Son las 16:30 de una tarde de invierno y un joven aprovecha el sonido de los pájaros y el sol suave para dormir una siesta en las mesas exteriores del viejo almacén Los Ombúes. El paraje, ubicado a la vera de un camino rural bonaerense, se encuentra rodeado de campos, haras y criaderos de pollos. El chico espera que sean las 5 de la tarde para que la pulpería vuelva a abrir sus puertas.
Llegada la hora exacta, Elsa Insaurgarat, de 68 años, prende las luces y da vuelta el cartelito colgado en la puerta del negocio que ahora dice “abierto”. Los Ombúes es la única proveeduría de la zona, donde la población estable no supera las 700 personas.
La historia
La pulpería se encuentra a pocos kilómetros de la Ruta 193, en el límite de las localidades bonaerenses de Gobernador Andonaegui y Chenaut, en el partido de Exaltación de la Cruz. Fue fundada por Manuel Cachaza en una fecha incierta cercana a 1810. Su nombre remite a los dos grandes y longevos árboles que, desde los inicios del viejo boliche, se encuentran a pocos metros de la entrada.
La historia cuenta que Cachaza era prestamista y falleció en medio de una pelea de la que tampoco se conocen detalles. Lo que sí se sabe es que desde 1905 la pulpería fue comandada por el abuelo de Elsa, Francisco Insaurgarat, un inmigrante vascofrancés que había llegado a Argentina cuando era chico. Anteriormente, el hombre se había dedicado a la venta de pasturas y alimentos para caballos, hasta que se puso al frente del almacén.
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“Él vivía en el negocio”, asegura Elsa, su nieta y tercera generación en la pulpería. Su abuelo murió en 1922 y el boliche pasó a estar en manos de su mujer y sus hijos. Posteriormente, Don Luis, uno de los hijos de Francisco y padre de Elsa, tomó la posta. Elsa se crió ahí, escuchando historias acerca del negocio. “Algo que siempre me contaron es que el General (Julio Argentino) Roca pasaba a caballo porque tenía campos por acá. Venía y se sentaba adentro”, detalla.
“Cuando yo tenía 10 años era habitual que en la pulpería se organizaran bailes familiares para la gente de la zona. En esa época yo ya ayudaba en el almacén”, recuerda Elsa. Su padre murió en 2004, a los 84 años. Desde unos años antes, ella ya estaba al mando: “Hace 30 años que el negocio lo manejo yo”.
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Almacén y bar al paso
Hoy en día, además de Elsa, al bicentenario local lo atienden su marido, Jorge Rossi; uno de sus tres hijos, Carlos; y su primo. “Todos vivimos acá”, resalta.
Elsa define a la pulpería como un “almacén de ramos generales”, así que, asegura, venden de todo: desde carbón, pan, verdura, carne, chicles, galletitas, fideos, harina, artículos de baño y de librería, hasta algunas prendas de vestir y alpargatas. “Tratamos de tener las cosas que se necesitan siempre” remarca.
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La fachada es de color blanco y el piso de la entrada es de ladrillo. El mostrador se encuentra detrás de una antigua reja de hierro y el amplio salón, con mesas y sillas, está decorado con fotos antiguas del lugar en blanco y negro y de viejas publicidades. Detrás del mostrador se encuentran las heladeras de madera, viejos envases de bebidas, planchas de hierro y damajuanas.
La especialidad de la casa son los sándwiches de jamón crudo y queso. “Los turistas vienen a comer eso y picadas”, dice Elsa orgullosa.
También es el típico boliche al que se puede pasar a tomar alguno de los tragos clásicos y a jugar a las cartas. Elsa dice que tienen “de todo”, pero lo que más se vende es la cerveza, coca con fernet, el Cinzano, y el whisky. El negocio abre 9 a 12:30, y hace una larga pausa en el consabido horario de la siesta. Luego, vuelve a abrir de 17 a 21 horas. “En verano extendemos el horario de la noche”, señala la pulpera.
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Una de las curiosidades del viejo almacén es que aún se manejan con la típica libreta “de fiado” o libreta almacenera. “Como conozco a todos los clientes, vienen, los anoto y luego me pagan cuando cobran, entre el 1 el 5 de cada mes”, detalla.
Elsa hace hincapié en que, a diferencia de otras pulperías, “Los Ombúes” no atiende solo a turistas sino que trabaja mucho con la gente de la zona: gauchos, camioneros y trabajadores de las estancias cercanas. “Atendemos a todos”, asevera.
Además de los dos árboles que dan nombre al lugar, el almacén también mantiene la arcada de hierro original, que se encuentra en la entrada.
Gobernador Andonaegui y Chenault son dos localidades por las que antiguamente pasaba el tren. Todavía se conserva la antigua estación Andonaegui, que se puede visitar para rememorar viejas épocas. A menos de 10 kilómetros hay una escuela que tiene, aproximadamente, 40 alumnos. En la última elección, el padrón electoral contabilizó 350 personas. Elsa dice que actualmente hay cerca de 600 o 700 personas pero como tienen domicilio en Buenos Aires votaron en otros lugares. Todos se abastecen en la pulpería que, además, cumple un rol social esencial.
“La pulpería es una costumbre y el trabajo de toda una vida. La gente pasa y se siente cómoda, también vienen de otras provincias y muchas vuelven. Nos dicen que no se pueden olvidar de este lugar porque no pudieron encontrar otro como este. Y eso es una gratitud”, sintetiza la dueña de una de las pulperías más antiguas de la Provincia de Buenos Aires.