Cuando eran chicas, Jésica Recio y su hermana Carla viajaban unos 80 kilómetros desde Olavarría hacia Blanca Grande para pasar tiempo con sus abuelos y sus tíos. La localidad, ubicada en la provincia de Buenos Aires, tiene, según el último censo, 74 habitantes. Por eso, cuando eran pequeñas, quedarse allí significaba gozar de la naturaleza y la paz del lugar, por más que fueran pocos días. Con el paso del tiempo dejaron de ir, pero las anécdotas siguieron estando presentes en las cenas familiares. Un día Carla -amante del cicloturismo de larga distancia- le dijo a su padre que volvería a visitar el pueblo en bicicleta. Carlos falleció en 2021 pero esa promesa quedó latente tanto en ella como en Jésica.
En el pueblo habitan personas de entre 50 y 60 años aproximadamente que dedican su vida al campo. Es una de las tantas localidades que perdió conexión con el resto de la Argentina cuando dejó de funcionar el ferrocarril. La zona, como si se hubiera detenido el tiempo, cuenta con una escuela de doble jornada a la que asisten solo 10 chicos. Algunos docentes son oriundos de la localidad y otros se trasladan desde Olavarría, pero todos comparten el mismo sentido de vida: el compromiso con la educación.
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Atravesadas por las anécdotas de su padre, las hijas de Carlos buscaron sin cesar la posibilidad de encontrar la Escuela Primaria Nº 75 'Juan Walde' con las puertas abiertas. El motivo detrás de querer visitar esas aulas tiene que ver con su historia: para su papá, esa escuela fue como su segunda casa. El 13 de agosto pasado la suerte estuvo de su lado. “Dos días antes de las Elecciones Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias mi hermana me llama y me dice que el domingo la escuelaiba a estar abierta. Sin pensarlo le dije que la acompañaba”, comentó Jésica Recio. Entonces, por la mañana se presentaron en sus respectivas escuelas a votar y por la tarde emprendieron viaje hacia el pueblo.
Fueron 80 kilómetros por Ruta Nacional 226. A la altura del puente de Blanca Grande, en el kilómetro 380, tomaron la bajada por el lado izquierdo. A partir de ese momento comenzó un trayecto de tierra que las retrotraía a su infancia: “Se nos cruzaron una o dos camionetas pero el camino estaba desolado; solo veíamos verde a los costados y unos montes en el horizonte”. Luego de 10 kilómetros y de cruzar una vía -por la cual décadas anteriores pasaba el Ferrocarril General Roca- giraron hacia la derecha y vieron a lo lejos un cartel amplio y con letras blancas. Estaban en el lugar al cual tanto habían ansiado volver. “Lo primero que me pasó por el cuerpo fue emoción. Tuve flashes de mi niñez. Lo recordé a mi padre. Fue una mezcla de tristeza y alegría”, expresó Jésica sobre el pueblo, que quedó detenido en el tiempo.
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Las hermanas Recio tuvieron un objetivo claro y fueron a por ello. Hicieron tres cuadras y se toparon con un edificio: era la famosa escuela. Antes de ingresar hicieron un paneo del lugar. “Miramos hacia un costado y vimos un par de paredes así que nos imaginamos que era esa la casa que mencionaba mi tía. Luego le preguntamos a una persona que lo conocía y nos dijo que no, que la casa estaba un poco más alejada y hecha escombros”, reveló Jésica con un dejo de angustia.
Al ingresar al instituto, las dos muchachas oriundas de Olavarría se presentaron ante las autoridades de mesa y algunos residentes. “Primero les contamos que éramos hijas de un exalumno e inmediatamente, tanto el policía, el personal del ejército que custodiaba la urna como dos señoras nos dieron su atención. Cuando les dijimos cuál era el propósito de nuestra visita muchos empezaron a vincular situaciones con caras conocidas. De repente a todos se nos pusieron los ojos llorosos. Las señoras nos abrazaron y nos agradecieron por regresar. Fue un muy lindo momento”, expresó conmovida.
Luego de esa escena, las hermanas recorrieron las distintas instalaciones para reavivar los recuerdos que tenían en su memoria: “Mi papá se crió en el campo hasta los 11 años y luego se mudó con toda su familia a Olavarría, pero siempre nos mencionó la escuela y el valor que tuvo para él en ese momento”. Para Carlos, esas aulas oficiaron como su segunda casa. Allí aprendió las tablas y se convirtió en un experto en multiplicación, también logró tener mucha popularidad por las travesuras que hacía. “Cuando mi papá se portaba mal o no hacía los deberes, la maestra lo mandaba al lado del monumento de Sarmiento como penitencia”, dijo Jésica haciendo hincapié en lo entusiasmada que estaba por conocer ese rincón.
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Para Carlos, la educación estuvo siempre en primer lugar. Se esmeró en obtener un título y, de grande, le transmitió a sus hijas la importancia de formarse. Hoy Jésica Recio no solo estudió Administración de Empresas y Derecho sino que también se capacitó para desempeñarse como docente. Actualmente da clases a adultos, casi como completando el círculo de la vida: “Me gusta que la gente mayor se dé otra oportunidad para terminar los estudios porque yo soy de las que piensa que nunca es tarde para hacer lo que uno quiere”.
Para finalizar el recorrido, se subieron a sus respectivas bicicletas y dieron una vuelta por las pequeñas cuadras que le dan identidad y fortaleza al pueblo. Visitaron la estación de tren, el Jardín de Infantes y el Club Atlético Huracán; también el almacén de Ramos Generales y la capilla. De camino miraron las casas -algunas de época y otras un poco más modernas- y saludaron a quienes se asomaban asombrados de ver caras nuevas. En el andar, tanto Jésica como Carla reflexionaron sobre lo que había sucedido minutos antes: “Soñamos este día como un momento para rememorar el lugar que tanto amaba nuestro papá pero resultó ser una experiencia superadora por el cariño y la calidez de la gente del pueblo”.
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De esos pueblos remotos con pocos habitantes hay muchas historias. Personas como Jésica las reconecta y las reivindica: “Muchos me decían: 'Ojalá mis hijos o mis nietos aparezcan alguna que otra vez por este lugar que me formó y que me hizo ser como soy'”, concluyó, confiando en que no debe ser la primera ni la última.