De vivir en un pueblo bonaerense a bailar en la apertura de los Juegos Olímpicos y "volar" sobre París: "Nada se compara"

La bailarina Agustina Fitzsimons tuvo una participación clave durante la inauguración de los Juegos Olímpicos 2024.  “Lo sentí como un premio a mi carrera, pero también como una oportunidad de darle visibilidad a la danza", destacó la argentina que representó al país desde la danza. 

08 de agosto, 2024 | 00.05

El baile contemporáneo es una disciplina que, como muchas otras, implíca esfuerzo, sacrificio, constancia y pasión, cuatro características que Agustina Fitzsimons llevó siempre en la sangre, gracias al acompañamiento de su familia. Una vida llena de viajes y crecimiento profesional la llevó también de un campo cercano a Villa Moll (Navarro, provincia de Buenos Aires) a París, a los Juegos Olímpicos 2024. Sin ser atleta, voló literalmente sobre el cielo de París con su arte. 

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Agustina viene de una familia amante de la cultura y el arte, pero es la primera que se dedicó a bailar profesionalmente. A los 2 años, sus padres la llevaron, junto a su hermana Victoria, a una escuela de danza en Chivilcoy y desde entonces nunca dejó de bailar.  A pesar de haber nacido ‘del otro lado del charco’, su hogar permanente ahora es París, aunque aún la desborda el orgullo por su tierra, en parte por lo que dicen afuera del arte argentino: “Cada vez que trabajo en el exterior escucho lo que los otros artistas, los colegas, tienen para decir de nuestro país y me enorgullece mucho”, subraya. 

Pero ¿Cómo llega una joven de un pueblo de 500 habitantes a la apertura de los Juegos Olímpicos?

Estuvieron haciendo audición durante varios meses con muchísimos bailarines de todo el mundo y Agustina pasó una prueba clave en febrero de este año. Ella recibió la respuesta a mediados de mayo, la llamaron y automáticamente le pidieron disponibilidad: “Yo estaba en Argentina en ese momento y tuve que adelantar mi vuelta; a la semana ya estaba ensayando”, detalla a la vez que expresa emocionada: “Sentí mucho orgullo de representar a Argentina desde mi humilde y pequeñísimo lugar, desde la danza; una bailarina bailando la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos con lo que significan y la magnitud de ese evento, ya que que fue la primera vez que un evento tan enorme se hizo fuera de un estadio”.

Cumplir ese sueño fue de un nivel de trabajo que Agustina no puede ni siquiera ponerlo en palabras y eso que ha estado en producciones, filmado con artistas, ‘celebrities’ y nada se compara con la apertura de los Juegos Olímpicos: “Estaba arriba del techo del Théâtre de la Ville, con arnés porque estaba al costado del Sena haciendo mi coreografía. No era peligroso pero estaba literalmente bailando sobre el cielo de París, con la vista a todo París”, describe aún impactada. Pero no fue lo único de esa apertura que le “movió el piso”, el momento en el que pasó la delegación Argentina le resultó alucinante: “Yo gritaba como una loca”, se rió. 

París no fue su primer destino: vivió en Nueva York, Barcelona y Bruselas (donde tuvo su primer trabajo en ópera), entre otros lugares.  Se formó en las más emblemáticas compañías de baile del mundo: Jennifer Muller, Martha Graham, Alvin Ailey, Trisha Brown y Cunningham. Nunca tuvo como objetivo bailar en la ópera de París hasta que llegó a la capital francesa y “se le despertó”; año y medio después de instalarse allí empezó a hacer y pasar audiciones para integrarla.

Si bien ella no es parte del cuerpo de baile de esa institución, baila en óperas líricas donde se convocan bailarines, músicos y cantantes que correspondan con el perfil que buscan para audicionar (por ejemplo: fue parte de ‘Elektra’, donde eran todas bailarinas de danza contemporánea, y de ‘Rigoletto’, en la cual bailó algunas partes estilo cabaret, en un momento en puntas y en otro danza típica barroca). “Todavía no encontré ninguna situación que me genere tanta satisfacción como la de salir a un escenario y ver el público, hay algo del vivo que como bailarina me fascina”, asegura. 

Agustina ha recibido incontable cantidad de oportunidades laborales, que considera ‘premios’ (en 2013 ganó la Bienal de Arte Joven con ‘Moralamoralinmoral’ -obra por la cual estuvo en FIBA, en cartel  en espacio Callejon y Kafka-, bailó en la sala Casacuberta del San Martín, en la Sala Ballena Azul del CCK, en el MALBA, en el MAMBA, en el Maxim's de París y filmó una publicidad en el Palacio de Versailles, entre otros), pero haber estado en uno de los eventos deportivos más importantes del mundo y de la historia es el mejor reconocimiento: “Lo sentí como un premio a mi carrera, pero también como una oportunidad de darle visibilidad a la danza, al ser televisado para el mundo entero me da mucha alegría como bailarina tener este alcance, me alegra que sea bailando que se me conozca”, resalta.

A pesar de todo lo que estar fuera de Argentina ‘le dio’, extraña y mucho: “Amo mi país, extraño todo, a mi familia, a mis amigos, el modo de crear argentino, la pasión, la vida, el circuito teatral”, enumera sin dejar de lado la parte política que la cultura posee: “Me parece una escena cultural de las más hermosas del mundo. El modo de crear en Argentina, de hacer, de jugar, es pasional y eso no nos lo quita nadie. Sería increíble que esté apoyado por quienes tienen la posibilidad y los recursos para que suceda. Confío en que así será, también entiendo las necesidades y las urgencias de nuestro país”, especifíca.

Tanto viaje, tanto ajetetreo y tanto éxito no lo cambia por un momento cercano con la naturaleza local: “Tuve el privilegio de nacer en el medio del campo y criarme entre árboles, pasto, tierra, cielo y animales; es el lugar al que siempre quiero volver: amo hacer caminatas por La Pampa argentina, esa llanura y esos atardeceres, el cielo estrellado, la noche, es muy difícil encontrar ese cielo abierto o esos sonidos en otros puntos del mundo donde viví”, describe.

Le llevó 33 años y muchos sacrificios llegar donde está hoy: “Se sale mucho de la zona de confort, vivo toda mi vida entre dos valijas de 23 kilos, perdí mucho de lo social por el cuidado del cuerpo -irme a dormir temprano, evitar fiestas, no consumir alcohol-. Por ejemplo: nació mi sobrino Joaquín y luego mi sobrina Josefina y me perdí de ambos nacimientos y me voy perdiendo momentos de sus vidas y eso para mí fue un esfuerzo, un sacrificio extra”, dice triste.

Actualmente, trabaja en varios proyectos audiovisuales, lo que conlleva otro tipo de sacrificio: “Los horarios de rodaje son súper temprano, arranco a las 4AM y el cuerpo está cansado, pero la satisfacción es enorme en ese momento de estar en acción”, expresa. Ese mismo sentir quiere que tengan quienes desean dedicarse a la danza, pero por algún motivo no se animan: “Bailar es alegría, no hay motivos para no hacerlo pero hay que entrenar, formarse mucho y alimentarse de diversas perspectivas, coréografos, estilos, incluso si no son lo que suele gustarnos, de todo se aprende y siempre que se tenga la posibilidad hay que estudiar, aprender, viajar, mirar el cielo y tratar de transformar la frustración en impulso para algo seguramente enorme que va a venir”, cierra.

Sus comienzos, a la par de su familia

Su papá siempre trabajó en el campo, uno de los lugares preferidos de Agustina. Nadie de su familia estudió para o se dedicó al arte, pero el apoyo siempre fue total. “Era muy habitual en el pueblo o en las familias en Argentina probar a cada hermano en disciplinas que pueden interesarles e ir apoyando su pasión”, explicó.

Sus padres querían “nutrirla”, según cuenta -a pesar de estar a unos 160 kilómetros de Capital Federal aproximadamente- la hacían conocer todo evento cultural que se esté dando en la ciudad: “Era un privilegio”, define. Al mismo tiempo, asistía a tres o cuatro lugares distintos de danza. Algunos en Chivilcoy, a 45 kilómetros de donde vivía: “Hacíamos todas nuestras actividades extraescolares ahí todos los días de la semana, osea que mi vieja sin teléfono, sin señal, sin nada viajaba todos los días a llevarnos”, evoca.

 

Así como la danza estuvo presente desde el inicio de su vida, pasó lo mismo con las ganas de mostrarle al mundo su talento: “Con mi hermana hacíamos shows, ella tenía 7 años y yo 4. Eran como festivales de danza en el pueblo; hacíamos ir a toda mi familia que venían a pasar los veranos, vendíamos tickets y pedíamos que nos hagan las luces. Todo el mundo tenía que venir a vernos”, cuenta entre risas a la vez que agrega: “Es a lo que siempre intento volver, a esa inocencia medio de niña, ese disfrute y goce de estar haciendo algo de ese modo”.

A los 6 años empezó a jugar al hockey sobre césped, su otra pasión, y lo hizo hasta los 16. Le iba bien, llegó a capitana del seleccionado de la zona oeste de provincia de Buenos Aires, participando en torneos nacionales, siempre con muchísima pasión por ese deporte en particular y por todos los demás en general, de ahí lo que representan los Juegos Olímpicos para ella: “Somos una familia de mucho deporte, muy inculcado”, destaca.

En Chivilcoy, donde estudió la primaria y la secundaria, también bailó para mucha gente. Con solo 9 años fue la protagonista de una presentación que se hacía al aire libre en la plaza principal de esa ciudada, para unos mil espectadores.  Agustina actuaba de payasa, dueña de un circo que tenía un accidente ni bien empezaba la obra y pasaba toda la obra internada y se despertaba al final: “Era un poco gracioso porque yo básicamente tenía que estar quieta durante 50 minutos sin moverme”, recuerda.

En un momento tuvo que decidirse entre hockey o danza, porque eran actividades muy distintas y una le dificultaba bastante desarrollarse en la otra. Estaba llegando el momento de terminar el colegio y descubrió el IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte) y tuvo que dejar la quietud de esa primera obra atrás; desde entonces siempre estuvo en movimiento.

A los 17 años se mudó a Capital Federal para estudiar en la universidad pública, donde cursó la Licenciatura en Composición Coreográfica en Danza Teatro, algo que menciona con inigualable alegría: “Me da mucho orgullo haberme formado en el IUNA, con los grandes maestros que tuve, como Carlos Casella, Gustavo Lesgart, Luciana Acuña y Luis Biasotto. También los trabajos que he hecho allá y los escenarios en los que pude bailar y los que me faltan, como el Teatro Colón”.

A pesar de vivir en Europa, su sueño no le impidió seguir confiando en y apostando a Argentina, por eso en el último tiempo tomó la decisión de volver a 'cruzar el charco' mucho más seguido para volver a trabajar -y quien sabe vivir- en el país.

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