Flor de Almagro: la heladería familiar que funciona desde 1933 y que tiene sabores en homenaje a los abuelos fundadores

La Flor de Almagro es una heladería de tradición familiar que fue fundada en 1933 por Salvador Digliett. “Yo nací en la heladería”, afirma hoy el nieto que continúa con la tradición familiar. 

24 de febrero, 2024 | 12.17

Es un lunes de calor sofocante y en La Flor de Almagro hay una pequeña fila de gente que frenó su marcha por la avenida Estado de Israel para tomarse un helado y refrescarse. “Le recomiendo el chocolate con cáscara de naranja”, le comenta una chica joven a una señora con bastón que duda. La Flor de Almagro tiene más de medio siglo de historia y es famosa por ser un negocio familiar. “Mi abuelo fundó esta heladería y tuvo una vida dedicada a este negocio. Luego lo siguió mi mamá, mi tío y después yo, que soy la tercera generación. Ahora está arrancando también mi hijo para poder seguir el legado”, afirma Salvador Palazzo, el maestro heladero.

La Flor de Almagro es una heladería de tradición familiar que fue fundada en 1933 por Salvador Diglietto, abuelo de Salvador. El hombre nació en Italia en 1902 y vino a Argentina en barco, con su mujer, en 1928. Comenzó trabajando en los pozos de luz en el barrio de La Boca para la antigua Compañía Hispano Americana de Electricidad (CHADE). Luego trabajó en una pizzería y después fundó la heladería.

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En sus inicios, el negocio funcionaba en un local alquilado, en avenida Corrientes y Rawson, con la vivienda familiar ubicada arriba. En 1968 compraron la propiedad de Estado de Israel 4727, donde funciona hasta el día de hoy. “Yo nací en la heladería”, afirma Salvador en diálogo con El Destape.

Salvador recuerda que su abuelo, a quien todo el mundo le decía cariñosamente “el tano”, se desvivía por la heladería. “Trabajó hasta dos meses antes de morir, en 1978. Él venia todas las mañanas con su perra boxer que se sentaba debajo de la persiana y lo miraba mientras él limpiaba todo antes de empezar a atender. Exprimía él mismo los limones, traía los duraznos, esperaba la leche”.

En esa época, la heladería contaba con solo seis gustos: crema americana, chocolate, limón, frutilla, crema rusa y crema portuguesa (que traía frutas abrillantadas). Cuando su abuelo falleció, el negocio pasó a estar en manos de sus dos hijos, Anunciación y Daniel. “Mi mamá (Asunción) falleció hace un año y medio. Hasta ese momento la que estuvo al frente del negocio era ella. En un momento llegaron a trabajar ella, mi tío, mi papá y mi
abuelo”, cuenta.

Si bien Salvador “nació en la heladería”, se incorporó más formalmente a principios de la década del ’90. “Yo ya estaba acá, atendía un poco pero no estaba mucho tiempo. Pero cuando falleció mi tío me dediqué de lleno al negocio”, relata.

Hoy en día, en la heladería trabajan Salvador, su esposa, su primo (hijo de Daniel), y su hijo Lautaro de 20 años, que está dando sus primeros pasos. “Sigo usando el mismo chocolate que utilizaba mi abuelo”

Salvador dice que el secreto de la heladería es la materia prima de primera calidad. “Trabajamos con una buena calidad de leche, un dulce de leche bien artesanal y sigo usando el mismo chocolate que utilizaba mi abuelo que es el de la marca Fénix”.

En el primer negocio, su abuelo solía preparar copas heladas, sundae de frutas, quesitos (helado de crema y chocolate con una cereza arriba), banana split y casatas, que en esos años se hacían de forma redonda, “semi bombé”, con helado de chocolate, frutilla, vainilla y crema americana, se agregaba crema chantilly con cerezas y frutas abrillantadas, se cortaba en cuatro y se servía en vasito. Salvador quiso replicar esa idea en tiempos recientes pero “no picó”
porque, afirma, “acá es todo al paso”.

“En aquella época era una salida de fin de semana venir a tomar el sundae de frutilla a la heladería del ‘tano’. Él batía la crema chantilly a mano, y si se le llegaba a cortar hacía manteca. Todavía tengo guardadas las copas en las que servían el helado en aquel entonces”.

Los gustos más pedidos

Hoy en día la heladería cuenta con más de 50 gustos, entre los cuales se destacan gustos “de antes” como quinotos al whisky, marrón glacé y crema de higos con nuez, que son muy solicitados entre el público “más grande”.

La gente joven, señala Salvador, pide más dulce de leche granizado, maracuyá, tramontana o dulce de leche con brownie. “Después está la gente a la que le gustan los sabores frutales. Yo soy clásico y prefiero el sambayón, el chocolate amargo o la vainilla”, agrega.

Salvador destaca que entre los gustos más pedidos se encuentran los granizados: de dulce de leche, chocolate y la menta. “Granizar implica tener una persona derritiendo chocolate en las ollas a baño maría que tienen que estar a punto, que no se te pase porque se pudre todo”, dice entre risas. “Cuando el helado está listo, levantas la pala y le vas echando líquido de a poquito, entonces van quedando los pedazos grandes de chocolate”, explica.

Además, cuentan con sabores como la “frutilla carbury”, que viene con pedazos de chocolate Cadbury con yogur de frutilla, y el cocoleite, que es un helado de coco que su abuelo Salvador armaba personalmente. “Él cocinaba la crema, la mezclaba con la leche y agregaba el coco con un atomizador. Con lo que quedaba de coco hacían coquitos para que comiéramos nosotros”, rememora.

Uno de los gustos estrella es el llamado “crema Flor”, que es helado de crema americana con brownies y chocolate líquido. Los Brownies los hace la pastelería Be Cake, ubicada en Guardia Vieja y Lambaré, que los prepara exclusivamente para la heladería.

Los otros dos hits de la Flor de Almagro son los dos gustos que llevan el nombre en homenaje a sus abuelos: el “manjar de la nonna”, que es una mousse de limón con cascaritas y mermelada de naranja, y el “café del nonno”, que es un helado de café bien fuerte con licor. “Cuando yo era chico, mi abuelo tomaba café con una copita de anís y yo siempre pedía que me dejaran probar un poquito al final. Un día, mientras yo hacía tiramissu, la clientela me pedía un gusto solo de café y dije: no voy a hacer café común, vamos a hacer como lo tomaba mi abuelo. Y así surgió”, recuerda.

El arte de los sabores nuevos

A Salvador le gusta innovar y elaborar sabores nuevos aunque, admite, eso siempre depende de las ganas y del ánimo con el que uno se levanta.
“La menta bombón salió porque había hecho mucha menta granizada, me había cansado y no me quedaba más chocolate. Entonces pensé ‘¿qué hago?’ Y dije ‘¡dame los bombones!’”, revela.

La “frutilla carbury” surgió porque un día uno de los proveedores le ofreció unos chocolates Cadbury de yogur de frutilla cortados. “Le dije que me los trajera, que algo iba a inventar. Yo justo estaba haciendo frutilla a la crema, se los mandamos y así nació. Los pibes lo piden mucho”.

Salvador afirma que las olas de calor influyen para bien y para mal a la hora de la demanda del helado. “Cuando hace mucho calor no hay gente en la calle. Se vuelcan a tomar helado pero más a la tardecita y a través del delivery. Además, el aire acondicionado en el negocio no rinde y a las máquinas les cuesta todo mucho más. La mayor demanda es cuando hacen 27, 28 grados”, reconoce.

La Flor de Almagro tiene clientes habitués y mucha gente “de paso” que vuelve los fines de semana con su familia. “Hay un cliente que se viene desde Villa Devoto en el colectivo 109, compra 2 kilos de helado y se toma el 109 de regreso”, describe Salvador.

La heladería cuenta con cinco mesas adentro y dos bancos largos en la entrada. En el fondo, conservan el icónico bebedero, que data de hace 30 o 35 años.

El negocio funciona de lunes a lunes desde las 12 del mediodía hasta las 24, y los jueves, viernes y sábados hasta la 1 de la madrugada, aunque si hay mucha demanda, se extiende un ratito más. Durante el invierno cierran los lunes.

“En el barrio somos famosos porque son muchos años. Me conocen a mí, a mi señora, a mi hijo. Veníamos con el cochecito y todos lo saludaban. Ahora cuando lo ven trabajando en la heladería no lo pueden creer. Eso es algo muy lindo”, concluye.