Es sábado a la mañana en el bar La Escuela y hay varias mesas ocupadas: vecinos del barrio, un chico trabajando en su computadora, una mujer en una mesa de afuera a la que le da el sol, una familia en una mesa larga que festeja un cumpleaños y un hombre que lee atentamente el diario en papel. Cuando Kike, el dueño del bar, entra por la puerta, todos lo saludan por su nombre. Las paredes desbordan de banderines y fotografías de distintas formaciones de Platense. También hay un viejo teléfono público y una gran cantidad de fotos y objetos que pertenecieron a Roberto Goyeneche. De fondo suena un disco de “Los Redondos”.
El bar está ubicado en la esquina de Manuela Pedraza y Vidal, en el barrio porteño de Núñez, y fue fundado por el padre de Kike, Humberto Spinelli, en 1988. “En ese momento yo tenía 15 años y le decía a mi papá que quería dejar la escuela para trabajar en el bar, pero él me decía que no, que tenía que terminar de estudiar. A los pocos meses él se enfermó y yo terminé saliéndome con la mía”, relata. A lo largo de los años, el bar atravesó varias crisis y Kike tuvo que trabajar “afuera” durante un tiempo. En 2011 decidió volver a ponerlo en pie y hoy no concibe su vida sin el bar. “Mi vida es esto. No podría laburar de ninguna otra cosa”, dice sin dudar.
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En 2018, en una época de crisis, Kike rechazó una oferta de compra por parte de una importante cadena de cafeterías. “Ellos te testean y te lo quieren comprar por dos mangos. Te dicen ‘vos estas mal, con esta plata estarías tranquilo’, pero les dije que me la iba a aguantar. Acá viene gente no solo a consumir sino a estar. Hay gente que está sola en la casa, y acá encuentra compañía, se hacen amigos, y se sienten contenidos. Esa función hoy por hoy solo la cumplen estos lugares. Acá somos todos iguales, el empresario, el de clase media o Adrián, un chico que vive en la calle y que viene a comer acá. Ahora vengo de reservarle una pensión porque hicimos una colecta entre todos para que estas noches de tanto frío no duerma en la calle. Eso en las confiterías de cadena no pasa”, sostiene.
Criarse en bares
Enrique “Kike” Spinelli cuenta que desde que nació pululó por los distintos bares que tuvo su abuelo. “Desde que tengo memoria, desayunaba y hacía la tarea en el bar después de ir al colegio. Mi familia trabajaba y yo estaba jodiendo en el bar, charlando con los clientes, no me quedaba otra”, rememora en diálogo con El Destape.
El abuelo materno de Kike se llamaba Enrique Fernández y nació en Galicia. Llegó a Argentina aproximadamente en 1930, cuando tenía 20 años. Primero trabajó en el Centro Galicia como mozo, luego estuvo en el mostrador, fue bachero, y a los dos o tres años, cuando su patrón se fue de ahí, se hizo cargo de la concesión. Allí conoció a su esposa, la abuela de Kike y al tiempo se casaron. Con unos socios abrieron su primer bar, que estaba ubicado en Congreso y Cramer y que se llamaba “El León”. Unos años después, Enrique les compró la parte a los socios y durante más de 30 años lo administró junto a su esposa.
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Con el tiempo, el abuelo de Kike se fue achicando. Cerró “El León” y abrió “El Leoncito”. Luego, pasó a tener “El Galeón”, siempre en el barrio. “Los bares eran cada vez más chicos pero la gente lo seguía”, describe. En 1985, Enrique cerró el último bar y compró la esquina de Vidal y Manuela Pedraza, para depositar ahí todo el mobiliario de los bares que había tenido. La idea era eventualmente abrir allí una cantina, pero ese proyecto nunca se concretó.
En 1988, Humberto, el padre de Kike, le propuso a su suegro abrir un bar en esa esquina y administrarlo junto a su esposa. Así fue como en octubre de ese año, en medio de la crisis del gobierno de Raúl Alfonsín, abrió las puertas el bar “La Escuela”, en honor a la escuela Rodolfo Senet, que se encuentra ubicada enfrente. Kike era muy jovencito, pero tenía claro que él también quería trabajar ahí.
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“Yo tenía 15 años y le decía a mi papá que quería dejar el colegio para trabajar en el bar y él me decía que no porque tenía que terminar de estudiar”, dice Kike apoyado en la única mesa que mantuvo de aquel primer bar de su abuelo. Humberto llegó a trabajar en el bar apenas unos meses, ya que a principios de 1989 se enfermó y al poco tiempo falleció. “Al final yo terminé saliéndome con la mía”, sentencia.
El negocio continuó con Kike, su mamá, Graciela Fernández, un primo de su papá y un padrino y mantuvo una clara impronta familiar, con la facilidad de que todos vivían a pocas cuadras del local.
Cuando a Kike le tocó trabajar “afuera”
La vida en bares de Kike se vio interrumpida en 1997, con la recesión de la era menemista. “Cuando se produjo la venta de empresas hubo muchos despidos y retiros voluntarios de personas que eran clientes nuestros”, recuerda. Eso generó una crisis fuerte en el negocio y Kike tuvo que irse a trabajar, según sus palabras, “afuera”. Para Kike “afuera” no significa en el extranjero, sino “afuera del bar”.
Al principio trabajó en un restaurante y después puso una ferretería. En 2001 la ferretería fundió y a partir de allí manejó un taxi hasta 2007. Después fue encargado de una distribuidora de golosinas. En el medio se casó, se fue a vivir a la localidad de Berazategui y tuvo dos hijos. Durante ese tiempo, el bar quedó en manos de su madre y su padrino quienes “no supieron cuidarlo bien” y “se vino muy abajo”.
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En 2011, 15 años después de haber dejado el bar, Kike se cansó de girar por diferentes rubros, vio que la zona de Núñez daba para “levantar el bar” y volvió a su primer amor, el bar La Escuela. “Me dolió mucho cuando me tuve que ir a buscar laburo afuera. Me aguantaré crisis, me moriré de hambre, pero ya no puedo trabajar de otra cosa. Es lo que me gusta y me voy a morir acá. El bar es mi vida”, asegura.
Esta nueva etapa comenzó con Kike y con su madre, que trabajó hasta 2017. Se fueron sumando empleados, pero en diciembre del año pasado se tuvo que empezar a achicar. Actualmente Kike trabaja con Daniel, el cocinero, y Néstor, un mozo que se suma los sábados. “Este es un bar muy conocido en el barrio. Conozco a todos los clientes, el 70 por ciento del público viene siempre y ya somos prácticamente amigos. Lo que pasa con la mayoría es que a la tercera vez que vienen nos hacemos amigos, es un ámbito muy descontracturado”, describe.
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El bar siempre se caracterizó por su cafetería, pero después de la pandemia le sumaron distintos platos: ravioles, hamburguesas, revuelto gramajo, omelettes y platos del día “bien de bodegón”, como pollo al horno al verdeo o milanesa a la napolitana. “Nos caracterizamos por tener platos abundantes y buenos precios”, resalta Kike.
En diciembre del año pasado, la Legislatura porteña decidió que el Bar La escuela sea distinguido como Bar Notable. Como a los pocos días asumió el nuevo Jefe de Gobierno, los trámites para llegada de la placa se demoraron, pero a Kike le dijeron que eso sucederá en los próximos meses.
Fanático de Platense y de Goyeneche
El local está decorado con botellas, fotos y teléfonos antiguos y una gran cantidad de banderines de Platense. El poco tiempo que llegó a trabajar en el bar, el padre de Kike se ocupó de que el negocio tuviera los colores marrón y blanco y Kike no quiso romper con esa tradición.
En las paredes también hay una gran cantidad fotos de Roberto “El Polaco” Goyeneche y hasta incluso una de sus corbatas enmarcada. “Mi viejo era fanático del Polaco. Cuando se murió yo estaba en el bar de mi abuelo y vi a un hombre llorando en el mostrador. Pregunté quién era el que se había muerto, y me dijo ‘un día te vas a dar cuenta’. Al tiempo me puse a escuchar su música, me entró y me hice fanático yo también. Hace unos años le dije a un cliente de acá que quería hacer un mural de Goyeneche en una pared del bar y que le quería pedir permiso a la familia, que eran del barrio. Me respondió que me iba a traer a uno de los hijos y a la semana siguiente vino y nos hicimos amigos. Incluso se casó acá y yo fui testigo del casamiento”, cuenta Kike orgulloso.
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En el bar también hay una antigua máquina de boletos de colectivo que le regaló un cliente. “La gente viene al bar y retrocede 30 años. Yo junto cosas viejas en buen estado porque me gustan. Mi locura es comprarme uno de los teléfonos de Entel, de los que eran de color naranja, pero piden una fortuna. Algún día me lo voy a comprar”.
El bar conserva la tradición de ofrecer diario en papel, Clarín y Diario Popular, y tiene la particularidad de ser uno de los pocos bares de Capital Federal que ofrecen los alfajores Orense, muy populares en la zona sur de la provincia de Buenos Aires y flamantes ganadores de la categoría “Mejor Alfajor Industrial de Argentina”. Kike los conoció cuando trabajó en la fábrica de golosinas y hace un tiempo comenzó a comprarlos directo de fábrica.
El local funciona de martes a sábados de 8 a 19 horas y desde hace unos meses comenzaron a abrir también dos sábados a la noche y dos domingos al mediodía por mes, para poder sostener el salario de los empleados. “Desde este año trabajo un día más por semana para estar al 60 o 70 por ciento del nivel del año pasado. Cuando abrimos los sábados a la noche ponemos videos de la década del 80 y 90, luces de colores, y cada mes y medio toca una banda de rock de un amigo. Ahora que vamos a ser bar notable, se van a sumar eventos de tango los sábados a la noche y de folklore los domingos al mediodía”. Para Kike, el bar más que un trabajo es un estilo de vida.