Dicen que un golpe de suerte puede cambiarte la vida. Parece una frase trillada, pero algunos pueden dar fe de que, a veces, se cumple. Tal es el caso de Andreína Tomassi, una concordiense de 43 años que, de un momento a otro, pasó de ser docente a montar una empresa de alfajores que no para de expandirse y que ha logrado el subcampeonato del mundo en una competencia donde se puntuaron productos relacionados.
Todo comenzó con la cuarentena, en marzo de 2020. A Andreína, como a todos, el encierro y pasar más tiempo en su casa la afectó en su cotidianeidad. De repente, pasó a tener más tiempo con sus dos hijos, que en ese entonces tenían 4 y 11 años. Madre soltera, con niños chicos, decidió que la cocina era una buena opción para matar el tiempo libre: "Empezó como un juego. No sabíamos qué hacer, entonces aprovechamos que la cocina es muy amplia para hacer alfajores. Se tornó un hábito, cada tres o cuatro días probábamos una receta distinta y veíamos cómo nos salía. Un día, mi hija más chica, por error, puso un paquete entero de harina y salieron muchos más de la cuenta. Pusimos un cartelito en la puerta y vendimos algunos. La verdad, volaron", cuenta.
El éxito fortuito de una venta no planificada en su casa del pintoresco barrio de Villa Zorraquín le cambió la vida a Andreína por completo: "Al otro día muchos vinieron a pedir y no había más, porque nunca se pensó en hacer para vender, fue una casualidad. Pero entonces, hicimos y vendimos. Y ahí ya empezó a tomar todo otro color. Aparecieron kioscos y drugstores, el negocio empezó a crecer y de ahí no paramos más, siempre fuimos produciendo una cantidad mayor".
El inesperado auge de su producto obligó a buscar ayuda: "Tomé una chica y seguimos trabajando. Llegó un momento en que la casa estaba colmada de alfajores, no se podía ni caminar. Ahí tomé la decisión firme de que iba a apuntarle a esto como una empresa en serio. Hablé con alfajoreros, busqué materias primas, probé distintas variedades de chocolates, presenté una receta propia y armé un alfajor a la medida de lo que quería".
El surgimiento de La Maga y un premio que la ubica en lo más alto
Dos años después, Tomassi es la titular de La Maga. Produce 1.200 alfajores por día en una fábrica montada en lo que era el quincho de su casa, al cual acondicionó personal y especialmente para tener las licencias y los permisos necesarios. Dejó su trabajo como docente de Italiano en la Universidad Autónoma de Entre Ríos (Uader), estudió procesos empresariales, desarrolló un plan de marketing y diseñó una marca, que se hace cada vez más y más conocida. Estos dos últimos pasos fueron junto a su hermana y su cuñado, especialistas en la materia. Pero, además, compró herramientas y máquinas, contrató a una contadora y ya tiene cinco personas trabajando en la firma, oportunamente inscriptas con todas las de la ley: "Fue todo muy rápido, porque en poco tiempo tuve que tomar decisiones trascendentales en mi vida. Pero lo tomé como una oportunidad, así tuviera que dormir dos horas por día, como llegó a suceder cuando volvimos a la presencialidad. No es fácil ser madre soltera, es una ingeniería de horarios, niñeras y obligaciones. Ahora, gracias a esto tengo más tiempo con mis hijos. No fue fácil, yo he tenido muchos trabajos, desde la limpieza de casas hasta cuidando niños, pasando por bares o restaurantes. Y siempre lo hice por ellos. A esto también, pero con el plus de haberlo hecho con ellos desde un inicio, con mucho empuje".
Un espaldarazo más que importante fue haber estado en el podio del Mundial del Alfajor, cuya primera edición se realizó en Buenos Aires, con la participación de más de 150 productores del país y del mundo. Allí, el producto entrerriano obtuvo la medalla de plata en la categoría Mejor Alfajor Triple: "Fue otro cambio drástico. Se multiplicó la demanda, así que pasamos de trabajar de lunes viernes de 8 a 16 a hacerlo de lunes a sábado en dos turnos: de 8 a 16 y de 16 a 20. Triplicamos la producción y sumamos personal".
Hoy La Maga se vende en Concordia, Federación, Chajarí y Paraná. Por fuera de Entre Ríos, ya llegó a Santa Fe, Buenos Aires y Catamarca. "Le damos mucha prioridad al producto, desde que llega la materia prima hasta la elaboración final. Tratamos de que haya buena onda, que seamos todos felices con este emprendimiento. Soy feliz y me siento una privilegiada, porque poder hacer esto en este contexto tan difícil es único".
Por un golpe de suerte, Andreína encontró su pasión en algo que no imaginaba.