El papá e hijo con autismo que cruzaron los Andes en bicicleta por una promesa: “Los objetivos nos marcan la ruta de vida”

Contrario a todos los pronósticos y sugerencias, padre e hijo decidieron emprender el desafío tras una promesa que se hicieron cuando logró andar en bicicleta. Hoy llevan más de 16 mil kilómetros recorridos juntos.

28 de febrero, 2024 | 00.05

Juan Zemborain tiene 51 años y es padre de Ana y Santiago. Juan durante toda su vida ejerció la profesión de arquitecto y se dedicó al diseño, impresión y encuadernación en una editorial familiar. Luego de pasar por dos crisis económicas, hizo una restructuración de sus valores y puso a sus hijos en primer plano. Pedaleando con Santiago encontró la manera de conectarse y divertirse juntos. Hoy llevan más de 16 mil kilómetros recorridos, miles de anécdotas pero por sobre todas las cosas el amor fraternal entre padre e hijo. 

Santiago Zemborain nació el 13 de marzo de 2003 en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Al cumplir los 20 días, tanto Juan como su esposa se empezaron a preocupar ya que al niño no se le caía el cordón umbilical. En ese momento los médicos les sugirieron hacer un estudio. Los padres aceptaron la propuesta con la esperanza de identificar el problema, y en consiguiente la solución. Al cabo de unos días obtuvieron los resultados pero no fueron los esperados. Entre tantos valores, el de la tiroides dio mal. Fue un momento de shock. Al instante, el sentimiento de angustia invadió a la pareja. Y luego de unos minutos, la incertidumbre. Sin embargo, los dos tenían una certeza: Santiago podía estar mejor si lo medicaban. Según relató Juan, padre de Santiago, la doctora mantuvo una postura contraria a ellos, y por ser profesional en el área siguieron sus pasos. No obstante, pasaron los días y el niño no mejoraba. Para esta familia, salir corriendo de la casa hacia la guardia era parte de la rutina. “Según la médica, Santiago era un vago y un cabrón”, detalló el padre de la criatura. Y así pasaron meses; diez meses. Hasta que una mañana se levantaron y se dirigieron hacia un centro médico para hacer una consulta con otro profesional. 

“A Santi le volvieron a hacer un nuevo estudio, y el doctor lo primero que me dijo es que tenía un retraso madurativo, una hipotonía muscular, y otras tantas cosas”, comenzó relatando Juan Zemborain, su padre. En esa charla en el consultorio, a Juan se le vino a la mente una palabra: tiroides. Es por ello que nuevamente consultó si se lo podía medicar, y esta vez obtuvo un sí como respuesta. Comenzaron con el tratamiento pero los resultados no tuvieron efecto. Luego de tres años de estudios a Santi le descubrieron Trastorno Generalizado del Desarrollo No Especificado. “Ahí, dentro de todo, sentí una tranquilidad porque ya sabía -con nombre y apellido- lo que tenía Santi, y entendía cómo había que seguir”, siguió diciendo. 

Juan Zemborain es un hombre que desde que tiene uso de razón se relaciona con personas con una condición diferente al resto. Pablo, uno de sus tres hermanos, nació con autismo, y desde ese entonces fue consciente de la dura vida que tienen que afrontar muchas personas con discapacidad. Sin embargo, la llegada de Santiago lo puso realmente a prueba. “Al enterarme de la condición que tenía mi hijo dije esto me hunde o saca lo mejor de mí”, confesó el hombre. A partir de allí, Juan aprendió a ser paciente y a confiar en el proceso. 

Que Santi aprendiese a andar en bicicleta fue un claro ejemplo de ello. “Un día me recordaron que mi hijo tenía hipotonía muscular y ahí comprendí que la mejor solución era entrenar”. El jovencito aprendió a andar en un triciclo cuando se encontraba veraneando en Chapadmalal. Dio un par de vueltas, pero siempre bajo los ojos de su padre. Luego de unos días, volvieron a su casa en San Isidro y mantuvieron esa costumbre de salir a pedalear. “¡Impresionante su poder de orientación!, un día me llevó a un kiosco que se encontraba a 20 cuadras de nuestro hogar sin problema”, comentó Zemborain con mucha alegría. Con los años, el chico pasó de un triciclo a un karting, y de un karting a distintos modelos de bicicletas. “Cuando vi que las rueditas de la bicicleta estaban estalladas le dije: ¡Vamos Santi, tenés que largarte solo porque a tus 15 años nos vamos a ir a la Cordillera de los Andes!”, rememoró el hombre. 

A partir de ese entonces, cada vez que Juan y Santiago salían a pedalear, cada uno lo hacía en su propia bicicleta. Sin embargo, había un pequeño detalle a corregir. Juan tenía que sostener el manubrio de la bicicleta de Santi y apretar el freno ya que el adolescente no quería hacerlo por sus propios medios. “Le intenté explicar pero al cumplir los 12 años y ver que seguía con la misma postura, me di cuenta de que él no tenía interés en frenar”, comentó el padre haciendo hincapié en la difícil tarea que tenía por delante si quería cruzar al país vecino, Chile. En el proceso de planificación del viaje, tuvo la oportunidad de hablar con un Guía de Turismo Aventura –que se hizo presente en el colegio de su hija-, comentarle el plan de viaje y el inconveniente. “Cuando él me dijo que él pedaleaba con un ciego en un tándem, es decir una bicicleta de dos asientos, mi cabeza hizo un click”, confesó. 

Ese mismo día Juan se puso en campaña para encontrar un tándem antes de que comenzase la época del verano. No le fue fácil ya que en Argentina no suelen fabricarse. Pero faltando pocos días para viajar a Chapadmalal se acordó que Miramar se caracteriza por ser “la Ciudad de las bicicletas raras”. La suerte estuvo de su lado. Logró alquilar una bicicleta tándem por 20 días. La cargó en su auto y se la llevó a su casa en Mar del Plata. Durante ese lapso de tiempo la exprimieron al cien por ciento. 

En el año 2017 Juan se puso una tarea al hombro: hacer una vaquita con familiares y amigos para regalarle un tándem a su hijo ya que había quedado alucinado. Gracias a la ayuda de muchas personas Juan y Santi comenzaron a entrenar para la gran aventura que se les avecinaba. “El primer día fuimos hasta Vicente López, al otro día pedaleamos un poco más, y así terminamos haciendo 40 kilómetros”, comentó con alegría el padre. “Yo llegué muerto ese domingo y hasta el miércoles no me pude mover pero sabía que si repetíamos esa distancia el próximo sábado y domingo estábamos en condiciones de cumplir nuestro objetivo”, dijo con confianza. Y así fue; los muchachos Zemborain recorrieron 80 kilómetros el fin de semana. Lo repitieron por unos cuantos meses, hasta que decidieron subir al próximo nivel: experimentar la vida arriba de una bicicleta, es decir, pedalear con la carpa, la alforja llena de comida, entre otros tantos artículos. 

En enero del 2018 hicieron su primera salida por la costa atlántica, y luego se probaron en la montaña. Pedalearon por las sierras de Olavarría, por el Norte Argentino -recorriendo la Quebrada de Humahuaca, Purmamarca, los Valles Calchaquíes- y por el Sur –visitando Bariloche, Esquel, El Bolsón, entre otras bellas ciudades-. El año 2019 les marcó la vida. Los primeros días de marzo se dirigieron a San Martín de los Andes, y desde allí arrancó la gran travesía. “Dos días antes de que Santi cumpliera 16 años llegamos al Océano Pacifico cumpliendo una promesa de 7 años, y haciendo todo lo contraindicado para el autismo. O sea dormimos en distintos lugares, comimos variado, pasamos frío y calor; le cambié toda su rutina menos andar en bicicleta”, detalló Juan. 

“Tuvimos 8 días de aventura que fueron más importantes que el momento de la llegada”, confesó Juan haciendo alusión a los miles de imprevistos que surgieron en el camino y lo bien que los pudieron sortear. Llegar a la meta les generó un montón de sensaciones encontradas. El corazón se les explotaba de alegría. Pero la familia ya les preguntaba cuál sería la próxima aventura. Ellos no tenían idea; no se habían puesto a pensar en eso. Sin embargo, después de bajar a tierra todo lo que habían vivido, decidieron ir por algo comunitario: poner un tándem en cada pueblo/barrio de la Argentina para que personas con discapacidad pudieran hacer sus terapias con este tipo de bicicletas. Con esa idea nació en 2021 la Asociación “Empujando Límites”. 

“A muchos les da vergüenza salir a la calle con una persona con discapacidad porque son conscientes que van a llamar la atención o que tal vez los van a mirar raro. Entonces eligen resguardarlos en una casa. Esta actividad busca lo contrario; que salgan y se muestren juntos con orgullo. Además el tándem tiene algo especial porque todas las personas se sorprenden y sonríen cuando ven uno”, señaló el hombre de 51 años. 

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