Entrar al bazar La Luna es transportarse en el tiempo. El local, ubicado en la esquina de Tacuarí y México, en el barrio porteño de San Telmo, ocupa toda la esquina y se encuentra exactamente igual al momento en el que abrió sus puertas, en la década de 1920. Su historia es parte de su encanto.
Ofrecen una gran variedad de vajilla, teteras, jarras, cubiertos, tablas, sartenes, ollas y elementos para repostería, entre otros utensilios para la mesa y la cocina. Todos se encuentran exhibidos en las vitrinas originales y en los antiguos mostradores de madera maciza oscura. Tiene un techo particularmente alto y cajoneras de madera en altura. Los pisos también son de madera y las persianas se suben y se bajan manualmente.
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Aún conservan una antigua máquina registradora, digna de museo, y un teléfono fijo con marcador a disco que hoy podría ser considerado un artículo vintage. La Luna es el bazar más antiguo de Buenos Aires.
“Un negocio como los de antes”
Al local lo fundó Esteban Cuevas, un inmigrante español que había llegado desde Santander “con una mano atrás y otra adelante”. En un comienzo trabajó como empleado en locales de diferentes rubros hasta que se independizó y en 1926 abrió el bazar en el barrio porteño de Montserrat.
Esteban aprendió el oficio y forjó fuertes lazos con los clientes y proveedores, que se encuentran ordenados alfabéticamente en un fichero escrito a mano por él y que, aún hoy, se conserva. “Intentamos mantener todo lo que tiene la letra de mi abuelo, aunque hay algunas cosas que con los años se echan a perder”, cuenta Marcelo, nieto de Esteban y actual dueño del bazar.
Esteban continuó yendo a trabajar mientras el cuerpo se lo permitió. Con más de 80 años ayudaba en la confección de etiquetas con los precios y con el empaquetado de los productos. El hombre falleció en 1998, pero el negocio pasó de generación en generación: primero lo continuó su hijo, también llamado Esteban, y ahora su nieto.
“Mi papá empezó a trabajar desde chico porque iba aprendiendo de mirar a mi abuelo y yo, a su vez, también aprendí de mi papá y de los vendedores más antiguos. De a poco me fui metiendo en las compras. En su momento también trabajó mi tía, que era docente. Ella venía, sobre todo, cuando mi papá se tomaba vacaciones, algo que le costaba mucho y ahora lo entiendo porque me pasa a mí también”, relata Marcelo entre risas.
Los nietos Cuevas son tres hermanos. Marcelo va al negocio todos los días, mientras que Gabriel, el del medio, y Mariano, el menor, van a “dar una mano” cuando hace falta.
“Hay gente que dice ‘si no lo tienen ustedes no lo tiene nadie’”
El local tiene un amplio surtido de utensilios de cocina y su fuerte, según cuenta Marcelo, son las cacerolas y sartenes. En otra época, su caballito de batalla fueron las fuentes de acero con las que los restaurantes servían las guarniciones de los platos principales. Sucede que los locales gastronómicos solían ser los clientes principales, pero luego el público se fue ampliando.
La Luna no tiene un cartel grande en la entrada, la mayoría de los clientes que entran y salen constantemente llegan por recomendación, por el “boca en boca”. “Muchos vienen porque su mamá o su abuela eran habitués. También vienen turistas porque estamos cerca de San Telmo. Pero no es un lugar típicamente turístico”, asegura Marcelo.
“Ahora está más difícil recomponer mercadería internacional y nacional, pero la gente sabe que acá tenemos un poco de todo. Nos especializamos en atender bien a los clientes para que quieran volver. Muchos vienen desde lejos especialmente porque, dicen, ‘si no lo tienen ustedes no lo tiene nadie’”.
Actualmente, el local funciona de lunes a viernes de 10 a 17 horas y los sábados de 10 a 13. Además de Marcelo, hay otros tres vendedores, pero antiguamente llegaron a ser seis.
Antes de la pandemia tenían un horario más extendido y cortaban un rato al mediodía. “En estos últimos años, volvieron a funcionar presencialmente los ministerios, organismos y oficinas, pero no es la misma cantidad de gente que había antes”, describe.
El local siempre fue frecuentado por personalidades del mundo de la política y del arte. Pero Marcelo siempre recuerda con afecto la periodicidad con la que lo hacían los periodistas Mónica Cahen D'anvers y César Masetti.
Productos de industria nacional
Marcelo reconoce que, a lo largo de tantos años, el negocio tuvo que surfear varias crisis económicas como, por ejemplo, la hiperinflación a finales de la década del 80. “Fue uno de los momentos más difíciles porque había que cambiar los precios constantemente”, recuerda. En esa línea, admite que, en la actualidad, la fluctuación del dólar genera muchos cimbronazo: “Si suben mucho los precios, la gente te empieza a pedir productos más baratos”.
En la época de la convertibilidad empezaron a importarse muchos productos y se amplió el surtido. “De todas maneras, nosotros siempre trabajamos con productos nacionales, independientemente de cómo esté el dólar. Somos fieles a los proveedores nacionales y, en última instancia, son los clientes los que deciden”, aclara Marcelo. “Nos caracterizamos por tener productos clásicos y de buena calidad. Hay artículos donde tenés que tener más opciones y hay otros donde podemos darnos el lujo de tener solo lo bueno”, afirma.
Sin embargo, Marcelo cuenta que, pese a trabajar básicamente con artículos clásicos, son permeables a innovar con productos modernos. “En un momento se pusieron de moda los platos cuadrados. Tenía miedo, no sabía si iban a funcionar o no. Pero me animé a traerlos y me sorprendió como se empezaron a vender y fui agregando otras líneas de platos cuadrados, importados, nacionales, muchos modelos”, concluye el dueño del bazar más antiguo de Buenos Aires.