Es varón, tuvo cáncer de mama y ahora busca que otros sepan sobre el 1%: "Que ellos también aprendan a tocarse"

Andrés afirma que cuando se enteró de su diagnóstico "no lo podía hablar con nadie" y se lo atribuye en parte a la “educación masculina” que la enfermedad puso en jaque. Cómo es vivir siendo el 1 %. 

20 de diciembre, 2024 | 00.05

Andrés Luján es un tipo común al que le pasó algo extraordinario: es varón y tiene cáncer de mama. De cada cien casos en mujeres, hay uno solo en hombres. “Me costó mucho que me diagnostiquen”, recuerda. A pesar de pelear contra la enfermedad hace más de tres años, nunca abandona la sonrisa. “Es difícil de interpretar al principio”, completa Julia Barber, doctora de Andrés y mastóloga en el Hospital Austral. Desde que llegó a su vida el cáncer de mama, Andrés no es el mismo, atravesó una crisis identitaria cuando se encontró que padecía “una enfermedad de nenas”. A su manera, tuvo que atravesarla dos veces, la primera como paciente y la segunda en el acompañamiento de su esposa, quien también fue diagnosticada con cáncer de mama. En diálogo con El Destape, Andrés recuerda los inicios de este camino que lo han llevado a conectarse con lo que siente hoy como su propósito: difundir información acerca del cáncer de mama en varones, “si logro que aunque sea un hombre se toque y diga, ‘acá tengo una molestia’, es muy probable que le esté salvando la vida”. 

Hasta 2021, Andrés tenía una vida a la que podríamos llamar normal: tenía 42 años, hacía deporte, vivía en Vicente López con su hija y su esposa, iba a su trabajo en una mutual y al club los fines de semana. Lo primero que interrumpió su rutina fue una mancha de sangre en la remera, pequeña pero persistente que ensuciaba sus camisas. Aparecía todos los días, pero Andrés no le dió importancia. Fue al médico y le dijeron que no era nada, pero la mancha siguió apareciendo como una alarma imposible de desactivar. Si no fuera por su esposa que “lo volvió loco”, Andrés no hubiera vuelto a revisarse. “No pasa nada”, se decía cuando empezó a palparse en el pecho un pequeño bulto sólido, “debe ser una bolita de grasa”. Al final, piensa Andrés, la respuesta se la terminaba dando él mismo, lo desestimaba como los hombres "suelen desestimar las señales de malestar". Aquello es algo que él siente como parte de una “educación masculina” que la enfermedad puso en jaque. 

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Es una enfermedad tan poco común en hombres que no solo Andrés no se la esperaba, sino que los mismos médicos, como decía Barber, quien después sería su doctora, no lograban interpretarla correctamente. En medio de la pandemia, Andrés iba a hacerse ver a las guardias cerca de su casa y continuaba siendo desestimado. Fue el ecógrafo, el menos pensado, el que finalmente lo acercó al verdadero diagnóstico. “Lo sigo buscando”, dice Andrés y le tiembla la voz; le quiere agradecer. El técnico le dijo que veía en la ecografía imágenes muy similares a las que veía en pacientes femeninos de cáncer de mama. 

En medio de la pandemia, el curso de la enfermedad cambió cuando Andrés llegó al hospital Austral. Ahí donde conoció al “ángel que me operó”, Julia Barber, pero también donde recibió una atención a la que define como “integral”. Gracias a la obra social que le provee su trabajo, Andrés pudo atenderse en un hospital que es “todo en uno”, y puede visitar a una variedad de profesionales en el mismo lugar. “Poder ir a un mismo lugar marca la diferencia”, dice Barber. El Austral tiene en su interior un Centro Mamario, la primera Unidad de Mastología en el país acreditada por la Sociedad Argentina de Mastología en 2015. Es una unidad multidisciplinaria donde, explica Barber, hay especialistas en imágenes, psicólogos y psicólogas, especialistas en oncología, nutrición. Además, las decisiones se toman en conjunto a través de ateneos previos y posteriores. “Podemos resolver toda la patología en el hospital”, resume la mastóloga. 

“Cuando llegué al Austral me agarraron de los pelos y en quince días ya me habían operado, me habían estudiado todo”, recuerda Andrés. Hace memoria y se emociona, los ojos se le llenan de lágrimas y pide perdón mientras narra ese momento previo a la operación. El 16 de febrero de 2022 lo acostaron en la camilla y lo deslizaron hasta la sala de operaciones, “iba mirando todo porque pensaba, quizás es lo último que veo. Estaba el anestesiólogo que me hacía chistes y aunque yo estaba hecho una bola de nervios, había otro clima en el Austral”. 

Antes de quedarse dormido, ya en la sala de operaciones, Andrés miró hacia arriba. Descubrió ocho personas paradas sobre una tarima, tomaban notas y lo miraban con ojos atentos. “Claro, son alumnos, están aprendiendo. Voy a servir para educar, para ayudar”, pensaba Andrés para sus adentros, “me dije, pucha si estoy acá que valga la pena. Verlos hasta me gustó, se sintió como un propósito”. Después le dió la mano a su doctora, Julia Barber, y como no podía ser de otra manera le hizo un chiste: “le dije que ojalá que no estuviera bien dormida”, desliza Andés con una mezcla de emoción y carisma, “después le di la mano y me dejé ir”. 

Hablar, difundir y vivir con cáncer de mama

Al principio para Andrés era muy difícil transitar una enfermedad para la que no tenía palabras. Si uno lo ve de afuera, ve una persona carismática, sonriente y que habla hasta por los codos, pero para compartir la vulnerabilidad que sentía frente a su enfermedad, nada. Con una voz titubeante, Andrés recuerda; “no sabía cómo aflojarlo, no lo podía en el club ni en la oficina, no lo podía hablar con nadie”. Sentía que esa reticencia a hablar de las vulnerabilidades era producto de su “educación masculina” y esta experiencia le generó un cambio fuerte en su identidad. Se apoyaba en su familia, en su esposa y su hija, pero no se sentía preparado emocionalmente para lidiar con las emociones y con un cuerpo que, él sentía, lo había traicionado. 

“Ustedes están más preparadas para estas cosas”, dice Andrés sobre las mujeres. Él ve en las mujeres una mayor habilitación para hablar de las cosas que duelen y, a su vez, una tendencia a crear lazos en el dolor. Así llegó a Enlazadas, un grupo de pacientes y ex pacientes de cáncer de mama que se juntan a compartir experiencias y herramientas. Hace tres años que Andrés asiste a sus reuniones, y recuerda cómo al principio lo miraban extrañados: era el uno por ciento, el único varón. Fue así hasta que un día se desprendió tres botones, se corrió la camisa y les mostró el tajo en el pecho producto de la operación. Les dijo “chicas, yo también estoy de su lado”. Después se le empezaron a acercar y a hacerle preguntas, las mismas pacientes desconocían que los varones podían sufrir cáncer de mama. 

“Todo pasa por algo”, vuelve Andrés, “tal vez ese motivo es hacer conocer un poco de esto”. Concientizar sobre el cáncer de mama se ha vuelto su propósito y fue esa misión la que lo colocó en esta misma charla junto a El Destape y que lo impulsa a diversidad actividades con el mismo fin.

Lo que lo salva: la familia y el placer

Después de la operación y del tratamiento más duro, le siguieron otras dificultades asociadas a la enfermedad. Dos años después, Andrés comía un asado con sus amigos cuando comenzó a inclinarse para un costado, hiciera lo que hiciera perdía el equilibrio casi sin darse cuenta. Cuando llegó a la guardia constataron que era el segundo episodio de un ACV. En 2023 sufrió tres seguidos y tuvo que permanecer un mes hospitalizado. Salió “casi de milagro”, como le decía su médico, pudieron caminar y hablar, pero con otras consecuencias. “Me olvido de las fechas, no puedo controlar bien mis emociones, por eso a veces durante esta charla me emociono, tuve que aprender otra vez a manejar y tantas cosas más”, confiesa Andrés. 

Además su esposa fue diagnosticada con cáncer de mama también, y Andrés tuvo que cuidarla como ella lo cuidó a él. “Aunque seguro lo hice peor”, ríe. Después detiene un poco el discurso, reflexiona no sólo sobre qué siente sino por qué se siente así, “a los hombres no nos preparan para estas cosas”.

Aunque el cáncer no fue igual para ambos, dado que los varones no responden igual que las mujeres y el tratamiento de los primeros se suele basar en los análisis estadísticos de las segundas. “Lo mejor que uno puede hacer es extrapolar la muestra femenina con la masculina”, dice Berger. Mientras, Andrés siente que estudiar su caso particular puede significar un avance para que esas estadísticas también den cuenta de la respuesta de los cuerpos biológicamente masculinos.

Las enfermedades afectaron a todo el sistema familiar, y Andrés recuerda la culpa que como él, muchos pacientes oncológicos sufren: el miedo de estar pasando genéticamente la enfermedad a su descendencia. Aunque es un mito que la herencia es automática, y aunque mientras se hacía los exámenes Andrés casi no podía dormir por las noches, la investigación genética dio negativa y por fin Andrés y su familia tuvieron buenas noticias. 

Hoy tiene 45 años y aún dentro de las dificultades, Andrés trata de olvidarse de no disfrutar. Recuerda su último viaje a Europa, donde sorprendió a su hija durante su viaje de egresados en Italia. Bratislava, “la capital de las rubias” y hasta el concierto de ACDC al que acudió sin saberlo, en una sorpresa que su esposa y un amigo suyo venían planeando hace tiempo. “La enfermedad me llevó a tomar la decisión de ir. Era un riesgo, pero llega un momento en el que decís si lo hago porque estoy mal, no lo voy a hacer jamás”, reflexiona Andrés. 

Andrés mira hacia arriba, vuelve a pensar en su vida. “Al final, soy una persona común, normal. Esto da la pauta de que le puede pasar a cualquiera, yo no trabajé cerca de un reactor nuclear como Homero Simpson y me pasó”. Y entonces llega otra vez ese propósito, concientizar y prevenir la enfermedad: “quiero que los hombres piensen en mi ejemplo y sepan que ellos también pueden tener cáncer de mama, que aprendan tocarse como forma de diagnóstico y a cuidarse”.