Un misterio que lleva más de 20 años podría resolverse en los próximos días, en caso de que las pericias que realiza la Justicia en un campo entrerriano terminen por confirmar que una familia completa de seis integrantes fue asesinada y enterrada. De lo contrario, el interrogante que se abrió hace más de dos décadas, cuando un matrimonio y sus cuatro hijos desaparecieron sin previo aviso y sin dejar un solo rastro, quedará abierto.
El viernes próximo, el juez de Garantías de Nogoyá, Gustavo Acosta, presenciará una nueva excavación en la Estancia "La Candelaria", ubicada en Crucesitas Séptima -departamento Nogoyá-, donde expertos del Equipo Argentino de Antropología Forense -EAAF- intentará dar con el paradero de Rubén "Mencho" Gill, su esposa Margarita Norma Gallegos, y sus cuatro hijos: María Ofelia, Osvaldo, Sofía y Carlos Daniel. Tenían, al momento de ser vistos por última vez el 12 de enero de 2002, 56 años, 26 años, 12 años, 9 años, 6 años y 4 años respectivamente. Partieron la noche de aquel día rumbo a un velorio en Viale, localidad cercana en el departamento Paraná, pero jamás fueron vistos otra vez.
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No fue hasta tres meses después, en abril de 2002, cuando Alfonso Goette, dueño del campo de 500 hectáreas donde la familia trabajaba y vivía, avisó a los familiares que los integrantes del núcleo no habían regresado. Acorde a su testimonio, estaban de vacaciones. Sin embargo, la casa que habitaban estaba con la desorganización típica de una familia que había planificado una salida rápida, no un viaje de varios días. Además, no contaban con recursos para irse de viaje, eran una familia numerosa con labores mal remuneradas en una época crítica de la economía argentina. Margarita también trabajaba en una escuela del pueblo, donde dejó un sueldo sin cobrar.
La madre de la joven, María Delia, radicó una denuncia en Viale, caratulada como "averiguación de paradero". El caso pasó a manos del juez Jorge Gallino, quien obtuvo poca información, aunque valiosa: un número de Rosario se había comunicado con Rubén el 13, día siguiente al de la desaparición. Sin embargo, nunca pudo identificarse un domicilio con esa señal. Otro testigo creyó haber visto al jefe de la familia montando a caballo el 14, tampoco fue nunca comprobado.
Debido a la magnitud del expediente, la cantidad de desaparecidos y la característica del hecho, la Justicia intentó rápidamente abocarse a investigar, sin cerrarle la puerta a ninguna hipótesis. Del entorno familiar de los Gill, nadie sabía nada. Nunca habían manifestado tener la intención de irse y no contaban con movilidad propia. Se ordenaron inspecciones en el campo, se revisó la vivienda y se levantaron pruebas, sin resultados positivos.
Con el tiempo el caso se fue diluyendo. Sin embargo, la luz de esperanza de los familiares de Mencho y su familia nunca se apagó. Insistieron, pidieron justicia una otra vez, hasta que en 2008 finalmente se permitió un operativo en profundidad dentro de la estancia de Goette. Se levantaron pisos, se hicieron pozos y se buscaron rastros de sangre con luminol. Se hallaron tres muestras, sin el rastro genético de la familia. También se monitoreó el campo, con herramientas especiales, sin novedades para el caso. Tres años después las autoridades regresaron con otra orden, para inspeccionar un pozo. Tampoco se encontró nada.
A la par, durante todos esos años, se registraron una y otra vez las listas de Migraciones. Se habló de que habían ido a Brasil o Paraguay, pero nunca se pudo constatar nada fehacientemente. Otra hipótesis giró en torno a un conflicto de pareja, nunca comprobado.
La teoría más firme, aunque hasta el momento para nada confirmada, habla de un supuesto altercado entre Goette y los Gill. El enfrentamiento, siempre en el marco de una tesis acusatoria, versa sobre la posible responsabilidad del dueño del campo en la desaparición y muerte de la familia. El entorno de Mencho y Margarita siempre sospechó que ocultaba algo. En contacto con la prensa, indicaron que al llegar a la casa hallaron cuestiones extrañas -colchones quemados, por ejemplo- y cuestionaron la demora en dar aviso de la desaparición. Nada de lo que se dijo se pudo comprobar.
Si Goette sabía algo -como la Justicia siempre sospechó- se lo llevó a la tumba. El sábado 16 de junio de 2016, a los 78 años, murió en un siniestro vial en la ruta 32. Pero el capítulo cerrado del dueño de la estancia abrió otro: el de aquellos que, aliviados por no estar más él en el medio, se animaron a hablar con la Justicia. Ya no estaba a cargo del legajo Gallino, sino que el juez Gustavo Acosta, que intentó dinamizar los interrogatorios. No esperó que llegaran, sino que viajó hasta la zona y entrevistó a vecinos que, de una manera u otra, siempre hablaron de lo mismo: movimientos raros de suelo en el campo donde vivían los Gill.
"Si bien podríamos habernos sentado a esperar, decidimos que tenía que ser al revés, que los testimonios iban a aparecer si los íbamos a buscar. Así fue como formamos una comisión y viajamos para charlar con gente de la zona, saber cómo se movían los Gill, dónde iban, qué costumbres tenían. En al menos cuatro ocasiones encontramos quienes nos indicaron haber presenciado remociones de tierra en lugares sospechosos", indicó Acosta a El Destape. El magistrado remarcó que indagar sobre estas versiones son, por un lado, un "imperativo moral", pero además un punto de partida concreto sobre el cual pararse para ordenar procedimientos. "Fue así como logré la colaboración del Equipo Argentino de Antropología Forense, que de manera desinteresada está prestando colaboración. Su mirada conocedora del tema y su vasta experiencia son de suma utilidad en este caso", resaltó.
Acosta considera la pista del homicidio y entierro de los Gill como la más potable, pero no por eso desestima las otras: "Hemos tenido otras versiones, pero nunca pudimos comprobarlas. Cada tanto aparece alguien que dice 'seguro se fueron para acá o para allá', pero en definitiva ni Migraciones, ni la Policía ni ninguna autoridad ha podido constatar su presencia en otra localidad".
Para el juez es fundamental que la gente se anime a hablar. "Es importante que, quien sepa algo, se acerque y lo cuente. Han pasado muchos años y cada día sin novedades es un día sin respuestas para una familia concreta", subrayó. Al respecto, hizo referencia a la recompensa de $9 millones que se ofrece para quienes aporten datos que ayuden esclarecer el misterio.
Desde su llegada al Juzgado, Acosta ha ordenado en reiteradas ocasiones excavaciones. La última fue la semana pasada. Todas terminaron con resultados negativos.
"Lo de la familia Gill es una injusticia en la Justicia", sentenció tajante por su lado Elvio Garzón, abogado que representó a la familia de los Gill cuando se abrió el caso. "A mí me convocaron amigos del hermano de Mencho. Ellos ya tenían muchas dudas, dado que los esperaban para un cumpleaños en febrero, al cual por supuesto no asistieron".
En diálogo con El Destape, el letrado relató que se presentó ante Gallino el 27 de abril de 2002: "Me destrató. Me dijo que se habían ido a Santa Fe a trabajar, que nos quedáramos tranquilos. Esa fue la primera versión de Goette. Cuando empezamos a corroborar las declaraciones encontramos serias inconsistencias. Muchas contradicciones, grises, cosas que nunca cerraron. Y no cerraron porque el juez no se encargó de investigar como correspondía".
En 2002 no existía en la provincia el sistema acusatorio. Es decir, el juez de Instrucción se encargaba de las investigaciones y los fiscales tenían mucho menos peso. Por ende, las decisiones pasaban por el magistrado, en todo sentido: "Yo fui varias veces al campo y a lugares relacionados con los Gill. Con lo recabado, presentamos el 5 de junio una denuncia por desaparición, donde además dábamos por hecho que había elementos suficientes para sospechar de que estaban muertos. Pedimos que se rastrille el campo, que se convoque a buzos tácticos y que se recorra el campo con canes. No se hizo nada de eso, sólo una inspección en la casa. Cuando terminó, los policías se fueron a comer asado con Goette", recordó.
Garzón está convencido de que la Justicia no investigó como correspondía el paradero de Mencho, Margarita y sus hijos: "La gente tenía miedo de ir a declarar, el dueño del campo tenía muchos contactos en la Policía. Pero nosotros supimos muchas cosas que fueron volcadas al expediente. Goette, después del 12 de enero, estuvo una semana sin peones. Hubo movimientos raros en el campo, pasto recién sembrado y otras cuestiones que tardaron en investigarse".
Garzón dejó su lugar en representación de la familia en 2007, cuando ingresó al Poder Judicial: "Lo de los Gill es un caso Fernanda Aguirre por seis. Pero sin nada de colaboración del Estado. No hubo abogados, no intervinieron las fuerzas, no se los buscó por todo el país. Pasaron 20 años, gobiernos de distintos signos, y se ha perdido muchísimo tiempo valioso". El hoy juez trazó así un paralelismo de lo sucedido con la joven desaparecida en 2004 en San Benito, un caso aún irresuelto y que fue noticia nacional.
Para finalizar, Garzón destacó el trabajo de Acosta: "Se ha movido, le imprimió dinámica a la investigación. Ojalá haya respuestas para esas familias". El viernes esas respuestas podrían llegar. De lo contrario, el misterio en torno a los Gill seguirá sin resolverse. Quizás, para siempre.