Hace unos 15 años, en una entrevista publicada en la Revista de Estudios Feministas, Cristina Tavares da Costa Rocha y Miriam Pillar Grossi le preguntaron a Eulalia Pérez Sedeño cuál consideraba la asignatura pendiente de los estudios de ciencia, tecnología y género. “Lo que todavía falta –contestó la filósofa española– es que la gente se dé cuenta de que el género influye en todo; no sólo en las pruebas clínicas de medicina, sino a lo mejor hasta en la física cuántica”.
La frase resume la posición de esta pionera de los estudios de ciencia y género nacida en Arcila, Marruecos, que optó por la filosofía porque quiso encarar algo que le resultara “difícil”. “En el último año del preuniversitario tuve un profesor muy malo, que tomaba el libro de filosofía y nos lo leía –recuerda–. Y yo entonces, como no entendía nada, preguntaba. Tuvimos una relación muy tensa, pero al año siguiente llegamos a un acuerdo: yo no le preguntaba y él me dejaba hacer lo que quisiera, mientras no molestara. Es decir, que aproveché para leer a García Márquez, a Borges y un montón de otros autores hispanoamericanos. Había pensado estudiar letras clásicas, porque me gustaba el latín, que leía de corrido, sin diccionario. Pero después tuve uno muy bueno de filosofía y pensé: “Anda, esto se entiende y es interesante. Es muy difícil y a mí el latín se me da muy bien, voy a hacer algo que me cueste trabajo. Así, ‘caí ‘en la filosofía, pero desde el comienzo me orienté más a la cosa científica que la metafísica, que no me interesaba para nada”.
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Su tesis de licenciatura versó sobre lógica matemática, pero la doctoral fue sobre astronomía antigua. “Cuando la terminé, obtuve una plaza fija en la universidad, ya tenía un hijo de tres años, y con mi marido (también filósofo, pero del lenguaje) decidimos irnos por un tiempo a la universidad de Cambridge con unas becas –cuenta Pérez Sedeño–. Allí estudié con Michael Hoskins, matemático y astrónomo, y con Sir Geoffrey Lloyd, un gran clasicista. Un día, este último me planteó un problema muy interesante, que era el de la autoridad de las mujeres. En la antigua Grecia, ellas eran consideradas menores durante toda su vida y por lo tanto carecían de autoridad. Cuando tenían alguna enfermedad, por pudor el médico no podía tocarlas, tenía que fiarse de la palabra de la propia enferma o de una intermediaria, la comadrona o matrona. El tema me pareció muy interesante y me llevó a la cuestión de género. Por otra parte, en la astronomía sólo salía Hipatia de Alejandría. Empecé a preguntarme porqué no había mujeres. Pero sí que las había, lo que ocurría es que no habían aparecido en la historia de la ciencia. Incluso hice un trabajo que está inédito, que a lo mejor algún día me animo a publicar, en el que analicé cómo Ptolomeo estructura todo su universo en masculino y femenino”.
Actualmente profesora de investigación en Ciencia, Tecnología y Género y Directora del Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad7 del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, además de madre de dos hijos e investigadora multipremiada, Pérez Sedeño acaba de pasar por Buenos Aires para recibir el doctorado honoris causa concedido por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en el marco del XIX Congreso Internacional de Mujeres Filósofas, que por primera vez se hizo en América latina. En una pausa entre sesiones, conversó con El Destape.
- Doctora Pérez-Sedeño, ¿qué se entiende por “filosofía feminista”?
- Es una reflexión crítica que aborda los temas tradicionales, pero desde la perspectiva de cómo afectan a las mujeres, y además nuevos asuntos que si no fuera por la filosofía feminista no se tratarían. ¿Por qué? Porque no están en el canon filosófico tradicional. Por ejemplo, hace unos años, ¿a quién se le hubiera ocurrido pensar que el parto puede constituir un problema filosófico o que la violencia obstétrica puede ser abordada desde una perspectiva feminista? O las emociones, cuando siempre hemos pensado que el razonamiento filosófico, la ciencia, tienen que estar libre de emociones. Son temas que ahora están en primera línea y las han puesto allí las filósofas feministas.
- ¿Cómo se manifiestan los problemas de género en la comunidad científica?
- De diversas maneras. Por un lado, desde el punto de vista sociológico, en el sentido de que las mujeres somos menos en muchas áreas; o sea, existe una discriminación territorial. Otro aspecto es que se tratan determinadas cuestiones con las gafas o las lentes de género. Hemos visto, por ejemplo, cómo los ensayos clínicos no se hacían en mujeres.
- ¿Por qué?
- Esa es la pregunta que nos hemos hecho desde el feminismo. Y la respuesta era "que es caro, que las mujeres son complicadas, ‘hormonales’…Además, si se hace un ensayo clínico de un medicamento, ¿puede afectar al futuro feto?” Claro, desde la perspectiva feminista uno se plantea qué concepción de mujer están manejando estas personas. ¿La de la mujer como contenedor de futuros bebés? Porque entonces están excluyendo a un montón que no van a querer tener hijos en su vida porque les da la gana. Están excluyendo a las que todavía no están en edad de concebir, a las que cursan la menopausia… Ese es el tipo de reflexiones que hacemos desde el feminismo. Otra vertiente es ¿cómo trata la ciencia a las mujeres en tanto objeto de estudio, no solo en medicina? La economía feminista es quizá una de las disciplinas en las que más trabajo está costando introducir la perspectiva de género. Cuando se habla de Producto Bruto Interno (PBI), lo que se contempla es el trabajo remunerado. Pero ¿qué pasa con todas las tareas no remuneradas que hacemos las mujeres, como el cuidado de niños, del hogar, el acompañamiento a mayores, etcétera? María Ángeles Durán, una muy destacada socióloga española, mostró que el trabajo no remunerado de las mujeres equivale a algo así como el 15% del PBI. Ese tipo de cosas es el que también tratamos las filósofas feministas.
- ¿Hay un estilo femenino de hacer ciencia diferente del de los hombres o es un mito?
- Las científicas se educan en el paradigma dominante; entonces, hay muchas que hacen ciencia como sus colegas varones. Pero hay otras, incluso a veces también esas que trabajan como sus colegas, que incluyen aspectos en su quehacer cotidiano que no incluyen los hombres. Hace pocos años, dirigí una tesis doctoral de una [investigadora] peruana que estudiaba los modos del quehacer científico de las investigadoras de su país que habían obtenido el premio L’Oréal-Unesco Por las Mujeres en la Ciencia. Hizo entrevistas en profundidad, y utilizó grupos control de varones y de mujeres que no habían recibido el premio. Encontró cosas muy curiosas, porque incluso las propias mujeres que consideraban que hacían lo mismo que sus colegas varones en las entrevistas manifestaban que tenían más cuidado a la hora de trabajar y de sacar conclusiones. Seguramente porque, cuando eres mujer, dudan más de ti. Durante la pandemia estaba en marcha un proyecto que comparaba las prácticas científicas y de publicación de hombres y mujeres en diversas universidades europeas. En España se hizo en la Universidad Complutense de Madrid. Cuando ya tenían todo hecho, nos confinaron y entonces aprovecharon para seguir el estudio analizando qué ocurría durante el aislamiento. El trabajo arrojó que ellas dedicaban más tiempo a preparar las clases online, a atender a los alumnos y a ocuparse de su casa. Ellos, a publicar y hacer deporte. Por eso digo que por una parte sí tienen un estilo diferente y por otra, no. Creo que cuando te educas en un paradigma pues sigues el paradigma, excepto que te pase como a las biólogas evolucionistas, que no estaban conformes con el papel que les asignaba a las mujeres la teoría de la evolución. Nosotras tenemos los valores del paradigma científico, pero también pertenecemos a otras comunidades y entonces tenemos también esos otros valores. Y estas mujeres, como eran feministas y no les gustaba lo que decía la teoría de la evolución, pues con las gafas de género interpretaron la evidencia disponible de otra manera.
- ¿Y desde el punto de vista biológico? Con esa excusa se redujo mucho tiempo a las mujeres en las llamadas ciencias “blandas” o “humanas”...
- Yo digo tajantemente que no, y además no hay ningún estudio ahora mismo que sea concluyente con respecto a eso. Es un estereotipo. Por ejemplo, siempre se piensa que las primeras mujeres universitarias, al menos en España, iban a Letras, y no es cierto: fueron a Medicina y a Matemática.
- En este tema, cada día nuevos trabajos sugieren que la objetividad de la ciencia es relativa y que la interpretación de los datos está atravesada por la cultura de la época. ¿El relato sobre el papel de la mujer en la historia se ajustó a lo que convenía al funcionamiento del sistema?
- Si tú tienes una persona que te cuida a la prole mientras estás haciendo lo que quieras, pues es muy cómodo. Claro que podría haber sido al revés (se ríe).
- Sorprende cómo todo el tiempo se están reinterpretando hechos históricos y hallazgos arqueológicos. La semana última, la revista Science publicó un artículo afirmando que cayó definitivamente el mito del hombre cazador y la mujer en la cueva cuidando a los hijos…
- Yo colaboro en un programa de radio en el que hago una sección que repasa la biografía de una mujer y me hace mucha gracia cuando recibo correos de oyentes que me dicen textualmente "Muchísimas gracias. Siempre pensé que ‘fulano’ era un señor y ahora usted me ha mostrado que es una señora". Como se ha pensado tradicionalmente que la ciencia la hacían los varones y no se suele poner el nombre de pila… Me acuerdo de un físico muy destacado que me dijo: “Ah, pero Noether [Emmy, matemática alemana] es una mujer? Nunca pensé que el teorema de Noether lo podía haber hecho una mujer”. Yo pensé para mí que por lo menos podría haber callado su ignorancia.
- ¿Cómo se explica que en la Argentina hoy hay más mujeres que hombres en el sistema científico, aunque en especial en los escalafones inferiores?
- Yo creo que el que haya muchas mujeres tiene que ver con el prestigio de las disciplinas: a mayor prestigio, menor número de mujeres y al revés. No sé cuán prestigiosa se considera la ciencia en la Argentina, pero en España, a pesar de las encuestas de percepción, en las que todo el mundo dice que es muy importante, no lo es, porque ya sabemos que te cuentan lo que tú esperas escuchar. Eso por un lado. Por otro, hay una cuestión de educación. A nosotras no nos educan para competir y las mujeres son muy conscientes de los problemas que se les presentan cuando por ejemplo obtienen mejor puntaje para un puesto, pero se lo otorgan a un colega varón. Eso ocurre muy a menudo y el hecho de que no le pase a una no significa que no les suceda a muchas. Yo le llamo el “síndrome de las uvas verdes”, por la fábula de Samaniego, la de la zorra que cuando ve que no puede llegar a las uvas dice “Bah, están verdes”. Pues las mujeres, si suponen de antemano que podrán conseguir [los puestos directivos] porque hay muchos prejuicios, para qué se van a esforzar, ¿no? Hay una combinación de factores. Tengo muchas compañeras con unos antecedentes estupendos y cuando les pregunto por qué no concursan por una cátedra me dicen: “Ay, para qué, si estoy bien así”. Yo estoy convencidísima de que descuentan que no la van a conseguir, pero no porque no tengan méritos.
- ¿No advierte una cierta fatiga entre las propias mujeres en la pelea por la equidad de género?
- Lo que pasa con el feminismo, es que una y otra vez tenemos que volver a empezar. Y luego hay un problema: que las chicas jóvenes piensan que ya se consiguió todo. Yo lo veo en las estudiantes, excepto unas pocas, claro: "No, pero qué dices, si hay igualdad completa, si no hay discriminación..." Cuando llegan al mercado laboral se encuentran con el bofetón. Están en una zona que ya empieza a no ser tan cómoda para las mujeres como antes, porque esta nueva oleada de ultraconservadurismo, con ese odio cerval a las mujeres que se ha desatado desde la extrema derecha... Contra ciertas mujeres claro, contra las que son independientes y quieren mantener sus derechos... Eso yo creo que les va a hacer darse cuenta a las jóvenes que la igualdad no está tan conseguida, aunque tengan la sensación de que ya no hay problema.
- Un poco como el castigo de Sísifo…
- Es que se olvida, se olvida todo. Hace poco estaba con un grupo de gente joven, y me planteaban cosas que ya me preguntaban hace 30 años y que ahora tengo que repetir. Hay que volver a contar lo que es un estereotipo de género…
- ¿Diría que eso se debe a que la acción individual no es suficientemente asertiva, a que no se logra cristalizar los reclamos en las instituciones o a otra cosa?
- Es más bien una cuestión estructural. Y además hay una resistencia muy grande por parte de sectores que no quieren que esto prospere, sobre todo de muchos varones que no quieren renunciar a privilegios. Afortunadamente, hay otros que nos acompañan y que piensan que es mejor estar en un mundo igualitario, pero cuesta mucho trabajo.
- ¿Está a favor de los cupos y la "discriminación positiva"?
- Absolutamente. Muchas veces, las mujeres no los quieren por el “síndrome de la impostora” [creer que los logros que se alcanzan no se deben a méritos propios]. Eso les pasa a ellas, a ellos, no. Estoy a favor por una razón muy simple: si partiéramos en igualdad de condiciones, no se necesitarían cupos. Pero en esto ocurre como con la educación.Cuando tienes una persona que parte de aquí y otra de aquí [hace un gesto con una mano más baja que la otra] si tú les aplicas las mismas medidas, va a persistir la desigualdad, mientras que lo que tienes que hacer es aplicar medidas para que esa persona llegue aquí [a la misma altura] y entonces ya en igualdad de condiciones, adelante. Por eso no me gusta hablar de “discriminación positiva”. Yo las llamo “acciones compensatorias”, que son las que se toman para compensar desigualdades preexistentes. He luchado mucho para que se utilice esa expresión y lo doy por perdido, pero siempre que me entrevistan lo subrayo.
- ¿A usted también le tocó enfrentar obstáculos por ser mujer?
- Con frecuencia, científicas exitosas consideran que nunca sufrieron discriminación de género. Una investigadora española muy famosa la primera vez que hablé con ella me dijo que nunca se había sentido discriminada y a la media hora me estaba contando que cuando iba a ver a su director de tesis tenía que ir con el marido, porque ese señor no se dirigía a ella, sino a él. Y que además le dio el mejor tema de investigación al marido y a ella, el malo, porque total, si estás casada… En mi caso, he tenido la suerte de que mi pareja me ha apoyado en todo. Pero sí que he tenido problemas, por supuesto. En la comisión donde se decidía si admitirme en el doctorado, en lugar de apoyarme a mí, apoyaron a un varón con el argumento de que era un hombre, por lo que iba a acabar la tesis antes que yo. Y claro, lo que pasó fue que yo la completé en un año y medio, y el otro tardó 15. Yo llegué a catedrática; él, no.
Siempre cuento en broma que solo en una oportunidad me ha favorecido ser mujer, pero fue porque el presidente del tribunal era tan misógino que no pensó que yo fuera una persona que pudiera obtener la cátedra y se dedicó a ir en contra de los demás. Nos presentamos tres, él apoyaba a uno y se dedicó a combatir a los otros, pero a mí no me hizo ni caso. Hasta que llegó la votación y cuando vio que yo sacaba cuatro votos y su querido amigo sacaba dos o tres solamente, se quedó anonadado…
En otra ocasión, me acuerdo de que acababa de defender mi tesis sobre historia de la astronomía antigua, en la que dedico un capítulo muy importante a Ptolomeo (es más, soy la la editora de la primera versión completa de las hipótesis de los planetas de Ptolomeo, porque en las obras completas los alemanes se habían saltado un libro) y estábamos en un ascensor con varios colegas que se encontraban montando un curso de verano. Entre ellos, un amigo que me había ayudado con la tesis le preguntó a otro: “¿Y a quién podemos llamar para la parte de astronomía de Ptolomeo?”. Al principio pensé que estaba bromeando, hasta que finalmente levanté la mano y les recordé de mis investigaciones. O sea, tienes que estar siempre alerta.
- ¿A pesar de todo, es optimista sobre las posibilidades de alcanzar una verdadera equidad en un futuro no muy lejano?
- Espero que sí. Aunque, como suelo decir, retroceder es posible. Y lo estamos viendo.