Ken Kuwada se inició en el patinaje de velocidad a los 4 años. Estar cerca del polideportivo de Mar del Plata hizo casi imposible para él no apasionarse por ese deporte. Tras una jornada recreativa que lo promocionaba, una vecina lo invitó a participar.
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El Club General Mitre vio crecer la pasión de Ken a lo largo de los años, compartida en principio con su hermano. Tuvo que pasar mucho entrenamiento y esfuerzo pero logró ser campeón mundial en “The World Games” (Wroclaw, Polonia) en 2015 y en el Campeonato Mundial de Patinaje de Velocidad en 2016.
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La cultura japonesa es muy reservada y, a pesar de que sus antepasados vivieron uno de los hechos más impactantes de la historia de la humanidad, no gustan dar detalles del mismo: “no solemos hablar mucho con mi papá, vino de muy chico y tampoco es de muchas palabras”, explica Ken a El Destape sobre su experiencia en la ciudad en la que se arrojó la bomba atómica. También expresa: “no recuerdo muy bien cuándo empecé a tener consciencia sobre mi pasado en Japón, pero siempre lo tuve presente; suelo ver películas y documentales sobre Japón y veo reflejado a mi papá en ellas”.
Desde que despegó su carrera no paró de viajar, mientras se entrenaba en distintas partes del mundo. De hecho, obtuvo recientemente el décimo puesto en las modalidades 10 mil metros Puntos y 10 mil metros Eliminación, en el Mundial de Patín Carrera, disputado en Italia . En noviembre tendrá otra cita con la competición, en los Juegos Panamericanos con sede en Chile.
Pero el viaje más importante sería el que realizó en 2016 con su familia para conocer la cultura que corre por sus venas: ”mi hermana ese año ‘cambió’ su fiesta de 15 por un viaje con toda la familia a Japón”, detalla. Esa “cruzada de charco” tenía como objetivo además reunirse con una de las únicas hermanas de su padre (eran 8 hermanos, 5 se quedaron en Japón) que no viajaron a Argentina tras la guerra: “Me gustaría volver, es un país muy impresionante en todos los sentidos y el viaje fue muy emocionante”, cuenta.
Entre las emociones, una inevitable es la que recorrió su cuerpo cuando ingresó al museo de Hiroshima: “el ambiente es muy callado y es bastante chocante ver restos de cosas de la guerra (puertas de hierro dobladas, cascos destrozados, bicicletas quemadas, etcétera). Se siente en el aire el respeto y la tristeza”, rememora.
Los caminos de la vida no hubieran sido igual sin el ejemplo de su padre y sin ese inspirador viaje que lo llevó a encontrarse con sus raíces: “me marcó bastante, sobre todo lo que nuestro padre nos inculcó acerca del sacrificio y la dedicación; no debe ser nada fácil dejar tus raíces, irte a la otra punta del mundo, en un lugar donde ni siquiera hablan ni escriben tu idioma. Literalmente empezó desde cero en un mundo completamente distinto al que conocía”, cierra.