Es una tarde gélida en la Ciudad de Buenos Aires. En Pastas Conde, ubicada en el barrio porteño de Colegiales, acaban de abrir las puertas después de la siesta y ya hay varios clientes comprando pastas para la noche.
–¿Qué tal, Susana? ¿Vas a llevar los ravioles de siempre?
–Sí, por favor, Luis. ¿Capeletis tienen?
–Estamos haciendo, ¿querés encargar una caja y los venís a buscar el sábado?
–Dale, encargame una.
En Pastas Conde, ubicada en Conde 730, el trato con los clientes es cotidiano y familiar. Detrás del mostrador siempre están Lila y Julio Medina, de 88 y 85 años respectivamente, que, junto a su hijo Luis, atienden al público y amasan las pastas frescas. La fama que supieron cosechar con los años hizo que las largas filas a lo largo de la cuadra sean una postal habitual, especialmente en invierno, los fines de semana y los días 29 de cada mes.
“Cuando me dio la mano no me soltó más”
Pastas Conde es, además de una casa de pastas exquisitas, una historia de amor. Lila Nació en la provincia de Tucumán, en un pueblo llamado Río Colorado, y Julio en Santiago del Estero. Ambos vinieron a vivir a Buenos Aires cuando eran muy jóvenes pero se conocieron en la ciudad de Luján, a fines de la década del 50, en una salida que realizaron con un grupo de amigos para conocer la Basílica. “Una familia había llevado a la hija para ‘engancharla’ con Julio pero la candidata pasó de largo”, relata Lila entre risas y recuerdos. “Julio me dio la mano a mí y no me soltó más. Teníamos 22 y 25 años, éramos dos pichones”, agrega desde la mesada mientras moldea uno a uno los famosos capeletis. El 5 de mayo de 1962 se casaron y más tarde tuvieron dos hijos.
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Julio vino a vivir a Buenos Aires con tan solo 14 años. Aún recuerda cuando se tomó el ferrocarril Mitre en la ciudad de La Banda, en su provincia natal. Al llegar, trabajó poniendo piedritas en el ferrocarril, luego como lavacopas en un bar de unos “gallegos”, y después en un taller metalúrgico donde hacía pavas, sartenes y ollas a presión. Un tiempo más tarde consiguió trabajo como ayudante de cocina en una casa de pastas llamada Casa Mario, en Avenida Santa Fe y Sánchez de Bustamante. Allí, asegura, aprendió el oficio. Un tiempo después, en la década del 70, con un socio compraron el fondo de comercio de la casa de pastas llamada “La Castellana”. Unos años más tarde, Julio tuvo como único dueño otra casa de pastas, llamada “La Genovesa”.
Lila vino a vivir a Buenos Aires en 1959. “Me vine a operar de la garganta y me quedé”, rememora. Durante la década del 60 trabajó en una tienda “copetuda” ubicada en Juncal y Rodríguez Peña, donde hacía cinturones. “Estuve once años trabajando en ese negocio. Allí conocí a figuras como Isabel Sarli y Mariquita Gallegos, que iban a hacerse cinturones a medida. Y a partir de los años 70, los sábados y domingos iba a ayudar a la fábrica de pastas”, señala en diálogo con El Destape.
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Luego de unos años, la pareja compró el local de la calle Conde e inauguraron “Pastas Conde” en una fecha que “es imposible de olvidar”, el 2 de abril de 1982, el día en que las tropas argentinas desembarcaron en las Islas Malvinas.
El local funcionó desde ese entonces en manos de la entrañable pareja. Luis, uno de sus hijos, mientras trabajaba en el mundo de la informática, siempre que podía “daba una mano”, hasta que en 2014 se “bajó” de lo suyo y se sumó de lleno al negocio familiar. “Ellos me dijeron que se querían jubilar, pero me engañaron”, describe Luis entre risas. “Imaginate que me crié en el medio de la harina. Los fines de semana con mi hermano siempre dábamos una mano en el mostrador. Los jueves, cuando salíamos del colegio, hacíamos la tarea y después nos poníamos a hacer capeletis”, recuerda mientras amalgama la muzarella con el jamón y el perejil: el relleno de los sorrentinos.
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La especialidad de Lila: los capeletis
En Conde fabrican y venden ñoquis, ravioles, canelones, sorrentinos, agnolotis, cappeletti, tallarines, mostacholes y fussilli. Los Medina aseguran que los clientes piden “de todo” pero lo que “más sale” son las pastas rellenas. “Los ravioles de pollo con verdura son los más pedidos, son la estrella de la casa”, dice Luis.
También pica en punta la especialidad de Lila: los cappeletti de jamón, pollo y queso rallado. “Ella hace de todo pero esa es su especialidad. Se encargan y se hacen a pedido. Yo ayudo si hay mucha demanda”, agrega Luis. “Además están los fideos, que rinden mucho en este momento por la situación económica”. En el local también rallan un queso traído especialmente desde la provincia de Santa Fé, y fabrican salsa fileto y salsa blanca. “Luis es el campeón de las salsas” acota Lila.
Ente todas las opciones, los fussilli son los preferidos de Julio. Todos los domingos, los Medina almuerzan pastas religiosamente con un vaso de vino para “después dormir la siesta”.
“Los 29 las filas dan vuelta la cuadra”
Los ñoquis se venden todo el mes pero el pico ocurre los 29 de cada mes, cuando llegan a fabricar 150 kilos. “Ese día son el 90 por ciento de nuestras ventas”, afirma Luis. “Los 29 se arma una fila que a veces llega hasta la farmacia de acá la vuelta (más de una cuadra). Esos días hay que acordarse siempre de poner platita abajo del plato”, agrega Lila con ternura.
Detrás del mostrador están las máquinas con las que fabrican los diferentes tipos de pastas. Entre ellas, está la famosa raviolera con más de 100 años donde hacen ravioles de ricota; pollo y verdura; verdura y carne; y ricota con nuez (estos últimos los fabrican únicamente los fines de semana). “Es una máquina de tres cortes, es una nave. Por cada vueltita del molde cortas tres planchitas. Hacemos 100 cajas por día aproximadamente y los sábados 150. Nos rinde una barbaridad”, asegura Luis.
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También hay una “fusilera”, un molde especial para hacer los agnolotis, otro para los sorrentinos y aún conservan una olla chiquita de aluminio de cuando se casaron Lila y Julio. “Mirá los remaches que tiene y jamás se aflojaron. Es de un buen aluminio, duro, y de industria nacional. En esta olla hacíamos las primeras salsas de fileto, la primera producción. Ahora hacemos dos tachos”, describe Lila entre risas.
Otro de los objetos más preciados del local es la ruedita para cortar los moldes de los capeletis, ya que, como esa, hay solo tres en el mundo. “Nos enteramos a través de las redes sociales de un famoso cocinero, no lo podíamos creer”, acota Luis.
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El local abre de martes a domingos. De martes a sábados habitualmente lo hacían en dos turnos, de 9 a 13 y de 17 a 20 hs, pero hace unas semanas Lila sufrió una caída, se quebró la muñeca y eso frenó bastante la producción, por lo que están abriendo únicamente a la tarde. Los domingos atienden de 9 a 13 o hasta que se termine la fila.
Dentro de la lista de clientes fieles se encuentran los periodistas Reynaldo Sietecase, Facundo Pastor, María Eugenia Duffard, Roberto Funes Ugarte, Horacio Embón, y Raúl “Tuny” Kullmann, los actores Eduardo Blanco, Martín Campilongo, más conocido como “Campi”, y el músico Emmanuel Horvilleur.
El gran cariño y reconocimiento por parte del barrio se reflejó en una mención especial que recibieron en 2013 por parte de la Asociación de Comerciantes de Colegiales. Además, según adelanta Luis, próximamente el local recibirá una placa por parte de la legislatura porteña en reconocimiento a su trayectoria. Sin embargo, Luis asegura que desde el primer día “El boca a boca es nuestra mejor publicidad”.