Mielcitas y Naranjú, las golosinas de los 90s que resisten al tiempo gracias a una cooperativa de trabajadoras: "Logramos lo que los patrones no"

Son 86 las cooperativistas que tomaron en sus manos los medios de producción que sus dueños no pudieron sostener. Con la convicción y el deseo de continuar, la mítica marca de los 80s y 90s sigue a flote haciendo felices a nuevos niños, generación tras generación. Una historia de lucha, pero también de mantener vivo el recuerdo.

11 de abril, 2024 | 00.05

Para muchos adultos, Mielcitas y Naranjú se asocian a un viaje sensorial hacia infancias de las décadas del 80 y 90. Remiten a sachets a través de los cuales los chicos se endulzaban en colores estridentes y se refrescaban con jugos congelados. Sin embargo, para sus trabajadoras, con base en Rafael Castillo, La Matanza, ambos productos son símbolos de orgullo por la elaboración de golosinas que aún están en los kioscos gracias a una lucha que tuvo un hito en 2019 cuando evitaron el vaciamiento patronal. Hoy, la pelea continúa día a día con una cooperativa propia que garantiza la producción y comercialización, compuesta en su mayoría por mujeres.

En redes sociales proliferan los grandes que fueron niños hace 30 o 40 años que añoran sensaciones que se activaban una vez roto el envoltorio plástico. Eran dos de los productos más consumidos en los recreos de escuelas de barrios populares, ya que conjugaban sabor y entretenimiento, con precio accesible. Hoy significan el sostén de casi cien familias obreras, que no se resignaron a que la desidia empresarial las arrojara a la calle. 

Mielcitas y Naranjú, de Macri a Milei  

Marta Zenteno lleva 30 años en la elaboración de dulces y jugos. Sin embargo, cuenta que en julio de 2019 ella y sus compañeras, de repente, se encontraron en otro rubro alimenticio: como parrilleras de choripanes que vendían en festivales que realizaban como parte de su lucha para evitar el cierre de la empresa.

Se empezaba a acabar el gobierno de Mauricio Macri y junto a él, algunos empresarios como Maximiliano Duhalde, intentaban bajar la persiana de la fábrica de la que estaba a cargo. La misma empresa que había surgido en 1976 como Suschen SA, que había tenido su apogeo en los ’80 y ’90, para luego empezar una crisis que devino en algunos cambios de firma.

“Entré en el 94 con sólo 17 años. Para salvar nuestra fuente de trabajo hicimos cosas que como trabajadora común jamás imaginé hacer”, se enorgullece Marta. Explica que se rotaban para realizar permanencias en las noches para evitar que entre, gallos y medianoches, se llevaran las máquinas, esas que manipula junto a sus compañeras desde hace tres décadas. De golpe se encontró con una nueva experiencia ya que se jugaba nada menos que su trabajo. Ella y sus compañeras tuvieron el apoyo de vecinos, distintos sectores de trabajadores, movimientos sociales y partidos solidarios con las luchas obreras.

En septiembre de ese 2019 empezaron a producir ya sin patrón, como parte del movimiento de fábricas recuperadas. Son integrantes de una nueva camada de trabajadores que tomaron en sus manos medios de producción quebrados por sus dueños. Sin ir más lejos, también en La Matanza y en el mismo rubro alimenticio, llevan adelante un proceso similar las obreras de Alfajores Grandote. Dos ejemplos de la revitalización de un fenómeno que había crecido con fuerza a fines de los noventa y comienzos de este siglo, con ocupaciones de fábricas y gestiones obreras de establecimientos abandonados por sus titulares.  Las fábricas recuperadas habían brotado para paliar la catástrofe neoliberal generada en los gobiernos de Carlos Menem y Fernando De la Rúa.

A tal punto entraron de pleno derecho al movimiento, que en febrero del 2020 en Rafael Castillo, la Cooperativa Mielcitas fue la sede del Primer Encuentro de Géneros de Empresas Recuperadas, donde compartieron experiencias de lucha con un centenar de compañeras de otros establecimientos.

“Hoy somos 86 cooperativistas, en su mayoría mujeres. Con nuestro esfuerzo logramos que funcione lo que los patrones decían que no se podía sostener y hasta conseguimos incorporar otros diez trabajadores”, detalla Zenteno. Trabajan ocho horas, de 6 de la mañana a 14 o de 8 a 16.

Pese al esfuerzo, la cooperativa no escapa a la crisis de producción y consumo popular que genera la política económica del nuevo gobierno de Javier Milei. “En estos meses nos bajaron las ventas”, se queja y enfatiza que “pese a que elaboramos un producto barato, de todos modos, se compra menos porque la gente gasta sólo en lo imprescindible”.

Alfajores, galletitas, semillitas, garrapiñada y maní con chocolate

La cooperativa continúa con la elaboración no sólo de los icónicos Naranjú y Mielcitas, sino también de muchos de los productos que se fueron lanzando desde la apertura de la fábrica en 1976.   

Bajo el nombre Girasol, produce semillas tostadas y saladas. Suschen es la marca de los alfajores de chocolate y dulce de leche, simples o triples. Y Mielcitas también se denominan las galletitas surtidas o de coco, entre otras, que fabrican; además de la garrapiñada y el maní con chocolate.

“Para poner todo en marcha tuvimos que recomponer todas las relaciones que los patrones habían roto. Logramos que los proveedores de la materia prima nos vendan sin reclamarnos a nosotros la deuda que dejaron los Duhalde”, informa.

Zenteno aclara que “todo es día a día, es una lucha permanente”. En esa tensión cotidiana “acaba de terminar la temporada del Naranjú, que recién retomaremos a producir en agosto”, ejemplifica. Así como tuvieron que reconstruir la relación con los proveedores, lo mismo debieron hacer con la confianza de los clientes. “Vendemos a mayoristas. Nuestros productos llegan hoy a distintos puntos del país como Córdoba, Entre Ríos y Río Negro”, puntualiza y agrega que “también despachamos en la fábrica, principalmente a comerciantes del barrio”.

En la medida en que crecen los kioscos que a la manera de guirnaldas exhiben colgadas las Mielcitas o dejan reposar en congeladoras el Naranjú, nuevas generaciones toman partido por golosinas que a esta altura ya se convirtieron en clásicos. Que muchos padres invitan a probar a sus hijos con la ilusión de que su nostalgia se convierta en un disfrute presente de los chicos. Un gusto y un entretenimiento barato. Mientras, en las redes sociales alimentan el mito. Ese mito que se programa, se produce y se comercializa desde Rafael Castillo, a través de trabajadoras que luchan por su fuente de trabajo.