje se da por las derrotas en vez de por los triunfos. Él entiende que si la experiencia te resulta fácil, el aprendizaje que te llevas es menor. Y es por eso que no haber llegado a las cumbres de las montañas no lo afectó psicológicamente, sino más bien lo incentivo a dar revancha.
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En esta línea, en mayo del 2023, Pablo quiso subir al Everest. Pero la vida le puso otra traba. “Dos meses antes de viajar, me lastimé un dedo de la mano derecha, y tuve que ser intervenido quirúrgicamente para que me colocaran ligamentos y tendones nuevos. Así que no pude hacer la expedición”, mencionó. Sin embargo, tiempo después ya se encontraba nuevamente en las pistas. En noviembre tuvo la oportunidad de subir al Cerro Marmolejo, pero fue allí cuando también se enteró que tres andinistas argentinos, y amigos cercanos a él fueron encontrados sin vida a causa de hipotermia. En aquel entonces, Pablo se replanteó la continuidad de la actividad. Pero su encanto por las montañas lo llevó a lanzarse hacia una nueva aventura en abril del 2024.
La travesía más deseada por un montañista
Era 2 de abril cuando Pablo Buchbinder agarró sus maletas, cerró la puerta de su casa y se dirigió hacia el aeropuerto. “Con estos viajes raros, a mis hijos les hago una lista de mis bienes y les escribo una carta de amor. Una declaración donde les cuento mis sentimientos, y lo feliz y orgulloso que estoy de ellos y de todo lo que han logrado. Y obviamente les pido que me perdonen si no vuelvo”, confesó el hombre de 62 años. El 4 de abril ya se encontraba en Katmandú, la capital de Nepal. Recorrió por tres días las calles del país asiático, y luego se tomó un avión que cruzaba una cordillera y bajaba en un pueblo llamado Lukla. “Es conocido por ser el aeropuerto más peligroso del mundo”. A partir de allí, comenzó el trekking de siete días hasta el Campamento Base del Everest, un refugio que se encuentra a 5364 metros de altura donde los montañistas pasan días y días previos a la ascensión, y luego del descenso.
La vida en la intemperie consistía en levantarse a las seis de la mañana para a las siete acercarse a la carpa de desayuno, a la una del mediodía tocaba almorzar, y a las seis y media de la tarde ya cenaban. “Los primeros cinco días lo que hicimos fue entrenar con todo el equipo; tanto compañeros como los guías, más conocidos como sherpas. Más que nada para conocernos, para adaptarnos a los diferentes idiomas, y para evaluar los niveles de escalada de cada uno de los integrantes”, comentó el argentino.
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Superada esta etapa, Pablo comenzó a realizar las rotaciones que le servirían para aclimatar su cuerpo: subió al Campo con comida, ropa, carpa y bolsa de dormir. Se quedó allí una noche, y al otro día volvió a bajar al campamento. “Mi organismo detectó el cambio y empezó a generar más glóbulos rojos para recuperar el oxígeno que había perdido a la hora de hacer el ascenso”. Es que, cuando una persona sube por encima de los 3.000 metros, se expone a la hipoxia; a un estado en el que se respira un aire bajo en oxígeno. La aclimatación es, por lo tanto, un proceso biológico para generar una mayor cantidad de glóbulos rojos y así aumentar la circulación de oxígeno en la sangre. Esto permite normalizar -hasta cierto punto- el ritmo cardíaco y regular la hiperventilación.
Es por ello que el montañista luego se dirigió al Campo II, a una altura un poco más alta, para seguir con el proceso de estabilización. Montó su carpa y durmió hasta el día siguiente. “Quise llegar a los 7000 metros de altura, donde se encontraba el Campo III, pero no estaba equipada la ruta. Éramos unos cuantos del grupo intentando llegar a ese punto pero después de cuatro días decidimos bajar al Campo Base nuevamente”, señaló.
El 2 de mayo -ya cumplido el mes en tierra nepalí- se comentaba que la ventana para llegar a la cumbre se estaba dilatando, y que había probabilidades de conseguir el objetivo más cerca del 12 de mayo. Entonces, Pablo con un grupo de 9 personas, decidieron bajar a un pueblo -que se encontraba a 3000 metros de altura- llamado Namche Bazaar para descansar cómodamente. “En el hotel nos quedamos por cinco o seis días, y luego volvimos a subir esperando una posible ventana o, como segunda instancia, otra rotación”, dijo el hombre. No obstante, al llegar al campamento, el equipo decidió tomar riesgos e ir directamente para arriba.
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Luego de casi 40 días, el escalador ya estaba listo para intentarlo. Partió desde la base hacia el Campo II directamente. Durmió por dos noches en aquel lugar inhóspito junto a sus sherpas, y antes de partir hacia el Campo III, se cambió la indumentaria para sobrevivir a las bajas temperaturas. “La primera parte del recorrido fue bastante plana, había tan sólo 15 grados de pendiente. Pero después de una hora y media tuvimos que subir por la pared del Lhotse, la cuarta montaña más alta de la Tierra. Ahí la pendiente era de 60 grados así que fue duro. Comenzamos a usar oxígeno permanentemente y colocamos manijas en las cuerdas para darnos autoseguro”, detalló.
El día 20 de abril a las 15 horas, Pablo se hizo presente en el Campo III, pasó la noche allí para seguir aclimatando su cuerpo, y al día siguiente -a las 10 de la mañana- intentó concretar su misión: poner los pies sobre la cumbre más alta del planeta. “En el camino pasé por Campo IV, un terreno que tiene solo algunas carpas para que puedas hidratarte, comer algo y descansar. Pero no te podes echar a dormir, hay que seguir obligatoriamente. Así que a las 10 de la noche volví a retomar la caminata”, subrayó el argentino quien a esa altura ya manejaba un nivel de concentración y de adrenalina inexplicable. La última etapa fue tediosa pero el hombre de 62 años la sorteó de la mejor manera, logrando el día 21 a las 8:30 de la mañana culminar la travesía, y posicionarse en la cumbre para admirar la naturaleza en su máxima expresión.
“Lo primero que hice fue abrazarme con los dos sherpas y largarme a llorar. No podía creerlo, no podía dimensionar lo que había acabado de hacer. A los minutos agarré mi teléfono y le dije a mis hijos: Estoy en la cima del mundo. Estoy en la cumbre del Everest”, describió el hombre con la voz entrecortada. El clima era ideal para admirar el paisaje; un cielo despejado y un sol radiante. Pablo tuvo la suerte de estar casi una hora en aquel sitio. Algo impensado ya que las temperaturas oscilan por debajo de los -30 grados. Sin embargo, la travesía todavía no había terminado. Era momento de bajar.
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“A las 19 horas llegué al Campo IV muy agotado. Nuestra idea no era dormir porque a esa altura el cuerpo se sigue deteriorando pero vi a los sherpas muy cansados, y como sé que ellos son los que me tienen que cuidar, preferí que se acuesten un rato”, dijo el hombre. A esa instancia del recorrido, los montañistas empiezan a sentir el arduo trabajo que hicieron durante días. La adrenalina y la excitación por llegar a la cima quedan en segundo plano. El cuerpo ahora pide que se relajen. No obstante, Pablo no pudo escuchar su cuerpo. “Yo no dormí en toda la noche porque se me metió en la cabeza que me podía quedar sin oxígeno”, mencionó. Al otro día, ni bien amaneció, los tres hombres se levantaron, y retomaron el descenso. En Campo III se sacaron las mascarillas y comenzaron a respirar por su propia cuenta, y en Campo II frenaron nuevamente para descansar. El día 24 Pablo llegó al Campamento Base, y se podría afirmar que su misión había culminado.
Llegar a la cumbre del Everest es el deseo de muchos alpinistas profesionales. Pero pocos comprenden que esta inminencia natural no está hecha para el hombre. Allí las rocas se desprenden, se producen avalanchas, y se forman grietas. A su vez, las temperaturas son cambiantes, y la falta de oxígeno es notoria a medida que te acercas a la cima. Miles de personas aspiran alcanzar los 8849 metros pero pocos lo logran. La probabilidad de muerte es uno de los riesgos más palpables, y los datos lo exponen al mundo. Este año, 600 personas alcanzaron la cima pero 9 fueron víctimas de esta masa imponente llamada Everest. “Cuando yo subía hacia la cumbre, un compañero inglés -con el que yo compartí mucho tiempo- estaba bajando. Frenamos con nuestros respectivos sherpas para saludarnos y felicitarnos. Pero cinco minutos después se rompió una cornisa de hielo. Ellos cayeron al Tíbet, y no van aparecer nunca más”, recordó el argentino, quien todavía no digiere el suceso. Como este caso, hay muchos. Algunos se darán a conocer, y otros quedarán en el silencio de la montaña. “Si vos me preguntas si volvería al Everest, yo te diría que lo tengo que pensar dos veces. Creo que fue más potente de lo que yo esperaba. Y a pesar de que a mí me fue increíblemente bien, uno no siempre tiene esa misma suerte”, concluyó.