El Gato Negro, famoso por impregnar la calle Corrientes con aroma a café y especias, conmemoró su 95º aniversario esta semana y fue distinguido por la Legislatura porteña en reconocimiento a su larga trayectoria.
Este tradicional negocio se distingue por recrear la atmósfera de la Buenos Aires de principios del siglo XX, por su método artesanal de tostado de café, por sus más de 50 variedades de té y por sus más de 150 especias. Además, venden sales, hierbas y semillas aromáticas y comidas gourmet, tanto dulces como saladas.
Una historia con muchos condimentos
La historia cuenta que en 1927, un español llamado Victoriano López Robredo, oriundo de un pueblo cercano a Úbeda, contrajo matrimonio con una mujer argentina, vino a Buenos Aires y fundó su primer local dedicado a vender cafés, tes y especias. Este negocio, bautizado “Martinica” en alusión a la isla de las especias, se ubicaba en el mismo lugar que hoy funciona la famosa heladería Cadore.
Al año siguiente, en octubre de 1928, el local se mudó a Avenida Corrientes 1669. Victoriano encargó la construcción de todos los muebles de roble y las mesadas de mármol que aún se conservan en la actualidad, al igual que los pisos aunque, con el paso de los años, tiene algunas baldosas rotas.
Antes de su llegada a Buenos Aires, Victoriano había vivido en Madrid donde trabajó durante mucho tiempo en una empresa inglesa que compraba tés, especias y cafés en Medio Oriente. Durante uno de sus numerosos viajes a bordo del lujoso Orient Express se organizó una cena dedicada a los gatos, una tradición que se remonta a la época de los egipcios.
Los menús estaban diseñados con la figura de un gato negro con un cascabel y Victoriano guardó uno en su bolsillo.
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Victoriano era un gran tomador de café y en Madrid solía frecuentar un bar que se encontraba ubicado muy cerca de la Puerta del Sol, más precisamente en la Calle del Príncipe, llamado “Gato Negro”.
Cuando abrió el local en Buenos Aires decidió llamarlo “Gato Negro” en homenaje a su café madrileño y utilizó el símbolo del menú del Orient Express. "Desde sus inicios, el negocio se destacó por sus especias. Con el tiempo hubo una explosión por el café y el té ", asegura Jorge Crespo, el dueño actual del negocio.
Sucesión
Victoriano tuvo un único hijo, Andrés, un exitoso ingeniero hidráulico que tuvo tres esposas: Lucrecia; Lucía, madre de Jorge y con quien tuvo un hijo; y May Moore, una señora proveniente de una familia acomodada. Cuando Victoriano se enfermó, “habilitó” a tres empleados, para que se hicieran cargo de la gestión del local. Uno de estos empleados asumió la responsabilidad de liderar el negocio, hasta que falleció mientras realizaba el tostado de café. “Venía a las 5 o 6 de la mañana y un día lo encontraron tirado ahí en el fondo”, señala Jorge en diálogo con El Destape.
A fines de la década del ‘60, el local se venía a pique y esto obligó a Andrés a tomar una decisión: seguir con su profesión o dedicarse a la administración del negocio. Se inclinó por esta última opción y, según Jorge, le dio “vuelo”. “Hasta ese momento se vendían las especias puras. Sin embargo, Andrés comenzó a desarrollar una serie de mezclas exitosas que aún hoy se siguen vendiendo y que son considerados clásicos de nuestro local. Esta transformación se produjo en una época en que las compras importantes se hacían en el centro de la Ciudad”, rememora Jorge.
Jorge era hijo de la mujer de Andrés y entre ellos existía una muy buena relación. Durante ese período Jorge frecuentaba mucho el local. “Yo hablaba y observaba detenidamente lo que hacía Andrés, era un tipo brillante. Pude aprender el funcionamiento y el concepto del negocio”, asegura.
Sin embargo, Jorge se dedicó a la maquinaria de construcción y, a los 20 años, comenzó a trabajar en una compañía francesa que le posibilitó viajar y conocer distintas partes del mundo. “En uno de mis viajes a París descubrí una casa de tés con una variedad infinita, con blends de distintas procedencias, y yo pensaba en que nosotros teníamos únicamente el té negro y un té especiado”.
Andrés murió durante la luna de miel de su tercer matrimonio, en pleno mundial de 1978. Como herederos quedaron las tres esposas y el hermano de Jorge. “Ahí se generó todo un tema complicado. Por un tiempo, las responsabilidades de la gestión quedaron en manos de la primera y la última esposa mientras yo continuaba en la industria de la maquinaria”, cuenta.
Al tiempo, las dos mujeres se pelearon y, con el correr de los años y a través de acuerdos y negociaciones, Jorge le fue comprando sus partes a ellas y a su hermano hasta que en marzo del ’90 Jorge se hizo cargo del local.
Jorge recuerda la década del ‘90 como una época “muy difícil”. En 1995, en medio de la crisis económica, enviudó y quedó al cuidado de sus tres hijos chicos. En 1998 se dio cuenta de que el local necesitaba dar un “volantazo” importante y tuvo la idea de convertirlo en un bar de café con mesas, sillas y mozos. “Ahí el negocio empezó a crecer de manera diferente”, afirma.
“Siempre digo que el negocio se fundó tres veces: la primera vez por Victoriano, la segunda vez por Andrés y la tercera por mí”, asegura. A los seis meses de la reinauguración fue distinguido como uno de los primeros bares notables de la Ciudad.
El negocio sufrió otro cimbronazo en 2005, cuando sufrieron una amenaza de desalojo: “El edificio era de una familia y un día me llamaron y me dijeron que no nos iban a renovar el contrato. Empezó un juicio que duró cuatro años y terminaron vendiendo el edificio con El Gato Negro funcionando”, describe.
La pandemia
Jorge asegura que desde antes de la pandemia el negocio se encuentra en un muy buen momento y se lo atribuye a dos elementos importantes: la culminación de la remodelación de la avenida Corrientes, que dejó al local del lado peatonal, y el impacto de la pandemia.
“Sufrimos mucho esa remodelación pero después me di cuenta de que esto nos iba a beneficiar. Por otro lado, en la pandemia explotó la demanda y nos transformamos. Como vendíamos alimentos no cerramos porque éramos considerados un servicio esencial, lo que no podíamos era dejar pasar a la gente”.
Jorge recuerda que miraba todo el sector de mesas del bar abarrotadas de paquetes para hacer envíos. “Yo pensé: ‘esto cuando se abra revienta porque la gente está desesperada por salir a tomarse un café o comerse una pizza’. Y pasó eso. Además, la economía llevó a que la gente prefiera consumir y no guardar la plata”, describe.
Personalidades famosas
Jorge comenta que en el bar "recibimos a muchas personalidades famosas", aunque no son de sacarse fotos con ellos ni armar mucho revuelo. Entre las figuras destacadas que han frecuentado el café se encuentran Moria Casán, Graciela Alfano, Gabriela Acher, Leonardo Favio y Diego Bossi. “Bossi viene siempre con su equipo como si fuera su oficina”, asegura entre risas.
“Para los artistas y los músicos, la avenida Corrientes es el sumun”, agrega. A fines de los ’90, el Gato Negro organizó espectáculos de música porque necesitaban darle difusión. “Eso generó una sinergia y una potencia muy grande. Siempre estuvimos muy abiertos a las expresiones culturales”.
Un local con aroma propio
Jorge dice que el paladar argentino está muy acostumbrado al café brasileño, lo que lo convierte en uno de los más solicitados en su negocio. “El café de Colombia es más fino, más frutado”, asegura. Su preferido es el llamado “caracolillo de Brasil”.
La enorme variedad de cafés, tés y especias hace que el aroma del lugar sea cautivante. “Siempre nos destacamos por la calidad y para eso es fundamental comprar las especias enteras. Llevamos 95 años moliendo nuestras propias especias, eso es lo que genera el exquisito perfume”, asegura.
En negocio funciona de lunes a viernes de 9 a 21 horas y los fines de semana se extienden hasta “la segunda función de los teatros”. Los domingos abren a las 11.
“Tenemos clientes de afuera y hay gente que viene a comprar sus especias para todo el año. En temporada alta, que para nosotros son las vacaciones de invierno, se arman filas de 15 personas para entrar, cuando en Buenos Aires hay cafeterías por todos lados. Ni en mis mejores sueños imaginé esto”, desliza Jorge.
En el local trabajan aproximadamente 35 empelados. Dos de los tres hijos de Jorge son quienes dirigen el negocio actualmente.
Para Jorge, el negocio representa una gran responsabilidad ya que, si bien es un legado familiar, considera que también es de todos: de los clientes y de la Ciudad. “Se me pone la vena así -con gestos de hinchada- cuando voy por la calle Florida y veo que en la antigua confotería Richmond ahora se vendan zapatillas”.
“Tengo la obligación de transmitirle esa responsabilidad a la cuarta y a la quinta generación, que el año que viene estará por acá moviéndose entre las bolsas de café y especias”.
La placa recientemente instalada por la Legislatura porteña se suma a otra que recibieron en 2018 cuando el negocio cumplió 90 años. Entre risas, Jorge concluye: "No sé dónde colocaremos la placa de los 100 ".