Por decisión indeclinable de la administración el bar no tiene wifi ni televisión. Mantienen la tradición de ofrecer diario en papel y algunas revistas como Condorito. Cada mesa tiene el icónico servilletero con servilletas de papel que no secan ni absorben. Las paredes están decoradas con afiches publicitarios antiguos, algunas fotografías de la vieja Buenos Aires y varias caricaturas de personajes “entrañables” que asisten religiosamente al bar. En el medio de todos los cuadros asoma uno que dice: “Abrimos cuando venimos y cerramos cuando nos vamos. Si viene y no estamos es porque no coincidimos”.
El Bar Oriente es sencillo e inigualable. Su fachada es de un llamativo color verde, tiene mesas con amplia vista a toda la esquina y cuenta con un menú del día para almorzar comida casera por módicos precios. Su público es mayoritariamente gente del barrio a los que los mozos saludan por su nombre y muchos taxistas que, luego de ir a la estación de GNC de enfrente, aprovechan para comer o tomarse un café en este bar porteño, en el que pareciera que el tiempo se detuvo.
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Está ubicado en la esquina de la Avenida Álvarez Thomas y Plaza, en el barrio porteño de Villa Ortúzar. Actualmente es comandado por Gerardo Basabe y trabajan, además, su hermano Fernando, su padre Dionisio, un mozo que se sumó para ayudar a atender al mediodía y una señora encargada de la limpieza.
La historia
“Nosotros llegamos en 1993. En ese momento era un ‘antro’ en el que solo servían café y alcohol. No lo quería nadie. Era de tacheros y borrachos”, recuerda Gerardo en diálogo con El Destape.
Dionisio, su padre, había trabajado en la década del '80 en un restaurante muy importante que se llamaba “El Águila”, ubicado en Donato Álvarez y Camarones. “Cuando el lugar se vino abajo mi viejo se fue y abrió este bar. Eran años difíciles, yo era chico, con mi hermano estudiábamos. Remamos toda la década del '90, después vino la crisis 2001, y entre 2002 y 2003 empezó a levantar”, relata.
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A lo largo de estas décadas, Gerardo fue testigo de la transformación que sufrió el barrio, en gran parte, por la llegada del subte. “Cuando nosotros llegamos en la zona había muchas fábricas e industrias. Había mucha vida diurna, pero nada de vida nocturna, había poca gente. Con el tiempo, esas industrias se fueron trasladando a los parques industriales. Esos espacios que quedaron vacíos luego se convirtieron en supermercados y productoras de cine y publicidad. Además, se inauguró la estación Villa Ortúzar de la línea B del subte y se empezaron a construir muchos edificios. Todo eso hizo que cambiara el panorama del barrio”, describe.
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Sin embargo, en Oriente continúan con la misma tradición desde sus inicios. Actualmente funciona de lunes a sábados de 7 a 15 horas, pero se quedan un rato más para limpiar y ordenar. “Abrimos a las 7 pero venimos a las 6 para comenzar con la preparación porque toda la comida es casera y se hace en el día”, resalta Gerardo.
De esta manera, Oriente es casi el único bar de la zona que capta a la clientela de la primera mañana. “A mucha gente que viene a trabajar al barrio desde lejos le conviene viajar más temprano porque se viaja mejor. Entonces por ahí sale de la casa a las 5 de la mañana y después hace tiempo acá tomándose un café”.
Oriente tiene clientes que van todos los días, otros que van una vez por semana y muchos vecinos de la zona. “A muchos los saludamos por su nombre porque ya los conocemos hace mucho tiempo y se vuelve una cotidianeidad. Como yo dibujo, hago caricaturas de muchos de los clientes amigos como, por ejemplo, el diarero de la cuadra. Hay un cliente que se llama Vittorio, es un tano que maneja una máquina de construcción y lo cargan porque es cabezón. Entonces lo dibujé y escribí que 'hay una ordenanza que establece que se encuentra prohibido burlarse del tamaño y/o forma de la cabeza de Vittorio'”, relata Gerardo entre risas.
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“Menú del día”
El encargado de la cocina es Dionisio que, además de ofrecer las clásicas minutas, durante la semana realiza un plato del día diferente por los que algunos clientes van “especialmente”. Los lunes hacen pollo al horno, los martes filet de merluza, los miércoles carré de cerdo, que puede ser con papas fritas o puré, los jueves raviolones, y los viernes un plato ideal para los días de frío: mondongo a la española. Los sábados hay únicamente minutas: milanesas, de pollo o de ternera, tortilla de papa, bife, ensalada, ravioles comunes, y papas fritas a caballo. Los postres también son bien clásicos: flan casero, queso y dulce y helado. “A veces, cuando mi papá tiene tiempo, hace budín de pan”, agrega Gerardo.
Un antiguo bar de caballeros
Cuando la familia Basabe desembarcó en el bar decidió mantener el nombre “Oriente”, que era como lo había bautizado el dueño anterior, un inmigrante gallego. “Era muy habitual que los gallegos pusieran bares o almacenes, los tanos se dedicaban a las verdulerías y a la construcción y los japoneses a las tintorerías”.
Gerardo recuerda que cuando su padre inició su gestión al frente de Oriente, él y su hermano comenzaron a trabajar enseguida en el bar. “Hubo un día que una señora viejita, que tendría unos 90 años, se paró en la puerta y me empezó a llamar desde afuera. Yo estaba ocupado, pero me seguía llamando. Cuando finalmente me acerqué para preguntarle qué necesitaba, me preguntó si podía pasar y le dije que sí, claro. Y ahí ella me dijo que antiguamente este había sido un bar solo de hombres. Me llamó muchísimo la atención, pero en esa época era una cosa rara que hubiera una mujer sola leyendo en un bar”.
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Clientes famosos
Gerardo asegura que la zona se fue colmando de varias productoras y esto hizo que el barrio se haya puesto “de moda” dentro del mundo del cine, la música y el teatro. Entre los músicos habitués resalta al cantante Daniel Melingo y al baterista, bandoneonista y compositor, Fernando Samalea.
“Acá a dos cuadras está el colegio San Roque, donde Cerati era alumno. Seguramente él también haya pasado por acá porque los pibes de 5° año venían cuando se hacían ‘la rata’. También pasaron músicos de tango, como el maestro Osvaldo Pugliese.
“Acá la gente viene a comer, a encontrarse con alguien y a charlar”. Así describe Gerardo a la atmósfera del bar, que suele llenarse durante los mediodías.
“Estamos recontra cubiertos por el boca en boca, no me interesa agrandarme, tener más empleados ni nada. El día que mi viejo no quiera seguir más no sé si yo voy a seguir, son demasiados años, quizás quiera hacer otra cosa”, concluye.