Cómo no temblar, zurdos

No temblar frente a las palabras que lanza el presidente con violencia en las redes, aun cuando anuncie persecución hasta “en el último lugar del planeta” es un intento de recuperar algún sentido de realidad.

22 de enero, 2025 | 18.19

Vivimos un presente distópico, aunque decirlo es un oxímoron. Porque distopía es una palabra que refiere al futuro, a una sociedad ficticia “de características negativas causantes de la alienación humana”, según completa la definición de la Real Academia Española. Pero es ahora cuando la estamos experimentando, no hay lugar para la ficción y tampoco hay espacio para delinear la diferencia entre lo real y lo que sucede sólo en el espacio virtual, en esa inmaterialidad donde a la vez circulamos todxs -la x está puesta en el plural para abarcar las múltiples identidades que es posible habitar más allá del femenino y el masculino.

Un ejemplo fácil: el presidente de la Nación escribe en la red X un texto destinado a defender el honor de Elon Musk, el mil millonario al que considera uno de “los hombres más importantes de la historia”, por haber sido sospechado de hacer un saludo nazi, mientras los videos lo muestran extendiendo su brazo derecho tal y cual lo hacían los nazis. En el mismo texto acusa a la “progesía internacional” de interpretar un “gesto inocente” y termina amenazando: “zurdos hijos de puta tiemblen”.

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¿En qué plano sucede esto? ¿Es del orden de la realidad o las palabras han perdido todo su peso específico, su capacidad de nombrar y crear mundo a la vez? Al día siguiente de esa bravuconada, el jefe de Gabinete de Ministros de la Nación dice en una radio que el presidente quiso decir “que los va a ir a buscar para debatir”, sin que haya en el texto del presidente ni una sola hendija para que se cuele el debate.

El día anterior a la amenaza generalizada -el mismo lunes 20 de enero en que Javier Milei se maquillaba de Nosferatu para asistir a la asunción de Donald Trump-, el presidente también escribió en su cuenta de la red de Musk: “zurdos resentidos fracasados” para nombrar a quienes se oponen a sus políticas “contra la basura inmunda de la justicia social”. Si se pasa por alto su definición de “zurdos”, aparece otra adjetivación desconcertante. ¿Por qué le dice basura inmunda a la justicia social el presidente que se la pasa hablando en nombre de los que menos tienen como justificativo para atacar a la cultura, la universidad y la salud pública? ¿Acaso no se quejó de que los que menos tienen financian a esos aspectos de la vida en común?

No temblar frente a las palabras que lanza el presidente con violencia en las redes, aun cuando anuncie persecución hasta “en el último lugar del planeta” es un intento de recuperar algún sentido de realidad. No temblar como un acto de desobediencia frente al disciplinamiento que se viene imponiendo sin pausa tanto en las calles con la represión a la protesta social como en toda la estructura del estado que viene siendo desmantelada, sus trabajadores y trabajadoras despedidos sin indemnización, o en los territorios indígenas que son desalojados violentamente y sus habitantes acusados de terrorismo. No temblar, si todavía se puede contar con algún refugio frente a la desposesión permanente, tampoco dejar de estar alertas frente a la amenaza.  Como tituló el diario alemán Die Ziet, un periódico liberal según su propia definición, “un saludo hitleriano es un saludo hitleriano es un saludo hitleriano”. Y lo hizo tapando el brazo derecho extendido de Elon Musk porque en Alemania no se pueden difundir símbolos nazis en los medios.

Una amenaza es una amenaza es una amenaza. Es necesario saberlo, aunque tengamos la voluntad y las posibilidades de no temblar. Aunque los límites entre lo que se difunde en redes y lo que sucede en el mundo material estén tan enloquecedoramente difuminados. Y entonces intentar todavía más no temblar por orden del presidente. Aunque por dentro siga vibrando la incertidumbre por este presente tan lanzado a la alienación humana que se parece a una mala ficción distópica.

La asunción de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos es un signo mayúsculo de la deshumanización del poder, de la entronización del racismo, la xenofobia, la transfobia, del supremacismo de quienes acumulan desaforadamente la riqueza del mundo mientras lo destruyen. Si hay futuro, será solo para los hiper ricos que puedan seguir a Musk en su fantasía de colonizar Marte. ¿Cómo no temblar, entonces? Tres veces dijo “millones” Donald Trump para graficar cuántos migrantes estaba dispuesto a deportar, “ciego al color y basado en el mérito”, en su gobierno sólo existirán “dos géneros”, anunció como si eso fuera posible por decreto. Mientras, acá en el sur, se montaban a su discurso la vicejefa de gobierno, Clara Muzzio, para también decretar que las personas nacen XX o XY, cuando la ciencia y la constatación de la experiencia dicen que no es así.

Por eso, entre verdad y ficción distópica, la voz de la obispa Mariann Budde, sonó tan contundente. Tan, a la vez, tranquilizadora. Porque estaba sostenida por un cuerpo, porque estaba frente al presidente de una potencia mundial que tampoco duda en amenazar a personas reales y concretas. “Tenga misericordia con todas las personas que hoy tienen miedo”, le dijo a Trump en la cara y en nombre del dios que él también invoca, como acá se invocan las “fuerzas del cielo”. Migrantes, transgéneros, gays, lesbianas, nombró la obispa y en ese gesto de darle algún contorno a les amenazadxs por la puesta en escena del inicio del gobierno de Trump sus palabras les devolvieron esa materialidad a los cuerpos que sufren que les quitó el presidente cuando habló de “aliens criminales” o eludió todas las identidades decretando la existencia de solo dos.

Como dijo la activista antirracista, docente y ensayista Angela Davis en estos mismos días, “ya sabemos de luchar, hemos luchado antes; no vamos a dejar que nos quiten nuestra infinita esperanza”.