Cuando Eugenio Facchin repasa sus primeras campañas en la Antártida como capitán de navío, la palabra sacrificio aparece con recurrencia: turnos de ocho por ocho para trabajar, hielo por todas partes y un viento que corre fuerte y a sus anchas por un entorno que casi no le ofrece resistencias. Cuando vuelve a esa memoria como el “Nonno” –así le dice su nieto Juan Cruz–, la cosa cambia y los recuerdos se pueblan de aventura, de fábulas animales y escenarios fantásticos. En las charlas entre este abuelo y su nieto se fue tejiendo una serie de cuentos infantiles editados y publicados por la Universidad Nacional de la Defensa (UNDEF), que busca acercar a los más chicos a los misterios del continente blanco.
Con más de 16 expediciones antárticas y una guerra a cuestas, Eugenio es además historiador y especialista en la región más austral del planeta. La hostilidad del clima y del trabajo en esa zona no le impidieron cultivar un amor por la Antártida que hoy se sublima en un ejercicio de divulgación para todas las edades. La cabeza de Juan Cruz Facchin, su nieto de ocho años, es el alambique en el que su experiencia se transmuta en cuento, mientras que las manos de María Lucía —la abuela, artista y ex maestra de inicial— son las encargadas de ilustrar los relatos.
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En el universo creado por Juan Cruz y sus abuelos, los miembros de su familia se transforman en animales protectores de la naturaleza e informantes sobre los distintos tratados de conservación del territorio. No todo es fantasía: las historias se nutren de entrevistas con biólogos, geólogos y otros especialistas para que, además de entretener, los cuentos reparen la “vacancia de material didáctico sobre la Antártida para los niños, los profesores y los padres”, según explicó Eugenio.
Charlas de abuelo: así surgieron los cuentos
Historias que contar, a Eugenio, no le faltan. Como jefe de navegación y operaciones, surcó los mares antárticos cuando casi nadie lo hacía, con tecnología que ahora parece de la era de las cavernas. Años más tarde, le tocó ser escolta del crucero ARA General Belgrano en el instante mismo en que los torpedos británicos lo hundían y participó de su rescate, con su navío apenas a flote después de que un tercer proyectil estallara debajo de la embarcación. Terminada la guerra, pidió volver a la Antártida y fue capitán de rompehielos durante varios años.
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Para cualquier chico ávido de conocer el mundo, el exotismo de los recuerdos de Eugenio aparece como una biblioteca extraña, fantástica, de donde salen paisajes imposibles y animales desconocidos. Juan Cruz es de esos chicos. Durante años, en las caminatas que compartía durante las visitas de sus abuelos, le prestó oído a las anécdotas con las que Eugenio reconstruía los parajes antárticos.
En diálogo con la agencia de noticias Télam, Juan Cruz contó que le encantaría visitar ese territorio que, por ahora, sólo conoce en su imaginación y agregó que en su escuela no se habla mucho del tema. Algo del espíritu divulgador de su abuelo parece haberle caído en herencia: hace más o menos dos años, el chico le dijo a su familia que quería compartir con sus amigos todo lo que aprendía con Eugenio. Así surgió la idea de los cuentos.
“En un acto de espontánea generosidad, él lo que quería era sumarse a la difusión para que sus amigos supieran lo que él sabía. Le parecía egoísta quedarse con ese saber para él solo”, explicó Eugenio a El Destape.
La primera creación literaria que apareció en esas conversaciones fue “El protector de la Antártida”, un buque comandado por una tripulación en la que se fueron colando los distintos miembros de la familia de Juan Cruz. El navío lo tenía a él, por supuesto, como capitán, en la forma de un tiburón; aparecen, además, un cornalito jefe de máquinas que se llama Nacho, como su hermano menor y Vini, un delfín cocinero inspirado en su primo.
El buque y su tripulación son los protagonistas de Cuidando el mar, el primer cuento que integra la Colección Naranja de UNDEF Libros, a cargo de la secretaria Extensión y Comunicación, Claudia Decandido. En esta historia el intrépido barco y su equipo detienen a otras embarcaciones que pescan en aguas prohibidas y ayudan a limpiar del mar los desechos que tiran por la borda. Las tramas y las moralejas que integran los relatos se ciñen a las normativas que rigen el cuidado del territorio y buscan sembrar consciencia en los más jóvenes acerca de la importancia ecológica y geopolítica del continente.
“Este primer cuento tiene que ver con la protección marina, que está regulada por un convenio mundial llamado MARPOL establecido por la Organización Marítima Internacional (OMI). El convenio tiene siempre modificaciones, cada vez más profundas. Van apareciendo cosas nuevas vinculadas a las islas de plástico y las microfibras en las aguas del mar, las culpables de que terminemos comiendo plástico nosotros también”, indagó el marino y docente, mientras que Juan Cruz le resaltó a Télam la importancia de no ensuciar el planeta y de que todos los chicos de su edad “puedan saber sobre la Antártida”.
Las ilustraciones de la abuela
Cuando tenían más o menos construido el relato, se dieron cuenta de que faltaba una de las partes más importantes de un cuento infantil: las ilustraciones. Ahí es donde entra en escena Mará Lucía o Baba, como le dicen sus cercanos. “Mi esposa, que tiene una experiencia de cuarenta años siendo maestra de nivel inicial, nos iba dando pautas para que lo que escribíamos llegue a chicos de tres, cuatro y cinco años y, en esos intercambios, la convencimos de que ilustrara las historias”, comentó Eugenio.
Además de maestra, María Lucía es artista plástica. Pinta cuadros, realiza intervenciones y lejos estaba, hasta que Eugenio y Juan Cruz la persuadieron, de ponerse a hacer caricaturas. El estilo que los cuentos pedían fue todo un desafío para Baba, un reto que crecía a medida que otros miembros de la familia iban permeando las fronteras del universo fantástico creado por su nieto.
“Un día Juan Cruz llegó y me dijo «Nono, quiero hablar con vos: ¿podemos inventar un cuento en el que aparezcan Bobo y Silvia?» Ellos son sus otros abuelos maternos, dos tipos súper-queribles. Le dije que me dejase pensar. A los dos minutos se me prendió la chispa. Armamos un cuento que tenía como protagonistas a dos pingüinos emperadores. En pleno invierno austral, en esos días en que el viento sopla fuerte y la térmica llega a los ochenta grados bajo cero, estos pingüinos se congregan en un círculo que tiene en su centro a los más chicos. Los siguen los jóvenes, después los adultos y por último los adultos mayores, los más viejos, que son los abuelos de todos y se ponen en la parte donde el viento sopla más fuerte. Es la imagen del abuelo en la familia argentina”, expuso Eugenio.
Las historias de Eugenio: ¿qué sabemos de la Antártida?
Eugenio le ha entregado al gigante blanco del sur la mayor parte de su vida. Luego de su larga labor en las campañas, en 2004 –año en que se celebró el centenario de la permanencia argentina en el continente– le tocó dirigir el Comando Conjunto Antártico (COCONTAR), el organismo encargado de conducir las operaciones nacionales en la Antártida. Tras su retiro siguió ligado al territorio de sus sueños. Fue asesor de seguridad náutica antártica y actualmente forma parte del “Encuentro de Historiadores Antárticos Latinoamericanos”.
Su experiencia y su vocación de dar a conocer todo el conocimiento recopilado a lo largo de esa carrera chocaban con la carencia de agencias educativas que formasen a los futuros expedicionarios y a los funcionarios en cuestiones centrales sobre el terreno antártico. “Nosotros vimos que había una vacancia educativa y de formación que hacía que tengamos sesgos en términos de política, de tratados internacionales y de historia y propusimos hacer una maestría en Estudios Antárticos con una parte histórica-legal, otra vinculada a las ciencias naturales y una última de logística”, detalló el mayor de los Facchin.
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Para que estos cuentos incorporen contenido informativo de calidad y bien documentado, Eugenio no sólo se valió de sus investigaciones personales, sino que se entrevistó con varios especialistas. Ese saber se volcaba en las charlas con Juan Cruz y del encuentro entre los datos y la imaginación infantil se destilaron las tramas de cada cuento. “No son cuentos con un fin exclusivamente lúdico”, señaló Eugenio y anticipó su deseo de que en las versiones físicas de la colección se incorpore un QR que dé acceso a información más específica sobre cada uno de los temas que recorren las historias para que si el “pibe o piba hace una pregunta, uno tenga herramientas para contestarle”.
También propuso a un grupo de desarrolladores de la UNDEF la idea de producir un videojuego. Todas estas iniciativas, según el ex capitán, se hacen “con la camiseta argentina puesta”: “Nadie de nosotros va a cobrar un peso por haber trabajado en los cuentos, por corregir, por publicar; mi mujer se pasa horas y horas dibujando y bocetando y lo hace desde el amor”, expuso. El premio, para los abuelos, es ese territorio de historias en el que pueden encontrarse con Juan Cruz. “Esa relación con mi nieto es impagable”, contó emocionado.
Un objetivo claro: divulgar
El objetivo de los Facchin es que la colección llegue a las aulas y, de ahí en más, seguir produciendo en paralelo al crecimiento de Juan Cruz. “Después se vendrán cuentos cortos, para chicos de primaria; alguna novela para la secundaria y, para el terciario y universitario, al material lo venimos preparando hace años, ahora lo que hay que lograr es que aparezca alguna materia en el plan de estudios”, informó.
“Mis compañeros me hacen preguntas sobre la Antártida en la escuela, sobre cómo es, cómo se vive, qué hay y yo les cuento lo que me contó el Nonno: que hay pingüinos, ballenas, skuas, mucho hielo y hace mucho frío”, relató Juan Cruz a Télam.
Hasta ahora, el Nonno participa en las historias únicamente como creador. Juan Cruz todavía no le abrió las puertas a la tierra helada de historias que preparo para invitar a los chicos de su edad a conocer la Antártida. “Yo no aparezco en ningún lado, todavía. Voy a ver si pronto me deja entrar en algún cuento”, concluyó Eugenio.