La farmacia de la Estrella, ubicada en el barrio porteño de Montserrat, es parte de la historia viva de Buenos Aires. Fundada en 1835, fue la primera farmacia que hubo en Argentina. Su fachada, sus pisos, sus vitrinas y los muebles de su interior ―todos de nogal italiano traídos especialmente para el local― se mantienen intactos desde el momento en que fue inaugurada su sede actual, en 1895. Por eso, esta farmacia es también “un museo”.
La “botica”, nombre que recibía antiguamente este tipo de negocios, funcionó también como droguería, ya que contaba con un laboratorio propio donde fabricaban sus propios medicamentos. En sus estanterías aún se conservan antiguos frascos de vidrio opaco que se utilizaban para preparar esos brebajes.
En las paredes hay dos óleos que retratan a las sobrinas de Juan Manuel de Rosas y Facundo Quiroga y que fueron pintados por el artista italiano Carlos Barberis. En el cielo raso se pueden observar otras tres figuras femeninas ilustradas por el famoso pintor: dos de ellas, jóvenes y saludables, se enfrentan a otra enferma, simbolizando el triunfo de la farmacia y la salud sobre la enfermedad.
El local cuenta con un sótano donde una buena parte de la élite porteña de la Generación del 80 se congregaba los sábados a la tarde a debatir política: Carlos Pellegrini, Julio Argentino Roca y Bartolomé Mitre fueron algunos de los que frecuentaron esas tertulias. Por su ubicación tan cercana a la Casa Rosada, en tiempos más recientes también pasó el expresidente Carlos Menem y supieron venderle remedios a la exmandataria Cristina Fernández de Kirchner.
Una historia centenaria
El negocio abrió sus puertas por primera vez en 1834 a instancias del expresidente Bernardino Rivadavia, cuyo objetivo era impulsar una farmacia modelo para toda Suramérica. De esta manera, se convirtió en la primera farmacia de Argentina.
En un primer momento estuvo ubicada en Belgrano y Defensa, enfrente de la Iglesia Santo Domingo. En aquel entonces, se buscaba que este tipo de negocios se ubicaran cerca de las iglesias para que, ante una eventual emergencia, los vecinos pudieran acudir rápidamente a la farmacia con solo localizar el campanario de la iglesia. El dueño fue un bioquímico y boticario italiano llamado Paolo Ferrari que, a mediados del siglo XIX, le vendió el negocio a Silvestre Demarchi, un inmigrante suizo-italiano que se encargó de traer capitales suizos y farmacéuticos italianos. Junto a sus hijos, la hizo crecer.
Un tiempo más tarde, uno de sus hijos, Antonio Demarchi, se asoció con Domingo Parodi y juntos desarrollaron la Compañía Farmacéutica y Droguería Demarchi, Parodi & Co, y diseñaron un laboratorio propio en la farmacia donde elaboraban sus propios medicamentos. Durante esa época, el negocio se expandió y llegó a tener sucursales en diferentes provincias y hasta en la capital uruguaya de Montevideo. También se hicieron conocidos al desarrollar la marca de algodón Estrella, que sigue vigente al día de hoy, y por inventar la limonada Roge y las famosas pastillas para la tos “Parodi”.
En la década de 1860, en el negocio comenzó a trabajar como ayudante un joven norteamericano llamado Melville Bagley. Mientras el aprendiz elaboraba y probaba las mezclas en el laboratorio dio con la receta de lo que luego se llamó Hesperidina, una bebida digestiva que funcionó también como aperitivo. La Hesperidina fue el primer gran éxito de Bagley, el fundador de la famosa marca de galletitas.
En 1895 y como consecuencia del crecimiento del negocio, los herederos de Demarchi construyeron otro edificio en la esquina de Alsina y Defensa y trasladaron la farmacia hacia ese lugar, a dos cuadras del local anterior. Mantuvieron la tradición de que se encontrara cercana a una iglesia. En este caso, en diagonal a la Basílica y Convento de San Francisco de Asís.
Después, el negocio fue pasando por diferentes administraciones y en la actualidad es administrado por la familia Malfitani.
Una farmacia y un museo
La farmacia tiene el encanto de mantener todos sus mostradores y estanterías de nogal italiano que fueron traídos especialmente para el local en 1895. Los pisos conservan las venecitas que fueron colocadas “una por una”, los cristales de Murano y el mármol de Carrara. Es habitual que en la farmacia entren turistas de todo el mundo a toda hora para observar y sacar fotos de sus techos, cuadros y muebles.
Alberto Paredes es auxiliar farmacéutico y es el encargado de la farmacia desde hace 37 años. El hombre resalta que una de las particularidades del histórico local es que “se mantiene tal cual a 1895, no se tocó nada”. Además, resalta que hasta que vino el auge de los laboratorios en la década de 1930 y 1940, “todo se elaboraba acá”. Hoy en día continúa con esa tradición, pero solo con algunos medicamentos.
En los estantes del local aún se conservan los frascos antiguos de las décadas del 30 y del 40 donde volcaban los componentes para preparar las medicaciones. “Son de vidrio opaco, porque de esa forma se conservaban mejor”, explica Alberto en diálogo con El Destape.
También mantienen la típica balanza de pie, que en este caso data de 1932, un banco antiguo y un reloj de época que funciona a pila.
En el sótano atesoran un libro que data de 1920, donde se anotaban todas las fórmulas de los brebajes. Además, conservan la habilitación municipal que es la habilitación número 1, del primer negocio habilitado en la Ciudad de Buenos Aires.
En la década del 50, la farmacia comenzó a incorporar artículos de perfumería. “Por suerte no nos parecemos a Farmacity. El público nuestro es el tradicional, viene el que quiere sentir el olor a farmacia, y no tiene nada que ver con el público que va a Farmacity”, resalta.
En 1969, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires declaró patrimonio histórico el casco antiguo de Monserrat y adquirió el edificio que contiene a la farmacia y los contiguos, conformando el Museo de la Ciudad. Sin embargo, Alberto cuenta que el mantenimiento del local lo hacen los dueños porque el Gobierno de la Ciudad alega que “no hay presupuesto”.
La farmacia de la política
Por el negocio pasaron el expresidente Carlos Menem, estuvieron autorizados para aplicar inyecciones y vacunas a funcionarios de la Casa Rosada y hasta llegaron a venderle medicamentos a la ex mandataria Cristina Fernández de Kirchner. “Igual ella nunca vino personalmente”, aclara Alberto.
Por su ubicación, el negocio fue testigo de muchos hechos históricos como por ejemplo el bombardeo de 1955. “Yo no trabajaba acá en esa época pero me contaron que fue horrible porque se escuchaban las bombas, los empleados veían fuego, humo, los aviones rodeando la plaza”, relata.
Otro hecho impactante fue el de diciembre de 2001. “Estábamos acá y nos tuvimos que refugiar en el sótano poque los gases llegaban adentro del negocio. Queríamos salir pero no podíamos porque pasaban los caballos a toda velocidad. Fue muy feo”.
La actualidad de la farmacia
Alberto asegura que hoy en día, lo que más se vende es el Tafirol y el Ibuprofeno. “Estamos con faltante de repelente, ayer recibimos una remesa que conseguimos y se vendieron todos en una hora”, remarca. Sin embargo, el fuerte de la farmacia es la producción de remedios homeopáticos que, según Alberto, fue lo que los ayudó a sobrevivir durante la pandemia.
El local funciona de lunes a viernes de 9 a 19 horas y los domingos de 8 a 17. “Los sábados no abrimos porque esto es un desierto. En cambio los domingos hay más movimiento porque estamos dentro de un cordón comercial”, resalta.
Para Alberto, que vive en el barrio de La Boca y trabaja en el local todos los días, la farmacia nunca deja de ser fascinante. “Es como volver al pasado”, sintetiza.