Omar Sauchuk, de 38 años, nació en Dock Sud, en el barrio de Avellaneda. De chico, encontró en el malabarismo y el clown una salida a la difícil situación económica de su familia y también un despertar de su vocación por entretener. Mayor de ocho hermanos, cuenta que su familia no la tuvo fácil: “A los 10 años laburaba con mi viejo en un taller mecánico que él tenía en la vereda de casa. La parte artística no fue cultivada en esa época más que escuchar algunas canciones o ver películas de Sandrini”, recuerda Omi, sobre lo lejos que estaba el mundo de la expresión artística cuando era un niño por la realidad que lo rodeaba. Sobre su pasado, rememora: “Mi infancia, adolescencia y juventud fueron muy peleadas. De pibes estuvimos en situación de calle, el comer siempre fue un tema también”.
El histrionismo y el deseo de sacar sonrisas en otras personas siempre estuvieron latentes en la personalidad de Omi, a pesar de no haberlos podido desarrollar desde chico. Los actos de la escuela eran la oportunidad perfecta: el futuro mago se vestía de payaso y causaba carcajadas en sus compañeros, su primer público fiel.
Luis Sandrini y su filme El Profesor Hippie (1969) despertaron en Omi su primera iniciativa artística fuera de los actos escolares, a sus 13 años. “Vi una escena de esa película y me estalló la cabeza: empecé a salir a repartir caramelos por el barrio”, relata. Su mamá le había hecho un traje de payaso que, aunque era algo precario, servía para que el adolescente tomara su silbato y saliera a la calle a repartir alegría. “Quizá eso que hacía los domingos era para dar lo que me hubiera gustado que me den a mí”.
Los semáforos salvadores
Verde, amarillo, rojo, verde, amarillo, rojo. Esos eran los colores que retrataban la vida de Omi a sus 20 años, cuando encontró en el clown y el malabarismo una posibilidad concreta de mixtura entre su vocación y sus necesidades. Las esquinas porteñas adoptaron al artista que cada día se paraba en sus sendas peatonales y generaba sonrisas en los transeúntes obnubilados por su destreza. “En ese andar de la calle, siempre en contacto con artistas que me iba cruzando, comenzó el mago, que también empezó en los semáforos. Yo simplemente hacía un efecto de que aparecía un pañuelo y desaparecía”, recuerda el artista.
Un taller de clown en la Usina de Barracas fue fundamental para que Omi diera sus primeros pasos en su vocación por entretener. “Ahí se hizo un antes y un después en mi vida. Me abrió la cabeza en 20 mil pedazos. Eso en mi círculo cercano no estaba; en el barrio es el fútbol, nada más. Me encontré con un montón de posibilidades”, reflexiona el mago.
Omi se había convertido en el sostén de su familia tras la muerte de su padre, por lo que sus recaudaciones en los semáforos eran la base de la economía familiar. “Fue un proceso de mucha disciplina, me dedicaba a armar toda una rutina: empezaba a las 9 de la mañana en Paseo Colón, después me iba al Planetario, luego al Parque Las Heras; hacía todo un recorrido. Llegaba a casa a las 5, 6 de la tarde”, relata el mago sobre cómo eran sus días entre los años 2004 y 2007.
A los 24, Omi se inscribió en la Escuela de Teatro de Avellaneda y al cabo de cuatro años obtuvo su título de actor profesional, lo que significó un salto de calidad en sus presentaciones. “Empecé a armar un show, a ofrecerme en salones de fiesta. El primer día que cobré dije ‘acá arranca mi carrera profesional’, eso fue alrededor de 2008”, recuerda el artista que asegura haber encontrado un lugar reconfortante en el personaje del mago en aquella época. “Siempre digo que soy un clown haciendo magia. Me empecé a meter más en el mundo de la magia, viendo videos, tomando algunas clases; siempre muy autogestivo todo. Y el clown quedó un poco en segundo plano”, agrega.
La profesionalización del artista hizo que su carrera tomara rumbos impensados tiempo atrás: “La magia no solo me permitió tener una situación económica más estable, sino que literalmente me permitió volar. De repente estaba haciendo magia en lugares como Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Ecuador y todo eso fue una de las formaciones más fuertes que tuve”.
El arte, pilar fundamental para la esperanza del pueblo
Omi agradece el apoyo que la gente le brindó en los inicios de su carrera, con un puñado de moneditas o solo una sonrisa a través del parabrisas. “Fueron mi primer escenario y hoy en día tengo la posibilidad concreta de empezar a devolver un poco de todo lo que invirtieron en mí. Ellos me permitieron estudiar y seguir laburando”, relata el mago.
Tras obtener su título de actor, Omi pudo acercar su arte a centros terapéuticos y así despertó la empatía que lo llevó a la magia inclusiva. “Dije: ‘¿Por qué no sumo a un asistente a mi show que sea una persona con discapacidad?’ Ahí conocí a Alejandro, que nunca fue mi asistente; yo soy el asistente de él (risas)”.
El espectáculo de magia inclusiva fue declarado de interés cultural de la Nación y también tiene menciones de la legislatura porteña por promoción de los derechos humanos. Omi y Alejandro fueron agasajados como corresponsales de paz y recibieron distinciones en España y Chile. “No solo es un espectáculo que incluye a un artista con discapacidad, sino que también trascendió un montón: Alejandro fue mencionado como el primer mago profesional con síndrome de down y paralelamente fue personalidad destacada de Lanús. Yo soy personalidad destacada de Avellaneda, por utilizar al arte como transformador social”, cuenta Omi.
Por su propia historia y su recorrido a la par del pueblo, Omi es interpelado por las circunstancias que viven los sectores más vulnerados de la sociedad. “Cada vez se multiplican más los carros traccionados por niños y niñas; eso es un gran termómetro. No es necesario escuchar la radio ni encender la tele. Soy una persona muy consciente de que de esto se sale en comunidad, es necesaria una mirada más social y menos mercantil”, argumenta el artista, convencido de que las medidas que se deben tomar en el actual contexto tienen que estar basadas en el aquí y ahora. “No a largo plazo, porque estas nunca llegan a los más pobres. Quedan pibes, pibas, con sus sueños”.
“Siempre tuve una mirada de apoyo al peronismo. Néstor en 2003 me marcó, con sus primeros discursos, con bajar los cuadros de manera simbólica y no tan simbólica”, sostiene Omi. La continuidad de Cristina del proyecto nacional y popular iniciado por Néstor significó una etapa gloriosa para las clases bajas, desde la experiencia del artista: “Ahí sí vi que esas familias que acarreaban carros de repente tenían uniformes de laburo. Incluso yo, en ese período, laburaba en los semáforos y podía vivir de eso”.
“La patria es el otro”, dijo Cristina y Omi tomó esa frase como una premisa para su vida. “El otro”, aquel que necesita ayuda, siempre es importante y uno puede convertirse en él en cualquier instante. “Yo fui ‘el otro’, así que ahora también puedo darle una mano. Ofrezco y difundo que me escriban las familias que no pueden pagar un show de magia, que lo hago gratis”, relata Omi, marcado por dos medidas concretas del kirchnerismo que favorecieron a los más débiles: la moratoria para que los adultos mayores pudieran jubilarse a pesar de no tener todos los años de aportes y la asignación universal por hijo.
Después de décadas de generar sonrisas y carcajadas en personas que lo necesitaron, Omi continúa obnubilado por el poder transformador del arte. Hoy en día, el mago tiene su propia productora de eventos, Cayf, trabaja en el proyecto Animate Animar, para dar herramientas artísticas a jóvenes interesados en trabajar en eventos sociales de manera gratuita, y continúa con sus shows con el mismo ímpetu de aquel joven de 20 años en las sendas peatonales porteñas.