Es el vendedor de garrapiñada más famoso de Buenos Aires. Hace 18 años que trabaja en la puerta del Teatro San Martín, ubicado en la avenida Corrientes 1530, y a esta altura ya es un clásico porteño. Cualquiera que haya pasado por la puerta del teatro, seguramente se tentó con el inconfundible aroma a caramelo que sale de su puesto.
“Hay tres cosas que me identifican: no aumentar los precios, no aceptar dólares y tratar lo mejor posible a la gente”, asegura el vendedor de 62 años. Desde 2005, Carmelo “El Tano” Corsaro está siempre en la puerta del histórico teatro, sin importar el día ni las inclemencias climáticas. Su caballito de batalla es la garrapiñada de maní, cuyo precio varía entre los 100 y 200 pesos, dependiendo del tamaño del paquete. “Mantengo precios populares porque me gusta llegar al que no tiene. Al que tiene, esto le parece un regalo. Yo mezclo lo que es comercial con mi ideología”, asegura.
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Empezó con un carrito de 60 cm de circunferencia en el que vendía solo tres productos: garrapiñada, maní con cáscara y tutucas. “No me entraba nada más”. Hoy en día tiene un puesto de 1,80 metros por un metro que le permitió ampliar la oferta: garrapiñada de maní, pochoclo dulce y salado, gomitas, palitos salados, girasol tostado, tutucas, maní japonés, bombones de licor, habas, pasas de uva bañadas en chocolate blanco y chocolate negro, maní con chocolate, cubanitos con dulce de leche y plátanos verdes dulces y salados. “La garrapiñada de maní y el cubanito son algo bien nuestro, pero si vos vieras la alegría de los venezolanos, peruanos, haitianos, colombianos, ecuatorianos y bolivianos, cuando ven los plátanos, es impagable”, describe con una sonrisa.
Sus comienzos
Carmelo es porteño y se considera un “busca”. Se crió en el barrio de San Cristóbal, “paró” en Boedo y actualmente vive con su esposa en Pompeya. “Mi vida es una línea de tango”, dice entre risas. Tuvo que interrumpir sus estudios secundarios durante la última dictadura cívico-militar, pero los retomó de más grande. Siempre militó en el peronismo y durante años decoró su puesto con fotos de Néstor y Cristina Kirchner. “Siempre digo lo que pienso, no logro callarme. Soy de los que en la década del 70 soñaba con un mundo mejor”, remarca. Actualmente, su carrito tiene en el frente una bandera que recuerda a los combatientes de Malvinas.
Carmelo trabajó desde muy joven en diferentes oficinas del microcentro porteño, pero en 1989 lo echaron, se “desencantó” y se puso a “laburar en la calle”. Primero tuvo un puesto de venta de alimentos de parrilla en la avenida Vélez Sarfield, luego de golosinas y finalmente el de garrapiñadas y pochoclos que tiene actualmente. “Acá estoy feliz y contento porque no solamente la plata hace la felicidad, sino todo el trato con la gente”, asegura el famoso vendedor. “Conozco mujeres que venían a comprarme estando embarazadas y que ahora vienen con sus hijos”, señala.
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La primera vez que desembarcó con su icónico carrito fue el 5 de julio de 2005, luego de que en 2003 la Legislatura porteña sancionara una ley de venta de alimentos en puestos ambulantes. “La legalidad hace que estemos mas tranquilos, evita la corrupción y la gente consume mejor porque la norma te obliga a realizar un curso de bromatología”, describe.
Antes de la pandemia su puesto estaba abierto las 24 horas. Ahora trabaja todos los días desde las 10:30 de la mañana. Montar el carrito le lleva un poco más de una hora así que a las 12 del mediodía arrancan las ventas. Los domingos, lunes y martes lo hace hasta las 22:30, los miércoles hasta las 23, los jueves hasta las 12 de la noche y los viernes y sábados hasta las 2:30 de la madrugada. “Arranco a vender y no paro hasta una hora antes de irme. Soy muy agradecido con la gente. Los que sufrimos habernos quedado sin laburo sabemos lo que es padecer eso. Entonces no te asusta trabajar tanto, te asusta no tener trabajo”, asegura. Desde el año pasado cuenta con un muchacho que colabora y que le “hace los mandados”.
Su ubicación estratégica también le permite forjar amistades con infinidad de actores y actrices que entran y salen de los teatros de la zona y lo invitan a ver sus obras: Patrica Palmer, Cecilia Dopazo, Luis Brandoni, Gustavo y Tamara Garzón, Julia Calvo, Federico Luppi, Fabián Vena, Diego Pérez, Paula y Víctor Hugo Morales, Baby Etchecopar. “Tengo amigos de los dos lados de la grieta”, comenta entre risas.
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Entre los múltiples clientes que atiende por día, Carmelo destaca la fuerte presencia de turistas brasileros, uruguayos y chilenos. “Los favorece el cambio. Hoy nos asustamos, pero yo tengo memoria, hace un tiempo ¿no era al revés? ¿La gente no iba a la triple frontera para pagar menos?”, ironiza.
Su famosa garrapiñada
Sus años en este oficio y la clientela que supo cosechar le permitieron a Carmelo ir ampliando la oferta de golosinas en su puesto. Sin embargo, su producto emblemático sigue siendo su famosa garrapiñada de maní. “Antes hacía garrapiñada de almendras, de girasol, de nuez, de castañas de cajú y avellanas. Pero la de maní es la mas tradicional y la que más se vende”, asegura.
El famoso aroma que desprende su olla de color bronce es el resultado de la mezcla de un vaso de agua, dos de maní y una cucharadita de azúcar. “Lo demás es cuento”, añade. El secreto es agregar una cucharadita de vainilla en polvo al final, que es lo que potencia el inconfundible y tentador aroma que invade la puerta del Teatro San Martín. “Es el chimichurri de la garrapiñada”, afirma.
Carmelo es famoso por manejar precios populares. Habitualmente hace un aumento anual durante el mes de enero, pero este año será la primera vez que realice otro ajuste en el mes de agosto. “Como soy muy ético me pareció mejor no aumentar durante las vacaciones de invierno, me parecía inadecuado”, sostiene.
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“El Tano” llega a vender 150 paquetes de garrapiñada por día y 200 los viernes y sábados, cuando la calle Corrientes “explota” de gente. “La época de las vacaciones de invierno es mi aguinaldo”, resalta.
El boom de la calle Corrientes
Carmelo fue y es testigo de la mutación de la Avenida Corrientes a través de los años. Recuerda la época en la que estaba llena de teatros, cines, pizzerías, librerías y disquerías y que en algunas se podía jugar al tiro al blanco. “Hoy ya casi no hay disquerías, quedan algunas librerías, pero el paseo es obligado igual. Es un lugar de esparcimiento, la gente viene contenta, es algo cultural”, describe.
Como buen observador, recalca que después de la pandemia la Avenida Corrientes “explota como nunca” los viernes y sábados a la noche. “Te lo dice alguien que recorre la zona desde jovencito. ¿Por qué explota? Para mí es algo lógico. Cuando tenés una crisis como esta, tus perspectivas no están en cambiar el auto porque no se llega, está en el consumo porque algo te tiene que satisfacer, para eso trabajas todos los días. A eso sumale el tiempo que estuvimos encerrados, la necesidad de salir y el pensamiento de ‘che, voy a vivir porque mirá lo que pasó’. Todo eso va cambiando la actitud social, colectiva e individual. En el teatro tenés actores y actrices que disfrutan de actuar con el componente de que brindan una alegría enorme. No es solamente lo que uno va a ver, sino que los espectadores también son parte de todo eso”, reflexiona.
En esa línea, es tajante respecto al intento de comparar el momento actual con la crisis del 2001. “Lo que pasa ahora no tiene nada que ver con eso y muchas personas te lo quieren hacer parecer. En esa época la gran mayoría estábamos destruidos”, opina. Y concluye: "Mi deseo ya no es personal, es que vivamos todos un poco mejor, que la gente viva más tranquila, que los políticos entiendan que esto así no esta funcionando y que tienen la obligación de hacerlo funcionar”.