Falló en los Juegos Olímpicos y desde ahí creyó que el taekwondo no era para él: hoy es campeón de los Panamericanos

A los 5 años había empezado el deporte y, aunque creyó que su gran oportunidad había llegado en su adolescencia, se retiró en 2022. Un llamado de un oro olímpico argentino le devolvió la fuerza. En 2023 consiguió el bronce en los Juegos Panamericanos. 

05 de enero, 2024 | 00.01

A fines del 2021, José Luis Acuña tomó la decisión de dejar la competencia de alto rendimiento en el taekwondo ya que el desgaste físico y mental le estaba jugando una mala pasada. Estuvo dos años fuera del tatami pero el llamado de su ídolo hizo que Acuña cambie de opinión. Nueve meses de trabajo arduo le permitieron clasificar en los Juegos Panamericanos en Santiago de Chile, competir con los mejores de su categoría y lograr una medalla de bronce. Sin embargo, su ambición más grande es ser campeón olímpico, y dejar a la Argentina lo más alto posible de esta disciplina.

José Luis Acuña nació el 25 de octubre del 2002 en Neuquén Capital; sin embargo, tomó a la ciudad Plottier como su hogar. Es que hasta los doce años vivió allí junto a sus padres y su hermano Néstor. El taekwondo también llegó a su vida desde muy chico. Comenzó a practicar el deporte cuando tenía 5 años por el legado que le había dejado su padre, quien consiguió el tercer dan en cinturón negro. “Tanto mi papá como su hermano siempre practicaron este deporte. Si bien no pudieron competir internacionalmente porque no contaban con el soporte económico, lo tomaron como un hobby”, contó José en diálogo con El Destape.

Tanto en Neuquén como en el resto de las provincias de Argentina, el taekwondo es un deporte amateur, y en consiguiente, cada deportista tiene que solventar sus gastos. José como su hermano Néstor tuvieron la suerte de contar con el apoyo de sus padres para ir por su sueño: ganarse un lugar en las grandes competiciones y volver a casa con medallas. “A los 8 años ya estábamos compitiendo en países vecinos como Chile porque mi papá agarraba la camioneta o compraba pasajes y nos llevaba. También tuvimos la posibilidad de conocer México, una potencia mundial en este deporte”, subrayó el joven.

“A medida que pasaban los torneos y juntábamos medallas, nuestra ambición crecía. A su vez, ya empezaba a sonar nuestro apellido; nos decían los hermanos Acuña”, rememoró el joven. Gracias al esfuerzo y perseverancia, los entrenadores de la Selección Argentina pusieron el ojo en estos dos chicos. A Néstor lo llamaron primero, y luego de un tiempo a José. Cada competencia con la camiseta celeste y blanca era para ellos un orgullo y un paso hacia su meta compartida. “Mi hermano estuvo al lado mío siempre, y mi carrera siento que también es la suya. Él era mi ídolo a seguir por ser el más grande y más experimentado”, confesó José.

Un día, Giovanni Baeza -a cargo de la Selección Juvenil de Taekwondo- habló con José y le preguntó si quería ser parte del equipo olímpico que en ese entonces lo integraban tan solo tres atletas. No obstante, había una sola condición: mudarse a Buenos Aires. José Luis -con 12 años de edad y sin temor- agarró las valijas y fue por su sueño. Fueron cuatro años duros. “La mayoría de las peleas las perdía y quedaba como suplente; osea, si quería ir a las competencias, la selección no me daba una mano”, recordó el muchacho con un dejo de tristeza. A pesar de ello, el padre de José hacía hasta lo imposible para que su hijo participase de los torneos. “En su momento tenía mucho miedo de perder por el esfuerzo que él había hecho para que yo esté donde esté. Creo que esa presión a la larga me hizo más fuerte. Me sentía un escalón arriba de los chicos de mi edad; yo iba a las competencias con otra cabeza”, confesó.

Sin embargo, en el 2018 llegó la noticia menos esperada. José había quedado fuera de la selección por bajo rendimiento. Parecía una historia en bucle porque nuevamente no contaba con apoyo económico para las próximas competencias. En este caso, la gira europea y el Mundial Juvenil en Túnez, África. “Por suerte nos la rebuscamos y conseguimos un sponsor. Pero también tuvimos que rifar cosas, entre ellas mi play”, mencionó el taekwondista. En marzo de ese año los hermanos Acuña viajaron al exterior. “Yo sabía que estaba fuera del equipo olímpico pero creía que si tenía una buena gira y -si Dios me lo permitía- una medalla del mundo, la Selección no iba a reprocharme nada porque estaba rindiendo”. Y así fue, José tuvo un viaje exitoso. Durante la gira fue el único argentino que obtuvo medallas y en Túnez logró salir subcampeón del mundo. Gracias a su performance volvió al equipo olímpico y obtuvo por primera vez apoyo económico.

Pero lo peor estaba por venir. El desgaste físico y mental de José ya era un hecho. Sin embargo, decidió participar de una competencia en Buenos Aires que le anticipó el desenlace. En un entrenamiento de combate se rompió el menisco.  “Fue un trauma porque yo pensaba solo en los Juegos Panamericanos Juveniles; porque era consciente que si ganaba tenía el pase a los Juegos Panamericanos de adultos”, remarcó José. Gracias a su kinesiólogo Gregorio Genés pudo recuperarse y participar de los Juegos. Ganó cuatro peleas, consiguió el pase a la final pero la perdió por tres puntos. Sin embargo, al final de la competencia él ya no era el mismo. Su  rodilla estaba “explotada” y había perdido 14 kilos. Asimismo José sabía que no tenía la misma disciplina que antes. Es por ello que decide correrse a un lado y darle el espacio a un compañero que también estaba luchando por el mismo objetivo.

En 2022, se olvidó completamente de su faceta como deportista. Solo hacía pesas en un gimnasio para canalizar todo lo que pasaba por su cuerpo. El resto del día lo pasaba en un supermercado ya que trabajaba en el sector de la carnicería. Allí, de vez en cuando, alguna persona lo reconocía, se le acercaba y le pedía que volviese a competir. Pero para él era una etapa cerrada. Sin embargo, un día se cruzó con una señora y un nene de diez años. Estaban buscando un corte de carne así que José les dio una mano. El nene inmediatamente lo reconoció y le comentó que él también hacía taekwondo. José se rió y le preguntó si lo conocía. El niño asintió. La madre entusiasmada pidió tomarles una foto. Luego de ello, la señora le dijo a José que le gustaría verlo competir nuevamente. El nene, por su parte, le mencionó que su sueño sería entrenar con él. “Sentí un puñal en el corazón porque no es fácil dejar la actividad que hice durante toda mi vida. Pero creo que fue una señal que me mandó Dios para que reafirme que hice las cosas bien”, comentó José. Pero la historia no terminó acá. Entre charla y charla, el nene le contó que en la academia de taekwondo habían seguido sus peleas en los Juegos Olímpicos de la Juventud. Esta anécdota quedó sobrevolando en los pensamientos de José por el resto del día.  

En diciembre del mismo año, el joven recibió una llamada pero cortó inmediatamente porque el número era de Corrientes. Al rato el mismo número se volvió a comunicar con el joven. Cuando atendió, no hizo falta preguntarle quién era ya que por la voz lo reconoció. Era Sebastián Crismanich, oro olímpico en Londres 2012. “Fue mi ángel de la guarda porque me llamó en un momento en el que yo necesitaba unas palabras de aliento”, comentó el neuquino. De esa charla con su ídolo se llevó una frase en particular: “Para trabajar tenes toda la vida pero para ser alguien distinto el momento es solamente uno; no te quedes con él qué hubiera pasado si…”. Crismanich le dio en el blanco. Encendió esa llama que José creía tener apagada. Al día siguiente -24 de diciembre- el joven se presentó ante el supervisor del supermercado y le dijo que iba a presentar la renuncia porque le había surgido una oportunidad de volver a competir. Y así fue como el 2 de enero agarró sus valijas y se fue hacia Corrientes; provincia en la que lo estaba esperando Crismanich para volver a luchar por su sueño. “A mis papás no les anticipé nada. Los llamé un día antes de viajar y les dije que este era mi regalo de las fiestas. Al instante se pusieron a llorar, no lo podían creer”, relató José con mucha emoción.

El neuquino con 21 años se instaló en una habitación arriba del gimnasio, y entregó su vida al deporte. Entrenar dos o tres veces al día era su rutina. Fueron nueve meses intensos pero que tuvieron sus frutos. Logró clasificar a los Juegos Panamericanos y subir al podio con el tercer puesto. “Yo me visualicé con una medalla pero cuando la tuve en las manos no lo pude creer. Fue un cachetazo a la realidad”, confesó el taekwondista haciendo referencia a que esta medalla fue el puntapié para volver a confiar en él mismo y reafirmar que estaba a la altura de los mejores. Hoy en día, José Luis Acuña anhela ser campeón olímpico: “Cuando hablo de esto me empieza a latir más rápido el corazón, me empiezan a transpirar mucho más las manos. No me es indistinto subir al primer podio y cantar el himno de argentina sino que es algo que va más allá de todo”. Sin embargo, ya logró mucho más que eso. Su constante disciplina y sacrificio lo dejan en lo más alto como deportista. Y no hay título ni medalla que le gane a ello.