“Me encantas Carolina, no preguntes como una nena de 15 años”, le dijo Jorge Lanata a Carolina Amoroso mientras la periodista de TN conducía el noticiero Central de dicho canal junto a Franco Mercuriali y Nicolás Wiñazki. La reacción de sus compañeros de segmento al “reto” en vivo fue la risa y la complicidad. La escena duró cerca de 10 segundos que se desvanecieron rápidamente, pero condensan un alto nivel de violencia. Muchos de estos episodios ocurren al aire y luego se viralizan, pero la mayoría se reproduce en las bateas, en las zonas oscuras, donde no hay cámaras filmando ni testigos. La desafortunada analogía de la periodista con una quinceañera construye un tipo de representación donde se asume poca experiencia, falta de conocimientos, y sobre todo remarca una relación desigual y jerárquica pero que se instala como natural en su lógica propia.
Los medios de comunicación y los espacios donde se juega la opinión pública y el poder se vuelvan rubros expulsivos para la gran mayoría de las mujeres por diferente razones que pueden conjugarse en la desigualdad de género, en términos de oportunidades pero también económica. En estos lugares la palabra legítima y la construcción de credibilidad siguen siendo patrimonio de varones cis y sobre todo heterosexuales. Por eso identificar estas situaciones sirve para desanudar la naturalización de gestos de paternalismo y destrato de varones adultos en posiciones de poder hacia mujeres que, a pesar de los avaneces sociales y culturales en otros escenarios, en los medios de comunicación contribuyen a reproducir las mismas condiciones hace años.
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La política como espacio masculino, una representación que nunca cambió
El siglo XXI llegó junto con la incorporación de las mujeres y las organizaciones feministas como sujetos políticos activos e institucionalizados en gran parte del mundo occidentalizado. En nuestro país un activismo feminista que fue creciendo a fuerza de militancias minoritarias se convirtió en los últimos años en un movimiento político heterogéneo, denso e intergeneracional. La creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, el debate por la legalización del aborto, la presentación de un proyecto desde el propio Ejecutivo en reconocimiento a la lucha histórica, y su aprobación, son una muestra tangible del peso de este sector político en la conversación social. En este contexto las demandas sociales, los temas en debate, y el análisis de la realidad social ha comenzado a alinearse con nuevos parámetros que siempre incorporan la cuestión de género, por voluntad, comprensión histórica o simple corrección política. Pero ¿qué pasa con los espacios que no están vinculados estrictamente a cuestiones de género? ¿Acaso la estrategia de resistencia del patriarcado es darnos un lugarcito para hablar de género y “cosas de mujeres”, y seguir excluyéndonos de otros espacios masculinizados como la política?
La consultora Proyección, dirigida por los sociólogos Manuel Zunino y Santiago Giorgetta, publicó recientemente los resultados de una encuesta sobre credibilidad de los periodistas políticos en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Además de evaluar las plataformas y medios que más se consumen para informarse acerca de temas políticos, el informe presenta un ranking de los 35 periodistas que generan más confianza en la audiencia. Entre los nombres se pueden identificar dos grandes tendencias: la primera es que la mayoría trabajan o forman parte de los medios del sistema o concentrados; y en segundo lugar se observa que del total de periodistas en la nómina solamente ocho (22%) son mujeres, y entre los diez más confiables aparece solamente el nombre de Cristina Pérez recién en el octavo puesto.
Los resultados de la investigación se desprenden de un panorama general. Según un informe sobre desigualdad de género en la televisión argentina, publicado por el Observatorio de Género del Instituto Proyección Ciudadana en 2019, se observa que en los canales de aire de TV por cable el 62,1% del cupo laboral corresponde a hombres y el solo el 37,9% a mujeres. En las principales señales informativas de cable (C5N, TN, A24) , dos de cada tres espacios son ocupados por hombres y en los canales de aire (Telefé, El Trece, El Nueve, América) seis de cada 10. Según varios estudios, en promedio las mujeres somos solamente el 30% de la planta de periodistas en radio, TV, periódicos web y gráficos. Sin embargo el dato más significativo y no cuantificable es que las mujeres que sí ocupan esos lugares raramente encabezan los programas. Por el contrario tienen roles secundarios, suelen ser panelistas o locutoras, y abordan temas “feminizados” como género, espectáculos, sociedad, educación, y cultura.
El director de la consultora Santiago Giorgetta explica que “hay tres posiciones fundamentales que no son ocupadas por mujeres, o lo son en una medida escasa: los programas de información política o económica, los horarios centrales y el rol de conductora. En la mayoría de los casos, cuando hay presencia femenina en programas políticos en el prime time su lugar queda reservado al rol de panelista”. A pesar de los avances culturales y en materia legislativa no se han registrado mejoras en los últimos años en los ámbitos periodísticos: “realizamos el mismo estudio desde 2017 y se confirma que la tendencia permanece intacta. Si bien en los últimos años la discusión sobre la importancia de crear mayores condiciones para la igualdad de género se acrecentó, esto no se ve reflejado en las posiciones absolutamente desiguales que ocupan varones y mujeres en las pantallas”. Los principales responsables son los dueños y empresarios de medios que, bajo la excusa de no perder audiencia, se vuelven reticentes a los cambios y contribuyen a la reproducción de la estructura existente. “Las tendencias no cambian solas. Los que tienen la mayor capacidad de decisión para impulsar un cambio son les empresaries, directives, productores y periodistas. Aunque estos suelen ser los más conservadores”, sostiene.
La tutela paternalista y la infantilización de la mujer
“Todavía, para una gran parte de nuestra sociedad, la palabra del varón es aún la palabra autorizada para hablar de los asuntos públicos, no solamente en el ámbito de los medios de comunicación, sino también en otras esferas profesionales y de la vida cotidiana, principalmente la familia – explica Giorgetta - la simbiosis entre los esquemas de percepción y organización de los roles de género en la familia, que es el ámbito en el que se enciende la televisión y lo que esta proyecta, genera una correspondencia automática que simplifica la comunicación entre ambas partes y la hace fluir de manera ‘natural’”. Los programas políticos en la actualidad suelen crear escenografías de debate a partir de mesas de panelistas donde simulan reflejar cierta diversidad o heterogeneidad social. Sin embargo las mujeres, las voces femeninas, las disidencias, los pueblos originarios, les afro descendientes, y en general las minorías no tienen espacios centrales. La política sigue siendo territorio exclusivo de varones blancos cis heterosexuales.
La “tutela paternalista” es un sello patriarcal que se desarrolla en los medios y los contenidos culturales. Así como la sexualización es un proceso por el cual el valor de una persona se reduce a su atractivo o comportamiento sexual, la infantilización genera una mirada sesgada que tiende a subestimar a las mujeres, sus acciones y opiniones. Muchas periodistas son vistas y tratadas como menores de edad perpetuas, susceptibles de ser tuteladas por una supuesta falta de autonomía u opinión propia adecuada. No es casual entonces la frase que utilizó Lanata para devaluar la posición de su colega comparándola con una menor de edad. La infantilización es un pilar fundamental del complejo mediático-patriarcal-capitalista para poder anular el poder de otra persona. Se traduce en un gesto de autoritarismo blando o pasivo agresivo donde quien habla o se expresa se coloca por encima de otre. El objetivo es establecer una relación de dominación o superioridad moral e intelectual, y de sometimiento desde la propia conducta.
El factor de la repetición y la normalización de ese trato produce que la víctima de este tipo de violencia ejerza incluso un papel activo en ese vínculo del cual no puede salir por los condicionamientos sociales y laborales. Su mero cuestionamiento la colocaría en el lugar estereotipado o esperado de la “loca “o incluso pondría en peligro su puesto de trabajo. La pasividad ante el sometimiento es actividad, por la necesidad objetiva de la víctima de permanecer en esa posición. Las opciones que muchas veces nos quedan a las mujeres son estar en los medios, jugar desde adentro pero híper condicionadas por un contexto violento, con bajos salarios y en roles secundarios; o quedar afuera del partido, perder la titularidad y no poder insertarnos en el mundo profesional por mucho tiempo. Lejos de la imagen infantilizada de la mujer quién adhiere a ese juego como producto de la asimilación de las clasificaciones sociales naturalizadas, las mujeres periodistas suelen mantener su lugar desde un calculo tan activo como racional. ¿Qué nos queda si dejamos los pocos espacios que tenemos?
Violencia mediática y el rol del Estado
La violencia Mediática está contemplada en la Ley 26.485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los Ámbitos en que Desarrollen sus Relaciones Interpersonales. La normativa establece que es deber del Estado adoptar las medidas necesarias para lograr la eliminación de la discriminación hacia la mujer. Este tipo constituye una forma de violencia simbólica entendida en el artículo 5 como aquella que “a través de patrones, estereotipados, mensajes, valores, íconos o signos transmita y reproduzca dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad”. Pensar lo que sucede en los medios implica entender cómo actúa el poder simbólico. El desafío en entonces será , como dijo Jesús Martín‐Barbero, “pensar la comunicación masiva no como un mero asunto de mercado y consumo, sino como un espacio decisivo en la redefinición de lo público y en la construcción de la democracia”. El sistema patriarcal se sostiene porque constituye un sistema de estructuras estables inscriptas en los cuerpos, las mentes y las cosas. Remover las prácticas machistas dentro y fuera de los medios implica sobre todo un profundo cambio cultural y estructural que involucra actitudes, creencias, imaginarios, conductas y prácticas sociales, pero también instituciones.