Su curiosidad por el mar comenzó cuando ella era pequeña. Sin embargo, fue a sus 22 años que se le presentó la oportunidad que definió el rumbo de su vida: se sumergió en las profundidades y observó el mundo marino. Tanta grandeza conmovió cada fibra de su ser y, a partir de ese entonces, nunca dejó de estar en contacto con el agua y con los seres que habitan allí. Hoy, con 32 años, Martina Álvarez no solo es instructora sino también la voz del océano: una de sus misiones es dar a conocer la importancia de los tiburones en la vida marina y lo vitales que son para que el ser humano continúe como especie, algo que volcó en un documental que creó con colegas, llamado Missing Sharks.
“Tengo unos papás que nos criaron, tanto a mí como a mis tres hermanos, de una forma muy libre. Nunca se metieron en cómo tenía que ser nuestra vida sino más bien nos dejaron crearla confiando en nosotros”, comenzó relatando Martina, la hija mayor de Pablo e Isabel y la protagonista de esta historia. Si hay una palabra que la define es curiosa. Una joven a la que le gusta leer e informarse sobre aquellas cosas que le llaman la atención. También es apasionada e intensa. “Si hay algo que me gusta y me hace feliz trato de vivirlo a fondo; yo me enamoré del mar y logré que mi vida gire en torno a eso. Todo gracias a una pasión que surgió desde lo más profundo de mi corazón”, confesó.
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Su conexión con el mar se dio desde muy chica. Siempre disfrutó viajar a la costa con su familia y también tomar su libro de ballenas y delfines y calcar las figuras en cartulina. “Cuando era pequeña decía que quería ser domadora de delfines sin ser consciente de que eso era algo malo para ellos”. Con los años Martina fue entendiendo que no quería lastimarlos, sino más bien cuidarlos.
A los 22 años dejó Argentina para vivir su primera aventura en el exterior. Buscó explorar un mundo nuevo. Para ello tuvo que dejar a su familia y amigos, sus hábitos y su amor por la costa atlántica; abandonó todo aquello que ella consideraba conocido. Decidió confiar en el cambio. Tal vez eso tiene que ver con la curiosidad como un rasgo destacado en Martina, y que la invita a salir de su zona de confort constantemente. La muchacha vio en Australia la puerta de entrada para experimentar cosas nuevas. Y se lanzó sin miedo. Tal como lo hizo meses más tarde para conocer el fondo del mar de Tailandia. “Fue un lugar que me marcó mucho porque fue allí donde bucee por primera vez”, mencionó.
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A partir de ese entonces, la argentina buscó la forma de fusionar eso que tanto la apasiona con el trabajo. Fue así como encontró la opción de hacer un intercambio en México. Trabajaba y a cambio recibía cursos de buceo. Durante su estadía en el país de Centroamérica, vivenció dos encuentros con tiburones que la marcaron por completo y ratificaron su compromiso con el medioambiente. El primero fue con un tiburón nodriza: “Fue muy loco porque esa vez estaba buceando y vi que unos compañeros miraban a un animal con muchísima atención. Me acerqué a ellos, y observé un ser muy elegante. Me encantó su aleta puntiaguda y como movía sus branquias. Nadamos unos segundos con el animal -que para mí fueron eternos- y cuando salí del agua les pregunté a los buzos si eso era un tiburón. Ellos se mataron de risa y me dijeron ¿cómo no te diste cuenta?, y yo les respondí que tenía creada una secuencia en mi mente –producto de lo que difundían los medios y las películas- en la que si yo me cruzaba un tiburón de frente, este se me iba a abalanzar y morder”, recordó Martina Álvarez. Al ver que este mito no coincidía con lo que ella había experimentado, se cuestionó a si misma: ¿Cuánto de lo que conozco es cierto?. A raíz de esto, Martina comenzó a investigar en páginas como tiburonpedia el rol que esta especie tenía en el océano. “Comprendí que son fundamentales para el planeta porque son ellos los que regulan la cadena alimenticia y generan un balance en el mar. Si esta especie desaparece, el orden también”, señaló.
El segundo encuentro se dio en Isla Mujeres con un tiburón ballena, el pez más grande del océano: “Me acuerdo que yo salté de la lancha, y al instante vi el tiburón. Estar al lado de este pez siempre digo que se asemeja con pararse en la punta de una montaña. Porque es ahí cuando realmente tomás dimensión de que el universo es gigante y tus problemas chiquitos. Eso mismo sentí yo al estar con este animal al lado; pude ver de una forma muy gráfica la inmensidad de la naturaleza”. A Martina no solo le impactó el tamaño del depredador sino también sus lunares de colores, las texturas en su piel, y su boca gigante. “Cuando el tiburón me miró a los ojos sentí que nos estábamos reconociendo como especie. Que al fin al cabo la vida se trata de coexistir entre seres. Y al instante se me vino a la mente que en la escuela me habían enseñado que la naturaleza estaba hecha para el hombre. Una visión bastante egocentrista. Pero gracias a este encuentro no solo derribé ese mito sino que entendí que nosotros también somos parte del mismo espacio y es por eso que tenemos que cuidarlo”, reflexionó.
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A los años, la joven se mudó a Panamá –más precisamente Boca de Toros- y se terminó de formar como instructora de buceo. “Convertirme en instructora fue más bien un medio para estar en el mar el mayor tiempo posible y poder así explorarlo”. Fue en aquel lugar donde se dio cuenta que no estaba viendo tantos tiburones; indicadores de un océano sano. “Comencé mi primera investigación junto con mis amigos del centro de buceo que terminó en la creación del documental “Missing Sharks”. Era necesario desmitificar esta historia que nos vienen contando hace muchos años sobre los tiburones como una especie dañina e insignificante en nuestra vida. Gracias a Dios tuvo mucho impacto en el mundo”, dijo orgullosa.
Sin embargo, el peligro de extinción de este depredador ya es un hecho. El causante es la sobrepesca. Se los captura intencionalmente para comercializar sus aletas, pero también forman parte importante de la toma accidental de otras pesquerías, como las del pez espada o atún. Los tiburones se consideran especies vulnerables ya que en general son de crecimiento lento, tardan en llegar a la madurez y tienen poca descendencia a lo largo de sus vidas. En total, un aproximado de 100 millones de tiburones son pescados desmedidamente al año, produciendo una baja en poblaciones de hasta el 95 por ciento.
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“A mí no me gusta pensar que la humanidad es mala o que la gente no cuida el hábitat porque no le importa, sino más bien que el principal problema del océano es la ignorancia del mismo. Conocemos solo el cinco por ciento del mar. Porque la realidad es que cuando uno vive en la ciudad maneja otro ritmo de vida y tiene otras prioridades. Vemos al mundo marino como algo súper lejano. Entonces, como no sabemos lo que pasa allí es muy difícil que lo querramos proteger”, mencionó la exploradora. Ante esta reflexión, la muchacha pensó que podía aprovechar su cercanía al mar, y los encuentros con las distintas especies en el agua para generar conciencia. “Ahí supe que mi propósito en esta vida es darle voz al mar ya que este no puede defenderse por sí solo”. A partir de ese entonces, la exploradora y periodista ambiental, utiliza su red social @oceanomartina para publicar imágenes y videos de la situación actual del océano, y con su poder de escritura contar aquello que ven sus ojos; una realidad inescrupulosa.
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Martina Álvarez entiende al ambientalismo como un movimiento que involucra a todos los seres humanos, no solo a los especialistas en ese rubro. “Yo pienso que hay que incluir al océano en todos los ámbitos. Que se vuelva algo tan obvio que nadie pueda olvidárselo”, apuntó la joven. Es que esta masa de agua continua es fundamental para el funcionamiento saludable del planeta. Es el principal regulador del clima en la Tierra, suministra la mitad del oxígeno que respiramos, absorbe anualmente un 26% de las emisiones antropógenas de dióxido de carbono emitidas a la atmósfera como también provee gran cantidad de alimentos. Martina hace alusión a una frase para entender su importancia: “Si crees que la economía es más importante que el medio ambiente, intenta aguantar la respiración mientras cuentas tu dinero”. La joven de 32 años sigue creyendo que la situación marina se puede revertir si cada uno aporta su grano de arena. “A mí me gusta pensar que -cuando era chica- no estaba tan errada; que mi sueño al final era compartir mi vida con los seres marinos, pero sobre todo defenderlos”, concluyó la muchacha.