“En esa búsqueda de hacer algo más por mi y por este mundo tomé la decisión de irme del país”, comentó Paulo Milanesio, el argentino que -con 25 años en ese entonces- armó su valija y recorrió países como Yemen, Camerún, Etiopía y Mozambique para servir a las comunidades desprotegidas. Actualmente tiene 38 años, es ingeniero civil y el responsable de garantizar la seguridad de los equipos médicos en Ucrania frente a la guerra. Vive bajo alertas y entre escombros y bombardeos constantes pero con un objetivo claro: proporcionar ayuda a quien lo necesita.
El ingeniero nació en la ciudad de Rosario, pero la localidad Carlos Pellegrini dice ser su segunda casa. En ese pueblo, de no más de 6000 habitantes, salieron sus mentores. Paulo viene de una familia que se esmeró y peleó para que nunca le falte nada. “El tener como referencia a mis abuelos -personas de campo- y a mis viejos -que han dejado todo para que pueda estudiar- hizo que yo no me quede en mi zona de confort”, señaló el muchacho.
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En 2008 y sin haber terminado la carrera, Paulo optó por mudarse a España y acompañar a su amigo Cristian. “Fuimos un poco de aventura aunque a mí siempre me gustó viajar, llevar nuestra cultura a otros lados y poder descubrir nuevos desafíos”. No obstante, el migrar de Argentina no estaba entre sus planes y es por eso que, luego de un año, volvió a Rosario, retomó sus estudios, se recibió de ingeniero civil y comenzó a trabajar en el sector privado. En ese entonces el joven llevaba una vida cómoda pero su búsqueda personal iba más allá de una satisfacción salarial o un buen posicionamiento dentro de una empresa. “El ser ingeniero evidentemente contribuye un montón a la sociedad pero había un factor humano que no me llenaba”, resaltó el rosarino.
A raíz de esto decidió viajar nuevamente a Barcelona acompañado de un grupo de amigos: “Vivíamos todos juntos en una casa y todo lo que hacíamos era desde un lado colectivo y comunitario; la idea era que entre todos salgamos adelante. En definitiva, así es la vida del inmigrante”. El rosarino trabajó, durante los primeros meses, en distintos rubros menos en el que se había especializado. Es decir, repartía folletos en la calle o colaboraba en locales gastronómicos y tiendas de ropa. En ese ida y vuelta con la gente descubrió que existían ONGs internacionales que buscaban profesionales para trabajar en países donde las necesidades básicas no estaban cubiertas.
Siguiendo en esta línea, en Barcelona se hizo una amiga que le mencionó el Máster en Tecnología para el Desarrollo Humano y Cooperación Internacional. A la vista de esta oportunidad se acercó a la Universidad Politécnica de Cataluña donde le comentaron de que se trataba la maestría. Al ser una universidad privada, el rosarino por la mañana cursaba y por la noche trabajaba. “Fue una época muy intensa porque a veces cerraba el bar a las tres o cuatro de la mañana y tenía que ir a la universidad a las ocho”. A pesar de ello, Paulo Milanesio resaltó que fue una etapa muy valiosa ya que descubrió que ser ingeniero no impedía romper las barreras culturales y poder acortar distancias dentro del mundo: “Cuando estás estudiando algo que sabes que te va a servir para obtener sueños o para seguir creciendo, el dormir ya no era un problema”.
El joven, durante la cursada, se adentró al mundo humanitario en la organización Ingeniería Sin Fronteras de España como profesional especializado en el abastecimiento de agua en zonas rurales de países en desarrollo. Vivió un año en Guatemala y tres en Mozambique brindando sus conocimientos en la cooperación al desarrollo; una de las ramas del sector humanitario.
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Luego de obtener el título decidió incursionar en la otra rama: las emergencias comunitarias. “Es un sector mucho más extremo, se trabaja en terrenos muy complejos donde los resultados de las acciones son de un día para el otro”, dijo Paulo quien cooperó para ONGs inglesas y francesas. De todos modos, su mayor desafío llegó hace cuatro años. Hoy en día trabaja en la organización líder en reducción de las probabilidades de mortalidad: Médicos Sin Fronteras. “La búsqueda de mayor adrenalina y de exposición en contextos de violencia saca de vos el lado más profesional y más detallista a la hora de tomar decisiones. Trabajar en situaciones así hace que tus capacidades y reflejos tengan que estar al máximo porque tus resoluciones pueden costarle la vida a tus equipos”, detalló.
El rosarino pasó por países como Yemen, Etiopía, Camerún, Senegal y Mauritania brindando esta ayuda. Actualmente se encuentra en medio de una guerra de alto calibre donde la intervención militar es excesivamente compleja y donde las víctimas son incontables. Paulo con Médicos sin Fronteras presta servicio en aquellos espacios donde el sistema de salud ucraniano no consigue llegar: “Cuando la línea de frente avanza, nosotros damos asistencia a aquellos que quedaron atrapados por las fuerzas rusas o aquellos que están en situaciones críticas”.
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Hoy por hoy hay pocas regiones de Ucrania que se puedan considerar seguro; una parte importante del territorio está permanentemente alerta de ataques con misiles. Las sirenas se volvieron parte de la rutina para muchos ucranianos y también las alarmas de las aplicaciones celulares que te avisan de posibles explosiones. “Como Gestor de Seguridad y Coordinador General me toca estar constantemente monitoreando el estado de seguridad de mis colegas repartidos por el país. También entender dónde puede haber ataques y víctimas”, comentó Milanesio haciendo referencia a que muchas noches no son de descanso sino de trabajo y de cierta tensión.
Según la descripción de Pablo, uno de las principales pilares que tiene Médicos sin Fronteras es la cercanía con la gente. Todos los voluntarios se mimetizan con el otro: “Nosotros vivimos en los lugares donde damos respuesta entonces, de alguna manera, te volvés parte del contexto en el que están sucediendo las cosas”. La organización cuenta con 800 profesionales en campo y cerca de 600 son nativos por lo que la empatía y el compañerismo son los pilares fundamentales para que el trabajo en equipo funcione. “Ver que los ucranianos y colegas nativos siguen tirando para adelante a pesar de haberlo perdido todo es lo que uno se lleva de acá. Y sin querer o sin saberlo es lo yo salí a buscar de Rosario siendo tan joven; el crecer como persona”, reflexionó el argentino.
Trece mil kilómetros separan a Paulo de su ciudad natal y todo aquello que lo conecta con lo más profundo de su ser. “Es mi anhelo tomar unos mates con 'el Beto', comer un asado con mis amigos, escuchar rock and roll o bailar una cumbia con la chica que me gusta”, comentó el joven, mientras armaba el bolso para volver a las zonas de conflicto. Cada tanto, se aleja de los lugares "calientes" para descansar, como parte del protocolo de la organización. Esta vez, le toca volver al ruedo, dirigirse al sur de Ucrania para brindar su servicio. La travesía no es nada fácil, generar vínculos entre tantas muertes es angustiante y desgastante. Sin embargo, tendrá el mismo norte de siempre: mirar más allá de uno.