Es hija de un cazador arrepentido y hoy convive con 20 pumas en una casa-pozo

Su padre abandonó la caza y compró las 2 hectáreas en Córdoba en las que comenzó a funcionar una reserva en los noventa. Hoy está a cargo de Pumakawa, donde está más cerca de los animales. Todas las noches un puma ciego va a dormir con ella.

03 de agosto, 2023 | 00.05

Kai Pacha mostró desde niña dificultad para relacionarse con otras personas. Con los animales, en cambio, la conexión era total. Hoy comparte casa con cerca de 20 pumas en una reserva cordobesa de 25 hectáreas que recibe víctimas del mascotismo o delegados por las autoridades. El lugar, que hoy está a su cargo, lo heredó de sus padres, aunque técnicamente no se trata de la misma reserva, porque los incendios forestales dejaron una huella indeleble en la historia de  “El Edén Flora y Fauna”, ubicada en Villa Rumipal, Córdoba.

Los lengüetazos de fuego amenazan con arrasarlo todo. Karina Maschio se siente rodeada. Las llamas avanzan comiéndose metro a metro la reserva. Se despide y corre hasta donde están reunidos sus vecinos. La sorprende el terror y el rechazo en los ojos que la reciben, como si trajera el incendio consigo: a sus espaldas, la decena de pumas que la siguieron esperan un gesto, un movimiento, una nueva dirección de quien los salvó, para seguir huyendo. Ese día el fuego devoró a Karina y dio a luz a Kai Pacha, la presidenta de la reserva Pumakawa que vive en una casa pozo rodeada de animales.
 

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Kai dice que heredó el amor por la naturaleza de sus papás. Recuerda una escena: bajo un arroyo cristalino, unas piedras relucen igual que el oro. Ella las junta, intentando esconderse de sus padres, quienes se suman al simulacro y fingen no verla; se sorprenden y festejan cuando llega a regalárselas. Todos participan del juego: los padres, la nena, el arroyo y las piedras. “Fue un momento hermosísimo con la familia y la naturaleza como la misma cosa. Ya en esos años podía darme cuenta de que la naturaleza es mi familia”, relata.

Hasta hace no mucho tiempo, amar el monte, era también cazar en él. Su papá creció con esa generación y con esa idea. Pero en los primeros años de los noventa abandonó la caza y compró las 2 hectáreas en las que comenzó a funcionar la reserva “El Edén Flora y Fauna”. Kai llegó a trabajar con él en 1995. En un momento en que quedó sola en el recinto, sin demasiada experiencia, una puma recuperada tuvo cría y Kai se vio obligada a sacar a la cachorra de la jaula porque un macho quería matarla. “La saqué y quedó en mi mano. Terminamos viviendo 22 años juntas. Ella es la que me enseñó todo y la que me hizo amar a la especie”, explica.

Los incendios forestales de 2009 devastaron “El Edén”. Como el fénix, la reserva renació de las cenizas y tomó un impulso más sustentable, con otra impronta y nuevos objetivos. La resurrección implicó, también, un cambio de nombre y el recinto pasó a llamarse Pumakawa, “el que cuida con el sigilo del puma”.

“Somos una asociación civil sin fines de lucro. Estamos rodeados de voluntarios y, por suerte, cada vez somos más. Lo gestionamos con el ingreso de los turistas y con el aporte de algunas fundaciones internacionales”, expone Kai. Pumakawa, ubicada en el kilómetro 130 de la ruta provincial N° 5, se dedica a la conservación de animales, de flora nativa y a la concientización comunitaria.

Antes de dedicarse a tiempo completo a la reserva, Kai estudió Trabajo social y Derecho. Durante algún tiempo vivió en una camioneta y trabajó como mimo en la ciudad. Pero es únicamente en el monte donde se siente en casa. El terreno que ahora sirve de refugio para pumas, monos y zorros, era antiguamente la tierra de una comunidad a la que sus enemigos llamaban k’mchingones, una voz originaria que significa “habitantes de las cuevas”, por su costumbre de vivir en chozas construidas con la mitad de su altura bajo la superficie. La casa de Kai es así: una casa-pozo hecha con material reciclado.

“Los comechingones usaban estas viviendas con una mitad abajo y otra mitad arriba del nivel de la tierra. Como en este territorio se usaban ese tipo de casas, para personas muy conectadas con el lugar, decidí hacerme una casa-pozo”, plantea la activista.

El día a día en la reserva es intenso en cuanto a trabajo: aparte de la limpieza del terreno, la alimentación de los animales y el cuidado y los arreglos del lugar que Kai y su equipo hacen a diario, hay otra labor de oficina no menos importante que la sustrae de los rugidos de los pumas y del entorno silvestre en el que se siente más cómoda. Reportes, cartas, artículos para la prensa y un teléfono que no para de sonar sirven de vaso comunicante entre Pumakawa y el resto del mundo y son tarea casi exclusiva de la administradora.

“A toda hora del día recibo llamadas por avistamiento de pumas, por miedo a pumas o por daños realizados por pumas. Además, estamos recibiendo muchos animales de los criaderos que vamos desarticulando”, señala la mujer cordobesa.

Durante los últimos años, Kai ha intensificado sus esfuerzos en el desarrollo de campañas e iniciativas para la conservación de esta especie. Al margen del desbaratamiento de criaderos para caza, desde Pumakawa se trabaja para impedir la importación de trofeos de sangre y en la intervención en la usualmente conflictiva relación entre los ganaderos y los pumas. El proyecto Cacu se dedica exclusivamente a esta problemática y lleva su nombre en honor a aquella primera cachorra con la que Kai vivió como con una hermana.

El invierno en el Valle de Calamuchita arrecia con la caída del sol. Kai sale temprano a buscar leña para la salamandra que la defiende del frío. Ya a oscuras, desde su casa hecha de barro, activa la cámara del celular y se graba para saludar a la comunidad que colabora con la reserva. Hace poco ha comenzado a compartir este tipo de contenido para mostrar la vida cotidiana en Pumakawa, aunque reconoce que le cuesta abrirse en las redes. A su lado, desde una oscuridad todavía más profunda, la acompaña Estanislao Monte, un puma ciego que todas las noches viene a dormir con ella.