Según El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2022 (SOFI, por sus siglas en inglés), último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la prevalencia de la subalimentación en 2021 alcanzó a casi el 10 por ciento de la población a escala global. Así, más de 800 millones de personas padecieron hambre en todo el mundo. De esta manera, aunque de forma desacelerada en el último año, las cifras continúan en aumento constante desde 2019 (del 8,0 al 9,8 por ciento en los últimos dos años). La pandemia y la guerra en Ucrania complicaron todavía más las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible impulsados por la ONU. Desde el organismo estiman que, para 2030, cerca de 670 millones de personas seguirán estando subalimentadas.
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Luis Blacha, docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes que se especializa en desigualdad nutricional, advierte que el principal factor que explica este incremento es que hay una oferta alimentaria que no permite la accesibilidad. “No solo se incrementa el hambre sino que quienes lograron comer redujeron su calidad nutricional, algo que suele ir acompañado de un incremento en las calorías”, sostiene en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ.
En términos técnicos, el hambre es una sensación física incómoda o dolorosa, causada por un consumo insuficiente de energía alimentaria. Esta se vuelve crónica cuando la persona no consume una cantidad suficiente de calorías de forma regular para llevar una vida normal, activa y saludable.
Más hambre y más sobrepeso
Se calcula que en 2020 hubo 149 millones de menores de cinco años que padecieron retraso del crecimiento, es decir que su peso y/o altura está por debajo de la esperada. Este fenómeno aumenta el riesgo de morir por infecciones comunes, y los predispone al sobrepeso y a las enfermedades no transmisibles en fases posteriores de su vida. Sin embargo, las cifras históricas marcan que la prevalencia descendió del 33 al 22 por ciento en los últimos 20 años.
Por su parte, 45 millones sufrían emaciación –forma de malnutrición potencialmente mortal que provoca delgadez, debilidad extrema y aumenta las posibilidades de tener deficiencias en el crecimiento, desarrollo y capacidad de aprendizaje– y 39 millones sobrepeso.
“Una dieta de muchas calorías y pocos nutrientes es una receta para la exclusión social”, sentencia Blacha al explicar este fenómeno. A su vez, enmarcado bajo el concepto ‘desigualdad nutricional’, destaca que el hambre es una forma de desigualdad social muy específica.
Una región con apetito
Entre 2019 y 2020, la subalimentación sumó nueve millones de personas en América Latina y el Caribe. Si bien tuvo un descenso marcado, de 2020 a 2021 se agregaron cuatro millones más. Así, 13 millones de individuos se sumaron en solo dos años a lista de hambrientos. Aunque estas cifras son desgarradoras, en estas latitudes se halla solo el 7,4 por ciento de las personas que sufren hambre a nivel mundial.
En este contexto, el Caribe es la subregión que más afectada por el hambre ya que alcanza a más del 15 por ciento de la población, en comparación con el 8 por ciento de América Central y América del Sur. Las islas registraron una tendencia general al alza desde 2015 con un aumento importante en la pandemia.
Por su parte, en América del Sur las cifras no son mejores: el hambre casi se duplicó desde 2015. En este sentido, aunque la mayoría de los cañones suelen apuntar a los aspectos económicos ligados al encarecimiento del precio de los alimentos, Blacha resalta que “los estilos de vida, la infraestructura de conservación, el tiempo disponible, las habilidades culinarias y las identidades culturales” también son determinantes en el acceso a una dieta saludable.
Con información de la Agencia de Noticias Científicas