Waldemar Cubilla creció en José León Suárez hasta los dieciocho años, momento en el que quedó privado de su libertad. Durante su estadía en el penal decidió resignificar el encierro y transformarlo en el inicio de un proyecto de vida. Creó un centro universitario, estudió una carrera y fue el primer integrante de su familia en lograr un título de grado. Hoy, a trece años de haber salido en libertad, tiene en funcionamiento “La Cárcova”, un parque educativo y punto de encuentro para toda la comunidad de su barrio, pero también un reconocimiento a nivel mundial por su promoción de la lectura. Por su labor, fue nominado a la distinción anual del Premio a la Promoción de la Lectura, considerado un "pequeño premio Nobel" en el mundo de las letras.
Nació en el año 1982 en Villa “La Cárcova” de José León Suárez y es el mayor de cuatro hermanos. “De chico mis padres ya estaban separados así que tuve una crianza de mano en mano para decirlo de alguna manera”. Ya con 15 años Waldemar llevaba en su mochila de colegio útiles, libros y un arma. En su adolescencia llegó a robar hasta tres autos por día. Pero fue a los 18 años de edad que su trayectoria educativa se vio interrumpida por sus actos delictivos. Waldemar Cubilla entró a la unidad penitenciaria n°30, una cárcel de máxima seguridad. “Fue muy importante tener un horizonte en medio del encierro, pese al encarcelamiento nunca me sentí solo, y fue valioso saber que afuera había una vida por delante, tener pensamientos del otro lado del muro”, empezó relatando el hombre.
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Waldemar, al ingresar al establecimiento penitenciario, dio inicio al procedimiento de admisión. En esta instancia las autoridades identifican al detenido, le abren un expediente personal sobre su situación penal, procesal y penitenciaria, y lo entrevistan. Pero también dan lugar a que los acusados se manifiesten. El muchacho de entonces 18 años dijo que tenía intención de seguir con los estudios secundarios, pero lo que no sabía era que ese deseo tardaría en cumplirse. “Lamentablemente hay una lista de espera para aquellos que quieren acceder a la educación y que están privados de su libertad. Yo logré mi objetivo recién a los dos años de haberlo propuesto”, señaló.
En aquel entonces, en distintas localidades de la Argentina se estaban inaugurando las unidades que proceden a la n°30 y que constituyen lo que hoy conocemos como cárceles de mediana seguridad. Considerando esto, Waldemar estaba enfocado en los estudios pero también en acoplarse a la Ley de la Ejecución de Pena Privativa de la Libertad. Según el artículo 6, el régimen penitenciario se basará en la progresividad, procurando limitar la permanencia del condenado en establecimientos cerrados y promoviendo -en lo posible y conforme su evolución favorable- su incorporación a instituciones abiertas, semi abiertas, o a secciones separadas regidas por el principio de autodisciplina. Las acciones a adoptar para su desarrollo deberán estar dirigidas a lograr el interés, la comprensión y la activa participación del interno. La ausencia de ello será un obstáculo para el progreso en el cumplimiento de la pena y los beneficios que esta ley acuerda. En base a esto, Cubilla solicitó el movimiento a un régimen más flexible, el Juez lo analizó, y luego determinó que fuera trasladado. Pasó por varias cárceles de mediana seguridad pero siempre enfocado en sus estudios.
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“En la unidad de Magdalena -yo estando en el último año del colegio- sociabilizaba con muchachos que estaban con los estudios universitarios. Empecé a leer la biografía que ellos ya no utilizaban. Y ahí me visualicé como universitario ya que noté que era algo no tan difícil”. A los 23 años Waldemar salió en libertad, se anotó en la carrera de abogacía en una universidad privada, pero solo pudo cursar dos años, y después ya no pudo sostener la cuota. Con un promedio general de 8 en su libreta universitaria volvió a delinquir. Y fue así como en el año 2009 quedó detenido en la unidad 48.
“La reincidencia es una cuestión que no hay que pasarla por alto. Si bien no hay datos fiables que determinen en qué nivel está hoy la tasa de reincidencia, en la práctica nosotros vemos que las personas que están detenidas son siempre las mismas. Entonces ahí es cuando nos organizarnos para dar cuenta de cómo la educación interviene o reduce el nivel de reincidencia; como una política educativa garantizada en la cárcel termina siendo una política de seguridad en el afuera”, mencionó el hombre.
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Waldemar cree que la educación es el camino para cortar el círculo de cumplir condena, salir de la cárcel, volver a delinquir y terminar nuevamente tras las rejas. Es por eso que, cuando el hombre entró al penal, preguntó cuántos presos habían terminado el secundario. Eran pocos, unos cinco, pero todos querían acceder a estudios de grado, y muchos guardiacárceles también estaban interesados. En total había 33 potenciales alumnos universitarios. A raíz de esto, escribió junto a sus compañeros, una carta a la Universidad de San Martín solicitando su presencia académica en la unidad.
La UNSAM respondió a la carta que enviaron, primero con una política de extensión universitaria, y después con un convenio que se transformó en CUSAM, el Centro Universitario de la Unidad 48. La oferta curricular estaba compuesta por las carreras de Sociología y Trabajo Social, la Diplomatura en Arte y Gestión Cultural, así como también talleres artísticos y de oficios. Waldemar tuvo que dejar a un lado la Abogacía e incursionar en otra carrera. “Con mis compañeros queríamos construir sentido y poder debatir sobre la situación que estábamos viviendo. Elegimos Sociología porque es una ciencia que te da herramientas para la resolución de los conflictos sociales, y nosotros nos considerábamos un gran conflicto. Por algo estábamos encarcelados”. Waldemar, ahora que está en libertad, asegura que esta carrera le sirvió para poner en valor la experiencia del encierro y el tránsito delictivo, para aportar a una política de reinserción en la sociedad pero también para comprender cómo se aborda la cuestión de la seguridad en general.
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Pero para lograr que la universidad diese respuesta a la demanda de educación en la cárcel, los detenidos tuvieron que involucrarse. Es decir, cada uno de los internos tuvo que tomar un rol para que la universidad funcione dentro del establecimiento y se sostenga en el tiempo. Algunos se encargaron del mantenimiento, otros de la limpieza, y en el caso de Waldemar, él se puso al hombro la creación de una biblioteca. El hombre de José León Suarez rindió 26 materias mientras estuvo tras las rejas, y en tercer año obtuvo el mejor promedio de todos los estudiantes de la carrera de Sociología: 9.25. En paralelo hizo carrera como bibliotecario.
Cambio de vida
El 9 de noviembre de 2011 fue un día clave: Waldemar recuperó su libertad. “Lo primero que hice ni bien salí fue empezar a armar mi propia biblioteca en mi barrio con el objetivo de mantenerme en libertad”, confesó el hombre quién temía volver a caer en el círculo. “Comenzó como un ímpetu personal pero se fue volviendo comunitaria y popular. Ahora nosotros lo llamamos Parque Educativo La Cárcova porque se fue expandiendo el proyecto. Además de la biblioteca cuenta con una plaza pública, un anfiteatro, talleres; somos sede del Programa Fines, que le permite a la comunidad culminar sus estudios, ya sea primario o secundario, y tenemos anexado un espacio para la primera infancia, al que llamamos Todo a su tiempo”. En fin, el proyecto se define como una experiencia de trabajo colaborativo en proceso y extendido en el tiempo, a partir de la conformación de una red universitaria asociada a un objetivo en común en un territorio específico con muchas necesidades básicas insatisfechas.
“Reconquista es un área que fue siempre víctima de masacres según mencionó Rodolfo Walsh cuando relató los fusilamientos de José León Suarez. Desde ese entonces nuestra localidad fue foco de historias trágicas. Y es por eso que decidimos construir en ese horizonte un paisaje educativo, cultural, recreativo que transforme el presente. Queremos generar infancias dignas, con espacios adecuados para que crezcan divirtiéndose y no trabajando, porque eso también es una política de prevención del delito”, expresó. Es que Waldemar comprende a su comunidad como una comunidad encarcelada porque “en una cuadra hay 10 familias que tienen un pariente detenido o que fue de visita a alguna cárcel”. El hombre a su vez resalta que eso mismo no sucede en otras localidades, solo en barrios populares. “¿A qué me lleva esto? A pensar estrategias para que nuestra comunidad salga de esta situación. Y la apuesta que viene de nuestra experiencia es la profesionalización. Es decir, pasar de una comunidad encarcelada a una comunidad profesionalizada”, agregó.
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En esta línea, en julio de 2023 fue nominado a la distinción anual del Premio a la Promoción de la Lectura que otorga la Organización Internacional del Libro Infantil y Juvenil, considerada como un “pequeño premio nobel” en el mundo de las letras. Se otorga a grupos o instituciones que realicen contribuciones relevantes en cualquier parte del mundo. “Esta vez lo ganó Colombia, pero haber participado de un concurso internacional es una de las cosas más significativas que me han sucedido, porque es un reconocimiento de la tarea que llevamos a cabo en la biblioteca. Que nuestro trabajo, ubicado en una villa, sea parte de la agenda mundial es muy emocionante y valioso. Y a nivel personal es una gran satisfacción sobrevivir al encierro gracias a los libros y ser hoy representante argentino en la promoción de la lectura”, comentó con mucha emoción.
Hoy, ya cumplidos 13 años en libertad, Waldemar Cubilla no sólo apuesta a la reivindicación de su barrio La Cárcova en José León Suarez sino también, en su labor como director provincial del Ministerio de Justicia, a la creación de políticas de seguridad que partan desde la cárcel y que involucren a la sociedad en su conjunto. “Yo me doy cuenta que la cárcel termina siendo la herramienta de la política para dar respuesta a una demanda de seguridad; la gente quiere vivir más tranquila, sin miedo. Pero no necesariamente la implementación de mano dura y la construcción de nuevas cárceles es la única respuesta. Eso es lo que vengo a poner en discusión”. A pesar de que el trabajo por mejorar la seguridad en Argentina es paulatino, Cubillo no pierde las esperanzas. Cree fervientemente que todos tienen que saber qué está pasando adentro -sin olvidar el delito y las penas que estén cumpliendo las personas que están detenidas- para poder construir puentes hacia fuera. Pero de lo que está muy seguro es que la educación es una herramienta que aporta a la seguridad sociocomunitaria.