La esquina de Chacarita en cuyo bar se exhiben más de 2000 cámaras fotográficas para abrazar el recuerdo

Alejandro Simik reformó un antiguo bodegón y lo convirtió en un museo de cámaras fotográficas. En el local tiene exhibidos más de 2 mil modelos. Por su propuesta, fue declarado sitio de interés cultural y es bar de interés patrimonial.

19 de noviembre, 2023 | 00.05

Museo fotográfico Simik es un bar notable, ubicado en Avenida Federico Lacroze 3901, en el barrio porteño de Chacarita, y también es un museo en el que se exhiben más de 2 mil modelos de cámaras fotográficas de todos los tiempos. Hay daguerrotipos, ferrotipos, modelos de reportero gráfico, de aficionado, profesionales, con visor directo o réflex, para distintos tamaños de negativos y también hay algunas cámaras más modernas. Por su propuesta, fue declarado sitio de interés cultural y es bar de interés patrimonial.

El bar funcionaba como un clásico bodegón hasta que, en 2001, en medio de la crisis, Alejandro Simik lo reformó de manera tal que pudiera combinar el negocio con su otra gran pasión: la fotografía.

“La gimnasia de la compra-venta”

Alejandro se crió en un hogar “humilde”, ubicado en Fuerte Apache. Empezó a trabajar de muy jovencito, ayudando a su padre que era herrero. Junto a su hermano, se la pasaban pintando y haciendo diferentes tareas en el taller. “Me llamaban mucho la atención los aparatos y las máquinas”, recuerda.

De su padre adquirió la gimnasia de la compra-venta y heredó el alma de comerciante. “En una época, mi viejo compraba electrodomésticos viejos o que no funcionaban, los arreglábamos y después los vendíamos. Así aprendí a ‘cirujear’”, relata en diálogo con El Destape.

De más grande, Alejandro se metió a estudiar en distintas facultades, pero un tiempo después descubrió su verdadera vocación: ser bombero.

De apagar incendios a tener su propio bar

Alejandro trabajó en distintos cuarteles durante doce años: el Cuartel V Belgrano, el Cuartel II Avenida Caseros, el Cuartel VII Flores y el Destacamemto Autopista en Peaje Avellaneda. Luego se convirtió en perito de incendios y formó parte de las investigaciones que tenían como objetivo encontrar la causa de los siniestros.

“Tenía que describirle a alguien cómo se había originado y desarrollado el fuego. Para eso, sacaba fotos y armaba una especie de relato, mostrando la zona incendiada y qué cosas había afectado”, explica. De a poco, se fue enamorando de la fotografía.

En la década del ‘80, Alejandro se asoció con un amigo y compraron el bar de la esquina de Avenida Federico Lacroze y Fraga, que funcionaba como un típico bodegón de barrio. Se llamaba “Bar Palacios” y tenía mesas de billar y de pool. Nadie podía imaginar que casi dos décadas después allí funcionaría un museo. “Era un boliche de hombres nada más, en esos bares antiguos las mujeres no entraban”, señala Alejandro.

En 1989 compraron otro bar, también sobre avenida Federico Lacroze, que se llamaba “Los Billares”. “Era un ambiente terrorífico. Venían chorros y borrachos. Ahí pasamos momentos muy feos y de mucho miedo”, recuerda

¡Flash!

Años más tarde, Alejandro se alejó de los cuarteles y comenzó a estudiar fotografía en la Asociación de Fotógrafos. En el camino, también se formó con el fotógrafo italiano Aldo Bressi, y tomó diversos cursos.

Al principio hacía fotografías de bautismos, comuniones, casamientos y eventos sociales. Al poco tiempo, se asoció con un compañero y armaron un estudio donde dieron sus primeros pasos en la fotografía publicitaria y realizaban coberturas de funciones de prensa, backstages de películas, producciones para artistas, etc.

En paralelo, comenzó a dar cursos de fotografía en el subsuelo del “Bar Palacios”, una actividad que mantuvo a lo largo de diez años y de manera gratuita. “Tenía muchísimos alumnos”, asegura.

El bar que se convirtió en museo

A fines de la década del ’90 Alejandro se independizó del socio con el que tenían los dos bares y él se quedó con el antiguo bodegón. A fines del 2001, Alejandro comenzó a frecuentar el famoso “Mercado de pulgas”, ubicado a pocas cuadras del bar, y se compró su primera cámara de fuelle. “Quería a ver cómo funcionaban. Iba un día, compraba una, iba otro día y me compraba otra, me entusiasmé. En esa época había juntado 5 mil dólares que de golpe equivalían a una fortuna. El país era un caos, se venía una hecatombe y no había nada de trabajo”, relata.

Alejandro cuenta que en esa época se gastaba toda la plata en cámaras de fotos, negativos y fotos antiguas. Las iba acumulando y, a su vez, empezaron a donarle muchos modelos.

“Me iba a Luján, Mendoza, Salta, Jujuy y me recorría todos los lugares de compra-venta. Después llegaba a mi casa, volcaba todo en un tablón con dos caballetes y seleccionaba. Estaba completamente loco y obsesionado: inmerso en una nube que era la de la fotografía antigua, el pasado y los aparatos fotográficos. Mi vida era un desastre”, sentencia.

En un momento llegó a tener 50 cámaras que apilaba en el fondo de su casa, hasta que le pidió a un carpintero que le armara una primera vitrina en el bar para exhibir algunos de esos modelos.

A los clientes que frecuentaban el bar les encantó la propuesta. Para el año 2002, hizo unas reformas, cambió el piso, agregó más luz, comenzaron a ingresar las mujeres y le cambió el nombre.

Primero lo llamó “Museo de cámara y fotografía antigua”, pero un día fue a visitarlo el reconocido historiador fotográfico Abel Alexander, y le dijo: “Esto tiene que llamarse Museo Fotográfico”. Alejandro tomó su sugerencia y le agregó su apellido. “Así arrancó”, describe. De esa forma, comenzó a hacer exposiciones, charlas y conferencias de fotografía en el bar.

En medio de todo el material que Alejandro iba acumulando, se topó con documentos históricos. “Un día descubrí a través de unos negativos, que había fotos del fallecimiento de Jorge Newbery. Los encontré dentro de una colección que había comprado y que pertenecían a un ingeniero francés que había venido cuando acá se inauguraron los ferrocarriles. Se puede ver que se hizo una caravana de gente vestida de traje con galera. Hay mucho más material pero no tengo tiempo para ver todo eso. Prefiero estar en la calle o refaccionando el local como ahora”, admite.

El bar funciona como cafetería pero también ofrecen minutas, picadas, cervezas tiradas, cervezas envasadas, gaseosas y vinos. Abre de lunes a miércoles de 7 a 21 horas y los jueves, viernes y sábados extienden el horario hasta las 23 porque esos días organizan conciertos de jazz.

Actualmente, tiene más de 2 mil modelos de cámaras exhibidas. Hace dos años abrió una sucursal en la calle Perú al 614, en el barrio de San Telmo. En ese local hay, aproximadamente, 700 modelos de cámaras fotográficas más, que también están exhibidas.

“Hace 10 años vi que en el galpón que alquilo en el barrio de Chacarita, tenía cajones de manzanas llenas de filmadoras en medio de cachivaches y porquerías. Cuando las vi, dije: ‘¿Qué es este material de cine?’ Empecé a juntar y hoy tengo para armar un museo de cine que planeo inaugurar en marzo en la calle Tacuarí, en la esquina con Chile”, adelanta.

Museo Fotográfico Simik es bar notable, fue declarado sitio de interés cultural por la transmisión de conocimiento de fotografía y es bar de interés patrimonial.

Es habitual que Alejandro se la pase saludando a clientes y vecinos del barrio, entre los que se encuentran reconocidos personajes de la cultura, fotógrafos, cineastas y coleccionistas.

“El bar es como mi living comedor, es mi lugar de entretenimiento. Últimamente estoy un poco agobiado porque viene mucha gente que quiere charlar conmigo y hay momentos en los que quiero estar tranquilo, en paz. Uno tiene sus estados de ánimo y hay días más y menos alegres. No puedo estar a disposición de todo el mundo todo el tiempo, pero disfruto mucho de lo que hago”, sintetiza.

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