“A muchos clientes les suena el teléfono cuando están acá, atienden y dicen ‘estoy en Correa’, no dicen ‘estoy en la zapatería’. Yo escucho eso y me río pensando si la otra persona sabrá qué es Correa”. El que habla es Félix Correa, dueño de la zapatería más reconocida del país, cuyos modelos exclusivos y cien por ciento artesanales pasean por todo el mundo.
Correa vistió los pies del Papa Francisco, George Bush, Marcelo Tinelli, Juan Manuel De La Sota, Carlos Baute, además de empresarios, embajadores, reyes y príncipes de los países más recónditos.
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Como zapatería no se le parece a ninguna, tiene vida propia y un universo único. Sus vitrinas y estantes están plagados de zapatos que brillan. Muchos clientes entran y pasan un rato a charlar como si fueran de la familia, otros saludan desde el auto. Hay olor a cuero y a pomada, y entre los vendedores y clientes se pasean tres perros ovejeros que custodian el local. De las paredes cuelgan infinitas fotos, un “poema al zapatero” y un cartel que dice: “Hicimos un pacto con Dios: él no hace zapatos, y nosotros no hacemos milagros”. De fondo, el ruido de las máquinas de coser, y empleados que van de un lado al otro del taller con moldes, cordones y zapatos. Uno de los talleres está repleto de cajas que tienen escritos los apellidos de los compradores habituales y un cuaderno de “medidas” que contiene una especie de radiografía de los pies de cada cliente, con indicaciones del arreglo que hace falta hacerle. Todo escrito a mano.
Tercera generación de Correa
La historia de Correa es la historia del papá de Félix, que se llamaba igual. El hombre nació en la ciudad de Mercedes, provincia de Corrientes, y de muy chico se vino a vivir a Buenos Aires con su familia. Una vez aquí, su madre lo llevó a una zapatería de barrio para que lo tomaran como aprendiz. Comenzó barriendo, limpiando y enderezando clavitos. “Él barría y todo lo que recuperaba, se reciclaba y se trabajaba de vuelta”, relata Félix. Allí, de la mano de “grandes maestros” aprendió el oficio.
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En 1955 tuvo su primer negocio con un socio de apellido Peta. Estaba ubicado sobre la calle Gascón, entre Guardia Vieja y Rocamora, en el barrio porteño de Almagro, y se llamaba “Zapatería Gascón”. Abajo, más chiquito, decía “Félix Correa”. El local era de reparación de zapatos. Sin embargo, en la mente de Don Félix sobrevolaba la idea de confeccionar sus propios modelos. Cuando esa idea tomó fuerza, le dijo a su socio que quería dedicarse de lleno a la fabricación, se disolvió la sociedad y en 1964 fundó “Correa”, a secas, en la calle Mario Bravo al 750, donde funciona hasta el día de hoy.
El negocio funcionaba adelante y la familia vivía en el fondo, como era costumbre en aquella época. “Mi vieja era una genia, vivió hasta los 92 años y lo acompañó siempre a mi papá en todo”. El padre de Félix falleció a los 62 años y hasta su último día trabajó en la zapatería.
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Es un negocio familiar. Allí también trabajan sus hijos, Juan Cruz y Tomás, de 29 y 27 años, y uno de sus cuñados, Héctor. Enfrente hay una sucursal que se dedica a calzado femenino, que también cuenta con su taller propio, y que es atendida por las sobrinas de Félix. “Es como el sastre y la modista. No es que no puedan convivir, pero a veces los materiales son distintos y los zapateros también”, dice el especialista.
A fines de la década del 70 Correa abrió otra sucursal, ubicada en la avenida Pueyrredón, entre Peña y Pacheco de Melo, dedicada solo a la venta, y que es atendida por una de las hermanas de Félix.
“Es difícil establecer desde cuándo trabajo acá porque me crié entre zapatos. Cuando me quería ir a jugar o hacer otras cosas tenía que quedarme. Había que colaborar y ayudar. Al principio, cuando era pibe, prefería salir a jugar a la pelota o irme a andar en bicicleta. Pero no podía y hoy lo agradezco. Si volviera el tiempo atrás hubiera hecho lo mismo, no me arrepiento. Agradezco poder vivir de algo que me gusta. Existen muchos talleres y fábricas de calzado, pero esta es distinta”, afirma Félix.
Una marca registrada
Correa cuenta con la particularidad de que todos los modelos son hechos a mano y con cuero, sin utilizar sintéticos, plástico, ni cartón. Eso, dice Félix, “hace una diferencia importante”: “La suela también es de cuero. Es un pedazo de vaca, nada más que está curtido de otra manera, con otra impronta y otro acabado. Utilizamos buenos materiales y tratamos de que las cosas se hagan bien”, explica en diálogo con El Destape.
En el negocio trabajan once personas. Walter, el último empleado que se incorporó, escucha atento la entrevista mientras lustra unos zapatos, y acota: “Él (Félix) es muy humilde, pero es la zapatería número uno del país y de toda Latinoamérica”.
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Para los zapatos a medida es necesario pedir turno. Luego se toman las medidas de los pies del cliente, con muchos detalles que quizás el cliente desconozca: “Por ejemplo, hay veces que uno de los pies se mete un poco para adentro o hay gente con uno o varios dedos ‘martillo’, que tocan arriba y generan algún tipo de molestia. Todo eso lo anotamos también porque son cosas que se pueden corregir y hacen que después la persona pueda caminar y llegar al final del día sintiéndose cómoda con los zapatos”. Luego, en base a esa información, se toma la horma y se le hacen todas las correcciones necesarias. Este trabajo artesanal lleva aproximadamente ocho semanas.
El zapatero afirma que existen dos clases de clientes: el que necesita un par de zapatos a medida porque tiene ciertos problemas, por ejemplo, juanetes, y otro que es el que se hace los blazers y camisas a medida y busca lo mismo con el calzado.
Félix dice que no sabe con exactitud cuántos modelos hay en el negocio, pero estima que deben ser más de cien. “Lo que pasa es que por incorporarle un detalle puede cambiar mucho”, afirma mientras sostiene un modelo que el considera “normalito”. “A este, por ejemplo, si le agrego un ojal ya te cambia. Es muy amplio el espectro. Dentro de un mismo modelo puede haber entre cuatro o cinco variedades”, explica.
En Correa no trabajan acompañando temporadas y nunca hay liquidación. “El buen calzado es una cuestión cien por ciento cultural. Nosotros trabajamos para eso desde hace muchísimos años, conservando una línea, sin desviarnos de ese camino para que el cliente no se vaya únicamente caminando, sino feliz. Y de esta forma tenemos tercera generación de clientes. Como zapatería no se le parece a ninguna otra y eso marca la diferencia en todo”.
El trato con los clientes
Para Félix, dedicarse al calzado de caballeros es un privilegio y destaca el lazo que se genera con cada uno de los clientes, con quienes muchas veces se forjan amistades. “Es como que te adoptan. Uno va caminando por la vida tratando de buscar el mejor médico, el mejor estilista, el mejor odontólogo. Inconscientemente, es como si todas esas cosas te empezaran a pertenecer. Si pasa algo decís: ‘Andá a ver a mi odontólogo, a mi sastre, a mi camisero, andá a Correa’. Entonces es como si termináramos perteneciéndoles a los clientes”, reflexiona.
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Un calzado Correa, ya sea uno básico o de alta gama, tiene el servicio de limpieza y lustre de por vida. “Siempre les decimos que si tienen un problema con el zapato lo peor que puede pasar es que no nos vengan a decir, porque nosotros reparamos todo lo que el cliente compre”, asegura.
Clientes famosos
Correa tiene clientes en todo el país y en todo el mundo. Un asiduo comprador “de toda la vida” era el exgobernador de la provincia de Córdoba José Manuel de La Sota. “Era una excelente persona, hablaba con conocimiento, y era un exquisito para hacerse zapatos. Siempre fue muy agradecido con nosotros”, recuerda Félix. Entre otras personalidades conocidas que han lucido un modelo Correa se encuentran Marcelo Tinelli, el Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, el senador Martin Lousteau, y el Ministro de la Corte Suprema de la Nación Carlos Rosenkrantz.
“Han venido de la embajada de acá para llevarse zapatos para el Papa Francisco y para el expresidente de Estados Unidos, George Bush”, recuerda Félix.
En una época, Correa tenía un cliente llamado Eric que vivía en Tailandia, que frecuentaba mucho el local en Buenos Aires y que siempre iba acompañado. “Un día mandó a un chofer para reparar un modelo y me dice: ‘Te traigo los zapatos del Príncipe, que además te envía esto’. Me había enviado una revista Hola de Tailandia, en la que posaba en la tapa con su esposa porque se habían casado y, como los festejos duraron siete días, había fotos donde se veían los distintos zapatos que había utilizado. Nosotros no teníamos idea de que era un príncipe. Eric es un fenómeno, muy sencillo y agradable. Ese tipo de situación nos ha pasado muchísimas veces y generan una mística especial”, sintetiza.
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“Este trabajo te tiene que gustar, porque el disfrute es una herramienta fundamental para lograr un buen producto. Pensarás que estoy cansado de ver zapatos, pero siempre los veo distintos. Llega un momento en el que trato de elevar un poco más la vara y exigirme más cada día. Esto es una filosofía de vida”, concluye el zapatero.