Miguel Ángel Gaitán recorrió muchos pueblos de la provincia de Buenos Aires gracias a la labor de su padre como ferroviario. Jugar al lado de los andenes, ver llegar las locomotoras y pispear cómo los trabajadores cargaban bolsas llenas de maíz fue algo que siempre lo mantuvo entretenido. Luego de cuarenta años se compró su primer tren a escala y, con el tiempo, el ferromodelismo se convirtió en su pasatiempo favorito. El Destape habló con el protagonista sobre su historia y su pasión por estas máquinas.
Tuvo una conexión especial con el ferrocarril desde muy chico; a lo largo de su vida fue testigo del desarrollo del transporte ferroviario en la Argentina y vivió situaciones que le anticiparon su propio destino. “La Asociación Modular de Ferromodelismo la creó un compañero de promoción. Yo sabía que le gustaban los ferrocarriles pero no el modelismo”, aseguró el hombre de 71 años. A pesar de que su amigo policía falleció, Miguel se unió a la agrupación y terminó de descifrar qué era lo que tanto lo apasionaba.
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Una pasión heredada
No obstante, esta crónica de una vida anunciada comenzó antes de que él llegase a este mundo. Su padre, Eduardo Hugo José Gaitán, hizo carrera como ferroviario. Comenzó trabajando en el ramal de carga G3 del Ferrocarril General Belgrano, cuya extensión de 93 kilómetros unía las ciudades de González Catán y La Plata. En su tiempo libre estudiaba y realizaba cursos ya que eran -en aquel entonces- la clave para el ascenso. Luego de unos años se le presentó una vacante en Navarro para un puesto de mayor rango. Eduardo se postuló y gracias a su esfuerzo y dedicación, consiguió que lo trasladen. En 1951 nació su hijo Miguel Ángel; un chico que años más tarde se convertiría en un apasionado por el modelismo ferroviario.
Como cualquier familia nómada, los Gaitán se movilizaron de una ciudad a otra sin problema. Vivir en casas -de auxiliares ferroviarios- ubicadas en el medio de la nada ya era una costumbre para ellos. “Mi mundo era la vaca, el campo, los cargueros y ver pasar dos veces al día el tren de pasajeros”, comentó Miguel entre risas. En 1954 se fueron de Navarro a Salazar; allí nació su hermano menor. Pero al poco tiempo se instalaron en la estación Pinzón, Pergamino. “Me acuerdo que frente a la vía había un campo en el que cosechaban con máquinas a vapor. Eran 100 personas aproximadamente las que cargaban bolsas llenas de trigo y con carros las llevaban a los galpones. Luego, cuando llegaba el tren, las sacaban del establecimiento, y con los mismos carros las subían a los vagones”, contó con nostalgia.
Cuando se produjo la unificación de los ramales Belgrano, el padre de Miguel cambió de empresa ferroviaria; empezó a trabajar en el Provincial de Buenos Aires que se extendía desde la ciudad de La Plata hacia el oeste y el sur bonaerense. A él lo ubicaron en la estación Villa Sena dentro del partido de Rivadavia. “Me acuerdo que con un grupo de chicos nos la pasábamos jugando. Agarrábamos sillas y las llevábamos a la vía para simular un tren. Todos se sentaban en el lado izquierdo, y a mí me dejaban del lado derecho por ser el más chico. A la hora de saludar, yo lo hacía para mi lado, y todos me discutían que no había andén. Lo que no sabían es que en otras localidades de la provincia existían estaciones con dos andenes”, dijo el hombre haciendo alusión a los conocimientos que adquirió durante los viajes.
A pesar de que Villa Sena era un pequeño paraje rural, la estación estaba en constante movimiento. “Al ser una zona ganadera, el ferrocarril llevaba y traía el ganado para la cría e invernada”, destacó Miguel. A su vez, algunos días de la semana se usaba este transporte para alcanzar alimentos. “Los martes y los viernes a la tarde llegaba un tren con pan de campo. Lo horneaban a 20 kilómetros de casa pero como no teníamos vehículo para ir a buscarlo, teníamos que hacer durar la comida hasta que llegase nuevamente otro tren”, agregó.
Por más que Miguel Ángel ejerció la profesión de Policía, y llegó al cargo de Comisario de la Policía Federal, siempre estuvo en contacto con este transporte. Gracias a su trabajo tuvo la oportunidad de viajar por Tucumán, Formosa, Catamarca, y conocer la importancia de los ferrocarriles en aquellas provincias. “A mí me tocó estar de custodia en la quinta de San Vicente el día que Alfonsín inauguró los talleres Tafí Viejo. Es decir, fui uno de los últimos que viajó en el tren Belgrano antes de que fuese reemplazado”, destacó.
Durante los viajes pudo ver cómo los trabajadores armaban las locomotoras de acuerdo a las necesidades del ramal, como las máquinas a vapor eran reemplazadas por el Diesel, y como muchas personas perdieron su trabajo; pero también como el ferrocarril fue el nexo entre las distintas culturas. “Cuando se creó el ramal C25 del Ferrocarril Belgrano -que iba de Embarcación a Formosa- quedó dividido el territorio en dos regiones en virtud de la cultura; al norte con el dominio de la lengua guaraní y al sur con la lengua española. Gracias a la unificación del riel se volvieron a integrar las dos culturas”, explicó el hombre.
La maqueta de Miguel: su cable a tierra y un viaje al pasado
Pero su acercamiento al ferromodelismo se dio más de grande: “Lo común es que te regalen trenes, que vos los empieces a coleccionar, y que con el tiempo incursiones en el mundo del modelismo. En mi caso, me gustaban las locomotoras pero nunca me regalaron una. Ya de grande, pasando los cuarenta, tuve la posibilidad de comprarme un tren a escala, y a partir de ahí no paré”.
Miguel comenzó a armar sus propias maquetas, y luego se acercó a la Asociación Modular de Ferromodelismo porque había visto en una publicación de Facebook el nombre de un policía que él había conocido en Tucumán. A pesar de que su compañero de promoción había fallecido, él se unió al grupo de aficionados.
Hace un año, Miguel junto a un grupo de amigos construyó un galpón de 10 metros de ancho y 4,5 de largo y armaron el Hurlingham Pass; un tendido ferroviario dentro de un paisaje imaginario del oeste norteamericano. Eligieron recrear una maqueta americana ya que demanda menos tiempo y costos que una nacional. Pero se basaron en una época muy significativa para la Argentina: los años 50 y 60.
Actualmente Miguel Ángel toma esta actividad como un cable a tierra pero también como un viaje a lo más profundo de su ser; las imágenes de su infancia, los aromas del campo, el sonido de la locomotora son piezas fundamentales a la hora de crear una maqueta. Él fue feliz, y es por ello que en cada escenario busca recrear y honrar esos momentos junto a sus seres queridos.